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Esto hizo enojar tanto al rey, que mandó poner en el fuego unas enormes ollas. Cuando las ollas estuvieron bien calientes, el rey ordenó que le cortaran la lengua al que había hablado. También ordenó que delante de su madre y sus hermanos le arrancaran el cabello y le cortaran los pies y las manos.

Cuando el muchacho quedó completamente mutilado, el rey ordenó que lo acercaran al fuego y lo arrojaran vivo en una de las ollas. Y mientras por todos lados se esparcía el olor de la carne quemada, los demás hermanos y su madre se animaban unos a otros a morir con valor. Se decían:

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