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Bible in 90 Days

An intensive Bible reading plan that walks through the entire Bible in 90 days.
Duration: 88 days
La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)
Version
2 Reyes 4:38-15:26

La comida envenenada

38 Eliseo regresó a Guilgal y por entonces había mucha hambre en la región. Los profetas estaban sentados a su alrededor y él ordenó a su criado:

— Pon al fuego la olla grande y prepara un guiso para los profetas.

39 Uno de ellos salió al campo a recoger hierbas, encontró un arbusto silvestre y llenó su manto con sus frutos. Cuando volvió, los troceó y los echó a la olla del guisado sin saber lo que era. 40 Cuando sirvieron la comida a los hombres y probaron el guiso, se pusieron a gritar:

— ¡La comida está envenenada, hombre de Dios!

Y no pudieron comer. 41 Entonces Eliseo ordenó:

— Tráiganme harina.

La echó en la olla y dijo:

— Sirve a la gente, para que coman.

Y desapareció el veneno de la olla.

La multiplicación de los panes

42 Por entonces llegó un hombre de Baal Salisá a traer al profeta el pan de las primicias: veinte panes de cebada y grano nuevo en su alforja. Eliseo ordenó:

— Dáselo a la gente para que coma.

43 Pero el criado respondió:

— ¿Cómo puedo dar esto a cien personas?

Y Eliseo insistió:

— Dáselo a la gente, para que coma; pues el Señor ha dicho que comerán y sobrará.

44 Entonces el criado les sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.

Curación del sirio Naamán

Naamán, general del ejército del rey de Siria, era un hombre muy apreciado y distinguido por su rey, pues el Señor había dado la victoria a Siria valiéndose de él. Este hombre, que era un valiente guerrero, tenía lepra. En una de sus incursiones por Israel, una banda de sirios había tomado cautiva a una muchacha que luego había pasado al servicio de la mujer de Naamán. La muchacha dijo a su señora:

— Si mi señor fuese a ver al profeta que hay en Samaría, él lo curaría de la lepra.

Naamán fue a informar a su rey:

— La muchacha israelita me ha dicho esto.

El rey de Siria le dijo:

— Anda y vete, que yo enviaré una carta al rey de Israel.

Naamán partió, llevando consigo diez talentos de plata, seis mil siclos de oro y diez vestidos, y entregó al rey de Israel la carta, que decía así: “Con esta carta, te envío a mi general Naamán, para que lo cures de su lepra”.

Cuando el rey de Israel leyó la carta, se rasgó las vestiduras y dijo:

— ¿Acaso soy yo Dios, dueño de la muerte y la vida, para que este me encargue curar a un hombre de su lepra? Analícenlo y comprobarán que lo que él quiere es provocarme.

El profeta Eliseo se enteró de que el rey se había rasgado las vestiduras y mandó a decirle:

— ¿Por qué te has rasgado las vestiduras? Que venga a mí y sabrá que hay un profeta en Israel.

Naamán llegó con sus caballos y su carro y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo 10 que le mandó un mensajero a decirle:

— Ve a bañarte siete veces en el Jordán y tu carne quedará sana y purificada.

11 Naamán se marchó indignado y murmurando:

— Yo pensaba que saldría a recibirme y que, puesto en pie, invocaría al Señor, su Dios; que me tocaría con su mano y me libraría de la lepra. 12 ¿Acaso no valen más los ríos de Damasco, el Abaná y el Farfar, que todas las aguas de Israel? ¿Y no podría haberme bañado en ellos para quedar limpio?

Naamán dio media vuelta y se marchó enfurecido. 13 Pero sus servidores se acercaron y le dijeron:

— Padre, si el profeta te hubiera mandado algo extraordinario, ¿no lo habrías hecho? Pues con más razón cuando sólo te ha dicho que te bañes para quedar limpio.

14 Entonces Naamán bajó al Jordán, se bañó siete veces, como le había mandado el profeta, y su carne quedó limpia como la de un niño. 15 Luego volvió con toda su comitiva a ver al profeta. Al llegar, se presentó ante él y le dijo:

— Ahora reconozco que en toda la tierra no hay más Dios que el de Israel. Te ruego, pues, que aceptes un regalo de tu servidor.

16 Pero Eliseo respondió:

— Te juro por el Señor a quien sirvo que no aceptaré nada.

Y por más que le insistió, no quiso aceptar.

17 Entonces Naamán dijo:

— Permite, al menos, que me lleve en un par de mulas dos cargas de tierra de Israel, pues no volveré a ofrecer holocaustos ni sacrificios a más dioses que al Señor. 18 Sólo pido perdón al Señor por una cosa: cuando mi soberano vaya a orar al templo de Rimón, apoyándose en mi brazo y yo tenga que arrodillarme con él en el templo de Rimón, que el Señor me perdone por esa acción.

19 Eliseo le dijo:

— Vete tranquilo.

Naamán se marchó y apenas hubo recorrido un corto trayecto, 20 Guejazí, el criado del profeta Eliseo, pensó: “Mi amo ha dejado marchar al sirio ese, Naamán, sin aceptar lo que le ofrecía. Juro por el Señor que voy a correr tras él a ver si consigo algo”. 21 Guejazí salió tras Naamán y cuando este lo vio corriendo en pos de él, se apeó de su carro para recibirlo y le preguntó:

— ¿Va todo bien?

22 Guejazí respondió:

— Sí, todo va bien; pero mi amo me ha enviado a decirte que acaban de llegarle de la montaña de Efraín dos muchachos de la comunidad de profetas y que hagas el favor de darme para ellos un talento de plata y dos vestidos.

23 Naamán le dijo:

— Te ruego que aceptes dos talentos.

Le insistió y metió en dos sacos dos talentos de plata y dos vestidos. Luego encargó a dos criados para que se los llevasen a Guejazí. 24 Cuando llegó a la colina, Guejazí recogió todo y lo escondió en su casa. A continuación despidió a los criados y estos se marcharon. 25 Se presentó entonces ante su amo y Eliseo le preguntó:

— ¿De dónde vienes, Guejazí?

Él respondió:

— No he ido a ningún sitio.

26 Eliseo le replicó:

— Yo te seguía en espíritu cuando un hombre se bajaba del carro para ir a tu encuentro. ¿Acaso era el momento de aceptar plata y vestidos para comprar olivos y viñas, ovejas y vacas, siervos y siervas? 27 ¡Ahora la lepra de Naamán se les pegará para siempre a ti y tus descendientes!

Y cuando Guejazí salió de allí llevaba la piel blanca como la nieve.

El milagro del hacha

Un día los de la comunidad profética dijeron a Eliseo:

— Mira, el lugar donde nos reunimos contigo es demasiado pequeño para nosotros. Déjanos ir al Jordán donde nos aprovisionaremos de un tronco cada uno para hacernos un nuevo lugar de reunión.

Eliseo les dijo:

— Pueden ir.

Uno de ellos le pidió:

— Acompáñanos, por favor.

Él respondió:

— Está bien, iré con ustedes.

Se fue con ellos y cuando llegaron al Jordán, se pusieron a cortar árboles. Pero a uno de los que talaban troncos se le cayó al río el hierro del hacha y se puso a gritar:

— ¡Ay, maestro, que el hacha era prestada!

El profeta preguntó:

— ¿Dónde ha caído?

Le indicó el lugar y entonces Eliseo cortó un palo, lo arrojó allí y el hierro salió a flote. Luego le dijo:

— Sácalo.

El otro extendió el brazo y lo sacó.

La captura de los sirios

El rey de Siria estaba en guerra con Israel y reunió en consejo a sus oficiales para proponerles:

— Acamparemos en tal sitio.

Entonces el profeta mandó decir al rey de Israel:

— Procura no pasar por tal sitio, pues los sirios están acampados allí.

10 El rey de Israel envió gente al lugar que el profeta le había indicado. Y esto sucedió más de dos veces: el profeta le advertía y él tomaba precauciones. 11 El rey de Siria, desconcertado, reunió a sus oficiales y les dijo:

— Díganme quién de los nuestros informa al rey de Israel.

12 Uno de los oficiales respondió:

— Ninguno, majestad. Se trata de Eliseo, el profeta de Israel, que informa a su rey de todo cuanto hablas en tu intimidad.

13 Entonces el rey ordenó:

— Vayan a averiguar dónde está y enviaré a capturarlo.

Cuando le informaron que estaba en Dotán, 14 el rey de Siria envió allí un gran destacamento de tropas con caballos y carros, que llegaron de noche y cercaron la ciudad. 15 Cuando el criado del profeta se levantó al amanecer, salió y descubrió que un ejército cercaba la ciudad con caballos y carros. Entonces dijo a Eliseo:

— ¡Ay, maestro! ¿Qué hacemos?

16 Él respondió:

— No temas. Los nuestros son más que los de ellos.

17 Luego oró así:

— Señor, ábrele los ojos para que pueda ver.

El Señor abrió los ojos al criado y este vio que el monte estaba lleno de caballos y carros de fuego alrededor de Eliseo.

18 Cuando los sirios bajaban a capturarlo, Eliseo oró de nuevo al Señor:

— Deja ciega a esa gente.

Y el Señor los dejó ciegos conforme a la petición de Eliseo. 19 Entonces Eliseo les dijo:

— Este no es el camino, ni esta la ciudad. Síganme y los llevaré hasta el hombre que buscan.

Y los llevó a Samaría. 20 Cuando llegaron a Samaría, Eliseo oró:

— Señor, ábreles los ojos, para que puedan ver.

El Señor les abrió los ojos y ellos descubrieron que estaban dentro de Samaría.

21 Cuando el rey de Israel los vio, le preguntó a Eliseo:

— Padre, ¿los mato?

22 No los mates. ¿Acaso acostumbras a matar a los que no has capturado con tu espada y tu arco? Ofréceles pan y agua, para que coman y beban y luego regresen a su señor.

23 El rey les preparó un gran banquete y ellos comieron y bebieron. Luego los despidió y regresaron a su señor. A partir de entonces las bandas de sirios no volvieron a invadir territorio israelita.

El sitio de Samaría

24 Algún tiempo después, Benadad, rey de Siria, movilizó a todo su ejército y puso cerco a Samaría. 25 El hambre llegó a ser tan grave a causa del asedio, que una cabeza de burro llegó a costar ochenta siclos de plata y un puñado de palomina, cinco siclos. 26 Un día, el rey paseaba por la muralla y una mujer le gritó:

— ¡Majestad, socórreme!

27 Él respondió:

— Si el Señor no te socorre, ¿con qué voy a socorrerte yo? ¿Con trigo o con mosto?

28 Y el rey le preguntó:

— ¿Qué te pasa?

Ella respondió:

— Esta mujer me dijo: “Trae a tu hijo, lo comeremos hoy, y mañana nos comeremos el mío”. 29 Así que cocimos a mi hijo y nos lo comimos. Pero cuando al día siguiente le pedí que nos entregara a su hijo para comérnoslo, ella lo escondió.

30 Cuando el rey escuchó las palabras de la mujer, se rasgó las vestiduras y, como estaba paseando por la muralla, la gente pudo ver que llevaba un sayal pegado al cuerpo. 31 Luego dijo:

— ¡Que Dios me castigue, si Eliseo, el hijo de Safat, salva hoy su cabeza!

32 Eliseo estaba en su casa sentado con los ancianos, cuando el rey le envió a uno de sus asistentes. Pero antes de que llegase el mensajero, Eliseo dijo a los ancianos:

— Ya verán cómo ese asesino manda a alguien a cortarme la cabeza. Estén atentos y cuando el mensajero llegue, atranquen la puerta y no lo dejen pasar, pues tras él se oyen los pasos de su amo.

33 Todavía estaba hablando con ellos, cuando el mensajero llegó hasta él y le dijo:

— Esta desgracia viene del Señor. ¿Qué puedo ya esperar de él?

Eliseo respondió:

— Escuchen la palabra del Señor, pues dice así: Mañana a estas horas en el mercado de Samaría una medida de harina costará un siclo y lo mismo costarán dos medidas de cebada.

El capitán que era el brazo derecho del rey respondió al profeta:

— Eso no sucederá, ni aunque el Señor abra las compuertas del cielo.

Eliseo replicó:

— ¡Tú mismo lo verás, pero no lo disfrutarás!

A la entrada de la ciudad había cuatro leprosos comentando entre sí:

— ¿Qué hacemos sentados aquí, esperando la muerte? Si nos decidimos a entrar en la ciudad, moriremos de hambre allí dentro; y si nos quedamos aquí, moriremos también. Vamos, pues, a entrar en el campamento sirio: si nos dejan vivos, viviremos; y si nos matan, moriremos.

Al anochecer se levantaron para entrar en el campamento sirio; pero, cuando llegaron a los límites del campamento, descubrieron que allí no había nadie. Resulta que el Señor había hecho resonar en el campamento sirio un estrépito de carros y caballos, el fragor de un gran ejército, y se habían dicho unos a otros: “Seguro que el rey de Israel ha contratado a los reyes hititas y egipcios para que nos ataquen”. Así que al anochecer habían emprendido la huida, abandonando sus tiendas, sus caballos, sus burros y el campamento tal como estaba, para ponerse a salvo.

Aquellos leprosos, que habían llegado a los límites del campamento, entraron en una tienda, comieron y bebieron y se llevaron de allí plata, oro y ropa, y fueron a esconderlo. Luego volvieron, entraron en otra tienda, se llevaron más cosas de allí y fueron también a esconderlas. Pero luego comentaron entre sí:

— No estamos actuando bien. Hoy es día de buenas noticias y nosotros nos las guardamos. Si esperamos a que amanezca, nos considerarán culpables. Vamos, pues, a informar a palacio.

10 Cuando llegaron a la ciudad, llamaron a los centinelas y les informaron:

— Hemos entrado en el campamento sirio y allí no hay nadie, ni se oye a nadie; sólo hay caballos y burros atados, y las tiendas tal como estaban.

11 Los centinelas, a su vez, llamaron y dieron la noticia en palacio. 12 El rey se levantó de noche y dijo a sus oficiales:

— Les voy a explicar lo que nos preparan los sirios: como sabían que estamos pasando hambre, han salido del campamento para esconderse en el campo, pensando atraparnos vivos y apoderarse de la ciudad cuando salgamos.

13 Pero uno de los oficiales propuso:

— Enviemos a unos hombres con cinco de los caballos que aún nos restan a ver qué pasa, pues los que aún quedan en la ciudad van a correr la misma suerte que toda la multitud de israelitas que ya han perecido.

14 Uncieron dos carros a los caballos y el rey los mandó seguir al ejército sirio, encargándoles:

— Vayan a ver qué pasa.

15 Ellos siguieron su rastro hasta el Jordán y encontraron todo el camino lleno de ropa y de objetos que los sirios habían abandonado en su huida apresurada. Luego los emisarios regresaron a informar al rey. 16 Inmediatamente la gente salió a saquear el campamento sirio. La medida de harina costaba un siclo y lo mismo, dos medidas de cebada, como había anunciado el Señor.

17 El rey había encargado la vigilancia de la entrada al capitán que era su brazo derecho, pero el gentío lo atropelló en la entrada y murió, como había predicho el profeta cuando el rey bajó a verlo. 18 En efecto, cuando el profeta dijo al rey: “Mañana a estas horas en el mercado de Samaría una medida de harina costará un siclo, y lo mismo costarán dos medidas de cebada”, 19 el capitán había replicado al profeta: “Eso no sucederá, ni aunque el Señor abra las compuertas del cielo”. Y entonces el profeta le había respondido: “Tú mismo lo verás, pero no lo disfrutarás”. 20 Y así sucedió: el gentío lo atropelló en la entrada y murió.

La emigración de la sunamita

Un día Eliseo dijo a la madre del niño al que había resucitado:

— Ponte en camino con tu familia y emigra donde puedas, pues el Señor ha decidido enviar el hambre, que va a azotar el país durante siete años.

La mujer se apresuró a hacer lo que le había dicho el profeta: se marchó con su familia a territorio filisteo y vivió allí durante siete años. Al cabo de los siete años la mujer regresó de territorio filisteo y fue a reclamar al rey su casa y sus tierras. El rey estaba hablando con Guejazí, el criado del profeta, al que había pedido:

— Cuéntame todos los prodigios que ha realizado Eliseo.

Y cuando el criado contaba al rey cómo Eliseo había resucitado a un muerto, llegó la madre del niño resucitado, reclamando al rey su casa y sus tierras. Entonces Guejazí dijo:

— Majestad, esta es la mujer y este es el niño al que resucitó Eliseo.

El rey preguntó a la mujer y ella se lo contó. Luego el rey puso a disposición de la mujer un funcionario con estas órdenes:

— Haz que le devuelvan todas sus posesiones, junto con las rentas de sus tierras desde el día en que las dejó hasta el presente.

Eliseo y Jazael de Damasco

Eliseo fue a Damasco. Benadad, el rey de Siria, estaba enfermo y le informaron:

— Ha llegado el profeta.

Entonces el rey ordenó a Jazael:

— Lleva contigo algún regalo, vete a ver al profeta y consulta al Señor por medio de él si saldré vivo de esta enfermedad.

Jazael fue a ver al profeta; llevaba como regalo todo lo mejor de Damasco, cargado en cuarenta camellos. Cuando llegó, se presentó ante él y le dijo:

— Tu hijo Benadad, el rey de Siria, me ha enviado a consultarte si saldrá vivo de esta enfermedad.

10 Eliseo le respondió:

— Dile que saldrá vivo de esta enfermedad, aunque el Señor me ha revelado que, en todo caso, va a morir.

11 Entonces el semblante de Eliseo quedó totalmente rígido e inmóvil y luego se echó a llorar. 12 Jazael le preguntó:

— Señor, ¿por qué lloras?

Eliseo respondió:

— Porque sé el daño que tú vas a causar a los israelitas: incendiarás sus fortalezas, pasarás a cuchillo a sus jóvenes guerreros, descuartizarás a sus niños de pecho y destriparás a las embarazadas.

13 Jazael objetó:

— ¿Quién soy yo, sino un perro, para llevar a cabo tales hazañas?

Pero Eliseo le dijo:

— El Señor me ha revelado que tú serás rey de Siria.

14 Jazael se despidió de Eliseo, se presentó ante su señor y este le preguntó:

— ¿Qué te ha dicho Eliseo?

Él respondió:

— Me ha dicho que saldrás vivo.

15 Pero al día siguiente Jazael agarró una manta, la empapó en agua y la puso sobre el rostro del rey hasta que murió. Entonces Jazael reinó en su lugar.

Jorán de Judá (848-841) (2 Cr 21,5-10)

16 Jorán, hijo de Josafat, comenzó a reinar sobre Judá en el quinto año del reinado de Jorán, hijo de Ajab, en Israel. 17 Jorán tenía treinta y dos años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante ocho años. 18 Siguió los pasos de los reyes de Israel, como había hecho la dinastía de Ajab, pues se había casado con una hija de Ajab, y ofendió al Señor. 19 Pero el Señor no quiso destruir a Judá en consideración a su siervo David, al que había prometido mantener siempre una lámpara encendida en su presencia.

20 Durante su reinado Edom se independizó del dominio de Judá y se eligió un rey. 21 Jorán llegó a Seír con sus carros y atacó de noche a Edom que los tenía cercados a él y a los jefes de los carros, pero la tropa huyó a sus tiendas. 22 Y así fue como Edom se independizó del dominio de Judá hasta el presente. Por entonces también se independizó Libná.

23 El resto de la historia de Jorán y todo cuanto hizo está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá. 24 Cuando Jorán murió fue enterrado con sus antepasados en la ciudad de David. Su hijo Ocozías le sucedió como rey.

Ocozías de Judá (841) (2 Cr 22,1b-6)

25 Ocozías, hijo de Jorán, comenzó a reinar en Judá el duodécimo año del reinado de Jorán, hijo de Ajab, en Israel. 26 Ocozías tenía veintidós años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante un año. Su madre se llamaba Atalía y era hija de Omrí, el rey de Israel. 27 Siguió los pasos de la dinastía de Ajab y ofendió al Señor, como la dinastía de Ajab, con la que estaba emparentado. 28 Se alió con Jorán, el hijo de Ajab, para luchar contra Jazael, el rey de Siria, en Ramot de Galaad. Pero los sirios hirieron a Jorán, 29 y el rey tuvo que retirarse a Jezrael para curarse de las heridas que había recibido de los sirios en Ramot, cuando luchaba contra Jazael, rey de Siria. Ocozías, el hijo de Jorán, rey de Judá, fue a Jezrael a visitar a Jorán, el hijo de Ajab, pues estaba enfermo.

Historia de Jehú (841-813) (9—10)

Jehú es ungido rey

El profeta Eliseo llamó a uno de la comunidad de profetas y le ordenó:

— Prepárate, llévate esta alcuza de aceite y vete a Ramot de Galaad. Cuando llegues allí, busca a Jehú, el hijo de Josafat y nieto de Nimsí. Entra donde esté, sácalo de entre sus compañeros y llévatelo a una habitación aparte. Toma entonces la alcuza de aceite y derrámala sobre su cabeza, diciendo: Así dice el Señor: “Yo te consagro como rey de Israel”. Luego abres la puerta y escapas sin detenerte.

El joven profeta marchó a Ramot de Galaad. Cuando llegó encontró a los capitanes del ejército reunidos y dijo:

— Capitán, traigo un mensaje para ti.

Jehú preguntó:

— ¿Para quién de nosotros?

Y él respondió:

— Para ti, capitán.

Jehú se levantó, entró en la casa, y el joven profeta vertió el aceite sobre su cabeza, diciéndole:

— Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo te consagro como rey de Israel, el pueblo del Señor. Eliminarás a la familia de Ajab, tu señor, y yo vengaré así en Jezrael la sangre de mis siervos, los profetas, y la sangre de todos los siervos del Señor. Toda la dinastía de Ajab perecerá y le exterminaré a todo israelita varón esclavo o libre. Trataré a la dinastía de Ajab, como traté a la dinastía de Jeroboán, el hijo de Nabat, y a la dinastía de Baasá, el hijo de Ajías. 10 En cuanto a Jezabel, será devorada por los perros en los campos de Jezrael y no tendrá sepultura.

Luego el profeta abrió la puerta y escapó.

11 Cuando Jehú salió a reunirse con los oficiales de su señor, uno le preguntó:

— ¿Qué sucede? ¿Por qué ha venido a verte ese loco?

Él les respondió:

— Ya conocen a ese tipo de personas y sus monsergas.

12 Pero ellos insistieron:

— ¡Mentiroso! Venga, cuéntanoslo.

Entonces Jehú contestó:

— Pues me ha dicho lo siguiente: “Así dice el Señor: Yo te consagro como rey de Israel”.

13 Inmediatamente cada uno tomó su manto, lo puso a los pies de Jehú sobre los escalones, hicieron sonar el cuerno y aclamaron:

— ¡Viva el rey Jehú!

Asesinato de Jorán de Israel

14 Jehú, hijo de Josafat y nieto de Nimsí, tramó una conspiración contra Jorán. Resulta que Jorán estaba defendiendo con todo el ejército israelita Ramot de Galaad ante el ataque de Jazael, rey de Siria. 15 El rey Jorán se había retirado a Jezrael para curarse de las heridas recibidas de los sirios en el combate con Jazael, rey de Siria. Entonces Jehú dijo:

— Si están de acuerdo, que no salga nadie de la ciudad para ir a dar la noticia en Jezrael.

16 Jehú montó en su carro y marchó a Jezrael, donde Jorán estaba convaleciente. Ocozías, el rey de Judá, había bajado a verlo. 17 El centinela que estaba en la torre de Jezrael vio venir al grupo de Jehú y dio el aviso:

— Veo venir un grupo.

Jorán ordenó:

— Elige a un jinete y mándalo a su encuentro a preguntarles si traen buenas noticias.

18 El jinete fue a su encuentro y le dijo:

— El rey pregunta si traen buenas noticias.

Jehú le respondió:

— A ti no te importa. Ponte detrás de mí.

El centinela informó:

— El centinela ha llegado hasta ellos, pero no vuelve. 19 El rey envió otro jinete que al llegar a ellos dijo:

— El rey pregunta si traen buenas noticias.

Jehú contestó:

— A ti no te importa. Ponte detrás de mí.

20 El centinela volvió a informar:

— Ha llegado hasta ellos, pero no vuelve. La manera de conducir es la de Jehú, el hijo de Nimsí, pues conduce a lo loco.

21 Entonces Jorán ordenó:

— Engancha el carro.

Engancharon su carro y Jorán, el rey de Israel, y Ocozías, el rey de Judá, salieron cada uno en su carro al encuentro de Jehú y se encontraron con él en la heredad de Nabot, el de Jezrael. 22 Cuando Jorán vio a Jehú le preguntó:

— ¿Traes buenas noticias, Jehú?

Pero Jehú respondió:

— ¿Qué buenas noticias puede haber mientras tu madre, Jezabel, siga con sus prostituciones y sus brujerías?

23 Inmediatamente Jorán dio la vuelta para escapar, gritando a Ocozías:

— ¡Traición, Ocozías!

24 Pero Jehú disparó su arco e hirió a Jorán por la espalda. La flecha le atravesó el corazón y cayó desplomado en su carro. 25 Entonces Jehú ordenó a su asistente Bidcar:

— Bájalo y tíralo en el campo de Nabot, el de Jezrael. Recuerda que cuando tú y yo cabalgábamos juntos con su padre Ajab, el Señor pronunció este oráculo contra él: 26 “Ayer vi la sangre de Nabot y la sangre de sus hijos. Pues en este mismo campo te daré tu merecido —oráculo del Señor—”. Así que, bájalo y arrójalo a la heredad de Nabot, como dijo el Señor.

Asesinato de Ocozías de Judá

27 Cuando Ocozías, el rey de Judá, vio lo que pasaba, salió huyendo en dirección a Ben Hagán. Pero Jehú lo persiguió y ordenó:

— Mátenlo también a él.

Lo hirieron sobre su carro en la cuesta de Gur, cerca de Jibleán; pero él logró huir hasta Meguido, donde murió. 28 Sus oficiales lo llevaron en carro a Jerusalén y lo enterraron con sus antepasados en la ciudad de David. 29 Jorán había comenzado a reinar en Judá el año undécimo de Jorán, el hijo de Ajab.

Muerte de Jezabel

30 Jezabel se enteró de que Jehú llegaba a Jezrael. Entonces se pintó los ojos, se arregló el pelo y se asomó a la ventana. 31 Cuando Jehú entraba a la ciudad, Jezabel le dijo:

— ¿Cómo estás, Zimrí, asesino de su señor?

32 Jehú miró a la ventana y preguntó:

— A ver, ¿quién está conmigo?

Se asomaron dos o tres cortesanos 33 a los que Jehú ordenó:

— ¡Tírenla abajo!

La tiraron y su sangre salpicó sobre las paredes y los caballos, que la pisotearon. 34 Jehú entró a comer y a beber y luego ordenó:

— Ocúpense de esa maldita y entiérrenla, pues es hija de reyes.

35 Cuando fueron a enterrarla sólo encontraron su cráneo, sus pies y sus manos. 36 Volvieron a informar a Jehú, y él comentó:

— Así se cumple la palabra que el Señor pronunció por medio de su siervo Elías, el de Tisbé: “Los perros devorarán el cuerpo de Jezabel en los campos de Jezrael, 37 su cadáver será como estiércol sobre el campo y nadie podrá reconocerla”.

Matanza de la familia real de Israel

10 Ajab tenía setenta hijos en Samaría. Jehú escribió cartas y las envió a Samaría, a los notables de Israel, a los ancianos y a los tutores de los hijos de Ajab. En ellas decía: “Ya que tienen con ustedes a los hijos de su señor, carros y caballos, una ciudad fortificada y armamento, cuando reciban esta carta, disciernan cuál es el mejor y el más recto entre los hijos de su señor, siéntenlo en el trono de su padre y defiendan la dinastía de su señor”.

Ellos quedaron aterrorizados y dijeron:

— Si dos reyes no han podido resistírsele, ¿cómo podremos nosotros?

Así que el mayordomo del palacio, el gobernador de la ciudad, los ancianos y los preceptores mandaron a decir a Jehú:

— Somos tus servidores y haremos todo lo que nos digas, pero no proclamaremos a nadie rey. Haz lo que te parezca mejor.

Entonces Jehú les escribió otra carta que decía: “Si están conmigo y quieren obedecerme, vengan a verme mañana a estas horas a Jezrael, trayendo las cabezas de los descendientes de su señor”.

Los setenta hijos del rey vivían con los nobles de la ciudad, que se encargaban de criarlos. Cuando recibieron la carta, mataron a los setenta hijos del rey, pusieron sus cabezas en cestos y se las enviaron a Jezrael. Cuando llegó el mensajero, le comunicó:

— Ya han traído las cabezas de los hijos del rey.

Entonces Jehú ordenó:

— Déjenlas en dos montones a la entrada de la ciudad hasta mañana.

A la mañana siguiente, Jehú salió y, puesto en pie, dijo a todo el pueblo:

— Ustedes son inocentes. He sido yo quien ha conspirado contra mi señor y lo ha matado. Pero, ¿quién ha matado a todos estos? 10 Sepan, pues, que ninguna de las palabras que el Señor pronunció contra la dinastía de Ajab caerá en saco roto. El Señor ha realizado lo que anunció por medio de su siervo Elías.

11 Jehú mató a todos los supervivientes de la familia de Ajab en Jezrael y a todas sus autoridades, parientes y sacerdotes, hasta no dejar ni uno vivo.

Matanza de la familia real de Judá

12 Después emprendió el camino hacia Samaría y cuando llegó a Betequed de los Pastores 13 se encontró con los parientes de Ocozías, el rey de Judá, y les preguntó:

— ¿Quiénes son ustedes?

Ellos respondieron:

— Somos parientes de Ocozías, que venimos a saludar a los hijos del rey y a los hijos de la reina madre.

14 Entonces Jehú ordenó:

— Agárrenlos vivos.

Los prendieron vivos y los degollaron junto al pozo de Betequed. Eran cuarenta y dos, y no se salvó ninguno.

Jehú y Jonadab contra los adoradores de Baal

15 Se fue de allí y se encontró con Jonadab, el hijo de Recab que había ido a visitarlo. Lo saludó y le preguntó:

— ¿Estás de acuerdo conmigo, como yo lo estoy contigo?

Jonadab respondió:

— Sí, lo estoy.

Jehú le dijo:

— Entonces dame la mano.

Le dio la mano y Jehú lo hizo subir con él en su carro. 16 Luego le dijo:

— Ven conmigo y comprobarás cómo defiendo la causa del Señor.

17 Cuando llegó a Samaría mató a todos los supervivientes de la familia de Ajab que había allí hasta exterminarlos, como el Señor había anunciado a Elías.

18 Luego convocó a toda la gente y les dijo:

— Si Ajab rindió culto a Baal, Jehú lo superará. 19 Así que, llámenme a todos los profetas de Baal y a todos sus fieles y sacerdotes sin excepción, porque quiero ofrecer a Baal un gran sacrificio. El que falte morirá.

Jehú actuaba con astucia para exterminar a los fieles de Baal. 20 A continuación ordenó:

— Anuncien una celebración solemne en honor de Baal.

21 La anunciaron. Luego envió mensajeros por todo Israel y llegaron todos los fieles de Baal, sin faltar ninguno. Entraron al templo de Baal y lo llenaron por completo. 22 Entonces Jehú ordenó al encargado del vestuario:

— Saca vestiduras para todos los fieles de Baal.

Él se las sacó. 23 Jehú y Jonadab, el hijo de Recab, entraron en el templo, y Jehú dijo a los fieles de Baal:

— Comprueben que aquí entre ustedes sólo hay fieles de Baal y que no hay fieles del Señor.

24 Luego entraron a ofrecer sacrificios y holocaustos. Jehú había dejado apostados fuera ochenta hombres con estas órdenes:

— El que deje escapar a alguno de los hombres que yo les entregue, lo pagará con su vida.

25 Y cuando concluyó el holocausto, Jehú ordenó a los guardias y oficiales:

— Entren y mátenlos. Que no escape ninguno.

Los guardias y oficiales los pasaron a cuchillo y los arrojaron fuera. Luego fueron al camarín del templo de Baal, 26 sacaron de allí la estatua de Baal y la quemaron. 27 Finalmente derribaron las columnas y el templo de Baal y convirtieron el lugar en una cloaca hasta el día de hoy. 28 Y así fue como Jehú erradicó de Israel a Baal.

Reinado de Jehú

29 Sin embargo, Jehú no se apartó de los pecados que Jeroboán, el hijo de Nabat, hizo cometer a Israel: los becerros de oro de Betel y Dan. 30 El Señor le dijo: “Porque has obrado bien y has actuado correctamente respecto a mí, ejecutando todo cuanto había dispuesto contra la dinastía de Ajab, tus descendientes se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación”.

31 Pero Jehú no se preocupó de cumplir de corazón la ley del Señor, Dios de Israel, ni se apartó de los pecados que Jeroboán hizo cometer a Israel.

32 Por entonces el Señor empezó a reducir el territorio de Israel. Jazael derrotó a Israel en todas sus fronteras, 33 desde el Jordán hacia el este, en todo el territorio de Galaad, Gad, Rubén y Manasés; y desde Aroer, junto al arroyo Arnón, hasta Galaad y Basán.

34 El resto de la historia de Jehú, todo cuanto hizo y sus hazañas, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 35 Cuando Jehú murió, fue enterrado en Samaría y su hijo Joacaz le sucedió como rey. 36 Jehú reinó sobre Israel en Samaría veintiocho años.

Historia de Joás (11—12)

Entronización de Joás (2 Cr 22,10-12; 23,1-12)

11 Cuando Atalía, la madre de Ocozías, supo que su hijo había muerto, se puso a eliminar a toda la familia real. Pero Josebá, hija del rey Jorán y hermana de Ocozías, apartó a Joás, hijo de Ocozías, de sus hermanos que iban a ser asesinados y lo escondió con su nodriza en el dormitorio, ocultándolo de Atalía y salvándolo de la muerte. Joás estuvo escondido con su nodriza en el Templo durante seis años, mientras Atalía reinaba en el país. El séptimo año Joyadá mandó llamar a los centuriones de los carios y de la guardia real, los llevó consigo al Templo del Señor, selló allí con ellos un pacto bajo juramento y les mostró al príncipe. Luego les ordenó lo siguiente:

— Esto es lo que harán: el tercio que entra de servicio el sábado y hace la guardia en palacio, junto con el tercio de la puerta de Sur y el tercio de la puerta trasera de la guardia harán la guardia en el Templo por turnos. Y las otras dos secciones, con todos los que salen de servicio el sábado, harán la guardia en el Templo junto al rey. Rodearán completamente al rey con las armas en la mano y si alguien intenta forzar las filas, lo matan. Tienen que acompañar al rey a todas partes.

Los centuriones hicieron todo lo que el sacerdote Joyadá les había ordenado: cada uno con sus hombres, tanto los que entraban de servicio el sábado, como los que salían, se presentaron al sacerdote Joyadá. 10 El sacerdote entregó a los centuriones las lanzas y los escudos del rey David que se guardaban en el Templo del Señor. 11 Los guardias, empuñando sus armas, tomaron posiciones desde el ala derecha del Templo hasta el ala izquierda, entre el altar y el Templo, alrededor del rey. 12 Entonces Joyadá sacó al hijo del rey, le entregó la corona y el testimonio, lo ungió y lo proclamó rey; finalmente aplaudieron, aclamándolo:

— ¡Viva el rey!

13 Al oír Atalía el griterío de los guardias y del pueblo, se acercó a la gente que estaba en el Templo del Señor. 14 Cuando vio al rey de pie sobre el estrado, según la costumbre, a los oficiales y a los que tocaban las trompetas junto al rey, y a todo el pueblo de fiesta, mientras sonaban las trompetas, se rasgó las vestiduras y gritó:

— ¡Traición! ¡Traición!

15 El sacerdote Joyadá ordenó a los centuriones que estaban al mando del ejército:

— Sáquenla de las filas y maten a cuchillo al que la siga.

Como el sacerdote había ordenado que no la matasen en el Templo, 16 le echaron mano cuando entraba en el palacio por la puerta de las caballerías y la mataron allí.

17 Joyadá selló el pacto entre el Señor por una parte, y el rey y el pueblo por otra, comprometiéndose a ser el pueblo del Señor; y (un pacto) entre el rey y el pueblo. 18 Entonces toda la gente se dirigió al templo de Baal y lo destruyeron, hicieron trizas sus altares e imágenes y degollaron ante los altares a Matán, el sacerdote de Baal. Luego el sacerdote Joyadá puso guardia en el Templo del Señor; 19 tomó consigo a los centuriones, a los carios, a la guardia real y a toda la gente, bajaron al rey desde el Templo, lo llevaron hasta el palacio real por la puerta de la guardia, y el rey se sentó en el trono real. 20 Todo el pueblo hizo fiesta y la ciudad quedó tranquila. En cuanto a Atalía, había muerto a filo de espada en el palacio real.

Reinado de Joás (835-796) (2 Cr 24,1-2.6.8.12.25.27b)

12 Joás comenzó a reinar a los siete años, en el séptimo año de Jehú, y reinó en Jerusalén durante cuarenta años. Su madre se llamaba Sibiá y era de Berseba. Joás actuó correctamente ante el Señor durante toda su vida, pues lo había educado el sacerdote Joyadá. Sin embargo no desaparecieron los santuarios locales de los montes y el pueblo siguió ofreciendo sacrificios y quemando incienso en ellos. Joás dijo a los sacerdotes:

— Todo el dinero consagrado que entre en el Templo del Señor, tanto el dinero de las tasas, como el del rescate de las personas, todo el dinero de los donativos voluntarios que llega al Templo lo recogerán los sacerdotes, cada uno su parte, y ellos se encargarán de reparar los desperfectos que encuentren en el Templo.

Pero el año vigésimo tercero del reinado de Joás los sacerdotes aún no habían reparado los desperfectos del Templo. Entonces el rey Joás convocó a Joyadá y a los demás sacerdotes y les dijo:

— ¿Por qué no han reparado aún los desperfectos del Templo? A partir de ahora no se quedarán con el dinero de sus donantes, sino que lo entregarán para los desperfectos del Templo.

Los sacerdotes accedieron a no recibir dinero del pueblo y a no reparar los desperfectos del Templo. 10 El sacerdote Joyadá preparó un cofre, le hizo un agujero en la tapa y lo colocó junto al altar, según se entra al Templo, a la derecha. Los sacerdotes encargados de la entrada echaban allí todo el dinero que se llevaba al Templo. 11 Cuando veían que el dinero llenaba el cofre, subía el secretario real con el sumo sacerdote, lo vaciaban y contaban el dinero que había en el Templo. 12 Luego entregaban el dinero ya contado a los maestros de obras encargados del Templo del Señor y estos lo empleaban para pagar a los carpinteros y a los constructores que trabajaban en el Templo, 13 así como a los albañiles y canteros, y para comprar madera y piedras talladas a fin de reparar los desperfectos del Templo y para todos los gastos de las reparaciones. 14 En cambio, con el dinero que se llevaba al Templo no se hicieron copas de plata, ni cuchillos, aspersorios, trompetas, ni objeto alguno de plata y oro. 15 El dinero se entregaba a los maestros de obras y con él reparaban el Templo del Señor. 16 Sin embargo, no se pedían cuentas a quienes se entregaba el dinero para pagar a los maestros de obras, porque actuaban con honradez. 17 El dinero de los sacrificios penitenciales y el dinero por los pecados no iba a parar al Templo, pues era para los sacerdotes.

18 Por aquella época Jazael, el rey de Siria, subió a atacar Gat y la conquistó. Después se volvió para atacar a Jerusalén. 19 Entonces Joás, el rey de Judá, tomó todas las ofrendas votivas que habían consagrado Josafat, Jorán y Ocozías, los reyes de Judá antepasados suyos, junto a sus propias ofrendas, y todo el oro que encontró en los tesoros del Templo y del palacio real; se lo envió todo a Jazael, el rey de Siria, que se retiró de Jerusalén.

20 El resto de la historia de Joás y todo cuanto hizo está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá. 21 Sus propios súbditos tramaron una conspiración contra él y lo mataron en la casa del Terraplén, en la bajada a Silá. 22 Los que lo mataron fueron sus súbditos Jozabad, hijo de Simat, y Jeozabad, hijo de Somer. Luego lo enterraron con sus antepasados en la ciudad de David, y su hijo Amasías le sucedió como rey.

Los dos reinos hasta el fin de Israel (13—17)

Joacaz de Israel (813-797)

13 Joacaz, hijo de Jehú, comenzó a reinar sobre Israel en el vigésimo tercer año del reinado de Joás, hijo de Ocozías, rey de Judá. Reinó en Samaría durante diecisiete años. Joacaz ofendió al Señor y persistió en el pecado que Jeroboán, el hijo de Nabat, había hecho cometer a Israel, sin apartarse de él. El Señor se encolerizó contra Israel y lo entregó en poder de Jazael, el rey de Siria, y de su hijo Benadad, durante todo aquel tiempo. Pero Joacaz suplicó al Señor y el Señor lo escuchó, pues había visto cómo oprimía el rey de Siria a los israelitas. El Señor dio a Israel un salvador que lo libró del dominio sirio, y los israelitas pudieron vivir en sus casas como antes. Sin embargo, no se apartaron de los pecados que la dinastía de Jeroboán había hecho cometer a Israel, sino que persistieron en ellos y mantuvieron una estela sagrada en Samaría. Por eso, el Señor no le dejó a Joacaz más que cincuenta jinetes, diez carros y diez mil soldados de infantería, pues el rey de Siria los había destruido por completo.

El resto de la historia de Joacaz, todo cuanto hizo y su valor, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. Cuando Joacaz murió, fue enterrado en Samaría y su hijo Joás le sucedió como rey.

Joás de Israel (797-782)

10 Joás, hijo de Joacaz, comenzó a reinar sobre Israel el año treinta y siete del reinado de Joás en Judá. Reinó en Samaría durante seis años. 11 Ofendió al Señor y no se apartó de los pecados que Jeroboán, el hijo de Nabat, hizo cometer a Israel, persistiendo en ellos.

12 El resto de la historia de Joás, todo lo que hizo y su valor en la guerra con Amasías, el rey de Judá, está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel. 13 Cuando Joás murió, Jeroboán le sucedió en el trono. Joás fue enterrado en Samaría con los reyes de Israel.

Muerte de Eliseo

14 Eliseo estaba gravemente enfermo y Joás, el rey de Israel, bajó a visitarlo. Al verlo se puso a llorar, diciendo:

— ¡Padre mío, padre mío! ¡Carro y caballería de Israel!

15 Eliseo le dijo:

— Toma un arco y unas flechas.

Joás lo hizo así 16 y Eliseo le ordenó:

— Empuña el arco.

Joás empuñó el arco, y Eliseo puso sus manos sobre las manos del rey; 17 luego le dijo:

— Abre la ventana que da a oriente.

El rey la abrió, y Eliseo le ordenó:

— ¡Dispara!

Él disparó y Eliseo exclamó:

— ¡Flecha victoriosa del Señor! ¡Flecha victoriosa frente a Siria! Derrotarás a Siria en Afec, hasta acabar con ella.

18 Luego añadió:

— Toma las flechas.

El rey de Israel las tomó, y Eliseo le dijo:

— Golpea el suelo.

Lo golpeó tres veces y se detuvo. 19 Entonces el profeta se enfadó con él y le dijo:

— Si hubieras golpeado cinco o seis veces, habrías derrotado a Siria hasta acabar con ella; pero así sólo la derrotarás tres veces.

20 Eliseo murió y lo enterraron. A primeros de año bandas moabitas hicieron incursiones por el país. 21 Unos hombres, que estaban enterrando a un muerto, al divisar a estas bandas, arrojaron el muerto en la tumba de Eliseo y se fueron. Y cuando entró en contacto con los huesos de Eliseo, el muerto revivió y se puso en pie.

22 Jazael, rey de Siria, había oprimido a Israel durante todo el reinado de Joacaz. 23 Pero el Señor se compadeció de ellos y los atendió en consideración a su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob. Por eso no quiso exterminarlos ni expulsarlos de su presencia hasta el presente. 24 Cuando murió Jazael, el rey de Siria, su hijo Benadad le sucedió como rey. 25 Entonces Joás, el hijo de Joacaz, arrebató a Benadad, el hijo de Jazael, las ciudades que este había arrebatado a su padre Joacaz en la guerra. Joás lo derrotó tres veces, recuperando así las ciudades de Israel.

Amasías de Judá (796-767) (2 Cr 25,1-4.11.17-28; 26,1.2a)

14 Amasías, hijo de Joás, comenzó a reinar en Judá el año segundo del reinado de Joás, hijo de Joacaz, en Israel. Amasías tenía veinticinco años cuando comenzó a reinar, y reinó durante veintinueve años. Su madre se llamaba Joadán y era de Jerusalén. Actuó correctamente ante el Señor, aunque no tanto como su antepasado David. Actuó como su padre Joás. Pero no desaparecieron los santuarios de los altos y la gente seguía ofreciendo sacrificios y quemando incienso en ellos.

Cuando consolidó su soberanía, mató a los súbditos que habían asesinado a su padre, el rey. Pero no mató a los hijos de los asesinos, de acuerdo con lo escrito en la ley de Moisés, promulgada por el Señor: “Los padres no morirán por las culpas de los hijos, ni los hijos por las culpas de los padres. Cada cual morirá por su propio pecado”. Amasías derrotó a diez mil edomitas en el valle de la Sal y tomó por asalto Selá, a la que puso el nombre de Joctael, que mantiene hasta el presente.

Entonces Amasías envió mensajeros a Joás, el hijo de Joacaz y nieto de Jehú, rey de Israel, diciéndole:

— ¡Ven a que nos veamos las caras!

Pero Joás, el rey de Israel, mandó responder así a Amasías, el rey de Judá:

— El cardo del Líbano mandó esta embajada al cedro del Líbano: “Dale tu hija por esposa a mi hijo”. Pero pasó por allí un animal silvestre del Líbano y pisoteó el cardo. 10 Has derrotado estrepitosamente a Edom y te has envalentonado. Disfruta de tu fama, pero quédate en tu casa. ¿Por qué te empeñas en atraer la desgracia sobre ti y sobre Judá?

11 Pero Amasías no le hizo caso. Entonces Joás, el rey de Israel, subió a verse las caras con Amasías, el rey de Judá, en Bet Semes, que está en territorio de Judá. 12 Judá cayó derrotado ante Israel y todos huyeron a sus casas. 13 Joás, el rey de Israel, hizo prisionero en Bet Semes a Amasías, el rey de Judá, hijo de Joás y nieto de Ocozías. Luego fue a Jerusalén y abrió una brecha de unos doscientos metros en su muralla, desde la puerta de Efraín hasta la Puerta de la Esquina. 14 Se apoderó, además, de todo el oro y la plata y de todos los objetos que había en el Templo y en el tesoro del palacio real; tomó algunos rehenes y regresó a Samaría.

15 El resto de la historia de Joás, todo lo que hizo y su valor en la guerra con Amasías, el rey de Judá, está escrito en el libro de los Anales de los reyes de Israel. 16 Cuando Joás murió, fue enterrado en Samaría con los reyes de Israel y su hijo Jeroboán le sucedió como rey.

17 Amasías, el rey de Judá, sobrevivió quince años a Joás, el hijo de Ocozías, rey de Israel.

18 El resto de la historia de Amasías está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá. 19 Tramaron contra él una conspiración en Jerusalén y huyó a Laquis. Pero enviaron gente a Laquis en su persecución y lo mataron allí. 20 Luego lo transportaron en caballos a Jerusalén y lo enterraron con sus antepasados en la ciudad de David. 21 Entonces todo el pueblo de Judá proclamó como rey a Azarías, que tenía dieciséis años, en sustitución de su padre Amasías. 22 Azarías reconstruyó Eilat y la devolvió a Judá, una vez que el rey, su padre, descansó con sus antepasados.

Jeroboán II de Israel (782-753)

23 Jeroboán, hijo de Joás, rey de Israel, comenzó a reinar en Samaría el año décimo quinto del reinado de Amasías, el hijo de Joás, rey de Judá. Reinó durante cuarenta y un años. 24 Ofendió al Señor y no se apartó de todos los pecados que Jeroboán, el hijo de Nabat, hizo cometer a Israel. 25 Restableció la frontera de Israel desde la entrada de Jamat hasta el Mar Muerto, de acuerdo con la palabra que el Señor, Dios de Israel, había anunciado por medio de su servidor, el profeta Jonás, hijo de Amitay, de Bat Jéfer. 26 El Señor se había fijado en el terrible sufrimiento de Israel, pues no había quedado nadie, esclavo o libre, ni había nadie que pudiera ayudar a Israel. 27 Y es que el Señor aún no había decidido borrar del mapa el nombre de Israel, y lo salvó por medio de Jeroboán, el hijo de Joás.

28 El resto de la historia de Jeroboán, todo cuanto hizo, su valor en la guerra y la recuperación de Damasco y Jamat para Israel, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 29 Cuando Jeroboán murió, fue enterrado con los reyes de Israel. Su hijo Zacarías le sucedió como rey.

Azarías (Ozías) de Judá (767-739) (2 Cr 26,3-4.21-23)

15 Azarías, hijo de Amasías, comenzó a reinar en Judá el año vigésimo séptimo del reinado de Jeroboán, rey de Israel. Tenía dieciséis años cuando comenzó a reinar, y reinó en Jerusalén durante cincuenta y dos años. Su madre se llamaba Jecolías y era de Jerusalén. Actuó correctamente ante el Señor, como su padre Amasías. Pero no desaparecieron los santuarios de los altos y la gente siguió ofreciendo sacrificios y quemando incienso en ellos. El Señor le hizo contraer la lepra hasta el día de su muerte, por lo que tuvo que vivir apartado en una casa, mientras su hijo Jotán quedaba al frente del palacio y gobernaba al pueblo.

El resto de la historia de Azarías y todo cuanto hizo está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá. Cuando Azarías murió fue enterrado con sus antepasados en la ciudad de David. Su hijo Jotán le sucedió como rey.

Zacarías de Israel (753)

Zacarías, hijo de Jeroboán, comenzó a reinar sobre Israel el año trigésimo octavo del reinado de Azarías en Judá, y reinó en Samaría durante seis meses. Ofendió al Señor, como sus antepasados, y no se apartó de los pecados que Jeroboán, el hijo de Nabat, hizo cometer a Israel. 10 Salún, el hijo de Jabés, conspiró contra él, lo atacó en presencia del pueblo, lo mató y reinó en su lugar.

11 El resto de la historia de Zacarías está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 12 En él se cumplió el anuncio que el Señor hizo a Jehú: “Tus descendientes se sentarán en el trono de Israel hasta la cuarta generación”. Y así fue.

Salún de Israel (753)

13 Salún, hijo de Jabés, comenzó a reinar el año trigésimo noveno del reinado de Azarías en Judá. Reinó en Samaría durante un mes. 14 Menajén, hijo de Gadí, subió desde Tirsá, llegó a Samaría y allí derrotó a Salún, hijo de Jabés; lo mató y lo suplantó como rey.

15 El resto de la historia de Salún junto con la conspiración que tramó, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 16 Por entonces Menajén atacó Tifsaj y su término desde Tirsá matando a todos sus habitantes porque no le habían abierto las puertas. También destripó a todas las embarazadas.

Menajén de Israel (752-741)

17 Menajén, hijo de Gadí, comenzó a reinar sobre Israel el año trigésimo noveno del reinado de Azarías en Judá. Reinó en Samaría durante diez años. 18 Ofendió al Señor y no se apartó en toda su vida de los pecados que Jeroboán, el hijo de Nabat, había hecho cometer a Israel. 19 Pul, el rey de Asiria, invadió el país. Pero Menajén pagó a Pul mil talentos de plata para que le ayudase a consolidar el reino en su poder. 20 Para pagar al rey de Asiria, Menajén impuso tributos a todos los ricos de Israel a razón de cincuenta siclos cada uno. El rey de Asiria se retiró, sin detenerse más tiempo en el país.

21 El resto de la historia de Menajén y todo cuanto hizo está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 22 Cuando Menajén murió, su hijo Pecajías le sucedió como rey.

Pecajías de Israel (741-740)

23 Pecajías comenzó a reinar sobre Israel el año quincuagésimo del reinado de Azarías en Judá y reinó en Samaría durante dos años. 24 Ofendió al Señor y no se apartó de los pecados que Jeroboán, el hijo de Nabat, hizo cometer a Israel. 25 Su capitán Pecaj, hijo de Remalías, conspiró contra él, acompañado de cincuenta hombres de Galaad. Lo atacó en Samaría, en la torre del palacio real, con Argob y Arié, matándolo y suplantándolo como rey.

26 El resto de la historia de Pecajías y todo cuanto hizo está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel.

La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)

La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España