Bible in 90 Days
La esclavitud (1.1—12.51)
Los egipcios esclavizan a Israel
1 1-5 Cuando Jacob llegó a Egipto, iba acompañado de sus hijos Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser. Todos ellos llegaron con sus propias familias, y eran un total de setenta personas. José ya vivía en Egipto. 6 Pasado el tiempo murieron Jacob, José y todos los que habían llegado a Egipto. 7 Pero, como habían tenido muchos hijos, sus descendientes llegaron a ser un pueblo muy fuerte y numeroso. ¡Por todo Egipto había israelitas!
8 Años después, hubo un nuevo rey. Como ese rey no sabía nada de lo que José había hecho para ayudar a Egipto, 9 le dijo a su pueblo:
«Fíjense en los israelitas. Ya son más fuertes que nosotros, 10 y si no los manejamos con cuidado, van a seguir aumentando. Entonces, cuando haya guerra, se unirán a nuestros enemigos, pelearán contra nosotros, y luego se irán del país».
11 Para humillar a los israelitas, los egipcios los pusieron a las órdenes de capataces, y los obligaron a construir las ciudades de Pitón y Ramsés. En esas ciudades el rey de Egipto guardaba sus provisiones. 12 Pero mientras más maltrataban los egipcios a los israelitas, más crecían ellos en número.
Tanto era el miedo que los egipcios sentían frente a los israelitas, 13-14 que los trataban con mucha crueldad y los hacían trabajar muy duro. Hasta los pusieron a mezclar barro para hacer ladrillos, y también a trabajar en el campo.
El rey ordena matar a los niños israelitas
15 Había en Egipto dos mujeres que ayudaban a las madres israelitas cuando iban a tener un hijo. Una de ellas se llamaba Sifrá, y la otra se llamaba Puá. Las dos eran hebreas. El rey de Egipto las llamó y les dijo:
16 —Cuando ustedes ayuden a las hebreas a tener sus hijos, fíjense si nace un niño o una niña. Si les nace una niña, déjenla vivir; si les nace un niño, ¡mátenlo![a]
17 Pero Sifrá y Puá respetaban a Dios, así que no obedecieron las órdenes del rey. 18 Entonces el rey las mandó a llamar y les preguntó:
—¿Qué les pasa? ¿Por qué están dejando con vida a los niños?
19 Las dos mujeres le respondieron:
—Es que las mujeres israelitas no son como las egipcias. Al contrario, son tan fuertes y saludables que tienen sus hijos ellas solas, sin nuestra ayuda.
20-21 Como Sifrá y Puá honraron a Dios, él las trató bien y les permitió tener muchos hijos. Y como los israelitas seguían haciéndose más numerosos, 22 el rey de Egipto le ordenó a todo su pueblo: «¡Echen al río a todos los niños israelitas que nazcan, para que se ahoguen, pero dejen con vida a las niñas!»
El nacimiento de Moisés
2 Un hombre y una mujer se casaron. Los dos eran de la tribu de Leví. 2 Tiempo después ella quedó embarazada y tuvo un hijo. Al ver la madre que el niño era tan hermoso, lo escondió durante tres meses. 3 Como no pudo seguir escondiéndolo, tomó una canasta de juncos, le tapó las rendijas con asfalto y pasta de resina, y puso al niño adentro; después fue y dejó la canasta entre los juncos que crecían a la orilla del río Nilo. 4 Sin embargo, la hermana del niño se quedó a cierta distancia, para ver qué pasaba con él.
5 Más tarde, la hija del rey de Egipto bajó a bañarse al río. Mientras caminaba por la orilla con sus sirvientas, vio la canasta en medio de los juncos y mandó a una de sus sirvientas que fuera a traerla. 6 Cuando abrió la canasta, y vio al niño llorando, le dio lástima. Sorprendida gritó: «¡Es un niño israelita!»
7 En ese momento la hermana del niño salió y le dijo a la princesa:
—¿Quiere Su Majestad que llame a una mujer israelita para que alimente y cuide al niño?
8 Y ella contestó:
—Anda, ve a llamarla.
La hermana fue y llamó a su mamá. 9 Cuando la madre llegó, la princesa le dijo:
—Llévate a este niño a tu casa. Aliméntalo y cuídalo por mí, y yo te lo pagaré.
La madre se llevó al niño y lo cuidó. 10 Cuando el niño creció, se lo llevó a la princesa. Entonces ella lo adoptó como su propio hijo y le puso por nombre «Moisés», que quiere decir «Yo lo saqué del agua».
Moisés huye de Egipto
11 Años después, cuando Moisés ya era adulto, fue al lugar donde los hombres de su pueblo trabajaban como esclavos. De pronto vio que un egipcio maltrataba a un israelita; 12 miró a todos lados, y como no vio a nadie, mató al egipcio y lo enterró en la arena.
13 Al día siguiente Moisés volvió a salir, y al ver que dos israelitas se estaban peleando, le dijo al que golpeaba al otro:
—¿Por qué le pegas a uno de tu propio pueblo?
14 Aquél le respondió:
—¿Y quién te ha dicho que tú eres nuestro jefe o nuestro juez, y que puedes mandarnos? ¿Acaso piensas matarme como mataste al egipcio?
Al oír esto, Moisés se llenó de miedo y dijo: «Seguramente ya se supo que maté al egipcio».
15 En efecto, como el rey de Egipto se había enterado del asunto, mandó a buscar a Moisés para matarlo. Pero Moisés huyó y se fue a un lugar llamado Madián. Cuando llegó allá, se sentó a descansar junto a un pozo de agua.
16 Poco después llegaron siete muchachas a sacar agua para darles de beber a sus ovejas. Todas ellas eran hijas de Jetró, el sacerdote de Madián. 17 También llegaron unos pastores y les dijeron a las muchachas que se fueran de allí. Pero Moisés las defendió, y dio de beber a las ovejas.
18 Cuando las muchachas llegaron a su casa, su padre les preguntó:
—¿Por qué volvieron tan temprano?
19 Ellas le respondieron:
—Resulta que un egipcio nos defendió de unos pastores. Y no sólo eso, ¡sino que también sacó agua del pozo y dio de beber a las ovejas!
20 —¿Y dónde está? —les preguntó su padre. ¿Por qué lo dejaron solo? ¡Vayan, invítenlo a comer con nosotros!
21 Durante la comida, Jetró invitó a Moisés a quedarse a vivir con ellos, y él aceptó. Tiempo después, Jetró dejó que su hija Séfora se casara con Moisés. 22 Cuando Séfora tuvo un hijo, Moisés le puso por nombre Guersón, que quiere decir «extranjero», pues dijo: «Aquí soy sólo un extranjero».
Dios se preocupa por los israelitas
23 Muchos años después murió el rey de Egipto. Sin embargo, los israelitas seguían quejándose, pues sufrían mucho como esclavos. 24-25 Pero Dios vio sus sufrimientos y escuchó sus gritos de dolor, y se acordó del pacto que había hecho con los antepasados de los israelitas, es decir, con Abraham, Isaac y Jacob.
Dios llama a Moisés
3 Moisés cuidaba las ovejas de su suegro Jetró, que era sacerdote de Madián. Un día, Moisés llevó las ovejas por el desierto y llegó hasta la montaña de Dios que se llama Horeb. 2 Allí Dios se le apareció en medio de un arbusto que ardía en llamas. A Moisés le sorprendió ver que el arbusto estaba en llamas, pero no se quemaba. 3 Y dijo: «¡Qué extraño! ¡Voy a ver por qué no se quema ese arbusto!»
4 Cuando Dios vio que Moisés se acercaba, le gritó:
—¡Detente Moisés!
Moisés contestó:
—¡Qué pasa, Señor!
5 Dios le dijo:
—¡No te acerques más! ¡Quítate las sandalias, porque estás en mi presencia! 6 Yo soy el Dios de tus antepasados; yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Al oír esto, Moisés no se atrevió a mirar a Dios y se tapó la cara. 7-9 Pero Dios siguió diciéndole:
—Yo sé muy bien que mi pueblo Israel sufre mucho porque los egipcios lo han esclavizado. También he escuchado sus gritos pidiéndome ayuda, y he visto que sus capataces los maltratan mucho. Por eso he venido a librarlos del poder egipcio. Los voy a llevar a una región muy grande y rica; ¡tan rica que siempre hay abundancia de alimentos! Es Canaán, país donde viven pueblos que no me conocen. 10 Así que prepárate, pues voy a mandarte a hablar con el rey de Egipto, para que saques de ese país a mi pueblo.
11 Moisés contestó:
—¿Y quién soy yo para ir ante él y decirle: “Voy a sacar de aquí a los israelitas”?
12 Dios le dijo:
—¡Moisés, yo estaré contigo en todo momento! Y para que sepas que yo soy quien te envía, voy a darte una señal: Después de que hayas sacado a los israelitas, todos ustedes me adorarán en este mismo lugar.
13 Moisés respondió:
—Pero si voy y les digo a los israelitas: “Nuestro Dios, es decir, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me ha enviado a libertarlos”, seguramente van a decirme: “A ver, dinos cómo se llama”. Y entonces, ¿qué les voy a responder?
14-16 Dios le contestó:
—Diles que soy el Dios eterno, y que me llamo Yo soy. Diles a todos que yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, los antepasados de ustedes.
»Así que ve a Egipto y reúne a los jefes de Israel. Cuéntales que yo, su Dios, me aparecí ante ti, y que sé muy bien cómo sufren en Egipto. 17 Diles que les prometo librarlos de su esclavitud, sacarlos de Egipto, y llevarlos a Canaán, país donde viven pueblos que no me conocen. ¡Es un país tan rico que siempre hay abundancia de alimentos!
18 »Yo sé que los jefes te harán caso, así que tú y ellos se presentarán ante el rey de Egipto y le dirán: “Nuestro Dios ha venido a encontrarnos. Queremos que Su Majestad nos deje ir al desierto, hasta donde lleguemos en tres días. Allí adoraremos a nuestro Dios y le presentaremos ofrendas”.
19 »Claro, yo sé que el rey no va a dejarlos ir, pero lo obligaré a hacerlo. 20 Usaré mi poder y haré cosas increíbles, con las que destruiré a los egipcios. Sólo entonces los dejará ir. 21 Además, haré que los egipcios les hagan muchos regalos; así ustedes no saldrán de Egipto con las manos vacías. 22 Todas las israelitas irán a ver a sus vecinas egipcias y a las que vivan con ellas, y les pedirán joyas de plata y de oro. También les pedirán ropa, y con ella vestirán a sus hijos y a sus hijas. Las egipcias no les negarán nada. Así los egipcios se quedarán sin nada de valor.
4 Sin embargo, Moisés le dijo a Dios:
—Los jefes de Israel no van a creer que te he visto, así que tampoco van a obedecerme.
2 Entonces Dios le preguntó:
—¿Qué tienes en tu mano?
—Una vara —contestó Moisés.
3 —Tírala al suelo —ordenó Dios.
Moisés tiró la vara al suelo, y ésta se convirtió en una serpiente. Moisés trató de apartarse de ella, 4 pero Dios le dijo:
—Ahora extiende la mano y agarra la serpiente por la cola.
Moisés extendió la mano para agarrarla y, en cuanto la tocó, la serpiente se convirtió otra vez en una vara. Entonces Dios le dijo:
5 —Haz esto mismo delante de los jefes de Israel. Cuando ellos vean que la vara se convierte en serpiente, creerán que me has visto a mí, que soy el Dios de sus antepasados. 6-8 Pero si no te creen ni te obedecen, dales otra prueba: Mete la mano entre tu ropa y tócate el pecho; luego vuelve a sacarla.
Moisés lo hizo así, y cuando sacó la mano, vio que estaba llena de llagas, pues tenía lepra. Dios le dijo:
—Vuelve a meter tu mano entre la ropa.
Moisés obedeció, y cuando la sacó vio que ya estaba sana. Dios le dijo:
9 —Si después de ver estas dos señales no te creen ni te obedecen, ve al río Nilo, saca agua de allí, y derrámala en el suelo. Enseguida el agua se convertirá en sangre.
10 Sin embargo, Moisés le dijo a Dios:
—¡Pero es que yo no sé hablar bien! Siempre que hablo, se me traba la lengua, y por eso nadie me hace caso. Este problema lo tengo desde niño.
11 Dios le contestó:
—Escúchame, Moisés, ¡soy yo quien hace que hables o que no hables! ¡Soy yo quien hace que puedas oír o que no oigas nada! ¡Soy yo quien puede hacerte ver, o dejarte ciego! 12 Anda, ponte en marcha a Egipto, que yo te ayudaré a que hables bien, y te enseñaré lo que debes decir.
13 Pero Moisés dijo:
—Dios mío, te ruego que envíes a otra persona.
14 Entonces Dios se enojó con Moisés y le dijo:
—¡Pues ahí tienes a tu hermano Aarón, el sacerdote de la tribu de Leví! Aarón habla muy bien, y sabe convencer a la gente. Además, ya ha salido a tu encuentro, y se alegrará de verte. 15-16 Tú dile a Aarón todo lo que te he mandado decir, para que él se lo diga al pueblo por ti. De ese modo, Aarón hablará en tu lugar, así como tú hablas en lugar mío. Yo, por mi parte, les ayudaré a hablar y les enseñaré lo que deben hacer. 17 Anda, toma la vara y haz con ella lo que te he ordenado hacer.
18 Moisés volvió entonces a donde estaba su suegro Jetró, y le dijo:
—Déjame regresar a Egipto. Quiero ver si todavía siguen con vida los israelitas.
Jetró le dijo:
—Vete tranquilo. Espero que te vaya bien.
Moisés regresa a Egipto
19 Moisés todavía estaba en Madián cuando Dios le dijo:
—Regresa a Egipto, pues ya han muerto todos los que querían matarte.
20 Entonces Moisés montó en un burro a su esposa y a sus hijos, y emprendió el camino de regreso a Egipto. En la mano llevaba la vara que Dios le había dado. 21 Ya Dios le había dicho:
«Cuando llegues a Egipto, haz delante del rey todas las maravillas que te he ordenado hacer con la vara. Yo haré que el rey se ponga terco y no deje salir al pueblo. 22 Entonces tú le dirás de mi parte: “Yo soy Dios, y amo al pueblo de Israel como si fuera mi primer hijo. 23 Por eso te he ordenado que lo dejes salir para que me adore. Como no lo has dejado ir, ahora voy a quitarle la vida a tu primer hijo”».
24 En el camino a Egipto, Moisés y su familia se detuvieron en un lugar para pasar la noche. Allí Dios estuvo a punto de quitarle la vida a Moisés, 25-26 pero Séfora tomó un cuchillo y circuncidó a su hijo; luego, con el pedazo de piel que le cortó, le tocó los genitales a Moisés, y le dijo: «Con la sangre de mi hijo quedas protegido».
Cuando Dios vio lo que había hecho Séfora, dejó con vida a Moisés.
Moisés y Aarón hablan al pueblo
27 Dios le dijo a Aarón:
—Ve al desierto, para recibir a Moisés.
Aarón fue entonces a la montaña de Dios. Al encontrarse con Moisés, lo saludó con un beso. 28 Entonces Moisés le contó a Aarón todas las señales grandes y terribles que Dios le había ordenado hacer en Egipto, y todo lo que le había mandado decir. 29 Después los dos fueron y reunieron a los jefes de Israel, 30 y Aarón les contó lo que Dios le había dicho a Moisés, quien por su parte hizo delante de ellos las señales que Dios le había mandado hacer. 31 Los israelitas le creyeron a Moisés, y cuando oyeron que Dios iba a ayudarlos, se inclinaron hasta el suelo y adoraron a Dios.
Moisés y Aarón hablan con el rey de Egipto
5 Después de hablar con los israelitas, Moisés y Aarón fueron a ver al rey de Egipto y le dijeron:
—El Dios de los israelitas, envía este mensaje a Su Majestad: “Deja que mi pueblo Israel vaya al desierto, para que haga allí una fiesta en mi honor”.
2 Pero el rey contestó:
—¿Y quién es ese Dios? ¿Por qué tendría yo que obedecerlo? ¡No conozco a ningún Dios de los israelitas, ni tampoco voy a dejar que ustedes se vayan!
3 Moisés y Aarón le dijeron:
—Pues él es nuestro Dios y ha venido a ayudarnos. Tenemos que ir al desierto, hasta donde lleguemos en tres días, y presentarle allí nuestras ofrendas. Si no lo hacemos así, tal vez nos castigue con alguna enfermedad, o nos haga morir en la guerra.
4-5 Pero el rey les contestó:
—¡Mejor vayan a trabajar! ¡Miren a cuánta gente están distrayendo!
6 Ese mismo día el rey les ordenó a los capataces y a los jefes de trabajo:
7 «Ya no les den paja a los israelitas para los ladrillos que tienen que hacer. Déjenlos que vayan ellos a recogerla. 8 Pero exíjanles que hagan la misma cantidad de ladrillos; ¡ni uno menos! Estos israelitas son unos haraganes; por eso andan gritando que los dejemos ir al desierto para adorar a su Dios. 9 Ustedes háganlos trabajar más todavía. Manténgalos tan ocupados que no tengan tiempo de creer en las mentiras de Moisés y de Aarón».
10 Los capataces y los jefes de trabajo fueron a decirles a los israelitas:
«El rey de Egipto nos manda a decirles que ya no vamos a darles paja para los ladrillos, 11 sino que ustedes tienen que ir a buscarla y recogerla donde puedan. Pero deben entregar la misma cantidad de ladrillos de siempre».
Los israelitas se quejan ante el rey de Egipto
12 Los israelitas recorrieron todo Egipto en busca de hierba seca, para usarla en lugar de la paja que antes les daban. 13 Los capataces les decían: «¡Apúrense! Cada día tienen que entregar la misma cantidad de ladrillos que hacían cuando se les daba paja».
14 Pero como no podían hacerlo, los capataces golpeaban a los jefes israelitas que habían puesto para vigilar el trabajo. Les decían: «Ya van tres días que no han entregado la misma cantidad de ladrillos».
15 Entonces los jefes israelitas fueron a quejarse ante el rey. Le dijeron:
—¿Por qué nos trata así Su Majestad? 16 Su gente no sólo nos exige que hagamos ladrillos, sino que ni siquiera nos da paja, y para colmo nos golpea. Si no estamos entregando la misma cantidad de ladrillos, es por culpa de ellos.
17 Pero él les contestó:
—¡Haraganes! ¡Son unos haraganes! Me piden que los deje ir a adorar a su Dios, pero lo que quieren es dejar de trabajar. 18 Así que regresen a su trabajo. Y aunque no voy a darles paja, ustedes deberán entregar la misma cantidad de ladrillos.
19 Esta respuesta del rey significaba un gran problema para los jefes israelitas, 20 así que cuando se encontraron con Moisés y Aarón, que estaban esperándolos afuera, 21 les dijeron:
—¡Que Dios los castigue por el mal que nos han hecho! Ahora el rey y su gente nos odian más que antes. ¡Ustedes les han dado un pretexto para que nos maten!
22 Entonces Moisés le reclamó a Dios:
—Dios mío, ¿para esto me enviaste? ¿Sólo para hacer sufrir a tu pueblo? 23 Desde que vine a Egipto y le di al rey tu mensaje, él no ha dejado de maltratar a tu pueblo; sin embargo, tú todavía no nos has liberado.
6 1-2 Dios le contestó:
—De tal modo voy a castigar al rey de Egipto, que él mismo les pedirá que abandonen su país. Yo soy tu Dios. 3 Tus antepasados me conocieron con el nombre de Dios todopoderoso, pero no por mi verdadero nombre, que es Yo soy. 4 Yo me comprometí a darles el país de Canaán, donde antes vivieron como extranjeros, 5 y ahora que he escuchado los gritos de dolor de los israelitas por el maltrato de los egipcios, me he acordado del compromiso que tengo con mi pueblo.
6-8 »Así que ve y diles a los israelitas que yo, su Dios, los voy a sacar de Egipto, y que los haré descansar de los trabajos tan pesados que ahora tienen que hacer. Los llevaré al país que prometí a Abraham, a Isaac y a Jacob, y que de ahora en adelante será de ustedes. Así sabrán que yo fui quien los libró de su esclavitud en Egipto, y serán mi pueblo y yo seré su Dios. Pero a los egipcios los castigaré con mi gran poder. Todo esto lo haré porque yo soy el Dios de ustedes.
9 Moisés les contó a los israelitas todo lo que Dios le había dicho, pero ellos estaban tan desanimados y con tanto trabajo que no le hicieron caso. 10 Entonces Dios le dijo a Moisés:
11 —Ve y dile al rey de Egipto que deje salir de su país a los israelitas.
12 Moisés contestó:
—Si ni siquiera los israelitas me hicieron caso, mucho menos el rey. Además, soy muy torpe para hablar.
13 Entonces Dios les dio instrucciones precisas a Moisés y a Aarón: tenían que hablar con el rey de Egipto y con los israelitas, y también sacar de Egipto a su pueblo.
Las familias israelitas
14 Los jefes de las familias israelitas fueron los siguientes:
De las familias de la tribu de Rubén:
Hanoc,
Falú,
Hesrón,
Carmí.
15 De las familias de la tribu de Simeón:
Jemuel,
Jamín,
Óhad,
Jaquín,
Sóhar,
Saúl, hijo de una mujer de Canaán.
16-27 De las familias de la tribu de Leví:
Guersón,
Quehat,
Merarí.
De los hijos de Guersón:
Libní,
Simí.
De los hijos de Quehat:
Amram,
Ishar,
Hebrón,
Uziel.
De los hijos de Merarí:
Mahli,
Musí.
De los hijos de Amram y de Jocabed:
Aarón,
Moisés.
De los hijos de Ishar:
Coré,
Néfeg,
Zicrí.
De los hijos de Uziel:
Misael,
Elsafán,
Sitrí.
De los hijos de Aarón y de Eliseba:
Nadab,
Abihú,
Itamar,
Eleazar.
De los hijos de Coré:
Asir,
Elcaná,
Abiasaf.
Leví vivió ciento treinta y siete años.
Amram también vivió ciento treinta y siete años. Sus hijos Aarón y Moisés son los mismos que recibieron de Dios la orden de hablar con el rey para sacar de Egipto a los israelitas.
Aarón se casó con Eliseba, que era hija de Aminadab y hermana de Nahasón.
Eleazar se casó con una de las hijas de Futiel y tuvo con ella un hijo, al que llamaron Finees.
Dios habla con Moisés en Egipto
28 Cuando Dios habló con Moisés en Egipto, 29 le dijo:
—Yo soy tu Dios. Ve y dile al rey de Egipto todo lo que voy a decirte.
30 Pero Moisés respondió:
—El rey de Egipto no va a hacerme caso, pues soy muy torpe para hablar.
7 Entonces Dios le dijo:
—Ante el rey de Egipto tú serás mi representante, y tu hermano Aarón hablará por ti. 2 Tú le dirás a Aarón todo lo que yo te ordene que digas, y luego él se lo repetirá al rey de Egipto, para que deje salir de su país a los israelitas. 3-5 Él no les hará caso, ni los dejará salir, porque yo haré que se ponga terco. Pero serán tantas las señales terribles y asombrosas que haré en Egipto, que él los dejará ir. Descargaré sobre los egipcios todo mi poder, y los castigaré; ¡así le haré justicia a mi pueblo Israel, y lo sacaré de Egipto como un ejército! ¡Esos egipcios van a saber que yo soy el Dios de Israel!
6 Moisés y Aarón hicieron todo tal como Dios se lo había ordenado. 7 Cuando fueron a hablar con el rey de Egipto, Moisés tenía ochenta años, y Aarón ochenta y tres.
Moisés y Aarón hablan con el rey de Egipto
8 Dios les dijo a Moisés y a Aarón: 9 «Cuando el rey de Egipto les pida que hagan algo grande y maravilloso, tú, Moisés, le dirás a Aarón que tome su vara y la tire al suelo delante del rey, para que se transforme en serpiente».
10 Moisés y Aarón fueron a ver al rey de Egipto. Y cuando el rey les pidió que demostraran su poder, ellos hicieron lo que Dios les había ordenado hacer: Aarón tiró su vara al suelo delante del rey y de sus consejeros, y la vara se transformó en serpiente.
11 El rey llamó entonces a sus magos y sabios para que también ellos hicieran lo mismo. 12 Cada uno de ellos tiró al suelo su vara, y todas las varas se transformaron en serpientes; pero la serpiente de Aarón se comió a las otras. 13 A pesar de esto, el rey de Egipto se puso terco y no les hizo caso ni a Moisés ni a Aarón, tal como Dios lo había dicho.
Los diez castigos
Primer castigo: El agua se convierte en sangre
14 Dios habló con Moisés y le dijo:
«El rey de Egipto se ha puesto muy terco y no quiere dejar que mi pueblo Israel se vaya de su país. 15 Así que toma la vara que se transformó en serpiente y ve a encontrarte con él mañana temprano, cuando vaya al río Nilo. 16 Allí le darás este mensaje:
“El Dios de los israelitas, a quien yo represento, me envía a decir a Su Majestad que nos deje salir para que vayamos a adorarlo en el desierto. Como hasta ahora usted no ha querido obedecer, 17 él le dará otra prueba de que es Dios. Cuando yo golpee el río Nilo con la vara, el agua se convertirá en sangre. 18 Los peces del río se morirán, y el agua olerá tan mal que los egipcios tendrán asco de beberla”.
19 »Cuando le hayas dado este mensaje al rey, dile a Aarón que tome su vara y que extienda su brazo sobre todos los ríos, arroyos, lagunas y depósitos de agua de Egipto, para que se conviertan en sangre. ¡Y hasta el agua guardada en los recipientes de piedra y de madera se convertirá en sangre!»
20 Moisés y Aarón hicieron todo lo que Dios les ordenó. Aarón alzó su vara delante del rey y de sus consejeros, y golpeó el agua del río Nilo. Al instante el agua se convirtió en sangre, 21 los peces del río se murieron, y el agua apestaba tanto que los egipcios no podían beberla. ¡Todo el país se llenó de sangre!
22-23 Tal como Dios lo había dicho, el rey se puso terco. Y como también sus magos convirtieron agua en sangre, no les hizo caso a Aarón y a Moisés, y regresó a su casa. 24 Los egipcios no podían beber del agua del río Nilo, así que hicieron pozos en las orillas del río para sacar agua limpia. 25 Siete días después, Dios golpeó el agua del río Nilo.
Segundo castigo: Las ranas llenan el país
8 Entonces Dios le dijo a Moisés:
«Ve a hablar con el rey de Egipto, y dile de mi parte que los deje ir al desierto para que me adoren. 2 Si no los deja ir, yo haré que todo Egipto se llene de ranas. 3-4 Habrá ranas en el río Nilo, y en el palacio del rey, y en las casas de sus consejeros y de todo su pueblo. Se meterán en su habitación y se treparán en su cama; ¡habrá ranas hasta donde amasan su pan!»
5 Moisés fue a hablar con el rey de Egipto, pero como éste no dejó que el pueblo se fuera, Dios le dijo a Moisés: «Dile a Aarón que tome su vara y la extienda sobre los ríos, arroyos y lagunas, para que salgan ranas y llenen todo Egipto».
6 Aarón extendió su brazo sobre todos los depósitos de agua de Egipto, y de allí salieron ranas y llenaron todo el país. 7 También los magos egipcios con su magia hicieron que salieran ranas del agua y que llenaran todo el país. 8 El rey, por su parte, mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo:
—Pídanle a su Dios que quite las ranas, porque ya no las soportamos. Si lo hace, yo dejaré que el pueblo de Israel vaya a ofrecerle sacrificios.
9 Moisés contestó:
—Muy bien, Su Majestad. Ahora dígame cuándo quiere que le pida a Dios por usted, por sus servidores y por su pueblo. Así las ranas se irán de su palacio y se quedarán sólo en el río.
10-11 —¡Que se vayan mañana mismo! —contestó el rey.
—Pues así se hará —dijo Moisés—. Mañana mismo se irán y se quedarán sólo en el río. Ya no molestarán más a los egipcios. Así sabrá Su Majestad que no hay otro Dios como el Dios de Israel.
12 Moisés y Aarón salieron del palacio del rey. Luego Moisés le rogó a Dios que alejara del rey las ranas que había mandado. 13 Dios lo hizo así, y se murieron las ranas que había en las casas, en los patios y en los campos. 14 Los egipcios juntaron en montones las ranas muertas, y todo el país olía muy mal. 15 Pero tal como Dios lo había dicho, en cuanto el rey vio que ya todo había pasado, no les hizo caso, sino que se puso más terco y no dejó salir a los israelitas.
Tercer castigo: El polvo se convierte en mosquitos
16 Entonces Dios le dijo a Moisés: «Dile a Aarón que golpee con su vara el polvo del suelo de Egipto, para que se convierta en mosquitos».
17 Moisés y Aarón hicieron lo que Dios les ordenó. Aarón extendió el brazo y con su vara golpeó el polvo del suelo. Al instante, todo el polvo de Egipto se convirtió en mosquitos que picaban a la gente y a los animales. 18 Los magos de Egipto intentaron hacer lo mismo, pero no pudieron. Y como los mosquitos seguían atacando a la gente y a los animales, 19 los magos fueron a ver al rey y le dijeron: «¡Dios está haciendo todo esto!»
Una vez más, todo sucedió como Dios lo había dicho: El rey de Egipto se puso terco y no les hizo caso ni a Moisés ni a Aarón.
Cuarto castigo: Muchas moscas atacan a Egipto
20 Entonces Dios le dijo a Moisés:
«Levántate mañana muy temprano, y cuando el rey baje al río le saldrás al encuentro y le dirás de mi parte que deje salir a mi pueblo para que vaya a adorarme. 21 Si no los deja ir, yo enviaré muchas moscas para que lo molesten a él, y a sus servidores y a su pueblo. Todas las casas egipcias se llenarán de moscas, y habrá moscas hasta en el suelo. 22-23 Sin embargo, no enviaré moscas sobre la región de Gosén, donde vive mi pueblo; las moscas atacarán a los egipcios, pero no a los israelitas. Esto lo haré mañana mismo. Así sabrá el rey de Egipto, que el Dios de los israelitas está en su país».
24 Y Dios cumplió lo que había anunciado: envió muchísimas moscas, que se metieron en el palacio del rey y en las casas de sus servidores. Todo Egipto se llenó de moscas y quedó arruinado. 25 Al ver esto el rey, mandó a llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo:
—Vayan y adoren a su Dios, pero no salgan del país.
26 Moisés le contestó:
—No creo que debamos hacerlo. A los egipcios no les gustará vernos adorar a nuestro Dios y ofrecerle animales que para ellos son sagrados. Si llegan a vernos haciéndolo, lo más seguro es que nos maten a pedradas. 27 Es mejor que vayamos al desierto, hasta donde lleguemos en tres días, y que allí le ofrezcamos sacrificios a nuestro Dios, tal como él nos lo ha ordenado.
28 El rey contestó:
—Yo los dejaré ir al desierto a ofrecer sacrificios a su Dios, siempre y cuando no se alejen mucho, y le pidan a su Dios por mí.
29 Moisés dijo:
—En cuanto salga yo de aquí, le pediré a Dios que mañana mismo aleje de Egipto las moscas. Pero lo haré siempre y cuando Su Majestad permita, de una vez por todas, que mi pueblo vaya y ofrezca sacrificios a nuestro Dios.
30-31 Moisés salió del palacio y le pidió a Dios que alejara del rey las moscas, y Dios así lo hizo. No quedó una sola mosca. 32 Pero el rey volvió a ponerse terco y no dejó salir a los israelitas.
Quinto castigo: Muere el ganado de Egipto
9 Entonces Dios le dijo a Moisés:
«Ve y dile de mi parte al rey que los deje ir a adorarme. 2 Si no los deja ir, 3 haré que se enferme gravemente todo su ganado. Se enfermarán los caballos, los burros, los camellos, las vacas y las ovejas, y no habrá nada que los cure. 4 Pero al ganado de Israel no le haré ningún daño, así que de los animales de los israelitas no morirá uno solo. 5 ¡Mañana mismo haré que se enferme el ganado de Egipto!»
6 Al día siguiente, Dios hizo que todo el ganado de los egipcios se enfermara gravemente y se muriera; pero del ganado de los israelitas no murió ni un solo animal. 7 Así lo comprobó la gente que el rey de Egipto envió a investigar. Pero aun así, el rey siguió terco y no dejó que los israelitas fueran a adorar a Dios.
Sexto castigo: Los egipcios y sus animales se enferman de llagas
8 Entonces Dios les dijo a Moisés y a Aarón:
«Tomen de un horno un poco de ceniza, y vayan a ver al rey. Cuando estén en su presencia, quiero que tú, Moisés, lances la ceniza al aire. 9 La ceniza se convertirá en un polvo fino, y al caer sobre la gente y sobre los animales de Egipto hará que les salgan llagas en la piel».
10-11 Moisés y Aarón tomaron ceniza y fueron a ver al rey. Cuando estuvieron frente a él, Moisés tomó la ceniza y la lanzó al aire. La ceniza hizo que a todos los egipcios y a sus animales les salieran llagas en la piel. Los magos no pudieron presentarse ante Moisés para hacer lo mismo con su magia, porque aun ellos tenían el cuerpo lleno de llagas. 12 Sin embargo, Dios hizo que el rey se pusiera terco y no quisiera saber nada de Moisés ni de Aarón, tal como Dios se lo había dicho a Moisés.
Séptimo castigo: Dios hace llover granizo sobre Egipto
13 Entonces Dios le dijo a Moisés:
«Levántate muy temprano. Preséntate ante el rey y dile de mi parte que yo, el Dios de los israelitas, le ordeno que deje que mi pueblo vaya a adorarme. 14 De lo contrario, esta vez enviaré todos mis castigos contra todo Egipto. No hay en toda la tierra otro Dios como yo, y se lo voy a demostrar. 15 Si yo lo hubiera deseado, habría castigado a todos los egipcios con una enfermedad tan terrible que ya estarían muertos. 16 Si hasta ahora no lo he hecho, es porque quiero mostrar mi poder, y porque quiero que todos en el país me conozcan.
17 »Dile que si insiste en no dejar salir a mi pueblo, 18 mañana a esta hora dejaré caer unos granizos tan grandes y pesados, como no se han visto en toda la historia de Egipto. 19 Dile que ponga en lugar seguro todo su ganado y todo lo que tenga en el campo, porque el granizo caerá sobre todo hombre y animal, y matará a todo el que no esté en lugar seguro».
20 Al oír esta advertencia de parte de Dios, algunos de los consejeros del rey tuvieron miedo y dejaron que sus sirvientes fueran a ponerse a salvo, y además guardaron todo su ganado en los establos. 21 Pero otros no creyeron y dejaron en el campo a sus sirvientes y al ganado. 22 Entonces Dios le dijo a Moisés: «Levanta al cielo tu brazo, para que lluevan granizos sobre toda la gente, y sobre el ganado y las plantas de Egipto».
23 Con la vara en la mano, Moisés levantó el brazo al cielo. Al instante, Dios dejó caer sobre Egipto truenos, rayos y granizo. 24 ¡Nunca en toda la historia de Egipto se había visto algo parecido! Tan terribles eran la lluvia de granizo y los rayos que caían, 25 que acabaron con gente, ganados y plantas. Los árboles quedaron despedazados, 26-32 y el lino y la cebada destruidos, pues el lino había florecido y la cebada estaba ya en espiga. Sólo se salvaron el trigo y el centeno, porque dan fruto más tarde. Sin embargo, en el territorio de Gosén, donde vivían los israelitas, no cayó un solo granizo. Por eso el rey de Egipto mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo:
—Debo admitir que esta vez he hecho mal. La culpa la tenemos nosotros y no Dios, así que díganle que ya no impediré que los israelitas se vayan. ¡Ya no soportamos más el granizo y los truenos!
Moisés le contestó:
—Voy a demostrarle a Su Majestad que nuestro Dios es el dueño de toda la tierra. En cuanto yo salga de la ciudad, hablaré con él, y ya no habrá más truenos ni granizo. Esto lo haré a pesar de que ni usted ni sus consejeros respetan todavía a Dios.
33 Moisés salió entonces del palacio y de la ciudad, y levantando los brazos le pidió a Dios que quitara los truenos y el granizo. Al momento la lluvia terminó, el granizo dejó de caer, y los truenos ya no se escucharon más. 34 Pero aun cuando todo terminó, el rey siguió haciendo lo malo: tanto él como sus consejeros se pusieron tercos, y no dejaron que se fueran los israelitas. 35 Pero ya Dios había dicho que esto sucedería, y Moisés se lo comunicó al pueblo.
Octavo castigo: Los saltamontes atacan los campos
10 Dios le dijo a Moisés: «Ve y preséntate ante el rey. Yo he hecho que él y sus consejeros se pongan tercos, para mostrarles mi poder mediante señales terribles y asombrosas. 2 Así podrás contarles a tus hijos y a tus nietos todo lo que hice contra los egipcios, y cómo me burlé de ellos, para que sepan que yo soy el Dios de los israelitas».
3 Moisés y Aarón se presentaron ante el rey y le dijeron:
«El Dios de los israelitas me ha enviado a preguntarle hasta cuándo seguirá siendo tan orgulloso. ¿Cuándo lo va a obedecer? Déjenos ir a adorarlo. 4 Si usted no lo hace, mañana Dios enviará sobre su país una nube de saltamontes 5 que cubrirá todo el suelo. Los saltamontes se comerán todas las plantas y todos los árboles que hayan quedado después de la lluvia y el granizo, 6 y llenarán todo el país de Egipto. ¡Nunca los padres ni los abuelos de Su Majestad vieron algo semejante!»
Cuando Moisés salió del palacio, 7 los consejeros egipcios le dijeron al rey: «¿Hasta cuándo vamos a soportar a este hombre? ¡Sólo nos ha traído problemas! Deje Su Majestad que se vaya con su pueblo a adorar a su Dios. ¿No sabe Su Majestad que todo Egipto está en la ruina?»
8 El rey mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo:
—Está bien, vayan a adorar a su Dios. Pero antes, díganme quiénes van a ir.
9 Moisés le contestó:
—Debemos ir todos nosotros, pues vamos a celebrar una fiesta en honor de nuestro Dios. Iremos con todos nuestros jóvenes y ancianos, con nuestros hijos e hijas, y también nos llevaremos nuestras ovejas y vacas.
10 Con tono burlón, el rey le dijo:
—¡Ah sí, cómo no! ¡Y, por supuesto, su Dios los va a acompañar! ¿Acaso creen que voy a dejar que se lleven a sus niños? Ustedes tienen la mala intención de escapar. 11 Pero no va a ser como ustedes quieran. Si realmente quieren adorar a su Dios, vayan sólo los hombres.
Enseguida los egipcios echaron a Moisés y a Aarón fuera del palacio, 12 pero Dios le dijo a Moisés: «Extiende tu brazo y ordena que los saltamontes vengan sobre Egipto y se coman todas las plantas que quedaron después del granizo».
13-14 Moisés obedeció. Al instante, Dios envió sobre el país un viento que, desde el este, sopló todo el día y toda la noche. Ese viento trajo tal cantidad de saltamontes, que a la mañana siguiente todo Egipto estaba cubierto de ellos. ¡Nunca antes se había visto algo así! 15 ¡Ni el suelo podía verse! Los saltamontes se comieron todas las plantas y frutas que habían quedado después del granizo. 16 Muy apurado, el rey llamó a Moisés y a Aarón, y les dijo: «Me he portado muy mal con su Dios y con ustedes. 17 Por favor, perdónenme una vez más y pídanle a su Dios que nos quite esos saltamontes, porque nos están matando. O por lo menos, ¡que los aleje de mí!»
18-19 Moisés salió del palacio y le rogó a Dios por el rey. Entonces Dios hizo que un viento muy fuerte soplara desde el oeste, y el viento se llevó los saltamontes y los arrojó al Mar de los Juncos. ¡Todo Egipto quedó libre de saltamontes! 20 Pero Dios hizo que el rey se pusiera terco y no dejara ir a los israelitas.
Noveno castigo: La gran oscuridad
21 Entonces Dios le dijo a Moisés: «Extiende el brazo hacia el cielo y ordena que todo Egipto se quede a oscuras. Habrá tanta oscuridad que los egipcios podrán sentirla».
22 Moisés extendió su brazo, y durante tres días todo Egipto quedó a oscuras. 23 Todo estaba tan oscuro que los egipcios no podían verse unos a otros, ni dar un paso sin tropezarse. Sin embargo, en todas las casas israelitas sí había luz. 24 Cuando el rey vio esto, llamó a Moisés y le dijo:
—¡Vayan a adorar a su Dios! Pueden llevarse a sus niños, pero dejen aquí sus ovejas y vacas.
25-26 Moisés le contestó:
—De ningún modo. También nuestras vacas y ovejas deben ir con nosotros. No sabemos cuántos sacrificios tendremos que hacer, sino que Dios nos lo dirá cuando lleguemos. Además, también ustedes deben darnos más animales para ofrecérselos a nuestro Dios.
27 Una vez más, Dios hizo que el rey se pusiera terco y no dejara ir a los israelitas. 28 Así que el rey le dijo a Moisés:
—¡Largo de aquí! Y más te vale no volver a presentarte ante mí. Si vuelves por acá, mandaré que te maten.
29 Moisés contestó:
—De acuerdo. Jamás volveré a verte la cara.
Anuncio del décimo castigo
11 Después Dios le dijo a Moisés: «Voy a castigar al rey y a su pueblo una vez más. Después de ese castigo los dejará ir, y hasta los echará de su país para siempre. 2 Tú ve y diles a todos los israelitas, hombres y mujeres, que se preparen para salir y que les pidan a sus vecinos objetos de oro y plata».
3 Dios hizo que los egipcios trataran bien a los israelitas, y tanto ellos como los consejeros mismos del rey respetaban a Moisés.
4 Una vez más, Moisés le dijo al rey:
«Dios me manda decir a Su Majestad que cerca de la medianoche, él recorrerá todo Egipto, 5 y les quitará la vida a todos los hijos mayores de los egipcios. Todos morirán, desde el hijo mayor de Su Majestad, hasta el hijo mayor de la sirvienta que trabaja en el molino. ¡Ni siquiera las primeras crías de los ganados egipcios escaparán de la muerte! 6 Nunca antes han sufrido ustedes una desgracia tan grande, ni nunca más volverán a sufrirla. 7 Y para demostrarles que es Dios quien distingue entre ustedes y los israelitas, de nosotros no morirá ni uno solo de nuestros hijos mayores, ni tampoco una sola de las primeras crías de nuestros animales. Es más, ni siquiera un perro nos ladrará. 8 Toda esta gente que está al servicio de Su Majestad vendrá a verme, y de rodillas me rogará que me vaya de Egipto y me lleve a mi pueblo. Sólo entonces me iré de aquí».
Moisés salió muy enojado del palacio del rey. 9 Entonces Dios le dijo: «El rey no va a hacerles caso. Eso me permitirá seguir haciendo señales terribles y asombrosas en este país».
10 Moisés y Aarón hicieron en presencia del rey todas las señales terribles y asombrosas que Dios les había ordenado hacer, pero el rey se puso terco y no dejó que los israelitas se fueran de Egipto.
Instrucciones para celebrar la cena de la Pascua
12 Cuando Moisés y Aarón aún estaban en Egipto, Dios les dijo:
2 «Este mes será para ustedes el primer mes del año,[b] y el más importante. 3-5 Digan a todos los israelitas que el día diez de este mes cada familia debe apartar un cordero o un cabrito para comérselo. Los animales deben ser machos, de tan sólo un año de edad, y sin ningún defecto. Pero asegúrense de que el animal que elijan alcance para todos, pues cada miembro de la familia debe comer lo acostumbrado. Si alguna familia es muy pequeña como para comerse todo el animal, deberá compartirlo con la familia vecina.
6 »Cuando cada familia haya apartado su animal, deberá guardarlo hasta el día catorce de este mes, y ese día al atardecer lo matará. 7 Una vez que se reúnan para comer, tomarán un poco de sangre del animal y la untarán en el marco de la puerta de la casa. 8 Esa noche comerán la carne del animal asada al fuego, acompañada de pan sin levadura y hierbas amargas. 9 Pero no vayan a comerse la carne cruda o hervida; tienen que asarla al fuego, y comerse la cabeza, las patas y las tripas.
10 »Además, deben comer rápidamente, con la ropa y las sandalias puestas, y la vara en la mano, como si estuvieran apurados por salir. 11 No deben guardar nada para el día siguiente, porque es la fiesta de la Pascua en mi honor; lo que les sobre, deberán quemarlo.
12 »Esa noche recorreré todo Egipto y mataré a todos los hijos mayores de cada familia egipcia, sea hombre o animal. Yo soy el Dios de Israel, y les daré su merecido a los dioses de Egipto. 13 Pero ustedes los israelitas no deben tener miedo; la sangre que van a untar en los marcos de las puertas me servirá de señal. Cuando yo la vea, no les haré ningún daño a sus hijos mayores, sino que pasaré de largo.
14-20 »De ahora en adelante, todos ustedes deberán celebrar esta fiesta en mi honor, para recordar el día en que los saqué de Egipto. La fiesta durará siete días, desde el atardecer del día catorce hasta el atardecer del día veintiuno. En esa semana celebrarán dos reuniones especiales, una en el primer día y otra en el séptimo. Dondequiera que ustedes vivan, durante esos siete días comerán pan sin levadura. Desde el primer día de la fiesta, y hasta el último, no deberán tener en su casa ni un pedacito de masa con levadura. El que coma pan con levadura durante estos siete días, sea extranjero o israelita, será expulsado de entre ustedes. Además, durante esos siete días no deberán hacer ningún trabajo; lo único que podrán hacer es preparar su propia comida. Ésta será una ley permanente».
Los israelitas celebran la cena de la Pascua
21 Moisés llamó a los jefes israelitas y les dijo:
«Vaya cada uno de ustedes a buscar un cordero para su familia, y mátenlo para celebrar la cena de la Pascua. 22 Echen la sangre del cordero en una vasija, tomen luego unas ramas de hisopo y unten con ellas la sangre en los marcos de las puertas de sus casas. Después de esto, nadie deberá salir de su casa hasta el día siguiente. 23 Así, cuando nuestro Dios recorra el país para quitarles la vida a los hijos mayores de los egipcios, verá la sangre en los marcos de las puertas y pasará de largo. Dios no permitirá que muera ninguno de ustedes.
24 »De ahora en adelante, ustedes los israelitas tendrán la obligación de obedecer siempre estas instrucciones que Dios les ha dado. 25 Cuando vivan en la tierra que Dios prometió darles, celebrarán esta misma ceremonia todos los años. 26 Y cuando sus hijos les pregunten qué significa esta fiesta, 27 ustedes les dirán: “Esta cena es la Pascua que celebramos en honor de nuestro Dios. Cuando él recorrió todo Egipto para matar a los hijos mayores de los egipcios, pasó de largo frente a nuestras casas y nos libró de la muerte”».
Cuando Moisés terminó de hablar, todos los israelitas se arrodillaron y adoraron a Dios, 28 y luego hicieron lo que Dios les había ordenado a Moisés y a Aarón.
Décimo castigo: Muerte de los hijos mayores egipcios
29 A la medianoche Dios les quitó la vida a todos los hijos mayores de los egipcios. Murieron todos, desde el hijo mayor del rey, que habría de reinar después, hasta el hijo mayor del que estaba preso en la cárcel. También murieron todas las primeras crías de todos los animales egipcios. 30 Esa noche se levantaron el rey y sus consejeros, y los egipcios lloraban a gritos, pues no había una sola casa donde no hubiera muerto un hijo mayor. 31 Esa misma noche, el rey mandó llamar a Moisés y a Aarón, y les dijo: «¡Váyanse lejos de mi pueblo! ¡Váyanse ustedes y todos los israelitas, y adoren a su Dios como lo han estado pidiendo! 32 ¡Llévense sus ovejas y sus vacas, como lo han pedido, y váyanse de aquí! ¡Y pídanle a Dios que no me castigue!»
33 También los egipcios apuraban a los israelitas, pues pensaban que todos iban a morir. 34 Los israelitas, por su parte, tomaron la masa sin levadura, la envolvieron en sus mantos, y con recipientes y todo se la echaron al hombro. 35 Además, a los egipcios les pidieron ropa y objetos de plata y de oro, tal como lo había ordenado Moisés. 36 Dios hizo que los egipcios trataran bien a los israelitas, y que les dieran todo lo que pedían. Así fue como los israelitas les quitaron a los egipcios todas sus pertenencias.
Los israelitas salen de Egipto
37 Los israelitas viajaron a pie desde el pueblo de Ramsés hasta el pueblo de Sucot. Eran como seiscientos mil varones, más las mujeres y los niños. 38 Al salir, se llevaron una gran cantidad de ovejas y vacas, y también salió con ellos muchísima gente de otros países. 39 Salieron de Egipto con tanta prisa que no tuvieron tiempo ni de preparar comida. Por eso tomaron la masa sin levadura que sacaron de Egipto, y con ella hicieron pan.
40-41 El pueblo de Dios salió de Egipto precisamente el día en que se cumplían cuatrocientos treinta años de haber vivido allí. 42 Toda esa noche Dios estuvo pendiente de ellos para protegerlos y sacarlos a salvo de Egipto. Por eso, y en recuerdo de lo que Dios hizo por ellos, desde entonces ningún israelita duerme durante la celebración de la Pascua.
Más instrucciones acerca de la Pascua
43-49 Dios les dijo a Moisés y a Aarón:
«Cuando celebren la Pascua, deberán seguir estas instrucciones:
»Ningún extranjero que trabaje para ti podrá comer del cordero que se sacrifica en la fiesta.
»Sólo podrán comer del cordero los esclavos comprados con dinero israelita, siempre y cuando hayan sido circuncidados.
»También podrán comer del cordero los extranjeros que vivan entre ustedes, siempre y cuando ellos y todos los hombres de su familia se circunciden antes. Si lo hacen así, serán considerados parte del pueblo y podrán celebrar la Pascua.
»Nadie que no esté circuncidado podrá participar de la cena de la Pascua.
»El cordero deberá comerse dentro de la casa. Fuera de ella no debe salir ni un solo pedacito de carne. Tampoco se le debe quebrar al cordero ni un solo hueso.
»Estas instrucciones deberán obedecerlas tanto los israelitas como los extranjeros que vivan en el país».
50 Los israelitas hicieron todo tal y como Dios se lo ordenó a Moisés y a Aarón, 51 y ese mismo día Dios sacó de Egipto a su pueblo.
Peregrinación por el desierto (13.1—18.27)
La fiesta de los panes sin levadura
13 Dios le dijo a Moisés: 2 «El primer hijo de todo matrimonio israelita será para mí. También serán para mí todas las primeras crías de los animales israelitas».
3 Entonces Moisés les dijo a los israelitas:
«Nunca olviden este día. Con su gran poder, nuestro Dios nos ha sacado de Egipto, donde éramos esclavos. De ahora en adelante, ninguno de ustedes deberá comer en este día pan con levadura. 4-5 Dios les prometió a sus antepasados que les daría el país de Canaán, donde ahora viven otros pueblos. ¡Es un país tan rico que siempre hay abundancia de alimentos!
»Éste es el primer mes del año.[c] Cuando Dios les haya entregado la tierra prometida y ustedes ya vivan allí, en este mismo mes celebrarán, todos los años, la fiesta de los panes sin levadura. 6-7 Durante siete días comerán pan sin levadura, y en el séptimo día harán una fiesta en honor de nuestro Dios. En esos días, nadie que viva en el país deberá tener en su casa levadura o pan con levadura.
8 »En el séptimo día, les dirán a sus hijos: “Esta fiesta la celebramos para recordar lo que Dios hizo por nosotros cuando nos sacó de Egipto. 9 Esta fiesta será para ustedes como una marca en la mano o en la frente. Les hará recordar que Dios, con su gran poder, nos sacó de Egipto. Por eso, nunca deben olvidarse de sus mandamientos. 10 Recuerden que todos los años deberán celebrar esta fiesta en la fecha señalada”.
11 »Cuando Dios les haya entregado el territorio de Canaán, que es el país que les prometió a sus antepasados, 12 ustedes deberán entregarle el primer hijo varón que tengan y el primer macho de sus animales, pues ambos le pertenecen a Dios. 13 En lugar de dar como sacrificio el primer macho de los burros podrán dar en su lugar como ofrenda un cordero. Lo mismo harán ustedes con sus hijos mayores.
14 »Cuando sus hijos les pregunten por qué hacen esos sacrificios, ustedes les dirán: “Con su gran poder, nuestro Dios nos sacó de Egipto, donde éramos esclavos. 15 El rey de ese país se había puesto terco y no nos dejaba salir. Entonces Dios castigó a los egipcios quitándoles la vida a todos sus hijos mayores, y también a las primeras crías de sus animales. Por eso nosotros sacrificamos en su honor el primer macho de nuestros animales, y en lugar de nuestro hijo mayor le damos una ofrenda. 16 Este sacrificio debe ser para ustedes como una marca en el brazo o en la frente, para que recuerden que Dios nos sacó de Egipto con su gran poder”».
Dios guía a los israelitas en su viaje
17 Cuando el rey de Egipto dejó que los israelitas se fueran de su país, Dios mismo les enseñó el camino que debían seguir. No los llevó por la región donde vivían los filisteos, aunque era el camino más corto. Y es que Dios pensó que si los filisteos atacaban a los israelitas, éstos podrían asustarse y regresar a Egipto. 18 Por eso Dios hizo que los israelitas rodearan el camino del desierto que lleva al Mar de los Juncos. Así salieron de Egipto, 19 y Moisés les ordenó llevar con ellos los huesos de José, pues antes de morir, él les había dicho a sus hermanos: «Estoy seguro de que Dios vendrá a ayudarlos; cuando eso pase, llévense de aquí mis huesos».
20 Los israelitas empezaron su viaje en el pueblo de Sucot, y llegaron a Etam, donde comienza el desierto. Allí acamparon. 21-22 En ningún momento Dios los dejó solos. De día los guiaba mediante una nube en forma de columna, y de noche les alumbraba el camino con una columna de fuego.
Los israelitas cruzan el Mar de los Juncos
14 Después Dios le dijo a Moisés:
2 «Diles a los israelitas que regresen y acampen frente a Pi-hahirot, es decir, entre el mar y Migdol, que está exactamente frente a Baal-sefón. 3 Así el rey de Egipto pensará que cuando ustedes llegaron al desierto no supieron qué hacer y decidieron volver. 4 Yo haré que el rey se ponga terco y vaya a perseguirlos. Pero cuando lo haga, destruiré su ejército y le mostraré mi gran poder. Así sabrán los egipcios que yo soy Dios».
Los israelitas hicieron lo que Dios les mandó hacer. 5 Y cuando el rey de Egipto supo que los israelitas se estaban escapando, él y sus asistentes se arrepintieron de haberlos dejado ir, y dijeron: «¡Pero qué locura hemos hecho! ¿Cómo pudimos dejar que los israelitas se fueran? Y ahora, ¿quién va a trabajar por nosotros?»
6-10 Dios hizo que el rey se pusiera terco y saliera con su ejército a perseguir a los israelitas. Enseguida ordenó que le prepararan su carro de guerra, y junto con sus oficiales salió tras ellos. Se llevó seiscientos de los mejores carros de guerra, y todos los demás carros que había en Egipto. Los israelitas, por su parte, habían salido de Egipto cantando victoria.
Poco después, los egipcios alcanzaron a los israelitas en el lugar donde Dios les había ordenado acampar. Cuando los israelitas vieron a lo lejos que el rey y su ejército venían persiguiéndolos, tuvieron mucho miedo y gritaron pidiéndole ayuda a Dios. 11 A Moisés le reclamaron:
—¿Por qué nos sacaste de Egipto? ¿Por qué nos trajiste a morir en el desierto? ¿Acaso no había en Egipto lugar para enterrarnos? 12 ¿No te dijimos que no nos molestaras, y que nos dejaras trabajar para los egipcios? ¡Hubiera sido mejor seguir allá como esclavos, que venir a morir en el desierto!
13-14 Moisés les respondió:
—¡Tranquilos, no tengan miedo! Ustedes no se preocupen, que van a ver cómo nuestro Dios los va a salvar. A esos egipcios que hoy ven, no volverán a verlos nunca más, porque Dios peleará por ustedes.
15 Pero Dios le dijo a Moisés:
—¿Y tú por qué me pides ayuda? ¡Mejor ordena a los israelitas seguir adelante! 16 Toma la vara y extiende tu brazo sobre el mar, para que se abra en dos; así el pueblo podrá pasar por en medio, caminando sobre tierra seca. 17-18 Como yo haré que los egipcios se pongan tercos, ellos van a ir tras ustedes, pero entonces yo los destruiré. Y cuando haya derrotado al rey, y a todos sus ejércitos y carros, los egipcios sabrán que yo soy el Dios de Israel. ¡Voy a demostrarles mi gran poder!
19 Entonces los israelitas avanzaron en dirección al mar. Mientras tanto, el ángel de Dios, que viajaba al frente de ellos, fue y se colocó atrás, quedando entre ellos y los egipcios. Lo mismo hizo la nube en forma de columna, 20 la cual siguió alumbrando el camino a los israelitas, pero dejó en la oscuridad al ejército egipcio. En toda esa noche los egipcios nunca pudieron alcanzar a los israelitas.
21 Moisés, por su parte, extendió su brazo sobre el mar, y Dios hizo que un fuerte viento soplara durante toda la noche. El viento partió el mar en dos, y en medio dejó un camino de tierra seca. 22 El agua formaba dos grandes paredes, una a la derecha y otra a la izquierda. Por ese camino comenzaron a pasar los israelitas.
23 Los egipcios se fueron tras los israelitas por el camino abierto en el mar. Los persiguieron con sus caballos y sus carros de guerra. 24 Pero en la madrugada Dios miró al ejército egipcio desde la columna de nube y fuego, y fue tal el desorden que Dios provocó entre ellos, que se llenaron de pánico. 25 Además, Dios dañó las ruedas de sus carros de guerra, de modo que no podían avanzar. Entonces los egipcios gritaron: «¡Huyamos de los israelitas, pues su Dios está peleando contra nosotros!»
26 Pero Dios le dijo a Moisés: «Extiende tu brazo sobre el mar, para que el agua se vuelva a juntar y cubra a los egipcios y a sus carros».
27 Moisés lo hizo así, y al amanecer el mar se volvió a juntar como antes. Los egipcios trataron de escapar, pero no pudieron hacerlo, porque Dios cubrió con el mar 28 a todo el ejército egipcio y a sus carros de guerra. ¡Ni un solo soldado egipcio quedó con vida! 29 En cambio, los israelitas cruzaron el mar sobre tierra seca, pues el agua formaba dos grandes paredes, una a la derecha y otra a la izquierda.
30 Así fue como aquel día Dios libró a los israelitas. Todos ellos pudieron ver los cuerpos muertos de los egipcios, tendidos a la orilla del mar. 31 Al ver que Dios había derrotado a los egipcios con su gran poder, los israelitas decidieron obedecer a Dios y confiar en él y en Moisés.
Un canto de victoria
15 Entonces Moisés y los israelitas cantaron en honor de Dios este himno:
«Voy a cantar en honor de mi Dios,
pues ha tenido una gran victoria:
¡hundió en el mar caballos y jinetes!
2 »Yo le dedico este himno,
porque él me da fuerza y me salva.
Él es mi Dios;
por eso lo alabo.
Él es el Dios de mi padre;
por eso lo adoro.
3 »¡Mi Dios es el Dios de Israel!
¡Mi Dios es un gran guerrero!
4 Hundió en el mar los carros egipcios,
¡el ejército entero del rey!
¡Mi Dios ahogó en el Mar de los Juncos
a los mejores oficiales de Egipto!
5 ¡Todos ellos se hundieron como piedras
en lo más profundo del mar!
6 »Dios mío,
con tu gran poder destruiste al enemigo,
7 con tu fuerza lo derribaste,
con tu enojo lo quemaste como paja.
8 Soplaste, y el mar se dividió;
en el fondo del mar
el agua dejó de moverse
y formó dos grandes paredes.
9 »Nuestros enemigos pensaron:
“¡Vamos a perseguirlos!
¡Vamos a darles alcance!
¡Vamos a acabar con ellos!
¡Les quitaremos todo lo que tengan,
y nos lo repartiremos!”
10 Pero tú soplaste con fuerza
y los hundiste en el mar.
¡En medio de las aguas poderosas
se hundieron como plomo!
11 »Dios mío,
¡no hay otro Dios como tú!
¡Sólo tú eres grande!
¡Sólo tú eres poderoso!
Tú has hecho grandes maravillas;
tú nos llenas de asombro.
12 Decidiste usar tu gran poder
y la tierra se tragó a los egipcios.
13 »Tanto amas a tu pueblo
que con tu fuerza lo has salvado
y ahora lo vas guiando
al lugar donde has decidido vivir.
14-15 Cuando los filisteos lo sepan,
se llenarán de angustia;
los jefes edomitas y los cananeos
empezarán a temblar de miedo.
16 ¡Todos ellos se llenarán
de angustia y de terror!
»Dios mío,
tu gran poder los dejará espantados,
¡inmóviles como piedras,
hasta que tu pueblo haya pasado!
17 Dios mío,
tú nos llevarás a la montaña
que elegiste para ti,
y allí nos harás vivir para siempre.
¡Tú mismo la hiciste!
¡Tú mismo preparaste allí tu casa!
18 »Dios mío,
tú reinarás hoy, mañana y siempre».
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