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I.— HISTORIA DE SAMUEL (1—7)

Nacimiento e infancia de Samuel (1,1—4,1a)

Nacimiento de Samuel

Vivía en Ramá un sufita de la montaña de Efraín, llamado Elcaná, hijo de Jeroján y descendiente de Elihú, de Tojú y de Suf, de la tribu de Efraín. Tenía dos mujeres: una llamada Ana y la otra Peniná. Peniná tenía hijos, pero Ana no los tenía. Este hombre subía todos los años desde su aldea para dar culto y ofrecer sacrificios al Señor del universo en Siló, donde dos hijos de Elí, Jofní y Finés, oficiaban como sacerdotes del Señor. Cuando ofrecía el sacrificio, Elcaná repartía raciones a Peniná y a todos sus hijos e hijas, mientras que daba una sola ración a Ana; pues, aunque era su preferida, el Señor la había hecho estéril. Su rival la provocaba para humillarla, porque el Señor la había hecho estéril. Y todos los años sucedía lo mismo: cuando subían al santuario del Señor, la insultaba de igual manera y Ana lloraba y no comía. Su marido Elcaná le decía:

— Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué te entristeces? ¿No valgo yo más que diez hijos? Una vez, después del banquete ritual en Siló, Ana se levantó. El sacerdote Elí estaba sentado a la puerta del santuario del Señor. 10 Ella, llena de tristeza, suplicó al Señor, llorando a lágrima viva, 11 y le hizo esta firme promesa:

— Señor del universo, si prestas atención a la humillación de tu esclava, si me tienes en cuenta y no me olvidas, si me concedes un hijo varón, te prometo que te lo entregaré de por vida y que nunca se afeitará la cabeza.

12 Elí, por su parte, observaba los labios de Ana que no cesaba de orar al Señor. 13 Como hablaba para sí, moviendo los labios, pero sin alzar la voz, Elí creyó que estaba borracha 14 y le dijo:

— ¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? Arroja el vino que tienes dentro.

15 Ana le respondió:

— No es eso, señor; es que soy una mujer desgraciada, pero no he bebido vino ni alcohol; sólo desahogaba mis penas ante el Señor. 16 No me tomes por una desvergonzada; si me he excedido al hablar, lo he hecho abrumada por mi dolor y mi desgracia.

17 Elí le dijo:

— Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda la gracia que le has pedido.

18 Ana respondió:

— Que tu servidora cuente con tu favor.

La mujer se marchó, comió y cambió de semblante.

19 A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y regresaron a su casa en Ramá. Elcaná se acostó con Ana, su mujer, y el Señor se acordó de ella. 20 Ana quedó embarazada y, pasado el tiempo debido, dio a luz un hijo al que puso de nombre Samuel, explicando: “Al Señor se lo pedí”. 21 Al año siguiente subió el marido Elcaná con su familia a ofrecer al Señor el sacrificio anual y a cumplir su promesa, 22 pero Ana no subió, excusándose a su marido:

— Cuando destete al niño, lo llevaré para presentarlo ante el Señor y para que se quede allí de por vida.

23 Elcaná, su marido, le contestó:

— Haz lo que mejor te parezca. Quédate hasta que lo destetes y que el Señor cumpla su palabra.

Ana se quedó en casa, criando a su hijo hasta que lo destetó. 24 Entonces lo llevó al santuario del Señor en Siló, junto con un novillo, un saco de harina y un pellejo de vino. 25 Sacrificaron el novillo y presentaron el niño a Elí.

26 Y Ana le dijo:

— Por favor, señor, escúchame. Yo soy la mujer que estuvo aquí, junto a ti, orando al Señor. 27 Este es el niño que pedía y el Señor me ha concedido la petición que le hice. 28 Ahora se lo entrego al Señor para que sea suyo de por vida.

Y adoraron allí al Señor.

El canto de Ana

Y Ana comenzó a orar así:

Mi corazón salta de alegría por el Señor,
mi fuerza reside en el Señor,
mi boca se ríe de mis rivales,
porque he disfrutado de tu ayuda.
Nadie es santo como el Señor,
nadie es fuerte como nuestro Dios,
porque no hay otro como tú.
No pronunciéis discursos altaneros,
arrojad la arrogancia de vuestras bocas,
porque el Señor es un Dios sabio
y evalúa todas las acciones.
El arco de los valientes se hace trizas
y los cobardes se arman de valor.
Los hartos se alquilan por pan
y los hambrientos se sacian:
la mujer estéril da a luz siete hijos
y la madre fecunda se marchita.
El Señor da la muerte y da la vida,
hunde en el abismo y salva de él.
El Señor empobrece y enriquece,
rebaja y engrandece;
saca del lodo al miserable,
levanta de la basura al pobre
para sentarlo entre los príncipes
y adjudicarle un puesto de honor.
Del Señor son los pilares de la tierra
y sobre ellos cimentó el universo.
Él guía los pasos de sus amigos,
mientras los malvados se pierden en la oscuridad,
porque nadie triunfa por sus fuerzas.
10 El Señor desarma a sus adversarios,
el Altísimo lanza truenos desde el cielo;
el Señor juzga hasta el lugar más apartado;
el Señor fortalece a su rey
y engrandece el poder de su ungido.

11 Elcaná volvió a su casa en Ramá, mientras el niño quedaba al servicio del Señor, bajo la custodia del sacerdote Elí.

Samuel y los hijos de Elí

12 Los hijos de Elí eran unos desalmados que no respetaban al Señor, 13 ni tenían en cuenta las obligaciones de los sacerdotes para con el pueblo. Cuando alguien ofrecía un sacrificio, mientras se guisaba la carne, llegaba el ayudante del sacerdote con el tenedor trinchante en la mano, 14 pinchaba en la olla, en el caldero, en el perol o en la cazuela y todo lo que enganchaba el trinchante se lo quedaba el sacerdote. Esto era lo que hacían con todos los israelitas que iban a Siló. 15 Incluso antes de que se quemara la grasa, llegaba el ayudante del sacerdote y decía al que estaba ofreciendo el sacrificio:

— Dame la carne para asársela al sacerdote, pues él no te aceptará carne asada, sino cruda.

16 A lo que el oferente respondía:

— Primero se ha de quemar la grasa, después podrás coger lo que quieras.

Entonces el otro replicaba:

— No. Me la das ahora mismo, o me la llevo por la fuerza.

17 El pecado de aquellos jóvenes ante el Señor era muy grave porque menospreciaban la ofrenda hecha al Señor.

18 Samuel estaba al servicio del Señor y vestía una túnica de lino. 19 Su madre le hacía cada año una pequeña túnica y se la llevaba cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual. 20 Elí bendijo a Elcaná y a su mujer, diciendo:

— Que el Señor te conceda hijos con esta mujer en recompensa por la donación que ella ha hecho al Señor.

Luego volvieron a su hogar. 21 El Señor bendijo a Ana, que volvió a quedar embarazada y dio a luz tres hijos y dos hijas. Mientras tanto, el joven Samuel iba creciendo junto al Señor.

22 Elí era ya muy mayor; cuando se enteró de lo que hacían sus hijos con los israelitas y de cómo se acostaban con las mujeres que prestaban servicio a la entrada de la Tienda del encuentro, 23 les dijo:

— ¿Por qué hacéis estas cosas? Todo el mundo me comenta vuestros abusos. 24 No, hijos míos; no son buenos los rumores que oigo de que estáis escandalizando al pueblo del Señor. 25 Si una persona ofende a otra, el Señor puede actuar de árbitro; pero si alguien ofende a Dios, ¿quién mediará en su favor?

Pero ellos no hacían caso a su padre, porque Dios había decidido que murieran.

26 Mientras tanto, el joven Samuel seguía creciendo, apreciado por Dios y por la gente.

27 Un hombre de Dios se presentó a Elí diciendo:

— Esto dice el Señor: Yo me manifesté abiertamente a la familia de tu antepasado, cuando vivía en Egipto al servicio del faraón, 28 y de entre todas las tribus de Israel lo elegí a él como sacerdote, para que atendiera mi altar, quemara el incienso y llevara el efod ante mí; y adjudiqué a la familia de tu antepasado todas las ofrendas de los israelitas. 29 ¿Por qué, entonces, habéis pisoteado mi altar y las ofrendas que establecí en el santuario? ¿Por qué tienes más consideración con tus hijos que conmigo, permitiéndoles que engorden con lo más exquisito de todas las ofrendas de mi pueblo Israel? 30 Por eso —oráculo del Señor, Dios de Israel—, aunque prometí que tu familia y la familia de tus antepasados me servirían eternamente, ahora —oráculo del Señor— retiro lo dicho. Porque yo respeto a los que me respetan, pero los que me desprecian se verán deshonrados. 31 Se acerca el día en que os despojaré de privilegios a ti y a la familia de tu antepasado, de manera que nadie llegará a viejo en tu familia. 32 Te concomerás de envidia al contemplar la prosperidad de Israel, sin que nadie llegue jamás a viejo en tu familia. 33 Mantendré a alguno al servicio de mi altar, hasta que se apaguen tus ojos y se extinga tu vida, pero la mayor parte de tu familia morirá violentamente. 34 Tendrás la confirmación de esto en lo que les va a suceder a tus hijos, Jofní y Finés: ambos morirán el mismo día. 35 Yo designaré un sacerdote fiel que actúe conforme a mi criterio y mi voluntad. Le proporcionaré una familia estable y vivirá siempre al servicio de mi ungido. 36 Y cualquier superviviente de tu familia se inclinará ante él para mendigar unas monedas y una hogaza de pan, suplicándole: “Por favor, asígname cualquier tarea sacerdotal para poder comer un trozo de pan”.

Vocación de Samuel

El joven Samuel estaba al servicio del Señor bajo la custodia de Elí. Por aquel entonces los mensajes del Señor eran excepcionales y escaseaban las visiones. Cierto día Elí dormía en su habitación; sus ojos se estaban apagando y no podía ver. La lámpara divina aún no se había extinguido y Samuel dormía en el santuario del Señor, donde está el Arca de Dios. El Señor llamó a Samuel que respondió:

— ¡Aquí estoy!

Fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo:

— Aquí estoy, presto a tu llamada.

Elí le contestó:

— Yo no te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.

Y Samuel fue a acostarse. El Señor volvió a llamar otra vez a Samuel y este se levantó y se presentó ante Elí, diciendo:

— Aquí estoy, presto a tu llamada.

Elí contestó:

— Yo no te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte. Y es que Samuel todavía no conocía al Señor, ni se le había revelado su palabra. El Señor volvió a llamar a Samuel por tercera vez y él se levantó y se presentó ante Elí, diciendo:

— Aquí estoy, presto a tu llamada.

Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al muchacho y le dijo:

— Vuelve a acostarte y si alguien te llama, respóndele: “Habla, Señor, que tu servidor escucha”.

Y Samuel se fue a acostar a su habitación. 10 El Señor volvió a insistir y lo llamó como antes:

— ¡Samuel! ¡Samuel!

Y él le respondió:

— Habla, que tu servidor escucha.

11 Y el Señor dijo a Samuel:

— Mira, voy a hacer una cosa en Israel que a los que la oigan les retumbarán los oídos. 12 En ese momento voy a cumplir todo lo que he anunciado contra Elí y su familia de principio a fin. 13 Ya le he comunicado que voy a condenar a su familia para siempre, porque él sabía que sus hijos ultrajaban a Dios, pero no los corrigió. 14 Por eso, juro a la familia de Elí que ni sacrificios ni ofrendas podrán reparar nunca su delito.

15 Samuel se acostó hasta la mañana siguiente. Luego abrió las puertas del santuario, pero no se atrevió a contarle a Elí la visión. 16 Elí lo llamó:

— Samuel, hijo mío.

Y él contestó:

— Aquí estoy.

17 Elí le preguntó:

— ¿Qué te ha dicho? No me lo ocultes. Que Dios te castigue si me ocultas una sola palabra de lo que te ha dicho.

18 Entonces Samuel se lo contó todo, sin omitir nada. Elí comentó:

— Él es el Señor, que haga lo que mejor le parezca.

19 Samuel seguía creciendo y el Señor lo protegía, sin dejar de cumplir ni una sola de sus palabras. 20 Así supo todo Israel, desde Dan hasta Berseba, que Samuel era un profeta acreditado ante Dios. 21 El Señor siguió manifestándose en Siló, donde revelaba su palabra a Samuel.

La palabra de Samuel se recibía en todo Israel.

Historia del Arca (4,1b—7,1)

Victoria filistea

Por aquellos días Israel salió a luchar contra los filisteos y acampó en Eben Ézer, mientras que los filisteos acamparon en Afec. Los filisteos se desplegaron para atacar a Israel, se entabló el combate e Israel fue derrotado por los filisteos, perdiendo a cuatro mil hombres en el campo de batalla. Cuando el ejército volvió al campamento, los ancianos de Israel dijeron:

— ¿Por qué ha permitido el Señor que hoy nos derrotaran los filisteos? ¡Vamos a traernos de Siló el Arca de la alianza del Señor, para que nos acompañe y nos libre de nuestros enemigos!

Enviaron gente a Siló y trajeron de allí el Arca de la alianza del Señor del universo, entronizado sobre querubines. Los dos hijos de Elí, Jofní y Finés, acompañaban al Arca de la alianza de Dios. Cuando el Arca de la alianza del Señor llegó al campamento, todos los israelitas lanzaron un grito de guerra tan fuerte que retembló la tierra. Los filisteos oyeron aquel estruendo y se preguntaron:

— ¿A qué viene ese estruendo tan grande en el campamento hebreo?

Y cuando se enteraron de que el Arca del Señor había llegado al campamento, los filisteos se asustaron y se decían:

— ¡Su Dios ha llegado al campamento! ¡Pobres de nosotros, porque nunca antes había pasado nada igual! ¡Pobres de nosotros! ¿Quién nos librará de un Dios tan poderoso? Porque ese es el Dios que diezmó a los egipcios con toda clase de plagas en el desierto. ¡Ánimo y sed fuertes, filisteos! Que no os esclavicen los hebreos como vosotros los habéis esclavizado. ¡Sed valientes y combatid!

10 Los filisteos atacaron y derrotaron a Israel que huyó a la desbandada hasta su campamento. Hubo una gran masacre y la infantería israelita perdió treinta mil hombres. 11 El Arca de Dios fue capturada y los dos hijos de Elí, Jofní y Finés, también murieron.

12 Un benjaminita salió corriendo del campo y llegó a Siló el mismo día, con la ropa hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo. 13 Cuando llegó, Elí estaba sentado en su silla junto al camino vigilando preocupado por la suerte del Arca de Dios. El hombre entró en la población para dar la noticia y todos los habitantes se pusieron a gritar. 14 Elí oyó el griterío y se preguntaba qué significaba aquel tumulto. Entonces el mensajero llegó presuroso a darle la noticia a Elí. 15 Con noventa y ocho años, Elí tenía la mirada fija y no veía nada. 16 El mensajero le dijo:

— Acabo de llegar del campo de batalla, del que hoy mismo he logrado escapar.

Elí le preguntó:

— ¿Qué ha pasado, hijo mío?

17 Y el mensajero respondió:

— Israel ha huido ante los filisteos y el ejército ha sufrido una gran derrota. Tus dos hijos, Jofní y Finés, también han muerto y el Arca de Dios ha sido capturada.

18 Al mencionar el Arca de Dios, Elí se cayó de la silla hacia atrás contra la puerta, se rompió la nuca y murió, pues era viejo y estaba pesado. Había sido juez de Israel durante cuarenta años.

19 Su nuera, la mujer de Finés, estaba embarazada y a punto de dar a luz. Cuando oyó las noticias de la captura del Arca de Dios y de las muertes de su suegro y su marido, le sobrevinieron los dolores del parto, se agachó y dio a luz. 20 Como estaba a punto de morir, las que la asistían le decían:

— ¡Ánimo, que has tenido un niño!

Pero ella no respondió ni hizo caso. 21 Al niño le puso por nombre Icabod, pues decía: “Israel se ha quedado sin gloria”, refiriéndose a la captura del Arca de Dios y a las muertes de su suegro y de su marido. 22 Y repetía: “Israel se ha quedado sin gloria, pues el Arca de Dios ha sido capturada”.

El Arca entre los filisteos

Después de capturar el Arca, los filisteos la trasladaron desde Eben Ézer hasta Asdod. Tomaron el Arca, la llevaron al templo de Dagón y la colocaron junto a Dagón. Cuando los de Asdod se levantaron al día siguiente, encontraron a Dagón caído en el suelo ante el Arca del Señor. Agarraron a Dagón y lo pusieron en su sitio.

Cuando se levantaron a la mañana siguiente, encontraron de nuevo a Dagón caído en el suelo ante el Arca del Señor. Tenía la cabeza y las dos manos arrancadas y tiradas sobre el umbral; de Dagón sólo quedaba el tronco. Por esta razón, los sacerdotes de Dagón y los que visitan su templo en Asdod siguen sin pisar el umbral hasta el presente.

El Señor castigó gravemente a los asdoditas y los aterrorizó, asolando con tumores a Asdod y a su comarca. Cuando los asdoditas vieron lo que sucedía, dijeron:

— El Arca del Dios de Israel no debe quedarse entre nosotros, porque su poder se recrudece contra nosotros y contra nuestro dios Dagón.

Entonces convocaron a todos los príncipes filisteos y los consultaron:

— ¿Qué podemos hacer con el Arca del Dios de Israel?

Ellos contestaron:

— Que la lleven a Gat.

Así, pues, trasladaron a Gat el Arca del Dios de Israel. Pero, nada más trasladarla, el Señor castigó a la ciudad e hizo cundir el pánico, pues hirió a sus habitantes, pequeños y grandes, y les salieron tumores. 10 Entonces enviaron el Arca de Dios a Ecrón. Y, al llegar allí, los ecronitas se pusieron a gritar:

— ¡Han traído aquí el Arca del Dios de Israel para que nos aniquile a todos!

11 Entonces convocaron de nuevo a todos los príncipes filisteos y les dijeron:

— Llevaos el Arca del Dios de Israel y que vuelva a su sitio, para que no nos aniquile a todos.

Y es que por toda la ciudad cundía un pánico mortal, pues el Señor la había castigado muy duramente. 12 Los que no morían estaban infectados de tumores y el clamor de la ciudad llegaba al cielo.

El regreso del Arca

El Arca del Señor permaneció siete meses en territorio filisteo. Los filisteos hicieron llamar a los sacerdotes y adivinos para consultarles:

— ¿Qué podemos hacer con el Arca del Señor? Indicadnos cómo debemos enviarla a su lugar.

Ellos respondieron:

— Si queréis devolver el Arca del Dios de Israel, no la mandéis vacía; devolvedla con una compensación. Entonces os curaréis y sabréis por qué su castigo no os dejaba en paz.

Y preguntaron:

— ¿Qué compensación debemos hacerle?

Contestaron:

— A razón del número de príncipes filisteos, cinco tumores de oro y cinco ratas de oro, pues una misma plaga habéis sufrido todos vosotros y vuestros príncipes. Haréis imágenes de los tumores y de las ratas que exterminan el país para glorificar al Dios de Israel. Tal vez así aplaque su castigo sobre vosotros, vuestros dioses y vuestro país. No seáis tan obstinados como lo fueron los egipcios y el faraón que sólo cuando él los golpeó dejaron marchar a Israel. Así, pues, construid una carreta nueva, tomad dos vacas que estén criando y que nunca hayan llevado yugo, enganchadlas a la carreta y dejad sus terneros en el establo. Tomad luego el Arca del Señor, colocadla en la carreta junto con los objetos de oro que le ofrecéis como reparación metidos en una bolsa, y dejadla marchar. Observad entonces: si se encamina hacia su territorio y sube hacia Bet Semes, demostrará que él nos ha causado esta terrible plaga. Si no es así, sabremos que él no nos ha castigado y que ha sido un accidente.

10 Y así lo hicieron. Tomaron dos vacas que estaban criando, las engancharon a la carreta y encerraron a sus terneros en el establo. 11 Luego colocaron en la carreta el Arca del Señor y la bolsa con las ratas de oro y las imágenes de sus tumores. 12 Las vacas tiraron derechas en dirección a Bet Semes. Caminaban mugiendo siempre por el mismo camino, sin desviarse a ningún lado, y los príncipes filisteos las siguieron hasta el término de Bet Semes.

13 Las gentes de Bet Semes, que estaban cosechando el trigo en el valle, levantaron la vista y, al ver el Arca, se alegraron. 14 La carreta llegó al campo de Josué, el de Bet Semes, y se detuvo allí, junto a una piedra grande. Entonces partieron la madera de la carreta y ofrecieron las vacas en holocausto al Señor. 15 Los levitas habían bajado el Arca del Señor y la bolsa que contenía los objetos de oro, colocándolos sobre la piedra grande. Aquel día la gente de Bet Semes ofreció holocaustos y sacrificios de comunión al Señor. 16 Los cinco príncipes filisteos estuvieron observando y regresaron a Ecrón el mismo día.

17 Los cinco tumores de oro que los filisteos ofrecieron en compensación al Señor correspondían respectivamente a Asdod, Gaza, Ascalón, Gat y Ecrón. 18 El número de ratas de oro correspondía al total de las ciudades filisteas gobernadas por los cinco príncipes, incluyendo ciudades fortificadas y aldeas anejas. En cuanto a la piedra grande sobre la que colocaron el Arca del Señor, todavía hoy puede verse en el campo de Josué, el de Bet Semes.

19 Pero el Señor castigó a la gente de Bet Semes por mirar el Arca del Señor, hiriendo a setenta de sus hombres. El pueblo hizo duelo por el duro castigo que el Señor le había infligido. 20 Entonces los habitantes de Bet Semes dijeron:

— ¿Quién podrá resistir ante el Señor, ante este Dios Santo? ¿A quién enviarla para quitárnosla de encima?

21 Enviaron, pues, emisarios a los habitantes de Quiriat Jearín con este mensaje:

— Los filisteos han devuelto el Arca del Señor. Venid y lleváosla con vosotros.

Los habitantes de Quiriat Jearín vinieron y recogieron el Arca del Señor; la llevaron a la casa de Abinadab, en la colina, y consagraron a su hijo Eleazar para que la cuidase.

Samuel, juez de Israel (7,2-17)

Pasaron muchos años, unos veinte, desde la instalación del Arca en Quiriat Jearín y todo Israel añoraba al Señor. Entonces Samuel se dirigió a todos los israelitas para decirles:

— Si queréis volver totalmente al Señor, retirad de entre vosotros a los dioses y diosas extranjeros, entregaos plenamente al Señor, adoradlo en exclusiva y él os librará de los filisteos.

Los israelitas retiraron las imágenes de Baal y Astarté y adoraron al Señor en exclusiva. Samuel les ordenó:

— Convocad a todo Israel en Mispá y yo oraré por vosotros al Señor.

Se reunieron en Mispá, sacaron agua, la derramaron ante el Señor y ayunaron aquel día, diciendo:

— Hemos pecado contra el Señor.

Samuel juzgó a los israelitas en Mispá. Cuando los filisteos se enteraron de que los israelitas estaban reunidos en Mispá, los príncipes filisteos subieron contra Israel. Los israelitas, al saberlo, se asustaron y dijeron a Samuel:

— No dejes de suplicar por nosotros al Señor nuestro Dios, para que nos defienda de los filisteos.

Samuel tomó un cordero lechal, lo sacrificó al Señor en holocausto, clamó al Señor en favor de Israel y el Señor lo escuchó. 10 Mientras Samuel estaba ofreciendo el sacrificio, llegaron los filisteos para atacar a Israel. Entonces el Señor lanzó un fuerte trueno contra los filisteos, los desconcertó y cayeron derrotados ante Israel. 11 Los israelitas salieron de Mispá persiguiendo a los filisteos y los fueron aniquilando hasta más abajo de Bet Car. 12 Samuel colocó entonces una piedra entre Mispá y Sen, diciendo:

— Hasta aquí nos ha ayudado el Señor.

Por eso la llamó Eben Ézer. 13 Los filisteos, derrotados, ya no volvieron a invadir el territorio israelita y el Señor los tuvo sometidos mientras vivió Samuel. 14 Israel reconquistó las ciudades situadas entre Ecrón y Gat que los filisteos le habían arrebatado, liberó su territorio del dominio filisteo y estuvo en paz con los amorreos.

15 Samuel fue juez de Israel durante toda su vida. 16 Anualmente hacía una gira por Betel, Guilgal y Mispá, dirimiendo los pleitos de Israel en estos lugares. 17 Luego volvía a Ramá, donde tenía su residencia y seguía juzgando a Israel. Y allí construyó un altar al Señor.