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Bible in 90 Days

An intensive Bible reading plan that walks through the entire Bible in 90 days.
Duration: 88 days
La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)
Version
Lamentaciones 2:1 - Ezequiel 12:20

Segunda Elegía

¡Cómo ha nublado mi Dios,
con su cólera a Sión!
Desde el cielo echó por tierra
el esplendor de Israel,
olvidó lleno de ira
al pedestal de sus pies.

Dios destruyó sin piedad
las moradas de Jacob,
arrasó las fortalezas
de la hija de Judá
y echó por tierra, humillados,
a su reino y a sus príncipes.

Quebró, encendido de cólera,
todo el poder de Israel,
su mano escondió en la espalda
ante el ataque enemigo
y prendió fuego en Jacob
devorando sus contornos.

Enemigo, tensó el arco
y lo afianzó en su derecha;
cual adversario mató
todo lo más apreciado,
y en las tiendas de Sión
prendió el fuego de su cólera.

Es mi Dios un enemigo
que ha aniquilado a Israel:
desmanteló sus palacios,
derribó sus fortalezas
y llenó la capital
de gemidos y lamentos.

Forzó, cual huerto, su tienda
y arrasó el lugar de encuentro;
borró el Señor en Sión
festividades y sábados;
y rechazó enfurecido
a reyes y a sacerdotes.

Rechazó mi Dios su altar
y repudió su santuario,
entregando al enemigo
los muros de sus palacios;
daban gritos en el Templo,
como en un día de fiesta.

Decidió el Señor destruir
las murallas de Sión;
echó el cordel, sin quitar
la mano que derribaba;
muro y baluarte gemían
al desmoronarse juntos.

Tiró por tierra sus puertas,
quitó y rompió sus cerrojos;
su rey y sus príncipes viven
entre paganos; no hay ley,
ni los profetas reciben
sus visiones del Señor.

10 Silenciosos y por tierra,
los ancianos de Sión
se echan polvo en sus cabezas
y se visten de sayal;
humillan su rostro en tierra
las doncellas de Sión.

11 El llanto seca mis ojos,
mis entrañas se estremecen
y la hiel se me derrama
por la ruina de mi pueblo;
niños y bebés sucumben
por las calles del lugar.

12 “¿Dónde están el pan y el vino?”,
interpelan a las madres,
mientras yacen moribundos
en medio de la ciudad
y van quedando sin vida
en los brazos de sus madres.

13 ¿Con quién puedo compararte,
ciudad de Jerusalén?
¿Con qué ejemplo consolarte,
virgen, hija de Sión?
Un mar inmenso es tu herida:
¿quién te la podrá curar?

14 Tus profetas te anunciaban
falsas e ilusas visiones:
no descubrieron tu culpa
para hacer cambiar tu suerte;
sólo te dieron oráculos
falaces y seductores.

15 Baten palmas contra ti
todos los que van de paso;
silban, menean la cabeza
burlándose de Sión.
“¿Es esta la urbe más bella
y más alegre del mundo?”.

16 Abren contra ti sus bocas
todos tus enemigos;
silban, rechinan los dientes
y dicen: “¡Ya es pan comido!
¡Es el día que esperábamos!
¡Al fin lo hemos conseguido!”

17 Ha hecho el Señor lo fijado
y ha cumplido la promesa
que hace tiempo formuló:
sin piedad ha destruido,
alegrando a tu enemigo
y aumentando su poder.

18 ¡Grita con fuerza a mi Dios,
oh muralla de Sión!
Deja correr noche y día
el torrente de tus lágrimas;
no te des ninguna tregua,
que no descansen tus ojos.

19 Álzate y grita en la noche,
al comienzo de las guardias;
desahoga el corazón
en presencia de mi Dios
y levanta hacia él tus manos
por la vida de tus niños.

20 Mira, Señor, ten en cuenta
que a nadie has tratado así:
¿Tenían que comer las madres
a sus hijos, niños tiernos,
o morir en el santuario
sacerdotes y profetas?

21 En el polvo de las calles
yacen muchachos y ancianos;
mis doncellas y mis jóvenes
caen a filo de espada.
En tu cólera mataste,
masacrando sin piedad.

22 Como a fiesta has convocado
los terrores que me cercan;
nadie ha podido escapar
del enojo del Señor.
A los que cuidé y crié
mi enemigo los mató.

Tercera elegía

Yo he sufrido la aflicción
en la vara de su cólera.
Me ha guiado y hecho andar
por tinieblas y sin luz.
Vuelve sin cesar su mano
todo el día contra mí.

Me ha comido carne y piel
y me ha quebrado los huesos.
Me ha levantado un asedio
de veneno y sufrimiento.
Me ha hecho vivir en tinieblas
como a los muertos antiguos.

Me ha tapiado sin salida,
cargándome de cadenas.
Aunque grité y pedí auxilio,
no hizo caso de mi súplica.
Me ha amurallado el camino
y me ha cambiado las sendas.

10 Me ha acechado como un oso,
como un león escondido.
11 Me ha extraviado y hecho trizas,
me ha dejado destrozado.
12 Me ha apuntado con su arco,
me ha hecho blanco de sus flechas.

13 Me ha clavado en las entrañas
las flechas de su aljaba.
14 Soy la burla de mi pueblo
y su copla todo el día.
15 Me ha saciado de amargura,
me ha dado a beber ajenjo.

16 Me ha machacado los dientes,
me ha revolcado en el polvo.
17 Me han secuestrado la paz
y hasta he olvidado la dicha.
18 Pienso que estoy sin fuerza,
que se ha agotado del todo
mi esperanza en el Señor.

19 Recuerda mi pena amarga
que es ajenjo envenenado.
20 Me acuerdo constantemente
y se me derrumba el ánimo.
21 Pero algo viene a mi mente
que me llena de esperanza:

22 que tu amor, Señor, no cesa,
ni tu compasión se agota;
23 ¡se renuevan cada día
por tu gran fidelidad!
24 Tú eres mi herencia, Señor,
por eso confío en ti.

25 Es bueno el Señor con quien
confía en él y lo busca.
26 Es bueno esperar callado
la salvación del Señor.
27 Es bueno que el ser humano
cargue el yugo desde niño,

28 que aguante solo y callado
pues el Señor se lo ha impuesto;
29 que su boca bese el polvo
por si aún queda esperanza;
30 y que ofrezca su mejilla
al que lo hiere y lo afrenta.

31 Porque no ha de rechazarnos
eternamente mi Dios:
32 pues, aunque aflige, se apiada
porque es inmenso su amor;
33 que no disfruta afligiendo
o humillando al ser humano.

34 Si alguien pisotea a todos
los cautivos de un país,
35 si se agravia a un ser humano
en presencia del Altísimo,
36 o si se altera un proceso,
¿es que mi Dios no lo ve?

37 ¿Quién dice algo y sucede
si mi Dios no lo ha ordenado?
38 ¿No salen males y bienes
de la boca del Altísimo?
39 ¿Por qué alguno se lamenta,
si vive aunque haya pecado?

40 Revisemos nuestras sendas
y volvamos al Señor.
41 Alcemos al Dios del cielo
nuestras plegarias sinceras.
42 Fuimos rebeldes e infieles,
¡por eso no perdonaste!

43 Airado nos perseguiste,
nos mataste sin piedad.
44 Te ocultaste en una nube
para no escuchar las súplicas.
45 Nos convertiste en basura
y desecho entre los pueblos.

46 Nos provocan con insultos
todos nuestros enemigos.
47 Miedo y pánico es lo nuestro,
desolación y fracaso.
48 Mis ojos son ríos de lágrimas
por la capital en ruinas.

49 Mis ojos lloran sin tregua
y no sentirán alivio
50 hasta que el Señor se asome
y mire desde los cielos.
51 Siento dolor en mis ojos
por mi ciudad y sus hijas.

52 Los que me odian sin motivo
me cazaron como a un pájaro.
53 Me arrojaron vivo a un pozo,
echándome encima piedras.
54 Me sumergieron las aguas
y me dije: “¡Estoy perdido!”.

55 Invoqué, Señor, tu nombre
desde lo hondo del pozo.
56 ¡Escucha mi voz, no cierres
tu oído al grito de auxilio!
57 Cuando llamé te acercaste
y me dijiste: “¡No temas!”.

58 Me has defendido, Dios mío,
y me has salvado la vida.
59 Ya ves que sufro injusticia:
¡hazme justicia, Señor!
60 Ya ves todas sus intrigas
de venganza contra mí.

61 Tú oyes, Señor, sus insultos
y sus planes contra mí;
62 mi adversario cuchichea
todo el día contra mí.
63 Míralos: de pie o sentados,
me hacen tema de sus coplas.

64 Págales, Señor, a todos
como merecen sus obras.
65 Enduréceles la mente,
échales tu maldición.
66 Persíguelos con tu cólera
y bórralos bajo el cielo.

Cuarta elegía

¡Qué deslucido está el oro,
qué pálido el oro fino!
¡Las piedras santas están
tiradas por las esquinas!

De Sión los nobles hijos,
más apreciados que el oro,
parecen cuencos de barro,
hechura de un alfarero.

Hasta los chacales dan
de mamar a sus cachorros;
la hija de mi pueblo es cruel
como avestruz del desierto.

De sed se pega la lengua
al paladar del bebé.
Los pequeños piden pan
sin que nadie se lo dé.

Los que antes banqueteaban
desfallecen por las calles;
los criados entre púrpura
revuelven los basureros.

La culpa de mi ciudad
supera a la de Sodoma,
arrasada en un momento
sin intervención humana.

Como leche y nieve pura
resplandecían sus príncipes;
coral rojo eran sus cuerpos
y un zafiro, su figura.

Y hoy, más negros que el carbón,
nadie afuera los conoce;
su piel al hueso pegada
y enjutos como sarmientos.

Mejor le fue al caído en guerra
que a las víctimas del hambre:
extenuadas se consumen
por carencia de alimentos.

10 Manos tiernas de mujeres
cuecen a sus propios hijos
y los sirven de comida
mientras cae la capital.

11 Colmó el Señor su furor,
derramó su ardiente cólera
y prendió un fuego en Sión
que calcinó sus cimientos.

12 Ni los reyes de la tierra
ni los que habitan el orbe
pensaron ver enemigos
entrando en Jerusalén.

13 Por pecados de profetas
y culpas de sacerdotes
se derramó en su interior
sangre de gente inocente.

14 Tropezando como ciegos
caminan ensangrentados,
sin que nadie por las calles
pueda tocar sus vestidos.

15 ¡Apártense! —les gritaban—
¡Un impuro! ¡No toquen!
Y cuando huían vagabundos,
los paganos les decían:
“No pueden vivir aquí”.

16 El Señor los dispersó
y no volverá a mirarlos.
Negaron honra y piedad
a sacerdotes y ancianos.

17 Se gastaban nuestros ojos
aguardando ayuda en vano;
vigilantes esperábamos
a un aliado que no salva.

18 Vigilaban nuestros pasos
sin dejarnos caminar.
Nuestro fin estaba cerca,
nuestros días ya cumplidos,
había llegado el final.

19 Los perseguidores eran
más veloces que las águilas:
nos acosaron con trampas
por los montes y el desierto.

20 Con sus trampas dieron caza
al rey, que era nuestro aliento,
pues a su sombra esperábamos
vivir entre las naciones.

21 Goza y alégrate, Edom,
la que habitas tierras de Us;
ya te pasarán la copa
y andarás ebria y desnuda.

22 Expiaste tu culpa, Sión;
no volverá a desterrarte.
Serás castigada, Edom,
descubiertos tus pecados.

Quinta elegía

Recuerda, Señor, lo que hemos pasado;
contempla y mira nuestra desgracia.

Nuestra herencia es de extranjeros,
nuestras casas son de extraños.

Somos huérfanos de padre
y son viudas nuestras madres.

Pagamos hasta el agua que bebemos,
compramos nuestra leña con dinero.

Con el yugo al cuello, aún nos acosan;
agotados, no nos dan respiro.

Suplicamos a Egipto ayuda,
a Asiria pedimos alimentos.

Nuestros padres pecaron y no viven,
nosotros sufrimos su castigo.

Somos dominados por esclavos
y no hay quien nos libre de su mano.

Nos jugamos la vida por el pan,
afrontamos los peligros del desierto.

10 Nuestra piel abrasa como un horno
por los ardores que causa el hambre.

11 Violaron a mujeres en Sión,
a doncellas en ciudades de Judá.

12 Colgaron de sus manos a los nobles,
los ancianos no fueron respetados.

13 Muchachos empujaban el molino,
niños tropezaban bajo el peso de la leña.

14 Los ancianos no acudían a la plaza
ni los jóvenes cantaban sus canciones.

15 Quedó sin alegría el corazón,
nuestros bailes acabaron en duelo.

16 Se nos ha caído la corona.
¡Ay de nosotros, que hemos pecado!

17 Por eso nos duele el corazón,
por eso se nos nublan los ojos:

18 porque el monte Sión está asolado
y por él merodean las raposas.

19 Pero tú, Señor, reinas por siempre,
tu trono permanece eternamente.

20 ¿Por qué has de olvidarnos para siempre
y nos vas a abandonar por tanto tiempo?

21 Haznos volver a ti, Señor, y volveremos;
haz que nuestros días sean como antaño.

22 ¿O nos has rechazado por completo,
enojado del todo con nosotros?

Prólogo (1,1—3,15)

Marco histórico

El año treinta, el día cinco del cuarto mes, estaba yo con los deportados junto a la orilla del río Quebar. Entonces se abrió el cielo y tuve una visión divina. El día cinco del mes (era el año quinto de la deportación del rey Jeconías), el Señor comunicó su palabra al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzí, en el país de los caldeos, a orillas del río Quebar. La mano del Señor se posó sobre él.

Teofanía: visión del carro del Señor

Entonces sentí un viento huracanado que soplaba del norte; y vi una densa nube rodeada de resplandor: lanzaba rayos en todas direcciones, y entre los rayos se percibía como el brillo del electro. En medio de ellos podía verse la figura de cuatro seres vivientes, cuyo aspecto era humano. Cada uno tenía cuatro rostros y cuatro alas. Sus piernas eran rectas, y las plantas de sus pies parecían pezuñas de novillo; brillaban igual que el bronce bruñido. Debajo de sus alas tenían manos humanas, por los cuatro costados; los cuatro tenían también rostros y alas; las alas de cada par se unían entre sí. Cuando andaban, no se volvían; andaban siempre de frente. 10 Los rostros de los cuatro parecían de ser humano; los cuatro tenían rostro de león por la parte derecha, y de toro por la parte izquierda; y los cuatro tenían rostro de águila. 11 Sus alas estaban desplegadas hacia arriba: dos de ellas se unían, y las otras dos cubrían sus cuerpos. 12 Cada cual caminaba de frente, allá donde los dirigía el viento; cuando andaban, no se volvían. 13 En medio de estos seres vivientes había una especie de brasas encendidas, como unas antorchas que iban de un lado a otro entre ellos; el fuego, que brillaba intensamente, despedía rayos. 14 Los seres vivientes iban y venían rápidos como el rayo.

15 Al fijarme, vi en el suelo una rueda junto a cada uno de los cuatro seres vivientes. 16 El aspecto de las ruedas recordaba al brillo del crisólito; las cuatro tenían la misma apariencia, y estaban ensambladas, como si una encajara dentro de la otra. 17 De este modo, podían marchar en las cuatro direcciones, sin necesidad de dar la vuelta cuando avanzaban. 18 Su circunferencia era enorme, y las llantas de las cuatro estaban llenas de destellos. 19 Cuando los seres vivientes avanzaban, se movían con ellos las ruedas, y cuando se alzaban del suelo, se alzaban también las ruedas. 20 Iban adonde los dirigía el viento, y las ruedas se alzaban con ellos, pues el espíritu de los seres vivientes estaba en ellas. 21 Así, [las ruedas] avanzaban cuando avanzaban ellos, y se detenían cuando ellos se detenían; cuando ellos se alzaban del suelo, se alzaban también las ruedas, pues el espíritu de los seres vivientes estaba en ellas.

22 Sobre las cabezas de los seres vivientes había una especie de plataforma, brillante como el cristal, que se extendía por encima de sus cabezas. 23 Sus alas se hallaban emparejadas por debajo de la plataforma, y cada uno se cubría el cuerpo con un par de ellas. 24 Entonces oí el ruido que hacían sus alas: parecía el estruendo de aguas caudalosas, como si fuera la voz del Todopoderoso; sobre todo al caminar, el ruido era atronador, parecido al estruendo que se oye en una batalla. Cuando se paraban, plegaban sus alas.

25 Se oyó después un ruido sobre la plataforma que había encima de sus cabezas. 26 Por encima de la plataforma había una especie de zafiro, parecido a un trono, y por encima de esta especie de trono sobresalía una figura que parecía humana. 27 Luego vi algo así como el brillo del electro (una especie de fuego que salía de dentro y lo envolvía) desde lo que parecía su cintura para arriba, y de lo que parecía su cintura para abajo vi una especie de fuego que brillaba todo alrededor. 28 Se parecía al arco iris que asoma por entre las nubes en días de lluvia; eso es lo que parecía el brillo que le rodeaba: la propia gloria del Señor. Al verlo, caí rostro en tierra y oí que alguien hablaba.

Vocación y misión de Ezequiel

Me dijo una voz:

— Hijo de hombre, ponte de pie, que quiero hablar contigo.

En cuanto empezó a hablarme, entró en mí el espíritu y me hizo poner de pie. Y pude oír al que me hablaba. Me dijo lo siguiente:

— Hijo de hombre, voy a enviarte adonde están los israelitas, un pueblo levantisco que se ha rebelado contra mí. Como hicieron sus antepasados, también ellos se han sublevado contra mí, hasta este mismo día. Te envío a gente obstinada y testaruda. Les dirás: “Esto dice el Señor Dios”, te escuchen o no te escuchen, pues son gente rebelde; así reconocerán que hay un profeta entre ellos. Y tú, hijo de hombre, no les tengas miedo ni te asusten sus palabras; ni te acobardes ante ellos. Ya sabes que son gente rebelde. Les transmitirás mis palabras, escuchen o no escuchen, pues son gente rebelde.

Por tu parte, hijo de hombre, escucha lo que voy a decirte: No seas rebelde como ellos; abre bien la boca y come lo que voy a darte. Al mirar, vi una mano extendida hacia mí, que sostenía un libro enrollado. 10 Me lo abrió y vi que estaba escrito por las dos caras; contenía elegías, lamentos y ayes.

Después me dijo:

— Hijo de hombre, come este libro enrollado y vete a hablar a los israelitas.

Yo abrí la boca y me hizo comer el libro. Después me dijo:

— Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro enrollado que te doy.

Yo lo comí y me supo dulce como la miel. A continuación me dijo:

— Hijo de hombre, vete sin falta a los israelitas y transmíteles mis palabras. Pues no te envío a gente que habla de forma extraña o que tiene una pronunciación rara, sino al pueblo de Israel. No te envío a diversos pueblos que hablan de forma extraña o que tienen una pronunciación rara, cuya lengua nunca has oído; aunque estoy seguro de que si te enviara a ellos, te harían caso. Pero Israel no querrá escucharte porque no está dispuesto a escucharme a mí, pues todos los israelitas son obstinados y testarudos. Así que voy a hacerte tan persistente y obstinado como ellos. Hago tu cabeza más dura que la piedra, así que no temas ni les tengas miedo. Ya sabes que son gente rebelde.

10 Después me dijo:

— Hijo de hombre, escucha con atención y retén en la memoria todas las palabras que voy a decirte. 11 Luego vete sin falta adonde están los desterrados, tus compatriotas, y se las transmites. Les dirás: “Esto dice el Señor Dios”, te escuchen o no te escuchen.

12 A continuación me arrebató el espíritu y escuché a mis espaldas el ruido de un gran terremoto, al tiempo que se elevaba la gloria del Señor del lugar donde estaba. 13 Era el ruido causado por las alas de los seres vivientes, al golpear una contra otra, el chirrido de las ruedas al rozar y el estruendo de un gran terremoto. 14 El espíritu me arrebató y me transportó; yo me dejé llevar enardecido, mientras el Señor dejaba sentir la fuerza de su mano sobre mí. 15 Así llegué a Tel Abib, donde estaban instalados los desterrados a orillas del río Quebar; y me quedé con ellos, aturdido, durante siete días.

I.— ORÁCULOS CONTRA JERUSALÉN Y SUS HABITANTES (3,16—24,27)

Ezequiel, centinela de Israel

16 Cuando pasaron los siete días, el Señor me dirigió la palabra:

17 — Hijo de hombre, te convierto en vigía de Israel. Cuando me oigas hablar, les darás la alarma de mi parte. 18 Si yo dicto sentencia de muerte contra el malvado y tú no lo pones sobre aviso instándolo a que abandone su mala conducta, para que pueda así seguir con vida, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su vida. 19 En cambio, si pones sobre aviso al malvado pero no se convierte de su mala conducta, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida. 20 Si una persona honrada se desvía de su honradez y comete algo malo, haré que tropiece y morirá; como tú no le has puesto en guardia, morirá por su pecado y su honradez no será tenida en cuenta, pero a ti te pediré cuentas de su vida. 21 Pero si pones sobre aviso al honrado diciéndole que no peque, y en efecto no peca, vivirá por haber sido puesto sobre aviso, y además tú habrás salvado tu vida.

El profeta privado de la palabra

22 Sentí sobre mí la mano del Señor, que me dijo:

— Vete de inmediato a la llanura, que voy a hablarte allí.

23 Me puse inmediatamente en marcha hacia la llanura, y allí estaba la gloria del Señor (era la gloria que había visto a orillas del río Quebar). Al verla, caí rostro en tierra. 24 El espíritu penetró en mí y me puso de pie; a continuación me habló así:

— Vete y enciérrate en tu casa. 25 Ten en cuenta que usarán cuerdas para atarte, y que no podrás soltarte. 26 Voy a pegarte la lengua al paladar, y quedarás mudo; así no podrás recriminarles nada (ya sabes que son gente rebelde). 27 Cuando yo te hable, abriré tu boca para que les anuncies: “Esto dice el Señor Dios”; el que quiera escuchar, que escuche; y el que no quiera, que no escuche. Ya te he dicho que son gente rebelde.

Acciones simbólicas amenazantes

Hijo de hombre, toma un adobe, ponlo delante de ti y graba en él una ciudad [Jerusalén]. Dibuja un asedio, levanta torres de asalto y construye un talud; después sitúa tropas de atacantes y arietes todo alrededor. A continuación tomas una sartén de hierro y la colocas como una defensa férrea entre ti y la ciudad; pero dirige tu mirada hacia ella: quedará sitiada; tú le estrecharás el cerco. Se trata de una señal contra la comunidad de Israel.

Acuéstate del lado izquierdo y yo te pondré encima la culpa de Israel. Cargarás con su culpa durante todos los días que estés acostado. Yo te señalo en cómputo de días los años de su culpa: trescientos noventa días; durante ese tiempo cargarás con la culpa de Israel. Cuando acaben esos días, te acostarás del lado derecho, y cargarás con la culpa de Judá durante cuarenta días: te señalo, pues, un día por año. Después mirarás de frente hacia el asedio de Jerusalén, con el brazo desnudo, y profetizarás contra la ciudad. He decidido atarte con cuerdas, de modo que no puedas cambiarte de lado hasta que acabe el tiempo del asedio.

Toma trigo, cebada, judías, lentejas, mijo y espelta, y pon todo en un recipiente; lo cocinarás para que te sirva de alimento durante los trescientos noventa días que estés acostado de lado. 10 Comerás tu alimento tasado: veinte siclos por día; y lo comerás a una hora determinada. 11 También el agua que bebas estará racionada: un litro por día, que beberás a una hora determinada. 12 Comerás pan de cebada, que cocerás delante de ellos sobre excrementos humanos.

13 Y añadió el Señor:

— De este modo, los israelitas comerán un pan impuro en los países por donde pienso dispersarlos.

14 Yo dije:

— ¡Ay, Señor mi Dios! Date cuenta que mi boca no ha probado nada impuro, que no he comido carne de animal encontrado muerto o despedazado, que desde mi juventud no he probado carne en malas condiciones.

15 Me respondió:

— Mira, voy a permitir que utilices boñigas de vaca en lugar de excrementos humanos para que cuezas sobre ellas tu pan.

16 Y añadió:

— Hijo de hombre, voy a recortar el suministro de pan en Jerusalén. Comerán el pan tasado y con miedo; y beberán el agua racionada y con angustia. 17 De ese modo, al faltarles el pan y el agua, se mirarán entre sí espantados al ver que se consumen por su propia culpa.

Hijo de hombre, toma una espada afilada, como si fuera una navaja de afeitar, y pásatela por la cabeza y por la barba; toma después una balanza y divide el pelo en partes. Un tercio lo quemas en una fogata, en medio de la ciudad, cuando acabe el período de asedio; toma otro tercio y ve golpeándolo con la espada en torno a la ciudad; el último tercio lo lanzas al viento, y yo lo perseguiré con la espada desenvainada; pero dejarás unos pocos pelos, que meterás apretujados en el orillo de tu manto. Vuelve a tomar unos pocos de estos y échalos al fuego para que se quemen, de ellos se extenderá un fuego por toda la casa de Israel. Luego dirás a los israelitas: Esto dice el Señor Dios: Se trata de Jerusalén. La puse en medio de las naciones, rodeada de países. Pero ella se rebeló contra mis normas, con más malicia que las otras naciones; despreció mis leyes, más que los países que la rodeaban. Sí, rechazaron mis normas y no vivieron conforme a mis leyes.

Por eso, así dice el Señor Dios: Han superado en rebeldía a las naciones que los rodeaban, pues no han vivido conforme a mis leyes ni han puesto en práctica mis normas; y ni siquiera han obrado como es costumbre en esas otras naciones. Por eso, esto dice el Señor Dios: Aquí me tienes contra ti. Voy a ejecutar mi sentencia en medio de ti, a la vista de todas las naciones. Voy a actuar contra ti como nunca he actuado y como nunca volveré a actuar, a causa de tus acciones abominables. 10 Serás testigo de cómo los padres se comen a sus hijos y de cómo los hijos se comen a sus padres. Ejecutaré mi sentencia contra ti, y esparciré a los cuatro vientos a todos tus supervivientes. 11 Así pues, juro por mí mismo —oráculo del Señor Dios— que, por haber profanado mi santuario con todos tus asquerosos ídolos y tus acciones abominables, también yo voy a rechazarte; ni te miraré con compasión ni te perdonaré. 12 Una tercera parte de los tuyos morirá de peste y se consumirá de hambre en medio de ti; otra tercera parte caerá víctima de la espada a tu alrededor; y a la otra tercera parte la lanzaré a todos los vientos y la perseguiré con la espada desenvainada. 13 Daré así satisfacción a mi ira, descargaré mi cólera contra ellos y me quedaré a gusto. Y así reconocerán que yo, el Señor, hablaba lleno de celos cuando descargaba mi cólera contra ellos. 14 Haré de ti una ruina vergonzosa entre las naciones que te rodean; todos cuantos pasen lo podrán ver. 15 Te convertirás en el escarnio y el sarcasmo de las naciones que te rodean, el día en que ejecute en ti mi sentencia lleno de ira y de cólera, infligiéndote severos castigos. Soy yo, el Señor, quien lo dice.

16 Cuando yo dispare contra ustedes las flechas fatídicas de la hambruna, será para exterminarlos (las dispararé para exterminarlos); haré que arrecie la hambruna entre ustedes, y reduciré el suministro de pan. 17 Pienso enviar contra ustedes hambruna y fieras, que los dejarán sin hijos; serás presa de la peste y la muerte, y yo mismo enviaré la espada contra ti. Soy yo, el Señor, quien lo dice.

Contra la idolatría de Israel

Me llegó la palabra del Señor:

— Hijo de hombre, ponte mirando a los montes de Israel y profetiza contra ellos. Les dirás: Montes de Israel, escuchen la palabra del Señor Dios. Esto dice el Señor Dios a los montes y colinas, barrancas y vaguadas: Miren, traigo contra ustedes la espada para destruir sus santuarios de los altos. Sus altares serán demolidos y destrozados sus cipos, y haré que los muertos caigan ante sus ídolos. Arrojaré los cadáveres de los israelitas delante de sus ídolos, y esparciré sus huesos alrededor de sus altares. Las poblaciones de todas sus comarcas quedarán devastadas, y los santuarios de los altos arrasados; así sus altares quedarán devastados y arrasados, sus ídolos destrozados y sus cipos arrancados; y no quedará huella de los que ustedes han hecho. Caerá gente muerta en medio de ustedes, y reconocerán que yo soy el Señor. Los que de ustedes consigan huir de la espada a otras naciones, los que se dispersen por otros países, se acordarán de mí en esas naciones adonde vayan deportados. Haré trizas su corazón adúltero, que se apartó de mí, y arrancaré sus ojos, que se prostituyeron con sus ídolos. Sentirán entonces asco de ustedes mismos, por las maldades que cometieron, por todas sus acciones abominables. 10 Y reconocerán que yo, el Señor, no hablaba en vano cuando decía que iba a traerles esa desgracia.

11 Esto dice el Señor Dios: Palmotea y golpea con los pies; diles: ¡Ay, qué graves son las abominaciones de Israel! Caerán víctimas de la espada, la hambruna y la peste. 12 El que esté lejos morirá de peste, el que esté cerca caerá a espada, el que sobreviva morirá de hambre. Me serviré de ellos para dar satisfacción a mi cólera. 13 Y reconocerán que yo soy el Señor cuando vean sus cadáveres mezclados con sus ídolos alrededor de sus altares, en las colinas, en los cabezos, al pie de cualquier árbol frondoso o de cualquier encina bravía, esos lugares donde ofrecían a sus ídolos aromas que aplacan. 14 Extenderé mi mano contra ustedes y convertiré el país en un desierto desolado: todos los poblados, desde el desierto hasta Ribla. Y reconocerán que yo soy el Señor.

Llega el día de la catástrofe

Me llegó la palabra del Señor:

— Hijo de hombre, di: Esto dice el Señor Dios a la tierra de Israel:

¡Llega el fin, llega el fin
por todos los extremos del país!
Ya te ha tocado el fin,
enviaré mi ira contra ti;
te juzgaré como merece tu conducta,
te haré responsable de tus maldades.
No te miraré compadecido,
ni pienso perdonarte:
te haré responsable de tu conducta,
tendrás contigo a tus maldades.
Y reconocerán que yo soy el Señor.
Esto dice el Señor Dios:
Ya está aquí la desgracia,
llega el fin, el fin llega;
se te acerca, está llegando.
Les llega el turno,
habitantes del país;
les llega la hora,
el día está cerca,
sin tregua, sin retraso.
Pronto derramaré mi ira sobre ti,
en ti satisfaré mi cólera;
te juzgaré como merece tu conducta,
te haré responsable de tus maldades.
No te miraré compadecido,
ni pienso perdonarte:
te haré responsable de tu conducta,
tendrás contigo a tus maldades.
Y reconocerán que yo soy el Señor,
el que castiga.
10 Aquí está el día,
ya está llegando,
te toca el turno.
Florece la prepotencia,
11 despunta la insolencia,
brota la violencia,
el poder del malvado.
Nada de ellos quedará:
nada de su bullicio,
nada de su boato,
no habrá tregua para ellos.
12 Llega el tiempo, el día se acerca;
que no se alegre el comprador,
que no esté triste el vendedor,
pues el fuego de la cólera
se cierne sobre ellos.
13 No recuperará el vendedor lo vendido,
aunque él y el comprador sigan con vida,
pues la profecía que amenaza a todos
no será revocada.
Nadie conservará su vida.
14 Tocan a rebato, todos se preparan,
pero nadie acude a la batalla,
pues el fuego de mi cólera
se cierne sobre ellos.
15 La espada espera en la calle,
la peste y la hambruna en casa:
el que se encuentre en descampado
morirá herido por la espada,
el que se encuentre en la ciudad
será devorado por la hambruna y la peste.
16 Algunos escaparán
huyendo por las montañas,
gimiendo como palomas;
pero todos morirán,
cada cual por su pecado.
17 Todas las manos se debilitan,
todas las rodillas flaquean;
18 se visten de sayal,
los cubre el espanto;
sus rostros están llenos de vergüenza,
todas sus cabezas rapadas.
19 Arrojan su plata por las calles,
tienen por inmundicia su oro;
ni su plata ni su oro podrán salvarlos
el día de la cólera del Señor,
porque fueron la ocasión de su pecado.
Su apetito no se saciará,
su vientre no se llenará.
20 Con sus espléndidas alhajas,
que ellos lucían con orgullo,
fabricaban sus ídolos detestables;
pero yo se las convertiré en inmundicia,
21 las entregaré como botín a extranjeros,
como presa a los criminales de la tierra,
que las profanarán.
22 Apartaré mi rostro de ellos,
dejaré que profanen mi tesoro;
entrarán en él saqueadores,
que lo profanarán.
23 Prepara grilletes,
que el país está lleno de sangre,
que la ciudad rebosa violencia.
24 Traeré a pueblos malvados,
que se adueñarán de sus casas;
acabaré con su espléndida fortaleza,
serán profanados sus santuarios.
25 Cuando se acerque el pánico,
buscarán inútilmente la paz:
26 el desastre seguirá al desastre,
la alarma sucederá a la alarma.
Buscarán en vano el oráculo del profeta,
faltará la instrucción del sacerdote,
se quedará sin consejo el anciano.
27 El rey se entregará al duelo,
el príncipe se vestirá de espanto;
temblarán las manos
de la gente del país.
Los trataré según su conducta,
los juzgaré conforme a sus hechos,
y reconocerán que yo soy el Señor.

El Templo, profanado por la idolatría

El año sexto, el día cinco del sexto mes, estando yo en mi casa en compañía de los ancianos de Judá, se posó sobre mí la mano del Señor Dios. Me fijé y vi una figura como de hombre: de lo que parecían sus caderas hacia abajo era de fuego, y de sus caderas hacia arriba era resplandeciente, como el brillo del electro. Alargó una especie de mano y me agarró por los cabellos; el espíritu me levantó en vilo entre la tierra y el cielo y me llevó a Jerusalén, mediante una visión divina, hasta la entrada de la puerta interior que mira al norte, donde está instalado el ídolo que provoca los celos del Señor. Y me encontré allí con la gloria del Dios de Israel, de modo semejante a como la había visto en la llanura. Me dijo:

— Hijo de hombre, dirige tu mirada hacia el norte.

Miré hacia el norte y vi que al norte del pórtico del altar, justo a la entrada, estaba el ídolo que provoca los celos. Entonces me dijo:

— Hijo de hombre, ¿no ves lo que hacen estos? Los israelitas cometen aquí horribles abominaciones, pretendiendo que abandone mi santuario. Y te aseguro que verás otras abominaciones mayores.

Me llevó a la entrada del atrio, en cuya pared vi un agujero. Me dijo:

— Hijo de hombre, perfora la pared.

La perforé hasta que quedó una puerta. Añadió entonces:

— Entra y mira las asquerosas abominaciones que están cometiendo aquí.

10 Entré y vi toda clase de imágenes de reptiles y animales repugnantes; todos los ídolos de Israel grabados en la pared, todo alrededor. 11 Setenta ancianos de Israel (entre ellos Jazanías, hijo de Safán) estaban delante de ellos, cada uno con su incensario, mientras se elevaba el humo del incienso. 12 Entonces me dijo:

— ¿Has visto, hijo de hombre, lo que hacen en la oscuridad los ancianos de Israel, cada cual junto a la hornacina donde están sus imágenes, al tiempo que piensan: “El Señor no nos ve, pues ha abandonado el país”?

13 Y añadió:

— Pues seguirás viendo las horribles abominaciones que cometen.

14 Me condujo a la entrada del Templo del Señor que da al norte, y vi a unas mujeres que estaban allí llorando a Tamuz. 15 Me dijo entonces:

— ¿Ves esto, hijo de hombre? Pues todavía verás abominaciones mayores que estas.

16 Me condujo al atrio interior del Templo del Señor. Y a la entrada del santuario, entre el vestíbulo y el altar, vi a unos veinticinco hombres de espaldas al santuario del Señor y vueltos hacia oriente: estaban adorando al sol. 17 Me dijo entonces:

— ¿Ves esto, hijo de hombre? ¿No le basta a Judá con cometer las abominaciones que cometen aquí, que encima llenan el país de violencia y me irritan una y otra vez? Mira cómo se llevan el ramo a la nariz. 18 Pues también yo actuaré con cólera; no pienso compadecerme ni perdonarlos. Me llamarán a gritos, pero no les prestaré atención.

La idolatría castigada

Lo oí después gritar con voz potente:

— Que se acerquen los que van a castigar a la ciudad, cada uno con su instrumento de destrucción.

Vi entonces a seis hombres que venían por el camino de la puerta de arriba, la que da al norte. Cada cual empuñaba su mazo destructor. En medio de ellos vi a un hombre con ropa de lino, que llevaba una cartera de escribano a la cintura. Entraron y se pusieron junto al altar de bronce. La gloria del Dios de Israel se alzó por encima de los querubines sobre los que reposaba y se dirigió hacia el umbral del Templo. Llamó entonces al hombre con ropa de lino, el que llevaba a la cintura una cartera de escribano. Le dijo el Señor:

— Recorre la ciudad de Jerusalén y pon una señal en la frente de todos los que gimen y sollozan por las abominaciones que se cometen en ella.

Y oí que les decía a los otros:

— Recorran la ciudad tras él y golpeen sin compasión ni piedad. Maten a ancianos y jóvenes, a muchachas, niños y mujeres, hasta acabar con todos. Pero no toquen a la gente que lleva la señal. Empiecen por mi santuario.

Empezaron por los ancianos que estaban ante el Templo. Les dijo después:

— Profanen el Templo llenando sus atrios de cadáveres. ¡En marcha!

Salieron, pues, y empezaron a matar por la ciudad. Mientras ellos mataban, yo, que me había quedado solo, caí rostro en tierra y dije a gritos:

— ¡Ay, Señor mi Dios! ¿Piensas exterminar a todo el resto de Israel, derramando tu cólera sobre Jerusalén?

Él me respondió:

— La culpa de Israel y de Judá es enorme. El país se ha empapado de sangre y la ciudad está llena de injusticia. La gente dice: “El Señor se ha desentendido del país; por tanto, no ve nada”. 10 Así que no pienso compadecerme ni perdonarlos; he decidido hacerlos responsables de su conducta.

11 Entonces el hombre con ropa de lino, el que llevaba la cartera de escribano a la cintura, presentó su informe:

— He hecho lo que me mandaste.

Reaparece la visión del Señor

10 Me fijé entonces y vi sobre la plataforma que se alza sobre las cabezas de los querubines una especie de zafiro, algo así como un trono, que destacaba sobre ellos. Y [el Señor] dijo al hombre con ropa de lino:

— Métete entre las ruedas que hay debajo de los querubines y toma un puñado de brasas de debajo de los querubines. Después las esparces por la ciudad.

Y entró estando yo allí. Cuando entró el hombre, los querubines estaban en la parte derecha del Templo, y la nube llenaba el atrio interior. La gloria del Señor se elevó sobre los querubines y se dirigió al umbral del Templo. El Templo se llenó de la nube y el atrio se inundó del resplandor de la gloria del Señor. El ruido del batir de alas de los querubines se oía en el atrio exterior; parecía el ruido de la voz del Todopoderoso.

Cuando ordenó al hombre con ropa de lino que tomara el fuego que había debajo del carro (debajo de los querubines), este se puso junto a la rueda. Uno de los querubines alargó su mano hacia el fuego que había en medio de ellos, lo tomó y lo puso en las manos del hombre con ropa de lino. Este lo tomó y salió. Entonces apareció una especie de mano humana debajo de las alas de los querubines.

Me fijé y vi cuatro ruedas junto a los querubines, una al lado de cada uno. Parecía que las ruedas brillaban como el crisólito. 10 Las cuatro tenían el mismo aspecto, como si una rueda estuviese dentro de la otra. 11 Cuando se movían, avanzaban en las cuatro direcciones. No giraban al avanzar, pues seguían la dirección en la que estaban orientadas, sin tener necesidad de girar para avanzar. 12 Su cuerpo, espalda, manos y alas (lo mismo que las ruedas) estaban rodeados de destellos. 13 Pude oír que a las ruedas se les daba el nombre de “galgal”. 14 Cada uno tenía cuatro caras: la primera de querubín, la segunda de hombre, la tercera de león y la cuarta de águila. 15 Los querubines se levantaron: era el ser viviente que yo había visto a orillas del río Quebar. 16 Cuando los querubines andaban, avanzaban las ruedas junto a ellos. Y cuando desplegaban sus alas para elevarse sobre la tierra, tampoco las ruedas se desviaban de su lado. 17 Cuando ellos se paraban, se paraban ellas; y cuando ellos se elevaban, se elevaban ellas también, pues el espíritu del ser viviente estaba en ellas.

La gloria del Señor abandona el Templo

18 La gloria del Señor salió por el umbral del Templo y se posó sobre los querubines. 19 Estos desplegaron sus alas y vi cómo se elevaban sobre la tierra, y las ruedas seguían junto a ellos. Se detuvieron a la entrada de la puerta oriental del Templo del Señor, mientras la gloria del Dios de Israel seguía encima de ellos. 20 Era el ser viviente que había visto debajo del Dios de Israel a orillas del río Quebar; y supe que eran querubines. 21 Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas, y las manos que les salían debajo de las alas parecían humanas. 22 Sus rostros eran como los que yo había visto a orillas del río Quebar. Todos caminaban de frente.

Se anuncia una deportación como castigo

11 El espíritu me elevó y me condujo a la puerta oriental del Templo del Señor, la que da al este. A la entrada pude ver a veinticinco hombres; entre ellos estaba Jazanías, hijo de Azur, y Pelatías, hijo de Benaías, principales del pueblo. Me dijo el Señor:

— Hijo de hombre, estos son quienes traman el mal y ofrecen consejos perniciosos en esta ciudad. Dicen: “¿No está ya cerca el tiempo de construir casas? La ciudad es la olla y nosotros la carne”. Así, pues, profetiza contra ellos; profetiza, hijo de hombre.

Me invadió el espíritu del Señor y me dijo:

— Habla a la gente y diles: Esto dice el Señor: Eso es lo que han hablado, pueblo de Israel; conozco su espíritu altanero. Han multiplicado los cadáveres en esta ciudad, han llenado sus calles de muertos. Por eso, así dice el Señor Dios: Los muertos que han dejado tirados en la ciudad son la carne, y la ciudad es la olla; pero pienso sacarlos de en medio de ella. Ya que temen la espada, voy a traerla contra ustedes —oráculo del Señor Dios—. Los sacaré de en medio de ella y los entregaré a extranjeros; de esta forma los juzgaré. 10 Caerán a espada; los juzgaré en el territorio de Israel, para que ustedes sepan que yo soy el Señor. 11 Ya no les servirá de olla, ni ustedes serán la carne, pues los juzgaré en territorio de Israel. 12 Así reconocerán que yo soy el Señor y que no se han conducido según mis preceptos ni han puesto en práctica mis normas, pues han obrado según las costumbres de los pueblos que los rodean.

13 Mientras estaba profetizando, murió Pelatías, hijo de Benaías. Yo caí rostro en tierra y dije entre gritos:

— ¡Ay, Señor mi Dios! ¿Vas a exterminar al resto de Israel?

Vuelta de los desterrados y promesa de regeneración interior

14 El Señor me dirigió la palabra:

15 — Hijo de hombre, los habitantes de Jerusalén dicen de sus parientes, de sus familiares y de toda la comunidad de Israel: “Esos están lejos del Señor. A nosotros se nos ha dado el país en herencia”. 16 Así pues, diles: Esto dice el Señor Dios: Cuando los llevé a naciones lejanas y los dispersé por otros países, yo fui su santuario, por poco tiempo, en los países adonde llegaron. 17 Por eso, así dice el Señor Dios: Los recogeré de entre los pueblos y los reuniré de entre los países por donde los dispersé; y les daré la tierra de Israel. 18 Cuando vuelvan, retirarán de ella todos sus ídolos y abominaciones. 19 Les daré otro corazón y derramaré en medio de ellos un espíritu nuevo; les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, 20 para que vivan según mis preceptos y respeten mis normas y las cumplan. De esta manera ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios. 21 Pero a la gente cuyo corazón esté apegado a sus ídolos y abominaciones, los haré responsables de su conducta —oráculo del Señor Dios—.

La gloria del Señor abandona Jerusalén

22 Los querubines desplegaron sus alas: las ruedas seguían junto a ellos y la gloria del Dios de Israel continuaba encima de ellos. 23 La gloria del Señor se alzó de en medio de la ciudad y se detuvo sobre el monte situado al oriente de la ciudad. 24 El espíritu me arrebató y, en la visión que me proporcionaba el espíritu de Dios, me llevó a territorio caldeo, donde estaban los desterrados. Después desapareció la visión que había tenido. 25 Yo conté a los deportados todo lo que el Señor me había permitido ver.

Predicción del cautiverio

12 El Señor me dirigió la palabra:

— Hijo de hombre, vives entre ciudadanos rebeldes que tienen ojos pero no ven, y oídos pero no oyen; son realmente rebeldes. Así pues, hijo de hombre, prepárate un equipo de deportado y sal como deportado en pleno día, a la vista de todos. Abandona tu residencia y ve a otra residencia a la vista de todos, como un deportado; tal vez así se den cuenta de que son ciudadanos rebeldes. Sacarás tu equipo de deportado en pleno día, a la vista de todos, pero tú saldrás por la tarde, como salen los deportados. Haz un agujero en la pared a la vista de todos, y sal por él. Te echarás el equipo al hombro, a la vista de todos, y saldrás cuando haya anochecido, con la cara cubierta para no ver la tierra, pues te he convertido en un símbolo para Israel.

Yo hice como se me había ordenado: saqué mi equipo de día, como si fuera el de un deportado; por la tarde practiqué un agujero en la pared y salí con mi equipo al hombro cuando ya había anochecido, a la vista de todos. Por la mañana el Señor me dirigió la palabra:

Hijo de hombre, ¿no te han preguntado los israelitas, esa gente rebelde, qué es lo que haces? Si lo hacen, 10 les dirás: “Esto dice el Señor Dios: Este oráculo se refiere a Jerusalén y a todos los israelitas que viven allí”. 11 Y añadirás: “Yo soy un símbolo para ustedes”. Ellos tendrán, pues, que hacer lo mismo que he hecho yo; ellos marcharán deportados al destierro. 12 Hasta el príncipe que vive con ellos tendrá que cargar su equipo al hombro cuando haya anochecido; ellos harán un agujero en la pared para que pueda salir por él, y saldrá con la cara cubierta para no ver la tierra. 13 Extenderé mi red a su paso para que caiga en mi trampa; después lo llevaré a Babilonia, la tierra de los caldeos, donde morirá sin poder verla. 14 Dispersaré a los cuatro vientos a sus ayudas de cámara y a todo su séquito, y desenvainaré la espada en pos de ellos. 15 Así, cuando los disperse por las naciones paganas y los disemine por otras tierras, reconocerán que yo soy el Señor. 16 Pero dejaré a algunos de ellos, que escaparán a la espada, al hambre y a la peste; de ese modo podrán contar en las naciones adonde vayan las abominaciones que han cometido, y así ustedes reconocerán que yo soy el Señor.

Un signo complementario

17 El Señor me dirigió la palabra:

18 — Hijo de hombre, cuando comas, lo harás atemorizado, y cuando bebas, estarás inquieto y angustiado. 19 Dirás a la gente del país: Esto dice el Señor Dios con respecto a los habitantes de Jerusalén, a los que viven en la tierra de Israel: Cuando coman, lo harán atemorizados; y cuando beban, estarán asustados, pues su tierra quedará devastada, vacía de cuanto contiene, por culpa de la violencia de sus habitantes. 20 Las ciudades habitadas quedarán en ruinas, y la tierra será pura desolación; así ustedes reconocerán que yo soy el Señor.

La Palabra (Hispanoamérica) (BLPH)

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