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El día veinticuatro del mes primero, mientras me encontraba a la orilla del gran río Hidekel, levanté la mirada y vi a un hombre vestido de lino,(A) ceñido con un cinturón de oro de Ufaz. Su cuerpo era semejante al berilo, su rostro resplandecía como un relámpago, y sus ojos parecían antorchas encendidas. Sus brazos y sus pies tenían el color de bronce bruñido, y sus palabras resonaban como el murmullo de una gran multitud. Sólo yo, Daniel, tuve esa visión. Los que estaban conmigo no la vieron porque un gran temor se apoderó de ellos, y corrieron a esconderse. De modo que sólo yo tuve esta gran visión, aunque me quedé sin fuerzas; me sobrevino un total desfallecimiento, y perdí todo vigor. Sin embargo, pude oír el sonido de sus palabras, y al oírlas caí de cara al suelo y me quedé profundamente dormido.

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