Santiago 1-2
La Palabra (España)
Saludo
1 Santiago, servidor de Dios y de Jesucristo, el Señor, saluda a todos los miembros del pueblo de Dios dispersos por el mundo.
I.— UNA FE AUTÉNTICA Y COHERENTE (1,2—2,26)
Fe y sabiduría
2 Alegraos profundamente, hermanos míos, cuando os sintáis cercados por toda clase de dificultades. 3 Es señal de que vuestra fe, al pasar por el crisol de la prueba, está dando frutos de perseverancia. 4 Pero es preciso que la perseverancia lleve a feliz término su empeño, para que seáis perfectos, cabales e intachables. 5 Si alguno de vosotros anda escaso de sabiduría, pídasela a Dios, que reparte a todos con largueza y sin echarlo en cara, y él se la dará. 6 Pero debe pedirla confiadamente, sin dudar, pues quien duda se parece a las olas del mar, que van y vienen agitadas por el viento. 7 Nada puede esperar de Dios una persona así, 8 indecisa e inconstante en todo cuanto emprende.
Pobreza y riqueza ante Dios
9 El hermano de humilde condición debe sentirse orgulloso de su dignidad. 10 El rico, en cambio, que se precie de ser humilde, pues se desvanecerá como la flor de la hierba. 11 En efecto, del mismo modo que, al calentar el sol con toda su fuerza, se seca la hierba y cae al suelo su flor, quedando en nada toda su hermosa apariencia, así fenecerán las empresas del rico.
En medio de la prueba
12 Dichoso quien resiste la prueba pues, una vez acrisolado, recibirá como corona la vida que el Señor ha prometido a quienes lo aman. 13 Nadie acosado por la tentación tiene derecho a decir: “Es Dios quien me pone en trance de caer”. Dios está fuera del alcance del mal, y él tampoco instiga a nadie al mal. 14 Cada uno es puesto a prueba por su propia pasión desordenada, que lo arrastra y lo seduce. 15 Semejante pasión concibe y da a luz al pecado; y este, una vez cometido, origina la muerte.
16 Hermanos míos queridos, no os engañéis. 17 Todo beneficio y todo don perfecto bajan de lo alto, del creador de la luz, en quien no hay cambios ni períodos de sombra. 18 Él, por su libre voluntad, nos engendró mediante la palabra de la verdad para que seamos como primeros frutos entre sus criaturas.
La auténtica conducta religiosa
19 Sabed, hermanos míos queridos, que es preciso ser diligentes para escuchar, parcos al hablar y remisos en airarse, 20 ya que el airado no es capaz de portarse con rectitud ante Dios. 21 Por tanto, renunciando a todo vicio y al mal que nos cerca por doquier, acoged dócilmente la palabra que, plantada en vosotros, es capaz de salvaros. 22 Pero se trata de que pongáis en práctica esa palabra y no simplemente que la oigáis, engañándoos a vosotros mismos. 23 Quien oye la palabra, pero no la pone en práctica, se parece a quien contempla su propio rostro en el espejo: 24 se mira y, en cuanto se va, se olvida sin más del aspecto que tenía. 25 Dichoso, en cambio, quien se entrega de lleno a la meditación de la ley perfecta —la ley de la libertad— y no se contenta con oirla, para luego olvidarla, sino que la pone en práctica.
26 Si alguno se hace ilusiones de ser religioso de verdad, pero no controla su lengua, se engaña a sí mismo y su religiosidad no vale para nada. 27 Esta es la religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre: asistir a los débiles y desvalidos en sus dificultades y mantenerse incontaminado del mundo.
Repulsa del favoritismo
2 Hermanos míos, que vuestra fe en Jesucristo glorificado no se mezcle con favoritismos. 2 Supongamos, por ejemplo, que llegan dos personas a vuestra reunión: una con anillos de oro y magníficamente vestida; la otra, pobre y andrajosa. 3 Si en seguida os fijáis en la que va bien vestida y le decís: “Tú, siéntate aquí en el lugar de honor”, y a la otra, en cambio, le decís: “Tú, quédate ahí de pie” o “Siéntate en el suelo a mis pies”, 4 ¿no estáis actuando con parcialidad y convirtiéndoos en jueces con criterios perversos?
5 Escuchad, hermanos míos queridos: Dios ha elegido a los pobres del mundo, para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman. 6 ¡Pero vosotros despreciáis al pobre! Y, sin embargo, son los ricos los que os tiranizan y os arrastran ante los tribunales. 7 Son ellos los que deshonran el hermoso nombre [de Jesús], que fue invocado sobre vosotros.
8 Vuestra conducta será buena si cumplís la suprema ley de la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 9 Pero si os dejáis llevar de favoritismos, cometéis pecado y la ley os acusa como transgresores. 10 Porque, aunque observéis toda la ley, si quebrantáis un solo mandato, os hacéis culpables de todos, 11 ya que quien dijo: No cometas adulterio, dijo también: No mates. Si, pues, no cometes adulterio, pero matas, eres igualmente transgresor de la ley. 12 Así que hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad. 13 Y tened en cuenta que será juzgado sin compasión quien no practicó la compasión. La compasión, en cambio, saldrá triunfante del juicio.
Fe y obras
14 ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, alardear de fe, si carece de obras? ¿Podrá salvarlo esa fe? 15 Imaginad el caso de un hermano o una hermana que andan mal vestidos y faltos del sustento diario. 16 Si acuden a vosotros y les decís: “Dios os ampare, hermanos; que encontréis con qué abrigaros y con qué matar el hambre”, pero no les dais nada para remediar su necesidad corporal, ¿de qué les servirán vuestras palabras? 17 Así es la fe: si no produce obras, está muerta en su raíz.
18 Se puede también razonar de esta manera: tú dices que tienes fe; yo, en cambio, tengo obras. Pues a ver si eres capaz de mostrarme tu fe sin obras, que yo, por mi parte, mediante mis obras te mostraré la fe. 19 ¿Tú crees que hay un único Dios? De acuerdo; también los demonios creen y se estremecen de pavor. 20 ¿No querrás enterarte, presuntuoso de ti, que la fe sin obras es estéril? 21 Y Abrahán, nuestro padre, ¿no alcanzó el favor de Dios mediante las obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? 22 Ves, pues, cómo la fe daba fuerza a sus obras, y cómo las obras hicieron perfecta su fe. 23 Se cumplió así la Escritura que dice: Creyó Abrahán a Dios y esto le valió que Dios le concediera su amistad, y por eso se lo llamó “amigo de Dios”. 24 Resulta, pues, que las obras, y no solamente la fe, intervienen en que Dios restablezca al ser humano en su amistad. 25 Ahí tienes también a Rajab, la prostituta: ¿no fueron sus obras, al hospedar y conducir luego por otro camino a los mensajeros de Josué, las que hicieron que Dios le concediera su amistad? 26 Y es que así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así está muerta también la fe sin obras.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España