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Cuando los israelitas regresaron a su campamento, sus caudillos discutían la causa por la que el Señor había permitido que fueran derrotados.

«Traigamos el cofre desde Siló —dijeron—. Si la llevamos con nosotros a la batalla, el Señor estará entre nosotros y seguramente nos salvará de nuestros enemigos».

Entonces mandaron a buscar el cofre del Señor de los cielos, quien está entronado por sobre los querubines. Y los hijos de Elí, Ofni y Finés la acompañaron hasta el campamento. Cuando los israelitas vieron que el cofre venía, gritaron con tanta alegría y con tanta fuerza que casi hicieron temblar la tierra.

«¿Que pasa? —se preguntaban los filisteos—. ¿A qué se debe todo ese griterío en el campamento de los hebreos?».

Cuando supieron que se debía a que el cofre de Dios había llegado, se llenaron de pánico.

«Un dios ha venido al campamento de ellos —gritaban—. ¡Ay de nosotros! Porque nunca habíamos tenido que enfrentarnos con algo semejante. ¿Quién puede salvarnos de estos dioses de Israel? Porque son los mismos dioses que destruyeron a los egipcios con plagas cuando Israel estaba en el desierto.

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