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Bible in 90 Days

An intensive Bible reading plan that walks through the entire Bible in 90 days.
Duration: 88 days
Traducción en lenguaje actual (TLA)
Version
2 Crónicas 23:16-35:15

Joiadá hace cambios

16 Después Joiadá les pidió al rey y al pueblo que se apoyaran mutuamente. También les pidió que se mantuvieran fieles a Dios. 17 Entonces todos fueron al templo de Baal y lo derribaron, y destruyeron los altares y los ídolos. En cuanto al sacerdote de Baal, que se llamaba Matán, lo mataron frente a los altares.

18 Joiadá puso soldados bajo las órdenes de los sacerdotes y sus ayudantes, para que vigilaran el templo de Dios. Tiempo atrás, David había organizado a los sacerdotes y a sus ayudantes para que, siguiendo las instrucciones de Moisés, presentaran ofrendas en honor de Dios entre cantos de alegría.

19 Además, Joiadá puso vigilantes en las entradas del templo de Dios, para que sólo dejaran entrar a quien se hubiera preparado debidamente. 20 Luego, reunió a los capitanes, a la gente importante, a los gobernadores y al resto del pueblo, y entre todos llevaron al rey desde el templo hasta el palacio, entrando por el portón superior. Allí lo sentaron sobre el trono, 21 y todo el pueblo hizo fiesta.

Después de la muerte de Atalía, la ciudad vivió tranquila.

Joás es rey de Judá (2 R 12.1-21)

24 Joás tenía siete años cuando comenzó a gobernar. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró cuarenta años. Su madre era de Beerseba, y se llamaba Sibiá. Mientras vivió el sacerdote Joiadá, Joás obedeció a Dios en todo. Se casó con dos mujeres que Joiadá eligió para él, y tuvo muchos hijos e hijas.

Un día, Joás decidió reparar el templo de Dios; reunió a los sacerdotes y a los ayudantes de éstos y les dijo: «Es urgente que vayan por todas las ciudades de Judá y recojan las ofrendas que el pueblo debe dar cada año, para así reparar el templo. ¡Háganlo de inmediato!»

Sin embargo, los ayudantes de los sacerdotes no le dieron importancia a la orden del rey. Entonces Joás mandó llamar a Joiadá, jefe de los sacerdotes, y le reclamó:

«¿Por qué no has enviado a tus ayudantes a recorrer Judá y Jerusalén, para que recolecten la contribución que Moisés y los israelitas acordaron dar para el templo? Recuerda que los hijos de la malvada Atalía robaron muchas cosas del templo de Dios, y que hasta se llevaron nuestros utensilios para adorar a sus dioses falsos».

Entonces, el rey mandó hacer un cofre para que lo pusieran en la entrada del templo de Dios. Luego le anunció a toda la gente de Judá y Jerusalén que debían traerle a Dios la contribución que Moisés había ordenado cuando estaban en el desierto.

10 Al oír esto, todos los jefes del país, y el pueblo en general, se alegraron y llevaron sus ofrendas al cofre hasta llenarlo. 11 Cada día, los ayudantes de los sacerdotes llevaban el cofre a los asistentes del rey. Cuando éstos veían que había mucho dinero, le avisaban al secretario del rey y al asistente del jefe de los sacerdotes para que lo vaciaran. Luego, volvían a colocar el cofre a la entrada del templo; de esa manera, lograron juntar una gran cantidad de dinero.

12 El rey y Joiadá le daban el dinero a los encargados de las reparaciones del templo, y éstos les pagaban a los albañiles y carpinteros, y a los que trabajaban el hierro y el bronce para reparar el templo de Dios. 13 De esta manera, todos trabajaron, y la obra avanzó, hasta que repararon por completo el templo de Dios.

14 Cuando terminaron, le regresaron al rey y a Joiadá el dinero que había sobrado. Con él hicieron utensilios de oro y plata para usarlos en el culto del templo. Y así, mientras Joiadá vivió, se presentaron en el templo sacrificios en honor de Dios.

15 Pero Joiadá envejeció, y al llegar a los ciento treinta años de edad, murió. 16 Y como le había servido bien al pueblo de Israel, a Dios y a su templo, lo sepultaron en la Ciudad de David, en el cementerio de los reyes.

Joás se aleja de Dios

17 Después de la muerte de Joiadá, los jefes de Judá fueron a rendirle homenaje al rey. Ellos empezaron a darle malos consejos, 18 y muy pronto el rey y ellos se olvidaron del templo de Dios, y volvieron a adorar las imágenes de Astarté y otros dioses falsos. Esto hizo que Dios se enojara mucho contra Judá y Jerusalén.

19 Sin embargo, Dios les dio una oportunidad y les envió profetas. Ellos les advirtieron del mal que estaban haciendo, para que volvieran a obedecer a Dios. Pero nadie hizo caso.

20 Entonces el espíritu de Dios le dio un mensaje a Zacarías, hijo del sacerdote Joiadá. Él fue, se subió a una tarima, y le dijo al pueblo:

«Así dice Dios: “¡Ustedes se han buscado su propia ruina, por haber desobedecido mi ley! ¡Por haberme abandonado, ahora yo los abandono a ustedes!”»

21-22 El rey Joás se olvidó del amor que Joiadá siempre le tuvo, y cuando el pueblo quiso deshacerse de Zacarías, él mismo dio la orden de que lo mataran en el patio del templo de Dios.

Cuando Zacarías estaba a punto de morir, dijo: «¡Que Dios los castigue por hacerme esto!»

Muerte de Joás

23-24 Y así sucedió. Un año después, Dios castigó a Joás al permitir que una pequeña parte del ejército sirio derrotara a su gran ejército. Los sirios invadieron Judá y Jerusalén, mataron a todos los jefes del país, y después de robar las pertenencias del pueblo, las enviaron al rey de Siria. 25-26 A Joás lo dejaron gravemente herido; y en cuanto los sirios se retiraron, sus ayudantes, Zabad el amonita y Jozabad el moabita, se vengaron del asesinato de Zacarías y mataron a Joás en su propia cama. Luego lo enterraron en la Ciudad de David, pero no en el cementerio de los reyes.

27 La historia de los hijos de Joás, las muchas profecías que se dijeron contra él, y la manera en que reparó el templo de Dios, están escritas en el «Comentario del libro de los reyes». Amasías, su hijo, reinó en su lugar.

Amasías, rey de Judá (2 R 14.1-20)

25 Amasías tenía veinticinco años cuando comenzó a gobernar. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró veintinueve años. Su madre era de Jerusalén y se llamaba Joadán. Amasías obedeció a Dios, aunque no lo hizo con sinceridad.

Cuando Amasías llegó a ser un rey muy poderoso, mató a todos los que habían asesinado a su padre. Pero no mató a los hijos de los asesinos, sino que obedeció la ley de Moisés que dice: «Los padres no deben morir por culpa de sus hijos, ni los hijos deben morir por culpa de sus padres. Cada persona debe morir por su propio pecado».

Amasías derrota a Edom

Amasías planeaba atacar a los habitantes de Edom, por lo que mandó llamar a todos los hombres mayores de veinte años que pertenecían a las tribus de Judá y de Benjamín. Los organizó de acuerdo a sus familias, y los puso bajo las órdenes de los jefes del ejército. Eligió un total de trescientos mil de los mejores soldados, muy hábiles en el uso de lanzas y escudos. 6-7 Además, contrató a cien mil valientes soldados del reino de Israel, que pertenecían a la tribu de Efraín, y les pagó tres mil trescientos kilos de plata.

Sin embargo, un profeta le trajo este mensaje al rey:

—Dios no te ayudará si usas a esos soldados de Israel. Dios es el que concede la victoria o castiga con la derrota; si tú insistes en reforzar tu ejército con la ayuda de ellos, Dios hará que tus enemigos te derroten.

Pero Amasías le respondió:

—Si les pido que se vayan, no recuperaré los tres mil trescientos kilos de plata que les di.

El profeta le aseguró:

—Dios te dará mucho más que eso.

10-13 Entonces Amasías mandó de regreso a los soldados de la tribu de Efraín. Ellos se enojaron muchísimo, y en su camino de regreso invadieron las ciudades de Judá, desde Samaria hasta Bet-horón; mataron como a tres mil personas, y se llevaron todas sus pertenencias. Luego regresaron a sus casas.

Mientras tanto, Amasías se llenó de valor, y acompañado de su ejército fue al Valle de la Sal y mató a diez mil hombres de Edom. A otros diez mil se los llevaron presos a la cima de una roca alta, y desde allí los echaron abajo. Todos murieron estrellados contra el suelo. 14 Luego Amasías regresó a Jerusalén, y como se llevó consigo varias imágenes de dioses falsos, comenzó a adorarlos y a quemar incienso en su honor.

15 Dios se enojó mucho con Amasías, y envió un profeta con este mensaje para él:

«¿Cómo es posible que ahora adores a dioses que no pudieron vencerte a ti cuando atacaste al pueblo que los adoraba?»

16 Todavía estaba hablando el profeta, cuando el rey lo interrumpió diciendo:

—¡No necesito de tus consejos! ¡Cállate o te mueres!

Por último, el profeta le dijo:

—A pesar de lo que has hecho, no quieres escucharme. No hay duda de que Dios te ha abandonado, y de que va a destruirte.

17 Después de consultar a sus consejeros, Amasías le envió un mensaje a Joás, rey de Israel, en el que le declaraba la guerra. 18 Joás le contestó a Amasías:

«Una vez un pequeño arbusto le mandó a decir a un gran árbol: “Dale tu hija a mi hijo, para que sea su esposa”. Pero una fiera del Líbano pasó y aplastó al arbusto. 19 No hay duda de que has vencido a Edom, y eso hace que te sientas orgulloso. Mejor alégrate en tu triunfo y quédate tranquilo en tu casa. No provoques un desastre, ni para ti ni para Judá».

20 Amasías no le hizo caso a Joás, y como había adorado a los dioses de Edom, Dios decidió castigarlo y permitió que sus enemigos lo derrotaran.

21 El rey Joás no tuvo más remedio que enfrentarse a Amasías en Bet-semes, que está en el territorio de Judá, 22 y los soldados de Joás derrotaron a los de Amasías, quienes huyeron a sus casas.

23 Luego de capturar a Amasías, Joás fue a Jerusalén, y allí derribó ciento ochenta metros de la muralla de la ciudad, desde el Portón de Efraín hasta el Portón de la Esquina. 24 Se apoderó de todo el oro, la plata y los objetos que había en el templo de Dios bajo el cuidado de Obed-edom, y también se adueñó de los tesoros del palacio. Tomó luego varios prisioneros y regresó a Samaria.

25 Amasías, rey de Judá, vivió quince años más que Joás, rey de Israel. 26 Todo lo que hizo Amasías está escrito en el libro de la historia de los reyes de Judá.

27 Algunos hombres planearon matar a Amasías en la ciudad de Jerusalén, porque él se había olvidado de Dios. Entonces Amasías escapó a la ciudad de Laquis, pero lo persiguieron, y allí lo mataron. 28 Su cuerpo fue cargado sobre un caballo y llevado a Jerusalén, la Ciudad de David, donde lo sepultaron en la tumba de sus antepasados.

Ozías, rey de Judá (2 R 14.21-22; 15.1-7)

26 1-3 Después de la muerte de Amasías, su hijo Ozías, a quien también llamaban Azarías, fue nombrado rey por todo el pueblo de Judá. Ozías tenía sólo dieciséis años cuando comenzó a gobernar. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró cincuenta y dos años. Su madre era de Jerusalén, y se llamaba Jecolías.

Ozías reconstruyó la ciudad de Elat y la volvió a hacer parte de Judá. Él obedeció a Dios en todo, al igual que su padre Amasías. El profeta Zacarías le enseñó a Ozías a respetar y amar a Dios; mientras el profeta vivió, Ozías obedeció a Dios, y por eso Dios lo hizo prosperar.

Ozías se declaró en guerra contra los filisteos, y derribó las murallas de las ciudades de Gat, Jabnia y Asdod. En la ciudad de Asdod, así como en otras partes del territorio filisteo, Ozías construyó ciudades para su pueblo.

Dios no sólo ayudó a Ozías a derrotar a los filisteos; también lo ayudó a vencer a los árabes que vivían en Gur-baal, y también a los meunitas. ¡Hasta los amonitas le pagaban impuestos a Ozías!

Ozías llegó a ser muy poderoso, y su fama llegó hasta las fronteras de Egipto. Fortaleció la ciudad de Jerusalén y construyó varias torres: una sobre el Portón de la Esquina, otra sobre el Portón del Valle, y una más sobre la Esquina. 10 Además, cavó muchos pozos y construyó torres[a] en el desierto, pues tenía mucho ganado, tanto en el desierto como en la llanura.

A Ozías le gustaba mucho cultivar la tierra; por eso tenía muchos campesinos que cultivaban los campos y viñedos, tanto en la región montañosa como en sus huertas.

11-15 El ejército de Ozías era muy poderoso, pues tenía un gran número de soldados, estaba bien organizado y tenía las mejores armas. El comandante Hananías les ordenó al secretario Jehiel y al asistente Maasías que hicieran una lista de los soldados. Según esa lista, el ejército estaba organizado en varios grupos militares, y contaba con dos mil seiscientos jefes de familias al mando de trescientos siete mil quinientos soldados poderosos y valientes. Todos ellos estaban armados con escudos, lanzas, cascos, armaduras, arcos y hondas que Ozías mandó hacer. Además, Ozías les ordenó a los hombres más inteligentes de su reino construir máquinas que pudieran disparar flechas y piedras grandes. Ellos las construyeron y las colocaron en las torres y en las esquinas de la muralla de Jerusalén.

Dios hizo tan poderoso a Ozías que su fama se extendió por todas partes.

Ozías desobedece a Dios

16 Ozías llegó a tener tanta fama y poder que se volvió orgulloso, y fue precisamente su orgullo lo que causó su ruina. Llegó a tal punto su orgullo que un día entró en el templo y quiso quemar incienso en el altar, lo cual Dios permitía sólo a los sacerdotes. 17 Pero entonces entró el sacerdote Azarías, junto con ochenta sacerdotes más, y con mucho valor 18 se le enfrentaron al rey y le dijeron:

«Solamente nosotros los sacerdotes podemos quemar el incienso, pues somos descendientes de Aarón y para eso nos eligió Dios. Usted no puede hacerlo, aunque sea el rey, así que ¡salga de inmediato!, pues ha ofendido a Dios, y él lo humillará».

19 Ozías estaba de pie, junto al altar, y a punto de quemar el incienso. Al oír a los sacerdotes, se enojó contra ellos, pero de inmediato, y ante la mirada de todos, su frente se llenó de lepra. 20 Entonces los sacerdotes lo sacaron rápidamente del templo, y hasta el mismo rey se apresuró a salir, pues sabía que Dios lo había castigado.

21 Hasta el día de su muerte, el rey Ozías fue un leproso, y por eso tuvo que vivir en un cuarto separado del resto del palacio. Ni siquiera podía ir al templo de Dios. Por eso su hijo Jotam se encargó de gobernar al pueblo.

22 Toda la historia de Ozías está escrita en el libro del profeta Isaías hijo de Amós.

23 Cuando Ozías murió, lo enterraron en la tumba de sus antepasados, cerca del cementerio de los reyes, pero no fue enterrado en la tumba de los reyes porque había muerto de lepra.

Luego Jotam, su hijo, reinó en su lugar.

Jotam, rey de Judá (2 R 15.32-38)

27 Jotam tenía veinticinco años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dieciséis años. Su madre se llamaba Jerusá, hija de Sadoc. Jotam obedeció a Dios en todo, y aunque siguió el ejemplo de su padre Ozías, no se atrevió nunca a quemar incienso en el templo. Sin embargo, permitió que la gente siguiera adorando a dioses falsos.

Jotam hizo construir el portón superior del templo de Dios y se dedicó a la construcción de la muralla del monte Ófel. Además, construyó ciudades en la zona montañosa de Judá, y torres y fortalezas en los bosques. Derrotó en batalla al rey de los amonitas, y durante tres años seguidos los amonitas le pagaron un impuesto anual de tres mil trescientos kilos de plata, mil toneladas de trigo y mil toneladas de cebada. Y como Jotam se comportó como a Dios le agrada, llegó a ser muy poderoso.

La historia de Jotam y de sus batallas, y la manera en que vivió, está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá.

Jotam tenía veinticinco años cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dieciséis años. Cuando Jotam murió, lo enterraron en la Ciudad de David; Ahaz, su hijo, reinó en su lugar.

Ahaz, rey de Judá (2 R 16.1-20)

28 Ahaz tenía veinte años de edad cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dieciséis años. Pero Ahaz no obedeció a Dios, como sí lo había hecho el rey David. Al contrario, Ahaz siguió el mal ejemplo de los reyes de Israel, pues hizo imágenes de dioses falsos, y en su honor quemó incienso en el valle de Ben-hinom. ¡Incluso quemó a sus hijos y los ofreció en sacrificio! Ésa era la vergonzosa costumbre de los países que Dios había echado lejos de los israelitas.

Ahaz mismo ofrecía sacrificios y quemaba incienso tanto en las colinas como debajo de los árboles en donde se adoraba a los dioses falsos. 5-6 Por esta terrible desobediencia, Dios permitió que el rey de Siria conquistara Judá y se llevara muchos prisioneros a Damasco. También Dios dejó que el rey de Israel los derrotara y matara a mucha gente. En un solo día, Pécah hijo de Remalías mató a ciento veinte mil hombres valientes de Judá. Un soldado de la tribu de Efraín, que se llamaba Zicrí, mató a Maaseías, el hijo del rey. También mató a Azricam, que era el jefe del palacio, y a Elcaná, que era el asistente del rey con mayor autoridad en el reino.

Contando a las mujeres y a los niños, los soldados de Israel se llevaron prisioneras a doscientas mil personas de Judá; además, les quitaron muchísimas cosas y se las llevaron a Samaria.

Cuando el ejército de Israel estaba a punto de entrar en Samaria, un profeta de Dios llamado Oded, le salió al frente y dijo:

«El Dios de sus antepasados está muy enojado contra los de Judá, y por eso ustedes han podido conquistarlos. Sin embargo, han sido tan crueles y violentos con ellos, que ahora Dios les va a pedir cuentas a ustedes. 10 ¿Les parece poco lo que han hecho, que todavía quieren hacer que la gente de Judá y Jerusalén sean sus esclavos y esclavas? ¿No les parece que ya han pecado bastante contra su Dios? 11 ¡Escúchenme! Estos prisioneros son sus parientes; ¡déjenlos libres, antes de que Dios los castigue a ustedes!»

12 Azarías hijo de Johanán, Berequías hijo de Mesilemot, Ezequías hijo de Salum y Amasá hijo de Hadlai, eran los jefes de la tribu de Efraín. Al oír al profeta Obed, se volvieron a los soldados 13 y les dijeron:

«No permitiremos que metan a estos prisioneros en la ciudad; lo que ustedes quieren hacer aumentará nuestras faltas ante Dios, que ya de por sí son muchas, y Dios nos castigará duramente».

14 Entonces los soldados reaccionaron, y delante de aquellos cuatro jefes y de todo el pueblo reunido, dejaron libres a los prisioneros y devolvieron todo lo que habían tomado. 15 Luego los cuatro jefes se encargaron de atender a los prisioneros. Tomaron la ropa y las sandalias, y se las devolvieron a los prisioneros que estaban desnudos. Todos recibieron ropa, comida y bebida, y algunos fueron curados de sus heridas con aceite. Finalmente, montaron en burros a todos los que no podían caminar, y los llevaron a Jericó, donde los entregaron a sus parientes. Después de eso regresaron a Samaria.

16-21 Ahaz siguió desobedeciendo a Dios, y dejó que la maldad creciera en Judá. Por eso Dios volvió a castigar a los de Judá, y permitió que otra vez los edomitas los derrotaran y se llevaran a muchos prisioneros.

También dejó que los filisteos los atacaran, y que se apoderaran de las ciudades que estaban en la llanura y en el desierto del sur; entre ellas estaban las ciudades de Bet-semes, Aialón y Guederot, y también las ciudades de Socó, Timná y Guimzó, junto con los pueblos que las rodeaban.

Entonces Ahaz le pidió ayuda a Tiglat-piléser, que era el rey de Asiria. Incluso le envió como regalo todos los objetos de valor que encontró en el templo de Dios, en su palacio y en las casas de los principales jefes del pueblo. Sin embargo, el rey de Asiria, lejos de apoyarlo, también lo atacó y lo puso en una situación aún más difícil.

22 A pesar de haber sufrido tanto, el rey Ahaz fue aún más desobediente. 23 Llegó al extremo de presentarle sacrificios a los dioses falsos de Damasco, pues pensaba que si esos dioses habían ayudado a los reyes de Siria a vencerlo, también lo ayudarían a él si los adoraba. Pero eso, en vez de ayudarlo, provocó su ruina y la de todo el reino.

24-25 Dios se enojó muchísimo con Ahaz, porque había destrozado los utensilios del templo de Dios, y había mandado a cerrar las puertas del templo. También había construido altares en todas las esquinas de Jerusalén y en las colinas de Judá, para adorar a dioses falsos.

26 Toda la historia de Ahaz, lo que hizo y la manera en que vivió, está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá. 27 Cuando Ahaz murió, lo enterraron en Jerusalén, la Ciudad de David, junto a la tumba de sus antepasados, pero no lo quisieron poner en el cementerio de los reyes de Israel.

Ezequías, su hijo, reinó en su lugar.

Ezequías, rey de Judá (2 R 18.1-3)

29 Ezequías tenía veinticinco años de edad cuando comenzó a gobernar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró veintinueve años. Su madre se llamaba Abí, era hija de Zacarías.

Ezequías obedeció a Dios, tal como lo había hecho el rey David. En el mes de Abib,[b] del primer año de su reinado, Ezequías ordenó que las puertas del templo se abrieran y fueran reparadas. Después reunió a los sacerdotes y a sus ayudantes en el patio que estaba al este del templo, y les dijo:

«Escúchenme con atención: Es urgente que ustedes se preparen para honrar al Dios de sus antepasados y que preparen también su templo. Saquen de allí todo lo que a Dios no le agrada.

»Nuestros antepasados dejaron de adorar a Dios y abandonaron su templo. Desobedecieron a nuestro Dios, pues cerraron las puertas de su templo y dejaron de adorarlo; apagaron las lámparas, dejaron de quemar incienso y no volvieron a presentar ofrendas en su honor.

»Por eso Dios castigó a los habitantes de Judá y de Jerusalén. Fue tan terrible el castigo, que no salíamos de nuestro asombro. Nuestros padres murieron en batalla, y nuestros enemigos se llevaron prisioneros a nuestros hijos, hijas y esposas.

10 »Pero si hacemos un pacto con nuestro Dios, podremos volver a agradarle. 11 Dios los ha elegido a ustedes para que estén siempre a su servicio, y para que lo adoren. Por eso ahora les pido, amigos míos, que no sean perezosos y cumplan con su deber».

Los levitas preparan el templo

12 Ésta es la lista de los ayudantes de los sacerdotes que respondieron al llamado del rey:

De los descendientes de Quehat:

Máhat hijo de Amasai,

Joel hijo de Azarías.

De los descendientes de Merarí:

Quis hijo de Abdí,

Azarías hijo de Jehaleel.

De los descendientes de Guersón:

Joah hijo de Zimá,

Edén hijo de Joah.

13 De los descendientes de Elisafán:

Simrí,

Jehiel.

De los descendientes de Asaf:

Zacarías,

Matanías.

14 De los descendientes de Hemán:

Jehiel,

Simí.

De los descendientes de Jedutún:

Semaías,

Uziel.

15-17 El día primero, del mes de Abib,[c] todos ellos obedecieron al rey, siguiendo las instrucciones de la ley de Dios. De inmediato reunieron a sus parientes, y todos se prepararon para adorar a Dios. Luego los sacerdotes entraron en el templo para prepararlo. Encontraron muchos objetos que no agradaban a Dios, y los sacaron al patio del templo para que los ayudantes los tiraran al arroyo llamado Cedrón.

Tardaron ocho días en preparar la parte de afuera del templo, y otros ocho, para preparar el interior. El día dieciséis del mes de Abib terminaron de hacer todo esto. 18 Luego fueron al palacio del rey Ezequías, y le dijeron:

«Ya terminamos de purificar el templo, incluyendo el altar de los sacrificios, la mesa de los panes y todos los utensilios. 19 También hemos preparado y colocado ante el altar todos los utensilios que desechó el rey Ahaz cuando desobedeció a Dios».

20 Al día siguiente, muy temprano, el rey Ezequías reunió a los jefes más importantes de la ciudad y se fue con ellos al templo de Dios. 21 Llevaron como ofrendas siete toros, siete carneros y siete corderos. También llevaron siete cabritos para pedir perdón a Dios por los pecados de la familia del rey, por los pecados del pueblo de Judá, y para hacer del templo un lugar aceptable para Dios.

El rey entregó los animales a los sacerdotes descendientes de Aarón, para que los sacrificaran sobre el altar de Dios. 22 Y así lo hicieron los sacerdotes. Luego, con la sangre de los animales rociaron el altar. 23-24 Como el rey les había ordenado que presentaran la ofrenda para el perdón del pecado de todo el pueblo, los sacerdotes tomaron los cabritos y le pidieron al rey y a los que estaban reunidos con él, que pusieran las manos sobre los animales. Entonces los sacerdotes mataron a los cabritos y derramaron su sangre sobre el altar.

25-28 Mucho tiempo atrás, Dios les había indicado a David y a los profetas Gad y Natán, que los ayudantes de los sacerdotes debían adorarle con música. Entonces Ezequías les ordenó que se pusieran de pie en el templo de Dios, mientras que los sacerdotes tocaban las trompetas.

Por eso, en cuanto Ezequías dio la orden de que los sacerdotes empezaran a presentar los sacrificios, sus ayudantes comenzaron a tocar los platillos y las arpas, y otros instrumentos de cuerdas. Mientras terminaban de presentar los sacrificios, el pueblo adoraba a Dios de rodillas, el coro cantaba y los demás sacerdotes tocaban las trompetas.

29 Al terminar, el rey y todos los que estaban con él también se arrodillaron y adoraron a Dios. 30 Entonces Ezequías y los principales jefes del pueblo ordenaron a los ayudantes de los sacerdotes que le cantaran a Dios los salmos de David y del profeta Asaf. Ellos obedecieron y cantaron con mucha alegría, y al final también se arrodillaron y adoraron a Dios.

31 Después de esto, Ezequías animó a la gente para que también llevaran al templo de Dios sacrificios y ofrendas de gratitud, como señal de que se habían comprometido a obedecer a Dios. Y todo el pueblo le llevó a Dios, con toda sinceridad, sacrificios y ofrendas de gratitud. 32 Ésta fue la cantidad de animales que presentaron para honrar a Dios: setenta toros, cien carneros, y doscientos corderos. 33 Además, presentaron como ofrenda un total de seiscientas reses y tres mil ovejas, para pedirle a Dios su bendición.

34-35 Cuando Ezequías les ordenó a los ayudantes de los sacerdotes que se prepararan para adorar a Dios, ellos lo hicieron de inmediato; pero los sacerdotes no lo hicieron así. Por eso, y como no había suficientes sacerdotes para ofrecer los sacrificios, sus ayudantes, que eran de la misma tribu, tuvieron que ayudarlos.

Así fue como se volvió a rendir culto a Dios en el templo. 36 Y como Dios los había ayudado para que hicieran todo esto rápidamente, Ezequías y todo el pueblo se llenaron de alegría.

Ezequías celebra la Pascua

30 1-5 La fiesta de la Pascua no pudo celebrarse en el primer mes del año, como Dios lo había ordenado, porque no se habían preparado todos los sacerdotes que se necesitaban para ofrecer los sacrificios.

Entonces el rey Ezequías consultó a los jefes más importantes y a toda la gente de Jerusalén, para ver si les parecía bien celebrar la Pascua en el mes de Ziv[d] de ese año. Y todos estuvieron de acuerdo.

Además, Ezequías mandó una invitación escrita a todos los israelitas; es decir, a los de Judá y a los de Israel, y también a los de la tribu de Efraín y de Manasés. Y así, todo israelita quedó invitado para celebrar la Pascua en el templo de Dios en Jerusalén.

6-10 Los mensajeros fueron entonces por todo el territorio llevando el siguiente mensaje escrito, de parte del rey y de los jefes más importantes:

«Israelitas, sólo ustedes han quedado con vida después del ataque de los reyes de Asiria. Dejen de comportarse con la misma maldad de sus antepasados. ¡Ya es tiempo de que vuelvan a obedecer a Dios!

»Vuelvan a hacer un pacto con el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; vengan al templo que él mismo eligió para vivir allí por siempre, y adórenlo.

»Si lo hacen, Dios dejará de estar enojado con ustedes, y volverá a aceptarlos. No sean tercos como sus antepasados, que por ser infieles a Dios fueron castigados con la derrota ante sus enemigos. Ustedes saben que digo la verdad.

»Si ustedes vuelven a obedecer a Dios, él hará que sus enemigos dejen en libertad a los israelitas que fueron llevados prisioneros. Nuestro Dios es bueno y muy amoroso; si lo buscan, no los rechazará».

Al oír este mensaje, la mayoría de la gente se reía y se burlaba de los mensajeros, 11 aunque hubo algunos de las tribus de Aser, Manasés y Zabulón que se arrepintieron y fueron a Jerusalén. 12 Además, Dios hizo que la gente de Judá sintiera el deseo de obedecer la orden que Dios mismo les había dado por medio del rey y de los principales jefes.

13 Así fue como, en el mes de Ziv, se reunió en Jerusalén una gran cantidad de israelitas para celebrar la fiesta de los panes sin levadura. 14 Lo primero que hicieron fue quitar todos los altares, y los lugares para quemar incienso a los falsos dioses que adoraban en Jerusalén, y tirarlos en el arroyo Cedrón.

15-17 El día catorce del mes de Ziv empezó la celebración de la Pascua. Como muchos no habían cumplido con la ceremonia de preparación, no pudieron matar el cordero de la Pascua y dedicárselo a Dios. Por eso, los ayudantes de los sacerdotes tuvieron que hacerlo en representación de toda esa gente.

Muchos de los sacerdotes y sus ayudantes se sintieron avergonzados por no haberse preparado para la Pascua, y entonces fueron y lo hicieron de inmediato, y presentaron en el templo de Dios las ofrendas indicadas. Luego de esto pudieron hacer su trabajo, siguiendo las instrucciones de la ley de Moisés. Los ayudantes de los sacerdotes sacrificaban los corderos, les pasaban la sangre a los sacerdotes, y éstos la derramaban sobre el altar.

18 Muchos de los que pertenecían a las tribus de Efraín, de Manasés, de Isacar y de Zabulón no se habían preparado para la Pascua, pero de todos modos participaron de la comida de la fiesta. Entonces Ezequías le pidió a Dios que los perdonara. Le dijo:

«Dios, tú eres bueno, y por eso te pido que perdones a todos estos, 19 que no han cumplido con la ceremonia de preparación; ellos han venido a adorarte con toda sinceridad, porque saben que tú eres el Dios de sus antepasados».

20 Dios escuchó la oración de Ezequías y perdonó a esa gente. 21-22 Y por siete días, en un ambiente de mucha alegría, todos en Jerusalén celebraron la fiesta de los panes sin levadura. Cada día participaban de la comida, presentaban ofrendas para pedir el perdón de sus pecados, y le daban gracias a Dios. Por su parte, los sacerdotes y sus ayudantes alababan a Dios acompañados por sus instrumentos musicales.

Al ver esto, Ezequías felicitó a todos los ayudantes de los sacerdotes por la manera en que habían adorado a Dios. 23-24 Y a toda la gente que se había reunido, Ezequías le regaló mil toros y siete mil ovejas; lo mismo hicieron los principales jefes: le regalaron al pueblo mil toros y diez mil ovejas.

Muchísimos sacerdotes hicieron la ceremonia de preparación para servir a Dios. Era tanta la alegría de todos los que se habían reunido, que decidieron seguir celebrando la fiesta otros siete días. 25 Todos estaban llenos de felicidad: la gente de Judá, los sacerdotes, sus ayudantes, la gente de Israel, y los extranjeros que venían del territorio de Israel y de Judá.

26 Desde los días del rey Salomón hijo de David, no se había celebrado en Jerusalén una fiesta tan llena de alegría.

27 Los sacerdotes y sus ayudantes se pusieron de pie, y le pidieron a Dios que bendijera a su pueblo. Dios escuchó su petición desde su casa en el cielo, y bendijo al pueblo.

31 Cuando terminó la celebración, todos los israelitas fueron a las ciudades de Judá, y a los territorios de las tribus de Benjamín, Efraín y Manasés, y destrozaron las imágenes que la gente adoraba. También destruyeron las imágenes de la diosa Astarté, y los pequeños templos de las colinas. No descansaron hasta acabar con todo eso. Luego regresaron a sus ciudades, cada uno a su hogar.

Ofrendas para los sacerdotes y sus ayudantes

Después Ezequías organizó en grupos a los sacerdotes y a sus ayudantes, de acuerdo al turno y al trabajo que les tocaba hacer. Unos presentaban las ofrendas para agradar a Dios o para pedir perdón por los pecados. Otros daban gracias y alababan a Dios, y otros servían como vigilantes de las entradas del templo.

El rey tomó de su propio ganado los animales para hacer los sacrificios que Dios ordena en su ley: las ofrendas de la mañana y las de la tarde que se presentaban todos los días de la semana, las ofrendas de los sábados, las de cada mes, y las que se ofrecen a Dios en las fiestas de cada año. Luego el rey le pidió a la gente que vivía en Jerusalén, que también diera ofrendas para que los sacerdotes y sus ayudantes tuvieran todo lo necesario para vivir, y así ellos pudieran dedicarse por completo a servir a Dios como él lo ordena.

En cuanto los israelitas se enteraron de la petición del rey, dieron en abundancia de lo mejor que tenían: de su cosecha de trigo, vino, aceite y miel, y de todo lo que habían recogido de sus campos. También entregaron la décima parte de todo lo que tenían, que resultó ser una gran cantidad de cosas.

6-7 Era el mes de Siván,[e] cuando la gente de Israel y de Judá empezó a llevar a Jerusalén la décima parte de sus reses, de sus ovejas y de lo que habían apartado para Dios. Después de cuatro meses dejaron de guardar y acomodar sus ofrendas.

Cuando Ezequías y los principales jefes vieron esa gran cantidad de ofrendas, bendijeron a Dios y a su pueblo Israel. Entonces Ezequías les pidió a los sacerdotes y a sus ayudantes que le informaran sobre lo que se estaba haciendo con esas ofrendas. 10 Azarías, que era el jefe de los sacerdotes, y descendiente de Sadoc, le respondió:

«Dios ha bendecido a su pueblo, y es tanto lo que desde el principio han traído al templo, que no nos ha faltado comida; por el contrario, ha sobrado mucho».

11 Entonces Ezequías mandó que prepararan las bodegas del templo de Dios, 12 y allí guardaron todos los diezmos y ofrendas que la gente había traído. Para cuidar de todo eso, nombraron a Conanías y a su hermano Simí, que eran ayudantes de los sacerdotes. 13 Bajo sus órdenes estaban los vigilantes, que también fueron nombrados por el rey y por Azarías, que era el jefe principal del templo de Dios. Sus nombres eran:

Jehiel,

Azazías,

Náhat,

Asael,

Jerimot,

Jozabad,

Eliel,

Ismaquías,

Máhat,

Benaías.

14-19 Coré hijo de Imná, de la tribu de Leví, tenía a su cargo la vigilancia de la entrada este del templo, y era el responsable de cuidar las ofrendas que la gente daba voluntariamente a Dios. También se encargaba de repartirlas entre los sacerdotes y sus ayudantes.

Coré tenía seis ayudantes que, con toda honradez, repartían las ofrendas entre los sacerdotes y los ayudantes que vivían en las ciudades y campos de pastoreo del territorio de Judá. Los sacerdotes que recibían esa ayuda debían ser descendientes de Aarón, y los ayudantes debían estar en la lista oficial de ayudantes al servicio de Dios. Éstos eran los seis ayudantes:

Edén,

Minjamín,

Jesús,

Semaías,

Amarías,

Secanías.

La repartición se hacía de la siguiente manera: en un libro estaban escritos los nombres de todos los sacerdotes y los ayudantes mayores de tres años. La lista de los sacerdotes seguía el orden de la familia a la que pertenecían, y la lista de los ayudantes tenía una sección con todos aquellos mayores de veinte años, según el turno y el trabajo que hacían. Como éstos estaban totalmente dedicados a servir a Dios, en el libro también estaban registrados los nombres de todos sus familiares, es decir, de sus esposas, hijos e hijas.

Y así, todos los sacerdotes y levitas que iban al templo para cumplir con sus trabajos diarios, según el turno y trabajo que les tocaba hacer, recibían la parte que les correspondía.

20-21 Ezequías tuvo éxito en la organización del trabajo del templo, porque todo lo hizo con el único deseo de agradar a Dios, y porque siempre actuó de acuerdo con su ley. Por eso Dios consideró que todo lo que Ezequías hizo en el territorio de Judá, lo había hecho con sinceridad.

Senaquerib ataca Judá (2 R 18.13—19.37; Is 36—37)

32 Después de que Ezequías hizo todo esto, con lo que demostró su obediencia y fidelidad a Dios, vino Senaquerib, rey de Asiria, e invadió el territorio de Judá. Y aunque las ciudades tenían murallas, las rodeó para conquistarlas.

Cuando Ezequías se dio cuenta de que Senaquerib había decidido atacar también a Jerusalén, reunió a los principales jefes del pueblo y a sus soldados más valientes, y les propuso tapar los pozos que estaban fuera de la ciudad. De esa manera los asirios no tendrían agua para beber. Todos estuvieron de acuerdo en hacerlo, y de inmediato reunieron a mucha gente para tapar todos los pozos, y cortar el paso del río que cruzaba la ciudad. Así, cuando el rey de Asiria llegara, no tendría suficiente agua.

Luego, Ezequías cobró animo y mandó reparar la muralla de la ciudad. Construyó torres sobre ella, y también edificó otra muralla exterior. Además, fortaleció el relleno de tierra del lado este de la Ciudad de David, y fabricó una gran cantidad de lanzas y escudos. Luego puso a los jefes del ejército al mando del pueblo, y los reunió en el patio principal que estaba frente a la entrada de la ciudad para darles ánimo. Les dijo:

«¡Tengan confianza y sean valientes! ¡No se desanimen ni les tengan miedo al rey de Asiria y a su gran ejército! Nosotros somos más poderosos. El rey de Asiria confía en su ejército; pero nosotros tenemos a Dios de nuestra parte, y él peleará por nosotros».

Al oír al rey, el pueblo cobró valor.

Mientras Senaquerib, rey de Asiria, atacaba con todas sus tropas la ciudad de Laquis, envió mensajeros a Jerusalén para que dieran este mensaje a Ezequías y a toda la gente de Judá:

10 «¿Cómo pueden estar tan tranquilos? ¡Los tengo rodeados con mi ejército! ¿A qué se atienen? 11 ¿No será que Ezequías los ha engañado al decirles que su Dios los librará de mi poder? Lo único que Ezequías hará es matarlos de hambre y de sed.

12 »¿No cometió Ezequías el error de quitar los altares donde adoraban a Dios? ¿No fue él quien les ordenó que solamente lo adoraran en un altar?

13 »¿Acaso no se han enterado de lo que yo y mis antepasados hemos hecho con todas las naciones? ¡Ningún dios ha podido detenernos! 14-15 ¿Qué les hace pensar que su Dios sí podrá hacerlo? Si ninguno de esos dioses pudo librar a su pueblo de mi poder, ¡mucho menos podrá hacerlo el Dios de ustedes! ¡No se dejen engañar por Ezequías!»

16 Estos y muchos insultos más lanzaron los mensajeros del rey de Asiria contra Dios y contra su servidor Ezequías. 17-18 Los insultaban a gritos y en el idioma de Judá, para meterles miedo a los que estaban en la muralla de Jerusalén. Pensaban que así sería más fácil conquistar la ciudad.

Además, Senaquerib escribió cartas en las que también insultaba al Dios de Israel. En ellas decía: «Si los dioses de las demás naciones no pudieron librarlas de mi poder, mucho menos podrá el Dios de Ezequías librar a su pueblo».

19 Senaquerib y sus mensajeros pensaban que Dios era como los dioses de las naciones de la tierra, que son fabricados por los hombres.

20 Ante esta situación, el rey Ezequías y el profeta Isaías hijo de Amós, clamaron a Dios y le pidieron ayuda. 21 En respuesta, Dios envió un ángel que mató a los valientes soldados y jefes del ejército del rey de Asiria. A Senaquerib no le quedó más remedio que regresar a su país lleno de vergüenza. Y cuando entró al templo de su dios, sus propios hijos lo mataron.

22 Así fue como Dios libró a Ezequías y a los habitantes de Jerusalén del poder de Senaquerib, rey de Asiria. También los libró del poder de todos sus enemigos, y les permitió vivir en paz con los pueblos vecinos.

23 En agradecimiento por todo eso, muchos llevaron a Jerusalén ofrendas para Dios, y valiosos regalos para el rey Ezequías. Desde ese día, el rey se hizo muy famoso en todas las naciones.

Ezequías se enferma gravemente (2 R 20.1-11; Is 38.1-22)

24 En esos días, Ezequías se puso tan enfermo que estaba a punto de morirse. Sin embargo, le pidió a Dios que lo sanara, y Dios le dio una señal de que así lo haría.

25 Pero Ezequías fue tan orgulloso que no le dio gracias a Dios por su ayuda. Entonces Dios se enojó tanto que decidió castigar a Ezequías, y también a todos los de Judá y de Jerusalén.

26 Sin embargo, Ezequías y los que vivían en Jerusalén se arrepintieron de su orgullo. Así, mientras Ezequías estuvo con vida, Dios dejó en paz a los habitantes de Judá y de Jerusalén.

Las riquezas de Ezequías

27-29 Dios permitió que Ezequías llegara a tener grandes riquezas y honores. Y fue tanto lo que llegó a poseer, que se construyó lugares para guardar las enormes cantidades que tenía de oro, plata, piedras preciosas, perfumes, escudos y objetos valiosos.

También construyó bodegas para almacenar los cereales, el vino y el aceite. Ordenó construir establos para las muchas clases de ganado que tenía, y también hizo corrales para los rebaños. Además, ordenó construir varias ciudades.

30 Ezequías también mandó tapar el paso del agua que salía del pozo de Guihón, y luego hizo construir un canal para llevar el agua hasta el lado oeste de la Ciudad de David.

Todo lo que Ezequías hizo tuvo éxito.

Ezequías recibe a los enviados de Babilonia (2 R 20.12-19; Is 39.1-8)

31 En cierta ocasión, los líderes de Babilonia enviaron gente para averiguar lo que había pasado con Ezequías y la señal que Dios le había dado. Entonces Dios dejó que Ezequías atendiera ese asunto por sí mismo, pues quería saber si lo respetaba y obedecía.

Muerte de Ezequías (2 R 20.20-21)

32 La historia de Ezequías y de cómo obedeció a Dios, está escrita en el libro del profeta Isaías hijo de Amós, y en el libro de la historia de los reyes de Israel y de Judá.

33 Cuando Ezequías murió, lo enterraron en el cementerio de los reyes, en una tumba especial para los reyes más respetados por el pueblo. Toda la gente de Judá, y los que vivían en Jerusalén, hicieron un gran funeral en su honor. Manasés, su hijo, reinó en su lugar.

Manasés, rey de Judá (2 R 21.1-18)

33 Manasés comenzó a reinar a los doce años. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró cincuenta y cinco años. Manasés no obedeció a Dios, pues practicó las costumbres vergonzosas de las naciones que Dios había expulsado del territorio de los israelitas. Reconstruyó los pequeños templos que su padre Ezequías había destruido, hizo imágenes de la diosa Astarté y edificó altares para adorar a Baal, y adoró a todos los astros del cielo.

4-5 Manasés construyó altares para esos astros en los patios del templo de Dios, aun cuando Dios había dicho que ese templo sería su casa en Jerusalén por siempre. 6-7 Puso la imagen de un ídolo en el templo de Dios, practicó la hechicería y la brujería, y se hizo amigo de brujos y espiritistas. También hizo quemar a su hijo como un sacrificio en el valle de Ben-hinom. Su comportamiento fue tan malo, que Dios se enojó mucho. Dios les había dicho a David y a su hijo Salomón: «De todas las ciudades de Israel, he elegido a Jerusalén, para poner allí mi templo y vivir en él para siempre. Si los israelitas obedecen todos los mandamientos que le di a Moisés, no los expulsaré del país que les he dado».

Pero los israelitas no obedecieron a Dios, y Manasés les enseñó a cometer peores pecados que los que habían cometido las naciones que Dios había destruido cuando los israelitas llegaron a la región. 10 Dios les hizo ver a Manasés y a su pueblo que estaban equivocados, pero ellos no le hicieron caso.

Castigo y arrepentimiento de Manasés

11 Entonces Dios hizo que los jefes del ejército del rey de Asiria atacaran a los israelitas. Los asirios apresaron a Manasés y lo humillaron, pues le pusieron un gancho en la nariz, lo ataron con cadenas de bronce y se lo llevaron prisionero a Babilonia.

12 Allí, mientras sufría tal humillación, Manasés le rogó a Dios que lo perdonara. Se humilló tanto delante del Dios de sus antepasados, 13 que Dios escuchó su oración y lo perdonó. Además, le permitió volver a Jerusalén para reinar sobre Judá. Sólo así pudo Manasés comprender que su Dios era el Dios verdadero.

Manasés hace cambios

14 Después de esto, Manasés construyó una muralla más alta alrededor de la Ciudad de David. Ésta empezaba al oeste de Guihón, pasaba por el arroyo y llegaba al Portón del Pescado, y finalmente rodeaba el monte Ófel. Luego puso a los jefes de su ejército en todas las ciudades de Judá que tenían murallas. 15 También quitó los dioses extranjeros y el ídolo que había puesto en el templo de Dios. Además, destruyó todos los altares que había construido en Jerusalén y en el cerro donde estaba el templo, y los arrojó fuera de la ciudad.

16 Manasés restauró el altar de Dios, y presentó ofrendas para pedir perdón y dar gracias a Dios. Finalmente, le ordenó a toda la gente de Judá que solamente adorara y sirviera al Dios de Israel. 17 El pueblo obedeció a Manasés, presentando ofrendas a su Dios, aunque también siguieron haciéndolo en los pequeños templos de las colinas.

Muerte de Manasés

18-19 La historia de Manasés está escrita en el libro de la historia de los reyes de Israel, y en la Historia de los profetas. Allí se puede leer acerca de su oración y la respuesta que Dios le dio, y también acerca de sus pecados y su desobediencia. Allí aparece la lista de los pequeños templos de las colinas, en donde edificó altares y puso imágenes de Astarté y de ídolos, y allí se narra también cómo adoró Manasés a esos ídolos, y cuáles fueron los mensajes que recibió de Dios por medio de los profetas.

20 Cuando Manasés murió, lo enterraron en el jardín de su palacio. Su hijo Amón reinó en su lugar.

Amón, rey de Judá (2 R 21.19-26)

21 Amón tenía veintidós años cuando comenzó a reinar sobre Judá. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró dos años. 22 Amón no obedeció a Dios, sino que siguió el mal ejemplo de su padre Manasés, pues adoró a los ídolos que su padre había fabricado, y les ofreció sacrificios. 23 Pero Amón no se humilló ante Dios, como lo había hecho Manasés, sino que se comportó peor aún. 24 Un día sus servidores se rebelaron contra él y lo mataron en su palacio. 25 Luego el pueblo mató a esos servidores de Amón, y puso como rey a su hijo Josías.

Josías, rey de Judá (2 R 22.1-2)

34 Josías comenzó a reinar a los ocho años. La capital de su reino fue Jerusalén, y su reinado duró treinta y un años. Josías obedeció a Dios en todo, pues siguió fielmente el ejemplo de su antepasado David.

3-7 A la edad de dieciséis años, el rey Josías empezó a obedecer al Dios de su antepasado David. Cuatro años después, comenzó a quitar los altares en los que el pueblo adoraba al dios Baal. También quitó las imágenes de la diosa Astarté, las imágenes y los ídolos que había por todo el territorio de Judá y en Jerusalén.

Josías ordenó que destruyeran todo eso hasta hacerlo polvo, y que luego esparcieran el polvo sobre las tumbas de quienes habían ofrecido sacrificios en ellos. Después mandó quemar los huesos de los sacerdotes de esos dioses, y los quemaron sobre los altares que ellos mismos habían usado para quemar incienso. Al terminar, también destruyeron esos altares.

Esto mismo hizo Josías en todo Israel y Judá, y no sólo en las ciudades, sino también en los poblados cercanos.

Se encuentra el libro de la Ley (2 R 22.3—23.3)

Después, a los dieciocho años de su reinado, Josías le ordenó a Safán hijo de Asalías, a Amasías, gobernador de la ciudad, y a su secretario Joah hijo de Joacaz, que repararan el templo de Dios.

Ellos fueron a ver a Hilquías, el jefe de los sacerdotes, y le entregaron el dinero que había en el templo de Dios. Ese dinero era el que los vigilantes de las entradas del templo habían recogido entre la gente de las tribus de Manasés, Efraín y Benjamín, y también entre la gente de Judá y de Jerusalén, y el resto del territorio israelita.

10 El dinero fue entregado después a los encargados de la construcción del templo para que pagaran 11 a los carpinteros y a los constructores. Con ese mismo dinero compraron la madera y las piedras que necesitaban para las reparaciones. El templo estaba en ruinas, porque los reyes de Judá lo habían descuidado. 12 Los encargados de la construcción del templo eran hombres honestos, dirigidos por los siguientes ayudantes de los sacerdotes:

Jáhat,

Abdías,

Zacarías,

Mesulam.

Los dos primeros eran descendientes de Merarí, y los otros dos, descendientes de Quehat.

Los ayudantes de los sacerdotes 13 vigilaban el trabajo de los cargadores, y dirigían a todos los obreros, sin importar el trabajo que realizaran.

Algunos ayudantes de los sacerdotes eran muy buenos músicos, y otros eran secretarios, inspectores o vigilantes de las entradas del templo.

14 En el momento en que estaban sacando el dinero del templo, el sacerdote Hilquías encontró el libro de la Ley de Dios, que había sido dada por medio de Moisés. 15 Entonces Hilquías le dijo al secretario Safán: «¡Encontré el libro de la Ley en el templo de Dios!» Y se lo dio.

16 Safán le llevó el libro al rey, junto con este informe:

«Tus ayudantes están haciendo todo lo que les encargaste: 17 Juntaron el dinero que había en el templo, y se lo dieron a los encargados de la construcción. 18 Además, el sacerdote Hilquías encontró un libro y me lo entregó».

Entonces Safán se lo leyó al rey. 19 Y cuando el rey escuchó lo que decía el libro de la Ley, rompió su ropa en señal de tristeza. 20 Después les dio esta orden a Hilquías, a Ahicam hijo de Safán, a Abdón hijo de Micaías, al secretario Safán y a su ayudante personal Asaías:

21 «Vayan a consultar a Dios, para que sepamos qué debemos hacer en cuanto a lo que dice este libro. ¡Dios debe estar furioso con nosotros, pues nuestros antepasados no obedecieron lo que está escrito aquí!»

22 Ellos fueron a ver a la profetisa Huldá, que vivía en el Segundo Barrio de Jerusalén. Huldá era la esposa de Salum hijo de Ticvá y nieto de Harhás. Salum era el encargado de cuidar la ropa del rey. Cuando la consultaron, 23-25 Huldá les contestó:

«El rey Josías debe enterarse del desastre que el Dios de Israel va a mandar sobre este lugar y sus habitantes. Así lo dice el libro que le han leído al rey. Dios está muy enojado, pues lo han abandonado para adorar a otros dioses. ¡Ya no los perdonará más! 26-28 Pero díganle al rey que Dios ha visto su arrepentimiento y humildad, y que sabe lo preocupado que está por el castigo que se anuncia en el libro. Como el rey ha prestado atención a todo eso, Dios no enviará este castigo por ahora. Dejará que el rey muera en paz y sea enterrado en la tumba de sus antepasados. Luego el pueblo recibirá el castigo que se merece».

Los mensajeros fueron a contarle al rey lo que había dicho Dios por medio de la profetisa Huldá. 29-30 Entonces el rey mandó a llamar a los líderes de Judá y de Jerusalén, para que se reunieran en el templo con él. A la cita acudieron todos los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes y sus ayudantes. Toda la nación, desde el más joven hasta el más viejo, fue al templo. Allí, el rey les leyó lo que decía el libro del pacto que habían encontrado. 31 Después se puso de pie, junto a una columna, y se comprometió a obedecer siempre todos los mandamientos de Dios, y a cumplir fielmente el pacto que estaba escrito en el libro. 32 Luego hizo que todos los que estaban allí presentes, y que eran de Jerusalén y de la tribu de Benjamín, se comprometieran a obedecer ese pacto. Y ellos cumplieron el pacto del Dios de sus antepasados.

33 Josías destruyó todos los odiosos ídolos que había en el país, y les ordenó a los israelitas que adoraran solamente al Dios de Israel. Mientras Josías vivió, su pueblo obedeció al Dios de sus antepasados.

Josías celebra la Pascua (2 R 23.21-26)

35 El día catorce del mes de Abib,[f] Josías ordenó dar inicio a la celebración de la Pascua en Jerusalén, sacrificando el cordero de la fiesta. A los sacerdotes los organizó de acuerdo a sus tareas, y los animó para que hicieran bien su trabajo en el templo de Dios. A los ayudantes de los sacerdotes que se dedicaban a la enseñanza de la ley de Dios, les ordenó lo siguiente:

«Ya no es necesario que transporten de un lugar a otro el cofre del pacto de Dios. Pónganlo en el templo que el rey Salomón construyó. De ahora en adelante trabajarán en el templo, al servicio de su Dios y su pueblo Israel.

»Sigan las instrucciones que el rey David y su hijo Salomón nos dieron, y organícense de acuerdo a sus familias y a sus turnos de trabajo. Así, un grupo de ayudantes de cada familia tendrá su oportunidad de servir en el templo. Cada grupo representará a las demás familias israelitas. Cumplan con la ceremonia de preparación y sacrifiquen el cordero de la Pascua, para que así sus compatriotas tengan todo lo necesario para celebrar la fiesta, tal y como Dios lo ordenó por medio de Moisés».

Entonces Josías les dio a todos los que estaban allí treinta mil animales de su propio ganado, para que celebraran la Pascua. Entre los animales iban corderos y cabritos, además de otros tres mil novillos que también ofreció.

Al ver esto, los asistentes del rey también regalaron animales, para que el pueblo, los sacerdotes y sus ayudantes celebraran la Pascua.

Además, Hilquías, Zacarías y Jehiel, que eran los asistentes del rey y estaban a cargo del templo de Dios, les dieron a los sacerdotes dos mil seiscientos corderos y trescientos novillos. Conanías y sus hermanos Semaías y Natanael, así como Hasabías, Jehiel y Jozabad, jefes de los ayudantes de los sacerdotes, dieron cinco mil corderos y quinientos novillos.

10 Una vez que los sacerdotes estuvieron listos y sus ayudantes se organizaron por grupos, de acuerdo a las órdenes del rey, empezaron la celebración de la Pascua.

11-13 Los sacerdotes sacrificaron los animales de la Pascua y rociaron el altar con la sangre. Los ayudantes les quitaron la piel a los animales, y les sacaron la grasa para darle a cada familia la parte que le correspondía quemar ante Dios. Luego asaron los animales para la fiesta, y el resto de las ofrendas de Dios las cocinaron en ollas, calderos y sartenes. Todo eso lo repartieron entre la gente del pueblo, y así cumplieron con lo que había ordenado Moisés.

14-15 Los ayudantes de los sacerdotes no sólo tuvieron que cocinar su propia parte, sino también la que les tocó a todos aquellos que estuvieron muy ocupados como para hacerlo por sí mismos. Los sacerdotes, por ejemplo, estuvieron ocupados hasta el anochecer, presentando la grasa y las ofrendas que fueron quemadas. Los cantores estuvieron ocupados siguiendo las indicaciones que habían dejado David, Asaf, Hemán y Jedutún, el profeta del rey. Y los encargados de vigilar las entradas del templo tampoco pudieron dejar su puesto.