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En gran coro antifonal cantaban:

―Santo, Santo, Santo es el Señor Todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria.

¡Qué tremendo canto! Hizo temblar el templo hasta sus cimientos, y súbitamente todo el santuario se llenó de humo.

Entonces dije: «¡Esta es mi muerte! Porque soy un pecador de boca impura, miembro de una raza pecadora, de inmunda boca, y sin embargo he mirado al Rey, al Señor Todopoderoso».

Entonces uno de los serafines voló hacia el altar y con unas tenazas sacó una brasa. Con ella me tocó los labios y dijo:

―Con esto se te declara “inocente”, porque esta brasa tocó tus labios. Todos tus pecados quedan perdonados.

―¿A quién enviaré por mensajero a mi pueblo? ¿Quién irá? —oí al Señor preguntar.

Y yo dije:

Señor ¡yo voy! Envíame a mí.

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