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y ahora nuestra alma se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos.

Y era el maná como semilla de culantro, y su color como color de bedelio.

El pueblo se esparcía, y lo recogía, y lo molía en molinos, o lo majaba en morteros, y lo cocía en caldera, o hacía de él tortas; y su sabor era como sabor de aceite nuevo.

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