The Daily Audio Bible
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Cuarto lamento acróstico[a]
El profeta
4 ¡Perdió el oro su brillo!
¡Quedó totalmente empañado!
¡Por las esquinas de las calles
quedaron regadas las joyas del templo!
2 ¡Oro puro! Así se valoraba
a los habitantes de Jerusalén,
¡pero ahora no valen más
que simples ollas de barro!
3 Bondadosas se muestran las lobas
cuando alimentan a sus cachorros,
pero las crueles madres israelitas
abandonan a sus hijos.
4 Reclaman pan nuestros niños,
pero nadie les da nada.
La lengua se les pega al paladar,
y casi se mueren de sed.
5 En las calles se mueren de hambre
los que antes comían manjares;
entre la basura se revuelcan
los que antes vestían con elegancia.
6 Cayó Jerusalén, pues ha pecado
más de lo que pecó Sodoma.
¡De pronto se vino abajo
y nadie pudo ayudarla!
7 Increíblemente hermosos
eran los líderes de Jerusalén;
estaban fuertes y sanos,
estaban llenos de vida.
8 Tan feos y enfermos se ven ahora
que nadie los reconoce.
Tienen la piel reseca como leña,
¡hasta se les ven los huesos!
9 A falta de alimentos,
todos mueren poco a poco.
¡Más vale morir en la guerra
que morirse de hambre!
10 ¡Destruida ha quedado Jerusalén!
¡Hasta las madres más cariñosas
cocinan a sus propios hijos
para alimentarse con ellos!
11 El enojo de Dios fue tan grande
que ya no pudo contenerse;
le prendió fuego a Jerusalén
y la destruyó por completo.
12 ¡Terminaron entrando a la ciudad
los enemigos de Jerusalén!
¡Nadie en el mundo se imaginaba
que esto pudiera ocurrir!
13 Injustamente ha muerto gente
a manos de profetas y sacerdotes.
Dios castigó a Jerusalén
por este grave pecado.
14 Juntos andan esos asesinos
como ciegos por las calles.
Tienen las manos llenas de sangre;
¡nadie se atreve a tocarlos!
15 En todas partes les gritan:
«¡Fuera de aquí, vagabundos!
¡No se atrevan a tocarnos!
¡No pueden quedarse a vivir aquí!»
16 Rechazados por Dios,
los líderes y sacerdotes
vagan por el mundo.
¡Dios se olvidó de ellos!
17 Una falsa esperanza tenemos:
que un pueblo venga a salvarnos;
pero nuestros ojos están cansados.
¡Nadie vendrá en nuestra ayuda!
18 Se acerca nuestro fin.
No podemos andar libremente,
pues por todas partes nos vigilan;
¡nuestros días están contados!
19 Aun más veloces que las águilas
son nuestros enemigos.
Por las montañas y por el desierto
nos persiguen sin descanso.
20 La sombra que nos protegía
era nuestro rey;
Dios mismo nos lo había dado.
¡Pero hasta él cayó prisionero!
21 Esto mismo lo sufrirás tú,
que te crees la reina del desierto.
Puedes reírte ahora, ciudad de Edom,
¡pero un día te quedarás desnuda!
22 No volverá Dios a castigarte,
bella ciudad de Jerusalén,
pues ya se ha cumplido tu castigo.
Pero a ti, ciudad de Edom,
Dios te castigará por tus pecados.
Quinto lamento
El pueblo de Jerusalén
5 Dios mío, fíjate en nuestra desgracia;
date cuenta de que nos ofenden.
2 Nuestras tierras y nuestra patria
han caído en manos de extranjeros.
3 Nos hemos quedado sin padre;
nuestras madres han quedado viudas.
4 ¡Hasta el agua y la leña
tenemos que pagarlas!
5 El enemigo nos persigue.
Nos tiene acorralados.
6 ¡A nuestros peores enemigos,
tenemos que pedirles alimento!
7 Pecaron nuestros antepasados,
¡y Dios nos castigó a nosotros!
8 Los esclavos se creen reyes,
¡y no podemos librarnos de ellos!
9 Para conseguir alimentos,
arriesgamos la vida en el desierto.
10 Tanta es el hambre que tenemos
que hasta deliramos.
11 En todas nuestras ciudades
violaron a nuestras mujeres.
12 No respetaron a nuestros jefes;
¡los colgaron de las manos!
13 Nuestros jóvenes y niños
cargan leña como esclavos.
14 Ya los jóvenes no cantan
ni se reúnen los ancianos.
15 No tenemos motivo de alegría;
en vez de danzas, hay tristeza.
16 ¡Pobres de nosotros!
Por el pecado perdimos el reino.
17 Vamos perdiendo las fuerzas;
estamos a punto de morir.
18 El monte Sión ha quedado desierto;
sólo se ven animales salvajes.
19 Pero tú, Dios nuestro,
reinas para siempre.
¡Tú eres nuestro rey!
20 ¿Por qué te olvidas de nosotros
y nos abandonas tanto tiempo?
21 ¡Déjanos volver a ti, y volveremos!
¡Devuélvenos el poder que tuvimos!
22 En verdad nos diste la espalda;
¡se te fue la mano!
La salvación es importante
2 Por eso debemos poner más interés en el mensaje de salvación que hemos oído, para no apartarnos del camino que Dios nos señala. 2 Si el mensaje que anunciaron los ángeles resultó ser verdad, y quienes no lo obedecieron recibieron el castigo que merecían, 3 con más razón seremos castigados nosotros si no reconocemos el gran valor de la salvación que él nos ofrece. Porque el Señor Jesús mismo fue el primero en comunicar el mensaje de salvación, y después, los que oyeron ese mensaje nos demostraron que era verdad. 4 Dios también nos lo demostró por medio de muchas señales y de acciones maravillosas, y también con milagros. Además, cuando lo hizo, les dio el Espíritu Santo a quienes él se lo quiso dar.
Jesús nos salva
5 Dios no ha puesto a los ángeles como jefes del mundo[a] en que vamos a vivir en el futuro. En ese mundo 6 el jefe será otro. Pues la Biblia dice:
«Dios, ¿qué somos los mortales
para que pienses en nosotros
y nos tomes en cuenta?
7 »¡Nos creaste casi iguales
a los ángeles!
Nos trataste como a reyes;
8 nos diste plena autoridad
sobre todo lo que hiciste;
nos diste dominio
sobre toda tu creación».[b]
Y si Dios le dio «dominio sobre toda la creación», eso quiere decir que nada de lo creado queda fuera de su gobierno. Claro, todavía no vemos que él gobierne sobre todas las cosas. 9 Pero Dios nos ama y envió a Jesús a morir para salvarnos. Por eso, aunque Dios permitió que, por algún tiempo, Jesús fuera menos importante que los ángeles, ahora Jesús ha recibido gloria y honor.
10 Dios hizo todas las cosas para él mismo, y quiere que su gloria la compartan todos los que lo aman y obedecen. Para eso, Dios tenía que hacer perfecto a Jesucristo y dejarlo morir, pues Jesucristo es el Salvador de ellos. 11 Todos los que aman y obedecen a Dios son sus hijos, y Dios es padre de todos ellos. Y como Jesús también es Hijo de Dios, no se avergüenza de tratarlos como hermanos, 12 pues él le dijo a Dios:
«Cuando mi pueblo se junte
para adorarte en el templo,
yo les hablaré de ti,
y te cantaré alabanzas.»
13 También dice:
«Confiaré en Dios.»
Y añade:
«Aquí estoy, con los hijos
que Dios me ha dado.»
14 Nosotros somos seres de carne y hueso. Por eso Jesús se hizo igual a nosotros. Sólo así podía morir para vencer al diablo, que tenía poder para matar a hombres y a mujeres. 15 Con su muerte, Jesús dio libertad a los que se pasaban la vida con miedo a la muerte. 16 Queda claro que Jesús no vino para ayudar a los ángeles, sino a todos los descendientes de Abraham. 17 Para poder ayudarlos, tenía que hacerse igual a ellos. Por eso Jesús es un Jefe de sacerdotes en quien se puede confiar, pues está lleno de amor para servir a Dios. Además, por medio de su muerte, Jesús logró que Dios nos perdonara nuestros pecados. 18 Y como Jesús mismo sufrió, y el diablo le puso trampas para hacerlo pecar, ahora, cuando el diablo nos pone trampas, Jesús puede ayudarnos a todos.
¡Te alabaré con todas mis fuerzas!
SALMO 103 (102)
Himno de David.
103 ¡Con todas las fuerzas de mi ser
alabaré a mi Dios!
2 ¡Con todas las fuerzas de mi ser
lo alabaré y recordaré
todas sus bondades!
3 Mi Dios me perdonó
todo el mal que he hecho;
me devolvió la salud,
4 me libró de la muerte,
¡me llenó de amor y de ternura!
5 Mi Dios me da siempre todo lo mejor;
¡me hace fuerte como las águilas!
6 Mi Dios es un juez justo
que reconoce los derechos
de la gente que sufre.
7 A Moisés y a los israelitas
les dio a conocer sus planes
y lo que esperaba de ellos.
8 Mi Dios es muy tierno y bondadoso;
no se enoja fácilmente,
y es muy grande su amor.
9 No nos reprende todo el tiempo
ni nos guarda rencor para siempre.
10 No nos castigó como merecían
nuestros pecados y maldades.
11 Su amor por quienes lo honran
es tan grande e inmenso
como grande es el universo.
12 Apartó de nosotros
los pecados que cometimos
del mismo modo que apartó
los extremos de la tierra.
13 Con quienes lo honran,
Dios es tan tierno
como un padre con sus hijos.
14 Bien sabe nuestro Dios cómo somos;
¡bien sabe que somos polvo!
15 Nuestra vida es como la hierba,
que pronto se marchita;
somos como las flores del campo:
crecemos y florecemos,
16 pero tan pronto sopla el viento,
dejamos de existir
y nadie vuelve a vernos.
17 En cambio, el amor de Dios
siempre será el mismo;
Dios ama a quienes lo honran,
y siempre les hace justicia
a sus descendientes,
18 a los que cumplen fielmente
su pacto y sus mandamientos.
19 Mi Dios es el rey del cielo;
es el dueño de todo lo que existe.
20 Ustedes, sus ángeles poderosos,
que cumplen sus mandatos
y llevan a cabo sus órdenes,
¡alaben a mi Dios!
21 Y ustedes, sus ejércitos,
que están a su servicio
y cumplen su voluntad,
¡alaben a mi Dios!
22 Y ustedes, sus criaturas,
que llenan todos los rincones
de todo lo que existe,
¡alaben a mi Dios!
Yo, por mi parte,
¡alabaré a mi Dios,
con todas las fuerzas de mi ser!
23 Los piropos del malvado
son tan engañosos
como una olla de barro
cubierta de plata.
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