Romanos 12-14
La Palabra (España)
IV.— LA CONDUCTA CRISTIANA (12,1—15,13)
La nueva vida en Cristo
12 Por el amor entrañable de Dios os lo pido, hermanos: presentaos a vosotros mismos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios. Ese ha de ser vuestro auténtico culto. 2 No os amoldéis a los criterios de este mundo; al contrario, dejaos transformar y renovad vuestro interior de tal manera que sepáis apreciar lo que Dios quiere, es decir, lo bueno, lo que le es grato, lo perfecto.
3 En virtud del don que me ha sido otorgado me dirijo a todos y a cada uno de vosotros para que a nadie se le suban los humos a la cabeza, sino que cada uno se estime en lo justo, conforme al grado de fe que Dios le ha concedido. 4 Pues así como nuestro cuerpo, que es uno, consta de muchos miembros, y cada uno desempeña su cometido, 5 de la misma manera nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y en ese cuerpo cada uno es un miembro al servicio de los demás. 6 Y puesto que tenemos dones diferentes según la gracia que Dios nos ha otorgado, a quien haya concedido hablar en su nombre, hágalo sin apartarse de la fe; 7 el que sirve, que lo haga con diligencia; el que enseña, con dedicación; 8 el que exhorta, aplicándose a exhortar; el encargado de repartir a los necesitados, hágalo con generosidad; el que preside, con solicitud; y el que practica la misericordia, con alegría. 9 No hagáis de vuestro amor una comedia. Aborreced el mal y abrazad el bien. 10 Amaos de corazón unos a otros como hermanos y que cada uno aprecie a los otros más que a sí mismo. 11 Si se trata de esforzaros, no seáis perezosos; manteneos espiritualmente fervientes y prontos para el servicio del Señor. 12 Vivid alegres por la esperanza, animosos en la tribulación y constantes en la oración. 13 Solidarizaos con las necesidades de los creyentes; practicad la hospitalidad; 14 bendecid a los que os persiguen y no maldigáis jamás. 15 Alegraos con los que están alegres y llorad con los que lloran. 16 Vivid en plena armonía unos con otros. No ambicionéis grandezas, antes bien poneos al nivel de los humildes. Y no presumáis de inteligentes. 17 A nadie devolváis mal por mal. Esforzaos en hacer el bien ante cualquiera. 18 En cuanto de vosotros dependa, haced lo posible por vivir en paz con todo el mundo. 19 Y no os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos; dejad que sea Dios quien castigue, según dice la Escritura:
A mí me corresponde castigar;
yo daré a cada cual su merecido
—dice el Señor—.
20 A ti, en cambio, te dice:
Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer;
si tiene sed, dale de beber.
Así harás que su cara le arda de vergüenza.
21 No permitas que te venza el mal, antes bien, vence al mal a fuerza de bien.
El cristiano y la autoridad civil
13 Todos deben acatar la autoridad que preside, pues toda autoridad procede de Dios y las autoridades que existen han sido establecidas por él. 2 Por tanto, los que se oponen a la autoridad se rebelan contra lo que Dios ha dispuesto y recibirán su merecido.
3 Los gobernantes, en efecto, no están para intimidar a los buenos, sino a los malos. ¿Aspiras a no tener miedo de la autoridad? Pues pórtate bien, y sólo elogios recibirás de ella, 4 ya que está al servicio de Dios para hacer el bien. Pero, si te portas mal, teme lo peor, pues no en vano está dotada de poderes eficaces al servicio de Dios para castigar severamente a los que hacen el mal. 5 Es preciso, por tanto, que acatéis la autoridad, y no sólo por miedo al castigo, sino como un deber de conciencia. 6 Dígase lo mismo de los impuestos que pagáis; quienes os los exigen son como representantes de Dios, dedicados precisamente a ese cometido. 7 Dad a cada uno lo que le corresponda, lo mismo si se trata de impuestos que de contribuciones, de respeto que de honores.
Invitación al amor y a la buena conducta
8 Si con alguno tenéis deudas, que sean de amor, pues quien ama al prójimo ha cumplido la ley. 9 Porque el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no codiciarás y cualquier otro posible mandamiento se resume en estas palabras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10 El que ama no hace daño al prójimo; o sea, que el amor constituye la plenitud de la ley.
11 Conocéis, además, el momento especial en que vivimos: que ya es hora de despertar del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca de nosotros que cuando empezamos a creer. 12 La noche está avanzada, el día a punto de llegar. Así que renunciemos a las obras de las tinieblas y equipémonos con las armas de la luz. 13 Comportémonos con el decoro de quien vive en pleno día: nada de orgías ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de contiendas ni envidias. 14 Al contrario, revestíos de Jesucristo, el Señor, y no fomentéis las desordenadas apetencias de la humana naturaleza.
Condescendencia y apoyo mutuo
14 Acoged a los que tienen una fe poco formada y no os enzarcéis en cuestiones opinables. 2 Algunos creen que se puede comer de todo; otros, en cambio, tienen la fe poco formada y sólo comen alimentos vegetales. 3 Quien come de todo, que no desprecie a quien se abstiene de comer ciertos alimentos; y el que no come ciertos alimentos, que no critique al que come de todo, pues ambos han sido acogidos por Dios. 4 ¿Quién eres tú para erigirte en juez de alguien que no está bajo tu dominio? Que se mantenga en pie o que caiga es algo que incumbe solamente a su amo. Y no cabe duda de que se mantendrá en pie, pues le sobra poder al Señor para mantenerlo.
5 Algunos dan especial importancia a ciertos días mientras que otros piensan que todos los días son iguales. Actúe cada uno conforme al dictamen de su propia conciencia. 6 El que piensa que hay que celebrar determinadas fechas, con intención de honrar al Señor lo hace. Y el que come de todo, también lo hace para honrar al Señor; de hecho, da gracias a Dios por ello. De la misma manera, el que se abstiene de comer ciertos manjares, lo hace para honrar al Señor, y también da gracias a Dios.
7 Nadie vive ni muere para sí mismo. 8 Si vivimos, para el Señor vivimos; si morimos, para el Señor morimos. Así pues, en vida o en muerte, pertenecemos al Señor. 9 Para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. 10 ¿Cómo te atreves, entonces, a erigirte en juez de tu hermano? ¿Quién eres tú para despreciarlo? Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios, 11 pues dice la Escritura:
Por mi vida, dice el Señor,
que ante mí se doblará toda rodilla,
y todos reconocerán la grandeza de Dios.
12 En una palabra, cada uno de nosotros habrá de rendir cuentas a Dios de sí mismo.
Convivir en paz y armonía
13 Por tanto, dejemos ya de criticarnos unos a otros. Proponeos, más bien, no ser para el hermano ocasión o motivo de pecado. 14 Apoyado en Jesús, el Señor, estoy plenamente convencido de que nada es en sí mismo impuro; una cosa es impura sólo para aquel que la considere como tal. 15 Claro que si, por comer un determinado alimento, haces daño a tu hermano, ya no es el amor la norma de tu vida. ¡Triste cosa sería hacer que perezca por cuestiones de alimentos alguien por quien Cristo ha muerto! 16 No permitáis, pues, que se os critique por algo que en sí mismo es bueno. 17 El reino de Dios no consiste en lo que se come o en lo que se bebe; consiste en una vida recta, alegre y pacífica que procede del Espíritu Santo. 18 Quien sirve así a Cristo, agrada a Dios y se granjea la estima humana.
19 Así que busquemos con afán lo que contribuye a la paz y a la convivencia mutua. 20 ¿Por qué destruir la obra de Dios por una cuestión de alimentos? Todo lo que se come es bueno, pero se convierte en malo para quien, al comerlo, pone a otro en ocasión de pecado. 21 Más vale, pues, que te abstengas de carne, de vino o de cualquier otra cosa, antes que poner a tu hermano en trance de pecar. 22 La fe bien formada que tú tienes, resérvala para tus relaciones personales con Dios. ¡Dichoso el que puede tomar una decisión sin angustias de conciencia! 23 Pero quien tiene dudas de si un alimento está prohibido o permitido y, sin embargo, lo come, se hace culpable al no proceder conforme al dictamen de su conciencia. Pues todo lo que se hace con mala conciencia es pecado.
La Palabra, (versión española) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España