Bible in 90 Days
21 Entonces el pueblo de Israel se dividió: la mitad del pueblo siguió a Tibní, el hijo de Guinat, para proclamarlo rey; y la otra siguió a Omrí. 22 Finalmente, los seguidores de Omrí se impusieron a los seguidores de Tibní, el hijo de Guinat. Tibní murió y Omrí fue el rey.
Omrí de Israel (884-874)
23 Omrí comenzó a reinar sobre Israel el año trigésimo primero del reinado de Asá en Judá, y reinó durante doce años, seis de ellos en Tirsá.
24 Compró a Sémer el monte de Samaría por dos talentos de plata fortificó el monte y edificó una ciudad a la que llamó Samaría en honor de Sémer, el dueño del monte.
25 Omrí ofendió al Señor y fue peor que todos sus antecesores. 26 Siguió los pasos de Jeroboán, hijo de Nabat, e imitó los pecados que hizo cometer a Israel, irritando al Señor, Dios de Israel, con sus ídolos.
27 El resto de la historia de Omrí, lo que hizo y sus hazañas, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 28 Cuando murió Omrí, fue enterrado en Samaría, y su hijo Ajab le sucedió como rey.
Ajab de Israel (874-852)
29 Ajab, hijo de Omrí, comenzó a reinar sobre Israel el año trigésimo octavo del reinado de Asá en Judá. Reinó en Samaría durante veintidós años. 30 Ajab, el hijo de Omrí, ofendió al Señor más que todos sus antecesores. 31 Imitó los pecados de Jeroboán, hijo de Nabat, y aún lo superó, pues se casó con Jezabel, la hija de Etbaal, rey de Sidón, y llegó a servir y a adorar a Baal. 32 Levantó un altar a Baal en el templo que le había construido en Samaría. 33 Levantó además una columna sagrada y siguió irritando al Señor, Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que lo habían precedido.
34 Durante su reinado Jiel, el de Betel, reconstruyó Jericó. Pero los cimientos le costaron la vida de su primogénito Abirán, y las puertas, la vida de su hijo menor, Segub, tal y como había anunciado el Señor por medio de Josué, el hijo de Nun.
Historia de Elías (1 Re 17—2 Re 1)
La gran sequía
17 Elías, natural de Tisbé, de Galaad dijo a Ajab:
— Te juro por el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo, que en estos años no habrá lluvia ni rocío, hasta que yo lo ordene.
2 Luego el Señor mandó a Elías este mensaje:
3 — Vete de aquí en dirección a oriente y escóndete en el arroyo de Querit, al este del Jordán. 4 Allí podrás beber agua del arroyo y, además, he ordenado a los cuervos que te lleven comida.
5 Elías se marchó e hizo como le había dicho el Señor: se fue a vivir junto al arroyo Querit, al este del Jordán. 6 Los cuervos le llevaban pan y carne por la mañana y por la tarde, y bebía agua del arroyo.
7 Al cabo de un tiempo, el arroyo se secó, porque no había llovido en el país. 8 Entonces el Señor le envió este mensaje:
9 — Dirígete a Sarepta, en Sidón, y quédate a vivir allí, que yo le he ordenado a una viuda que te proporcione comida.
10 Elías se puso en camino hacia Sarepta y a la entrada de la ciudad encontró a una viuda recogiendo leña. Elías la llamó y le dijo:
— Por favor, tráeme en una jarra un poco de agua para beber.
11 Cuando iba a buscarla, Elías le gritó:
— Por favor, trae también un trozo de pan.
12 Pero ella le respondió:
— Te juro por el Señor, tu Dios, que no me queda pan. Apenas me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la alcuza. Precisamente estaba recogiendo algo de leña, para ir a cocerlo para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos.
13 Elías le dijo:
— No te apures. Anda y haz lo que dices. Pero primero prepárame de ahí un panecillo y tráemelo. Después podrás hacerlo para ti y para tu hijo. 14 Porque el Señor, Dios de Israel, ha dicho que ni la tinaja de harina se acabará ni la alcuza de aceite se vaciará hasta el día en que él mande la lluvia sobre la tierra.
15 La mujer fue a hacer lo que le dijo Elías y pudieron comer él, ella y su familia durante mucho tiempo. 16 La tinaja de harina no se acabó ni la alcuza de aceite se vació, tal y como el Señor había anunciado por medio de Elías.
17 Algún tiempo después de estos sucesos, el hijo de la dueña de la casa cayó enfermo y la enfermedad se agudizó tanto que murió. 18 Entonces la mujer dijo a Elías:
— ¿Qué tienes contra mí, hombre de Dios? ¿Has venido a mi casa para recordarme mis culpas y hacer morir a mi hijo?
19 Pero él le dijo:
— Dame a tu hijo.
Y tomándolo de su regazo, lo subió a la habitación donde se alojaba y lo acostó en su cama. 20 Luego clamó al Señor:
— Señor, Dios mío, ¿es que vas a hacer sufrir también a esta viuda que me ha hospedado, haciendo morir a su hijo?
21 Luego se tendió tres veces sobre el niño y volvió a clamar al Señor:
— ¡Señor, Dios mío, devuelve el aliento a este niño!
22 El Señor escuchó a Elías y el niño recuperó el aliento y revivió. 23 Entonces Elías tomó al niño, lo bajó de su habitación y se lo entregó a su madre, diciéndole:
— Mira, tu hijo está vivo.
24 La mujer dijo a Elías:
— Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que Dios habla de verdad por medio de ti.
Elías, Abdías y Ajab
18 Mucho tiempo después, al tercer año, el Señor envió este mensaje a Elías:
— Vete y preséntate a Ajab, porque voy a mandar la lluvia sobre la tierra.
2 Elías marchó a presentarse a Ajab. En Samaría había un hambre atroz. 3 Ajab llamó a Abdías, el mayordomo de palacio. Abdías era profundamente religioso 4 y cuando Jezabel quiso acabar con los profetas del Señor, recogió a cien de ellos, los escondió en cuevas en dos grupos de cincuenta y les proporcionó alimento y agua. 5 Ajab dijo a Abdías:
— Vamos a recorrer todas las fuentes y arroyos del país, a ver si encontramos pasto y mantenemos vivos a caballos y mulos sin tener que sacrificar animales.
6 Se dividieron el territorio a recorrer: Ajab se fue por un lado y Abdías por otro. 7 Mientras Abdías iba de camino, Elías le salió al encuentro. Al reconocerlo, Abdías se inclinó ante él y le pregunto:
— ¿Eres tú mi señor Elías?
8 Él le respondió:
— Sí, soy yo. Vete y dile a tu amo que Elías está aquí.
9 Abdías le dijo:
— ¿Qué pecado he cometido para que me entregues a Ajab y me mate? 10 ¡Te juro por el Señor, tu Dios, que no hay nación ni reino donde mi amo no haya mandado a buscarte! Y cuando respondían que no estabas, él hacía jurar a la nación o al reino que no te habían encontrado. 11 ¡Y ahora me dices que vaya a decirle a mi amo que Elías está aquí! 12 Seguro que cuando me separe de ti, el espíritu del Señor te llevará a un lugar desconocido; así que cuando yo llegue a comunicárselo a Ajab, al no encontrarte, me matará. Este siervo tuyo ha respetado al Señor desde su juventud. 13 ¿No te han contado lo que hice cuando Jezabel estaba matando a los profetas del Señor? Escondí a cien de ellos en dos cuevas, cincuenta por cueva, y les proporcioné alimento y comida. 14 ¡Y ahora me dices que vaya a decirle a mi amo que Elías está aquí! ¡Me matará!
15 Elías le dijo:
— ¡Te juro por el Señor del universo, a quien sirvo, que hoy me presentaré ante Ajab!
16 Abdías fue a buscar a Ajab para informarle. Entonces Ajab salió al encuentro de Elías 17 y cuando lo vio, le dijo:
— ¿Eres tú, azote de Israel?
18 Elías le respondió:
— No soy yo el azote de Israel, sino tú y tu familia que han abandonado los mandamientos del Señor para seguir a los baales. 19 Pero ahora manda que se reúna conmigo todo Israel en el monte Carmelo, con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal y de Astarté, mantenidos por Jezabel.
El sacrificio del Carmelo
20 Ajab envió emisarios a todos los israelitas y reunió a los profetas en el monte Carmelo. 21 Elías se acercó a la gente y dijo:
— ¿Hasta cuándo seguirán danzando una vez sobre un pie y otra vez sobre otro? Si el Señor es Dios, síganlo; si lo es Baal, sigan a Baal.
Pero la gente no respondió. 22 Elías dijo a la gente:
— De los profetas del Señor he quedado yo solo, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. 23 Pues bien, que nos den dos novillos y que ellos escojan uno, lo descuarticen y lo pongan sobre la leña sin prenderle fuego; yo haré lo mismo con el otro novillo. 24 Ustedes invocarán a su dios y yo invocaré al Señor; el que responda enviando fuego será el verdadero Dios.
Toda la gente asintió:
— Es una buena propuesta.
25 Elías dijo entonces a los profetas de Baal:
— Elijan un novillo y prepárenlo ustedes primero, ya que son más numerosos. Luego invoquen a su dios, pero sin prenderle fuego.
26 Prepararon ellos el novillo que les dieron y se pusieron a invocar a Baal desde la mañana hasta el mediodía, gritando:
— Baal, respóndenos.
Pero no se oyó ninguna voz ni respuesta. Entonces se pusieron a danzar alrededor del altar que habían hecho. 27 Hacia el mediodía Elías comenzó a burlarse de ellos, diciendo:
— ¡Griten más fuerte! Aunque Baal sea dios, tendrá sus ocupaciones y sus necesidades, o estará de viaje. A lo mejor está dormido y tendrá que despertar. 28 Ellos se pusieron a gritar más fuerte y, como tenían por costumbre, se hicieron cortes con espadas y lanzas hasta quedar cubiertos de sangre. 29 Después de mediodía entraron en éxtasis hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oyó ninguna voz, ni hubo respuesta ni reacción alguna. 30 Entonces Elías dijo a la gente:
— Acérquense a mí.
Toda la gente se acercó y Elías reconstruyó el altar del Señor que estaba derrumbado. 31 Tomó doce piedras, conforme a las tribus de los hijos de Jacob, a quien el Señor había dicho: “Te llamarás Israel”, 32 y con ellas levantó un altar en honor del Señor. Hizo también una zanja alrededor del altar con una capacidad de dos medidas de grano, 33 colocó la leña, descuartizó el novillo y lo puso sobre la leña. 34 Luego ordenó:
— Traigan cuatro cántaros de agua y échenla sobre la víctima y la leña.
Y añadió:
— Háganlo otra vez.
Lo hicieron, pero Elías insistió:
— Háganlo por tercera vez.
Y así lo hicieron. 35 El agua corrió alrededor del altar e incluso llenó la zanja. 36 Al llegar la hora del sacrificio, el profeta Elías se acercó y dijo:
— Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel: haz que hoy se reconozca que tú eres el Dios de Israel y que yo soy tu siervo que he actuado así por orden tuya. 37 Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que eres tú el que harás volver sus corazones a ti.
38 Entonces descendió el fuego divino, devoró el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja. 39 Al verlo, toda la gente cayó en tierra, exclamando:
— ¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!
40 Elías les ordenó:
— ¡Apresen a los profetas de Baal y que no escape ni uno!
Los apresaron y Elías mandó bajarlos al arroyo Quisón y allí los degolló.
El fin de la sequía
41 Elías dijo a Ajab:
— Vete a comer y a beber, pues se oye el ruido del aguacero.
42 Ajab se fue a comer y beber. Elías, por su parte, subió a la cima del Carmelo, se sentó en tierra con el rostro entre las rodillas 43 y dijo a su criado:
— Sube y mira en dirección al mar.
El criado subió, miró y dijo:
— No se ve nada.
Por siete veces Elías le dijo:
— Vuelve a hacerlo. 44 A la séptima vez, el criado dijo:
— Viene del mar una nube pequeña como la palma de la mano.
Entonces Elías le dijo:
— Vete a decirle a Ajab: “Engancha y márchate, antes de que la lluvia te lo impida”.
45 Inmediatamente, por efecto de las nubes y el viento, el cielo se encapotó y se desencadenó el aguacero. Ajab montó en su carro y marchó a Jezrael. 46 Elías, impulsado por la fuerza del Señor, se ciñó la ropa a la cintura y se fue corriendo delante de Ajab hasta llegar a Jezrael.
Elías en el Horeb
19 Ajab contó a Jezabel todo lo que había hecho Elías y cómo había degollado a todos los profetas. 2 Entonces Jezabel envió un mensajero a comunicar a Elías:
— Que los dioses me castiguen, si mañana a estas horas no hago contigo lo que les has hecho a ellos.
3 Elías se asustó y emprendió la huida para ponerse a salvo. Cuando llegó a Berseba de Judá, dejó allí a su criado. 4 Luego siguió por el desierto una jornada de camino y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte diciendo:
— ¡Basta ya, Señor! Quítame la vida, pues yo no valgo más que mis antepasados.
5 Se echó bajo la retama y se quedó dormido. Pero un ángel lo tocó y le dijo:
— Levántate y come.
6 Elías miró y a su cabecera vio una torta de pan cocido sobre piedras calientes junto a una jarra de agua. Comió, bebió y volvió a acostarse. 7 Pero el ángel del Señor lo tocó de nuevo y le dijo:
— Levántate y come, porque el camino se te hará muy largo. 8 Elías se levantó, comió y bebió; y con la fuerza de aquella comida caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. 9 Una vez allí, se metió en una cueva para pasar la noche. El Señor le dirigió la palabra, preguntándole:
— ¿Qué haces aquí, Elías?
10 Él contestó:
— Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los israelitas han roto tu alianza, han derribado tus altares y han asesinado a filo de espada a tus profetas. Sólo he quedado yo y me andan buscando para matarme.
11 El Señor le dijo:
— Sal y quédate de pie sobre el monte ante el Señor, que el Señor va a pasar.
Vino un viento huracanado y violento que sacudía los montes y quebraba las peñas delante del Señor, pero el Señor no estaba en el viento. Tras el viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. 12 Tras el terremoto hubo un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Tras el fuego se oyó un ligero susurro, 13 y al escucharlo, Elías se tapó el rostro con su manto, salió de la cueva y se quedó de pie a la entrada. Entonces oyó una voz que le preguntaba:
— ¿Qué haces aquí, Elías?
14 Él contestó:
— Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los israelitas han roto tu alianza, han derribado tus altares y han asesinado a filo de espada a tus profetas. Sólo he quedado yo y me andan buscando para matarme.
15 El Señor le dijo:
— Anda, vuelve por el camino por el que has venido hacia el desierto en dirección a Damasco. Cuando llegues, unge a Jazael como rey de Siria; 16 unge a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel; y unge a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, como profeta sucesor tuyo. 17 A quien escape de la espada de Jazael, lo matará Jehú; y a quien escape de la espada de Jehú, lo matará Eliseo. 18 Sólo dejaré en Israel un resto de siete mil: aquellos que no doblaron la rodilla ante Baal, ni lo besaron con sus labios.
La vocación de Eliseo
19 Elías se marchó de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando con doce yuntas de bueyes e iba detrás de la última. Elías pasó junto a él y lo cubrió con su manto. 20 Eliseo dejó los bueyes, corrió detrás de Elías y le dijo:
— Déjame despedirme de mis padres. Luego te sigo.
Elías le respondió:
— Vete y vuelve. Yo no te lo impido.
21 Eliseo se volvió, agarró la yunta de bueyes y los sacrificó. Luego asó la carne con los aperos de los bueyes e invitó a comer a la gente. Después emprendió la marcha tras Elías y se puso a su servicio.
Asedio de Samaría
20 Benadad, rey de Siria, reunió todas sus tropas y acompañado de treinta y dos reyes vasallos, caballos y carros subió hasta Samaría para sitiarla y atacarla. 2 Una vez allí, envió sus mensajeros a la ciudad para decir a Ajab:
3 — Así dice Benadad: “Dame tu plata y tu oro, tus mujeres y tus mejores hijos”.
4 El rey de Israel le respondió:
— Hágase como deseas, mi rey y señor. Yo y todo lo que tengo estamos a tu disposición.
5 Los mensajeros volvieron a decirle:
— Así dice Benadad: “He enviado a comunicarte que me des tu plata y tu oro, tus mujeres y tus hijos. 6 Mañana a estas horas te enviaré a mis soldados para que registren tu palacio y las casas de tus súbditos; tomarán todo lo que más aprecias y se lo llevarán”.
7 El rey de Israel convocó a todos los ancianos del país y les dijo:
— Como pueden ver, este anda buscando mi desgracia, pues me ha reclamado mis mujeres, mis hijos, mi plata y mi oro, a pesar de que yo no me he negado.
8 Todos los ancianos y el pueblo le aconsejaron:
— No le hagas caso ni aceptes sus exigencias.
9 Ajab dijo a los emisarios de Benadad:
— Digan a su señor el rey, que haré todo lo que me ordenó la primera vez; pero que no puedo hacer esto otro.
Los emisarios llevaron al rey la respuesta. 10 Entonces Benadad mandó a decir a Ajab:
— ¡Que los dioses me castiguen, si queda de Samaría polvo suficiente para darle un puñado a cada uno de mis seguidores!
11 Pero el rey de Israel respondió:
— Díganle que no cante victoria antes de la batalla.
12 Benadad, que estaba bebiendo con los reyes en el campamento, dijo a sus soldados al escuchar esta respuesta:
— ¡Cada uno a su puesto!
E inmediatamente tomaron posiciones frente a la ciudad.
13 Pero entonces un profeta se acercó a Ajab, rey de Israel y le dijo:
— Así dice el Señor: “¿Ves todo ese gran ejército? Pues te lo voy a entregar hoy mismo, para que reconozcas que yo soy el Señor”.
14 Ajab preguntó:
— ¿Por medio de quién?
El profeta respondió:
— El Señor dice que por medio de los escuderos de los gobernadores de provincias.
Ajab insistió:
— ¿Quién iniciará el ataque?
Respondió:
— Serás tú.
15 Ajab pasó revista a los escuderos de los gobernadores de provincias: eran doscientos treinta y dos. Luego pasó revista a todo el ejército israelita, que eran siete mil. 16 Al mediodía hicieron una salida, mientras Benadad seguía emborrachándose en el campamento con los treinta y dos reyes aliados. 17 Abrían la avanzadilla los escuderos de los gobernadores de provincias. Benadad pidió informes y le comunicaron:
— Acaban de salir unos hombres de Samaría.
18 Benadad ordenó:
— Si salen en son de paz, aprésenlos vivos; y si salen a atacar, también.
19 Los que habían salido de la ciudad eran los escuderos de los gobernadores de provincias, y el ejército salió tras ellos. 20 Cada uno mató a su contrincante, y los sirios huyeron, perseguidos por los israelitas. Benadad, el rey de Siria, logró escapar a caballo con algunos jinetes. 21 Salió también el rey de Israel, atacó a la caballería y a los carros e infringió a los sirios una gran derrota.
Segunda victoria en Afec
22 El profeta se acercó al rey de Israel y le dijo:
— Anda, refuérzate y piensa bien lo que tienes que hacer, porque dentro de un año el rey de Siria volverá a atacarte.
23 Por su parte, los oficiales del rey de Siria le dijeron:
— Su Dios es dios de los montes y por eso nos han derrotado. Si los atacamos en la llanura, seguro que los venceremos. 24 Te aconsejamos, pues, hacer lo siguiente: quita a los reyes y sustitúyelos por gobernadores. 25 Organiza luego un ejército como el que has perdido, con igual número de caballos y carros. Los atacaremos en la llanura y sin duda los venceremos.
Benadad atendió sus razones y actuó en consecuencia. 26 Al año siguiente Benadad pasó revista al ejército sirio y partió hacia Afec para luchar contra Israel. 27 También los israelitas pasaron revista, se aprovisionaron y salieron al encuentro de los sirios. Cuando acamparon frente a ellos, parecían dos rebaños de cabras, mientras que los sirios ocupaban todo el terreno. 28 Un hombre de Dios se acercó al rey de Israel y le dijo:
— Así dice el Señor: Puesto que los sirios han dicho que el Señor es un dios de los montes y no de los valles, entregaré en tu poder a ese ejército tan numeroso, para que ustedes reconozcan que yo soy el Señor.
29 Durante siete días estuvieron acampados unos frente a otros. Al séptimo día se entabló la batalla: los israelitas derrotaron a los arameos y mataron en un solo día a cien mil soldados de infantería. 30 Los supervivientes se refugiaron en la ciudad de Afec. Pero la muralla se desplomó sobre los veintisiete mil supervivientes. Benadad también huyó y entró en la ciudad, escondiéndose de casa en casa.
31 Sus oficiales le dijeron:
— Hemos oído decir que los reyes de Israel suelen ser clementes. Vamos a vestirnos con sacos y con una cuerda al cuello; nos presentaremos así al rey de Israel, a ver si te perdona la vida.
32 Se vistieron con sacos y con cuerdas al cuello y se presentaron ante el rey de Israel, diciendo:
— Tu siervo Benadad te suplica que le perdones la vida.
Ajab respondió:
— Pero, ¿todavía vive? ¡Es mi hermano!
33 Aquellos hombres lo interpretaron como buena señal y, tomándole la palabra, se apresuraron a contestar:
— ¡Sí, Benadad es tu hermano!
Ajab les dijo:
— Vayan y tráiganlo.
Benadad se presentó ante Ajab y él lo subió en su carro. 34 Entonces Benadad le dijo:
— Te devolveré las ciudades que mi padre le quitó a tu padre y además podrás instalar bazares en Damasco, como mi padre los instaló en Samaría. Ajab respondió:
— Con ese compromiso te dejaré en libertad.
Ajab firmó un tratado con él y lo dejó en libertad.
Denuncia y castigo de Ajab
35 Un miembro de la comunidad de profetas dijo a un compañero, por orden del Señor:
— ¡Pégame!
El compañero se negó 36 y el otro le dijo:
— Por no haber obedecido la palabra del Señor, cuando te separes de mí, te matará un león.
Y cuando se separó de él, lo encontró un león y lo mató.
37 El profeta encontró a otro hombre y le pidió:
— ¡Pégame!
Aquel hombre le pegó y lo dejó herido.
38 Luego se fue a esperar al rey junto al camino, disfrazado con una venda en los ojos. 39 Cuando pasó el rey, el profeta le dijo a voces:
— Cuando tu servidor estaba en el fragor de la batalla, un hombre se acercó y me entregó un prisionero, encargándome: “Vigila a este hombre y, como llegue a escapar, lo pagarás con tu vida o con un talento de plata”. 40 Pero mientras tu servidor andaba ocupado en otras cosas, el prisionero desapareció.
El rey de Israel le dijo:
— ¡Tú mismo acabas de pronunciar tu sentencia!
41 Pero inmediatamente se quitó la venda de los ojos y el rey de Israel lo reconoció como uno de los profetas. 42 Entonces le dijo al rey:
— Así dice el Señor: Por haber dejado en libertad al hombre que yo había condenado al exterminio, tú y tu pueblo pagarán con la vida por la de él y la de su pueblo.
43 El rey de Israel entró en Samaría y se encerró en su palacio malhumorado y furioso.
La viña de Nabot
21 Algún tiempo después tuvo lugar este suceso. Nabot, el de Jezrael, tenía una viña en Jezrael junto al palacio de Ajab, el rey de Samaría. 2 Ajab propuso a Nabot:
— Cédeme tu viña, la que linda con mi palacio, para hacer una huerta. Yo te daré a cambio una viña mejor o, si lo prefieres, te pagaré su valor en dinero.
3 Nabot le respondió:
— ¡Dios me libre de cederte la herencia de mis padres!
4 Ajab regresó a palacio malhumorado y furioso por la respuesta de Nabot, el de Jezrael, que no había querido cederle la herencia de sus padres. Se acostó, escondió el rostro y no quiso comer.
5 Su mujer Jezabel se le acercó y le preguntó:
— ¿Por qué estás deprimido y no quieres comer?
6 Él le respondió:
— He hablado con Nabot, el de Jezrael y le he dicho que me vendiera su viña o que me la cambiara por otra, si así lo prefería; pero me ha dicho que no me la da.
7 Su mujer Jezabel le respondió:
— ¿Y eres tú quien manda en Israel? Anda, come algo y tranquilízate, que yo te daré la viña de Nabot, el de Jezrael.
8 Inmediatamente se puso a escribir unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello real y las envió a los ancianos y notables de la ciudad, paisanos de Nabot. 9 Las cartas decían: “Proclamen un ayuno y sienten a Nabot presidiendo la asamblea. 10 Hagan luego que comparezcan ante él dos desalmados que lo acusen de haber maldecido a Dios y al rey. Entonces lo sacan fuera y lo apedrean hasta matarlo”. 11 Los paisanos de Nabot, los ancianos y los notables hicieron lo que les había mandado Jezabel, tal y como estaba escrito en las cartas que les había enviado: 12 convocaron un ayuno y sentaron a Nabot ante la presidencia de la asamblea; 13 a continuación llegaron los dos desalmados que comparecieron ante Nabot y lo acusaron en presencia de la asamblea, diciendo:
— Nabot ha maldecido a Dios y al rey.
Entonces lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió. 14 Luego enviaron a decir a Jezabel:
— Nabot ha muerto apedreado.
15 Cuando Jezabel supo que Nabot había muerto apedreado, le dijo a Ajab:
— Ve a tomar posesión de la viña que Nabot, el de Jezrael, no quería venderte; pues él ya no vive, ha muerto.
16 Cuando Ajab supo que Nabot había muerto, bajó inmediatamente a tomar posesión de la viña de Nabot, el de Jezrael.
Denuncia profética contra Ajab
17 Entonces el Señor envió este mensaje a Elías, el tesbita:
18 — Baja al encuentro de Ajab, el rey de Israel, que vive en Samaría. Ahora está en la viña de Nabot, adonde ha ido a tomar posesión. 19 Le dirás lo siguiente: “Así te dice el Señor: ¡Has asesinado para robar!”. Y añadirás: “Pues el Señor te anuncia que en el mismo sitio donde los perros lamieron la sangre de Nabot, lamerán también la tuya”.
20 Ajab dijo a Elías:
— ¡Me has descubierto, enemigo mío!
Elías respondió:
— ¡Sí, te he descubierto! Puesto que has ofendido al Señor con tus acciones, 21 él descargará sobre ti la desgracia, aniquilará tu descendencia y exterminará en Israel a todo varón de la familia de Ajab, esclavo o libre. 22 Tratará a tu dinastía como a la de Jeroboán, hijo de Nabat, y a la de Basá, hijo de Ajías, por haber provocado su indignación y haber hecho pecar a Israel. 23 También contra Jezabel dice el Señor: Los perros devorarán a Jezabel en los campos de Jezrael. 24 Cualquiera de la familia de Ajab que muera en la ciudad será devorado por los perros, y el que muera en el campo será devorado por las aves del cielo.
25 (Ciertamente no hubo nadie como Ajab que ofendiera tan gravemente al Señor con sus acciones, incitado por su esposa Jezabel. 26 Procedió, además, de manera infame siguiendo a los ídolos, como habían hecho los amorreos que el Señor había expulsado ante los israelitas).
27 Cuando Ajab escuchó esas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió de saco y ayunó; se acostaba con el saco y se mostraba afligido. 28 Entonces, el Señor envió este mensaje a Elías, el tesbita:
29 — ¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado así, no lo castigaré mientras viva. Castigaré a su familia en vida de su hijo.
La campaña de Ramot de Galaad (2 Cr 18,4-34)
22 Pasaron tres años sin guerras entre Siria e Israel. 2 Pero al tercer año, Josafat, rey de Judá, fue a visitar al rey de Israel. 3 El rey de Israel dijo a sus oficiales:
— Como bien saben, la ciudad de Ramot de Galaad es nuestra; pero nosotros no hacemos nada para rescatarla del dominio del rey de Siria.
4 Luego preguntó a Josafat:
— ¿Quieres venir conmigo a atacar Ramot de Galaad?
Josafat le respondió:
— Yo, mi gente y mi caballería estamos a tu disposición.
5 Josafat añadió al rey de Israel:
— Consulta antes al Señor.
6 El rey de Israel reunió a unos cuatrocientos profetas y les preguntó:
— ¿Puedo ir a atacar Ramot de Galaad o no?
Ellos le respondieron:
— Puedes ir, porque el Señor te la va a entregar.
7 Pero Josafat preguntó:
— ¿No hay por aquí algún profeta del Señor al que podamos consultar?
8 El rey de Israel le respondió:
— Sí, aún queda alguien a través del cual podemos consultar al Señor: Miqueas, el hijo de Jimlá. Pero yo lo detesto, porque no me profetiza venturas, sino desgracias.
Josafat le dijo:
— El rey no debe hablar así.
9 Entonces el rey de Israel llamó a un funcionario y le dijo:
— ¡Que venga inmediatamente Miqueas, el hijo de Jimlá!
10 El rey de Israel y Josafat, el rey de Judá, estaban sentados en sus tronos con sus vestiduras reales, en la plaza de la entrada de Samaría, mientras todos los profetas profetizaban ante ellos. 11 Sedecías, el hijo de Quenaná, se hizo unos cuernos de hierro y decía:
— El Señor dice: “¡Con estos cuernos embestirás a los sirios hasta aniquilarlos!”.
12 Y todos los profetas profetizaban lo mismo:
— ¡Ataca a Ramot de Galaad, que tendrás éxito! ¡El Señor la entregará al rey!
13 Mientras, el mensajero que había ido a llamar a Miqueas le decía:
— Ten en cuenta que los profetas están anunciado unánimemente la victoria al rey; procura, pues, que tu profecía coincida también con la suya y anuncia la victoria.
14 Miqueas contestó:
— ¡Juro por el Señor que sólo anunciaré lo que me diga el Señor!
15 Cuando llegó ante el rey, este le preguntó:
— Miqueas, ¿puedo ir a atacar Ramot de Galaad o no?
Él le contestó:
— Ataca, que tendrás éxito, pues el Señor te la entregará.
16 Pero el rey le dijo:
— ¿Cuántas veces tendré que pedirte bajo juramento que me digas sólo la verdad en nombre del Señor?
17 Entonces Miqueas dijo:
— He visto a todo Israel disperso por los montes como un rebaño sin pastor y el Señor decía: No tienen dueño; que vuelvan en paz a sus casas.
18 El rey de Israel dijo a Josafat:
— ¿Qué te decía yo? No me profetiza venturas, sino desgracias.
19 Miqueas añadió:
— Por eso, escucha esta palabra de parte del Señor: He visto al Señor sentado en su trono y toda la corte celeste estaba de pie ante él, a derecha e izquierda. 20 El Señor preguntó: “¿Quién confundirá a Ajab para que ataque a Ramot de Galaad y perezca?”.
Unos decían una cosa y otros, otra. 21 Entonces un espíritu se presentó ante el Señor y le dijo: “Yo lo confundiré”. Y el Señor preguntó: “¿Cómo lo harás?”. 22 El espíritu respondió: “Iré y me convertiré en espíritu de mentira en boca de todos sus profetas”. El Señor le dijo: “¡Conseguirás confundirlo! Vete y hazlo así”. 23 Así que ahora ya sabes que el Señor ha inspirado mentiras a todos estos profetas tuyos y ha anunciado tu desgracia.
24 Entonces Sedecías, el hijo de Quenaná, se acercó a Miqueas, le dio una bofetada y le dijo:
— ¿Es que me ha abandonado el espíritu del Señor para hablarte a ti?
25 Miqueas le respondió:
— Tú mismo lo verás el día en que vayas escondiéndote de casa en casa.
26 Entonces el rey de Israel ordenó:
— Apresen a Miqueas, entréguenselo a Amón, el gobernador de la ciudad, y al príncipe Joel 27 y díganles: “El rey ha ordenado que lo metan en la cárcel y que le racionen el pan y el agua hasta que el rey regrese sano y salvo”.
28 Miqueas le dijo:
— Si consigues regresar sano y salvo, es que el Señor no ha hablado por mi boca.
29 El rey de Israel y Josafat, el rey de Judá, fueron a atacar Ramot de Galaad. 30 El rey de Israel dijo a Josafat:
— Yo voy a disfrazarme para entrar en combate y tú te vistes con mis ropas.
Así que el rey de Israel entró en combate disfrazado. 31 El rey de Siria había ordenado a sus treinta y dos jefes de carros que no atacasen ni a soldados ni a oficiales; sólo al rey de Israel. 32 Cuando los jefes de carros vieron a Josafat creyeron que se trataba del rey de Israel y se dispusieron a atacarlo; pero Josafat se puso a gritar 33 y cuando los jefes de los carros se dieron cuenta de que él no era el rey de Israel, dejaron de perseguirlo. 34 Entonces un soldado lanzó una flecha al azar que hirió al rey de Israel, entrando por las juntas de la coraza. Inmediatamente el rey ordenó al conductor de su carro:
— Da la vuelta y sácame del campo de batalla, que estoy herido. 35 Pero en aquel momento la batalla se recrudeció tanto, que el rey tuvo que aguantar en su carro haciendo frente a los sirios, y al atardecer murió, mientras la sangre de su herida corría por el suelo del carro. 36 A la puesta del sol comenzó a correr la voz en el campo de batalla:
— ¡Cada uno a su pueblo y a su tierra! 37 ¡El rey ha muerto!
Entonces llevaron al rey a Samaría y lo enterraron allí. 38 Luego fueron a lavar el carro a una alberca de Samaría, y los perros lamieron la sangre de Ajab y las prostitutas se bañaron en ella, como había anunciado el Señor.
Conclusión del reinado de Ajab
39 El resto de la historia de Ajab, todo lo que hizo, el palacio de marfil que mandó edificar y las ciudades que construyó, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel. 40 Cuando murió Ajab, su hijo Ocozías le sucedió como rey.
Josafat de Judá (870-848) (2 Cr 20,31-34a.36; 22,1)
41 Josafat, hijo de Asá, comenzó a reinar en Judá durante el cuarto año del reinado de Ajab en Israel. 42 Cuando comenzó a reinar, tenía treinta y cinco años y reinó en Jerusalén durante veinticinco años. Su madre se llamaba Azubá y era hija de Siljí.
43 Josafat siguió los pasos de su padre Asá, sin apartarse lo más mínimo y actuando rectamente ante el Señor. 44 Sin embargo, no desaparecieron los santuarios locales de los altos y el pueblo siguió ofreciendo sacrificios y quemando incienso en ellos. 45 Josafat hizo las paces con el rey de Israel. 46 El resto de la historia de Josafat, las gestas y batallas que llevó a cabo, está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Judá; 47 además eliminó del país a las prostitutas que aún quedaban de la época de su padre Asá. 48 Entonces no había rey en Edom, sino un delegado del rey. 49 Josafat mandó construir naves de Tarsis para ir a traer oro de Ofir, pero no pudo salir, porque las naves naufragaron en Esionguéber. 50 Ocozías, el hijo de Ajab, propuso a Josafat:
— Deja que mis marineros vayan con los tuyos.
Pero Josafat se negó. 51 Cuando murió Josafat, lo enterraron con sus antepasados en la ciudad de David y su hijo Jorán lo sucedió como rey.
Ocozías de Israel (853-852)
52 Ocozías, hijo de Ajab, comenzó a reinar en Samaría durante el décimo séptimo año del reinado de Josafat en Judá. Reinó dos años sobre Israel. 53 Ofendió al Señor con sus acciones y siguió los pasos de sus antepasados y los de Jeroboán, hijo de Nabat, que hizo pecar a Israel. 54 Además, sirvió a Baal y lo adoró, provocando la indignación del Señor, Dios de Israel, tal y como había hecho su padre.
Enfermedad y muerte de Ocozías
1 Después de la muerte de Ajab, Moab se sublevó contra Israel. 2 Cierto día, Ocozías se cayó por la ventana del piso superior de su palacio en Samaría y quedó malherido. Entonces envió unos mensajeros a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón, si se iba a recuperar de sus heridas. 3 Pero el ángel del Señor dijo a Elías, el tesbita:
— Sal al encuentro de los mensajeros del rey de Samaría y diles: “¿Es que no hay Dios en Israel, para que tengan que ir a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón? 4 Por eso, así dice el Señor: No volverás a levantarte de la cama en que yaces, porque vas a morir”.
Elías cumplió el encargo. 5 Los mensajeros regresaron ante el rey y él les preguntó:
— ¿Por qué han vuelto?
6 Nos salió al encuentro un hombre y nos dijo que nos volviéramos al rey que nos había enviado y que le dijéramos: “Así dice el Señor: ¿Es que no hay Dios en Israel, para que tengan que ir a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón? Por eso, no volverás a levantarte de la cama en que yaces, porque vas a morir”.
7 El rey les preguntó:
— ¿Qué aspecto tenía ese hombre que les salió al encuentro y les dijo eso?
8 Le respondieron:
— Era un hombre vestido de pieles, con un cinturón de cuero a la cintura.
El rey exclamó:
— ¡Es Elías, el de Tisbé!
9 Entonces envió contra él a un capitán con cincuenta hombres. Cuando llegó, Elías estaba sentado en la cima del monte. Entonces le dijo:
— Hombre de Dios, el rey ordena que bajes.
10 Elías le respondió:
— Si yo soy el hombre de Dios, que caiga un rayo del cielo y los consuma a ti y a tus cincuenta hombres.
Y al instante cayó un rayo del cielo que consumió al capitán y a sus cincuenta hombres. 11 El rey volvió a enviar a otro capitán con cincuenta hombres, que subió y dijo a Elías:
— Hombre de Dios, el rey ordena que bajes inmediatamente.
12 Elías le respondió:
— Si soy el hombre de Dios, que caiga un rayo del cielo y los consuma a ti y a tus cincuenta hombres.
Y al instante Dios lanzó un rayo desde el cielo, que consumió al capitán y a sus cincuenta hombres.
13 Por tercera vez el rey le envió a otro capitán con cincuenta hombres. Subió y cuando llegó, se arrodilló ante Elías y le suplicó:
— Hombre de Dios, respeta mi vida y la de estos cincuenta servidores tuyos. 14 Antes han caído rayos del cielo que han consumido a los dos capitanes anteriores y a sus hombres. Te ruego que ahora respetes mi vida.
15 El ángel del Señor dijo a Elías:
— Baja con él, no le tengas miedo.
Entonces Elías bajó con él a ver al rey 16 y le dijo:
— Así dice el Señor: Por haber enviado mensajeros a consultar a Baal Zebub, dios de Ecrón, como si en Israel no hubiera un Dios a quien consultar, no volverás a levantarte de la cama donde yaces, porque vas a morir.
17 Ocozías murió, de acuerdo con la palabra de Dios anunciada por Elías, y su hermano Jorán le sucedió como rey, en el año segundo de Jorán de Judá, pues Ocozías no tenía hijos. 18 El resto de la historia de Ocozías y cuanto hizo está escrito en el libro de los Anales de los Reyes de Israel.
Historia de Eliseo (2—8)
La ascensión de Elías
2 Cuando el Señor iba a ascender a Elías al cielo en el torbellino, Elías y Eliseo partieron de Guilgal. 2 Elías dijo a Eliseo:
— Quédate aquí, pues el Señor me ha ordenado ir a Betel.
Pero Eliseo contestó:
— Juro por el Señor y por tu vida que no te abandonaré.
Bajaron a Betel 3 y la comunidad de profetas que vivía allí salió a recibir a Eliseo y le dijo:
— ¿No sabes que el Señor te arrebatará hoy a tu maestro?
Él respondió:
— ¡Ya lo sé! ¡Cállense!
4 Luego Elías dijo a Eliseo:
— Quédate aquí, pues el Señor me ha ordenado ir a Jericó.
Pero Eliseo contestó:
— Juro por el Señor y por tu vida que no te abandonaré.
Fueron a Jericó 5 y los profetas que vivían allí formando un grupo se acercaron a Eliseo y le dijeron:
— ¿No sabes que el Señor te arrebatará hoy a tu maestro?
Él respondió:
— ¡Ya lo sé! ¡Cállense!
6 Después le dijo Elías:
— Quédate aquí, pues el Señor me ha ordenado ir al Jordán.
Pero Eliseo contestó:
— Juro por el Señor y por tu vida que no te abandonaré.
Y se fueron los dos. 7 Fueron también cincuenta profetas y se detuvieron a cierta distancia, frente a ellos. Ellos dos se detuvieron junto al Jordán. 8 Entonces Elías agarró el manto, lo enrolló y golpeó con él las aguas, que se partieron por la mitad y ellos atravesaron por lo seco. 9 Cuando cruzaron, Elías dijo a Eliseo:
— Pídeme lo que quieras, antes de que sea arrebatado de junto a ti.
Eliseo le dijo:
— Déjame recibir dos tercios de tu espíritu.
10 Elías respondió:
— ¡Me pides demasiado! Pero si logras verme cuando sea arrebatado de tu lado, lo tendrás. Si no me ves, no lo tendrás.
11 Mientras ellos seguían caminando y hablando, un carro de fuego tirado por caballos de fuego los separó y Elías subió al cielo en el torbellino. 12 Eliseo lo miraba y gritaba:
— ¡Padre mío, padre mío, carro y caballería de Israel!
Cuando dejó de verlo, rompió en dos su vestido, 13 recogió el manto que se le había caído a Elías, se volvió y se detuvo a orillas del Jordán. 14 Golpeó entonces las aguas con el manto que se le había caído a Elías y exclamó:
— ¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías? ¿Dónde está?
Volvió a golpear las aguas, que se partieron por la mitad, y Eliseo las atravesó. 15 Cuando lo vieron los profetas de Jericó que estaban enfrente, exclamaron:
— ¡Eliseo lleva el espíritu de Elías!
Entonces fueron a su encuentro y se inclinaron ante él. 16 Luego le dijeron:
— Mira, entre tus servidores hay cincuenta valientes. Deja que vayan a buscar a tu maestro, no sea que el espíritu del Señor lo haya arrebatado y arrojado en algún monte o valle.
Pero Eliseo respondió:
— No los manden.
17 Pero le insistieron tanto que no tuvo más remedio que permitírselo. Enviaron a los cincuenta hombres que estuvieron buscándolo durante tres días, aunque no lo encontraron. 18 Cuando regresaron a Jericó, donde se había quedado Eliseo, este les dijo:
— ¿No les dije que no fueran?
Milagros de Eliseo
19 Los habitantes de Jericó dijeron a Eliseo:
— Mira, la situación de la ciudad es buena, como puedes ver. Pero el agua es mala y la tierra, estéril.
20 Eliseo les dijo:
— Tráiganme un plato nuevo con sal.
Cuando se lo llevaron, 21 Eliseo fue al manantial y echó en él la sal, diciendo:
— Así dice el Señor: He purificado estas aguas y no volverán a causar muerte ni esterilidad.
22 Y las aguas quedaron purificadas hasta el presente, conforme al oráculo pronunciado por Eliseo.
23 Eliseo marchó de allí a Betel y cuando iba subiendo por el camino, salieron de la ciudad unos chiquillos, que empezaron a burlarse de él, gritando:
— ¡Sube, calvo! ¡Sube, calvo!
24 Él se volvió y, cuando los vio, los maldijo en el nombre del Señor. Entonces salieron del bosque dos osos que despedazaron a cuarenta y dos chiquillos. 25 Eliseo marchó de allí al monte Carmelo y desde allí volvió a Samaría.
Jorán de Israel (852-841)
3 Jorán, hijo de Ajab, comenzó a reinar sobre Israel en Samaría el año décimo octavo del reinado de Josafat en Judá. Reinó durante doce años. 2 Ofendió al Señor con sus acciones, aunque no tanto como su padre y su madre, pues suprimió la columna de Baal que había levantado su padre. 3 Aún así, imitó los pecados que Jeroboán, hijo de Nabat, había hecho cometer a Israel y no se apartó de ellos.
Eliseo y la guerra contra Moab
4 Mesá, el rey de Moab, era pastor y pagaba al rey de Israel un tributo de cien mil corderos y cien mil carneros lanudos. 5 Pero, cuando murió Ajab, el rey de Moab se sublevó contra el rey de Israel. 6 El rey Jorán salió inmediatamente de Samaría, pasó revista a todo el ejército israelita 7 y mandó decir a Josafat, rey de Judá:
— El rey de Moab se ha rebelado contra mí. ¿Quieres acompañarme a luchar contra Moab?
Él contestó:
— Sí, te acompaño. Yo, mi gente y mi caballería estamos a tu disposición.
8 Luego preguntó:
— ¿Qué camino tomamos?
Contestó:
— El camino del desierto de Edom.
9 Los reyes de Israel, Judá y Edom emprendieron la marcha y al cabo de siete días de camino faltó el agua para el ejército y para los animales que llevaban. 10 Entonces el rey de Israel exclamó:
— ¡Ay, que el Señor nos ha reunido a los tres reyes para entregarnos en poder de Moab!
11 Josafat preguntó:
— ¿No hay por aquí algún profeta a través del cual podamos consultar al Señor?
Uno de los servidores del rey de Israel respondió:
— Por aquí anda Eliseo, el hijo de Safat, que era asistente de Elías.
12 Josafat dijo:
— ¡Él anuncia la palabra del Señor!
Entonces el rey de Israel, Josafat y el rey de Edom bajaron a ver a Eliseo. 13 Y Eliseo dijo al rey de Israel:
— ¡No tengo nada que ver contigo! Consulta a los profetas de tu padre y de tu madre.
Pero el rey de Israel le contestó:
— No, pues ha sido el Señor quien nos ha reunido a los tres reyes para entregarnos en poder de Moab.
14 Eliseo contestó:
— Te juro por el Señor del universo, a quien sirvo, que si no fuera por respeto a Josafat, el rey de Judá, no te haría caso ni te miraría. 15 Ahora, tráiganme un músico.
Mientras el músico tocaba, el Señor se apoderó de Eliseo 16 y este dijo:
— El Señor manda que llenen de zanjas esta vaguada. 17 Pues, según dice el Señor, no se verá viento ni lluvia, pero esta vaguada se llenará de agua y podrán beber ustedes, sus ganados y sus animales. 18 Y por si esto no fuera suficiente, el Señor entregará a Moab en poder de ustedes 19 y destruirán todas las ciudades fortificadas e importantes, talarán todos los árboles frutales, cegarán todas las fuentes de agua y llenarán de piedras todas las tierras de cultivo.
20 A la mañana siguiente, a la hora de la ofrenda, empezó a venir agua de la parte de Edom y el terreno se inundó. 21 Cuando los moabitas se enteraron de que los reyes subían a atacarlos, movilizaron a toda la gente apta para la guerra y tomaron posiciones en la frontera. 22 Cuando se levantaron a la mañana siguiente, el sol reverberaba sobre el agua y a los moabitas, de lejos, las aguas les parecieron rojas como la sangre. 23 Entonces exclamaron:
— ¡Eso es sangre! Seguro que los reyes se han acuchillado y se han matado unos a otros. ¡Moabitas, al saqueo!
24 Cuando los moabitas llegaban al campamento de Israel, los israelitas les hicieron frente, derrotaron a Moab y los pusieron en fuga. Luego los israelitas penetraron en Moab y lo devastaron. 25 Destruyeron sus ciudades, lanzaron piedras a las tierras de cultivo, cegaron todas las fuentes de agua y talaron todos los árboles frutales. Sólo quedó en pie Quir Jaréset, pero los honderos la cercaron y la atacaron.
26 Cuando el rey de Moab vio que la batalla estaba perdida, tomó consigo a setecientos hombres armados con espadas y trató de abrir brecha por donde estaba el rey de Edom, pero no lo consiguió. 27 Entonces agarró a su hijo primogénito, el que debía sucederle como rey, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla. El hecho causó tan gran indignación entre los israelitas, que levantaron el asedio y regresaron a su país.
El milagro del aceite
4 Una mujer, casada con uno de la comunidad de profetas, fue a suplicar a Eliseo:
— Mi marido, servidor tuyo, ha muerto; y tú sabes que era un hombre religioso. Ahora ha venido el acreedor a llevarse a mis dos hijos como esclavos. 2 Eliseo le dijo:
— ¿Qué puedo hacer por ti? Dime qué tienes en casa.
Ella respondió:
— Sólo me queda en casa una alcuza de aceite.
3 Eliseo le dijo:
— Sal a pedir vasijas a todas tus vecinas, vasijas vacías en abundancia. 4 Cuando vuelvas, te encierras en casa con tus hijos, empiezas a echar aceite en todas esas vasijas y pones aparte las llenas.
5 La mujer se marchó y se encerró en casa con sus hijos. Ellos le acercaban las vasijas, y ella echaba el aceite. 6 Cuando llenó todas las vasijas, pidió a uno de sus hijos:
— Acércame otra vasija.
Pero él le dijo:
— Ya no quedan más.
Entonces se agotó el aceite. 7 La mujer fue a contárselo al profeta y este le dijo:
— Ahora vende el aceite, paga a tu acreedor y con el resto podrán vivir tú y tus hijos.
Eliseo y la sunamita
8 Un día Eliseo pasó por Sunán y una mujer rica que vivía allí le insistió para que se quedase a comer. Desde entonces, cada vez que pasaba por allí, se detenía a comer. 9 La mujer dijo a su marido:
— Mira, creo que ese que nos visita cada vez que pasa es un profeta santo. 10 Vamos a construirle en la terraza una habitación pequeña con una cama, una mesa, una silla y un candil, para que se aloje en ella cuando venga a visitarnos.
11 Un día que Eliseo llegó allí, subió a la terraza y se acostó en la habitación. 12 Luego dijo a su criado Guejazí:
— Llama a esa sunamita.
Él la llamó y cuando se presentó ante él, 13 Eliseo ordenó a su criado que le dijese:
— Ya que te has tomado todas estas molestias por nosotros, dinos qué podemos hacer por ti. ¿Necesitas pedir algo al rey o al jefe del ejército?
Pero ella respondió:
— Vivo a gusto entre mi gente.
14 Eliseo insistió:
— ¿Qué podríamos hacer por ella?
Entonces Guejazí sugirió:
— No sé. No tiene hijos y su marido es viejo.
15 Eliseo dijo:
— Llámala.
La llamó y ella se quedó en la puerta. 16 Eliseo le dijo:
— El año que viene por estas fechas estarás abrazando a un hijo.
Ella respondió:
— ¡No, señor mío, hombre de Dios! ¡No engañes a tu servidora!
17 Pero la mujer quedó embarazada y dio a luz un hijo al año siguiente por aquellas fechas, tal como le había anunciado Eliseo.
18 El niño creció. Un día, en que salió a ver a su padre que estaba con los segadores, 19 le dijo:
— ¡Se me estalla la cabeza!
El padre ordenó a un criado:
— Llévaselo a su madre.
20 El criado lo llevó a su madre y ella lo tuvo sentado en su regazo hasta el mediodía. Pero el niño murió. 21 La mujer lo subió, lo acostó en la cama del profeta, cerró la puerta y salió. 22 Luego llamó a su marido y le dijo:
— Mándame a un criado con una burra; quiero ir corriendo a ver al profeta y regresaré inmediatamente.
23 Él le preguntó:
— ¿Cómo es que vas a visitarlo hoy, si no es luna nueva ni sábado?
Ella contestó:
— No te preocupes.
24 La mujer aparejó la burra y ordenó a su criado:
— Llévame, camina y no me detengas hasta que yo te lo ordene.
25 Partió y llegó al monte Carmelo, donde estaba el profeta. Al verla de lejos, el profeta dijo a su criado Guejazí:
— Por ahí viene la sunamita. 26 Corre a su encuentro y pregúntale como están ella, su marido y su hijo.
Ella respondió:
— Estamos bien.
27 Cuando llegó al monte en donde estaba el profeta, ella se abrazó a sus pies. Guejazí se acercó para apartarla, pero el profeta le dijo:
— Déjala, que está llena de amargura. El Señor me lo había ocultado, sin hacérmelo saber.
28 Ella le dijo:
— ¿Acaso te pedí yo un hijo? ¿No te advertí que no me engañaras?
29 Eliseo ordenó a Guejazí:
— Prepárate, coge mi bastón y ponte en camino. Si encuentras a alguien, no lo saludes; y si alguien te saluda, no le respondas. Luego pones mi bastón en la cara del niño.
30 La madre del niño le dijo:
— Juro por el Señor y por tu vida, que no me iré sin ti.
Entonces Eliseo se levantó y partió detrás de ella. 31 Guejazí se les había adelantado y había puesto el bastón sobre la cara del niño, pero no obtuvo respuesta ni señales de vida. Entonces salió al encuentro de Eliseo y le dijo:
— El niño no ha despertado.
32 Eliseo entró en la casa y encontró al niño muerto y acostado en su cama. 33 Pasó a la habitación, cerró la puerta tras de sí y se puso a orar al Señor. 34 Luego se subió a la cama y se tendió sobre el niño, poniendo boca sobre boca, ojos sobre ojos y manos sobre manos. Mientras estaba tendido sobre él, el cuerpo del niño empezó a entrar en calor. 35 Eliseo se bajó y se puso a andar de un lado para otro. Luego volvió a subirse y a tenderse sobre él. Entonces el niño estornudó siete veces y abrió los ojos. 36 Entonces Eliseo llamó a Guejazí y le dijo:
— Llama a la sunamita.
La llamó, y ella se presentó ante Eliseo, que le dijo:
— Toma a tu hijo.
37 Ella se acercó, se echó a sus pies, le hizo una reverencia, tomó al niño y se fue.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España