Bible in 90 Days
El castigo de Sión
2 El Señor, en su furor,
hundió a Sión en profunda oscuridad.
Derribó del cielo la hermosura de Israel;
la hizo caer por tierra;
en el día de su furor
no se acordó del estrado de sus pies.
2 El Señor destruyó, y no perdonó;
destruyó, en su furor,
todas las tiendas de Jacob;
derribó las fortalezas de la capital de Judá;
humilló al rey y a sus príncipes.
3 En el ardor de su ira,
puso fin al poderío de Israel;
le retiró su apoyo cuando se enfrentó al enemigo;
se encendió en Jacob un fuego que todo lo devoró.
4 Cual enemigo, cual adversario,
el Señor tensó su arco;
afirmó su diestra y destruyó todo lo bello;
¡en las calles de la hermosa Sión
cundió su enojo como fuego!
5 El Señor se volvió nuestro enemigo
y destruyó a Israel;
destruyó todos sus palacios,
derribó sus fortalezas,
y aumentó la tristeza y el lamento de Judá.
6 Como quien deshace la enramada de un huerto,
dejó en ruinas la sede principal de sus festividades;
en Sión, el Señor echó al olvido
las fiestas y los días de reposo;
en el ardor de su ira
desechó al rey y al sacerdote.
7 El Señor rechazó su altar,
menospreció su santuario;
dejó caer en manos del enemigo
los muros de sus palacios;
en el templo del Señor éstos vociferan
como si fuera un día de fiesta.
8 El Señor decidió destruir las murallas
de la bella ciudad de Sión;
con el nivel en la mano,
no desistió de su plan de destrucción;
entre lamentos, el muro y el antemuro
fueron juntamente destruidos.
9 Las puertas se vinieron abajo
cuando el Señor destruyó sus cerrojos;
esparcidos entre los paganos
se hallan su rey y sus príncipes;
ya no hay ley, ni los profetas reciben visiones del Señor.
10 En la bella Sión, los ancianos se sientan en el suelo;
en silencio y vestidos de luto
se echan polvo sobre la cabeza.
En Jerusalén, las doncellas
inclinan humilladas la cabeza.
11 Mis ojos se inundan en lágrimas,
mis entrañas se conmueven;
mi ánimo rueda por los suelos
al ver destruida a mi amada ciudad,
¡al ver que los niños de pecho
desfallecen por sus calles!
12 A sus madres les preguntan por el trigo y por el vino;
se desploman por las calles, como heridos de muerte,
y en el regazo de sus madres lanzan el último suspiro.
13 ¿Qué te puedo decir, bella Jerusalén?
¿A quién puedo compararte?
¿Comparada con quién podría yo consolarte,
virginal ciudad de Sión?
¡Grande como el mar es tu desgracia!
¿Quién podrá sanarte?
14 Tus profetas te hablaron de visiones falsas e ilusorias;
tu cautiverio pudo haberse impedido,
pero no te señalaron tu pecado;
más bien, te engañaron con visiones sin sentido.
15 Al verte, todos los viandantes aplaudían;
silbaban y movían con sorna la cabeza,
y decían de la ciudad de Jerusalén:
«¿Y ésta es la ciudad de hermosura perfecta,
la que alegraba a toda la tierra?»
16 Todos tus enemigos abrieron la boca contra ti;
rechinando los dientes, decían con sorna:
«¡Acabemos con ella!
¡Éste es el día esperado!
¡Nos ha tocado verlo y vivirlo!»
17 El Señor ha llevado a cabo
lo que había decidido hacer.
Ha cumplido lo que hace mucho tiempo
había decidido hacer.
Destruyó, y no perdonó;
hizo que el enemigo se burlara de ti.
¡El Señor enalteció el poder de tus adversarios!
18 Tus habitantes demandaban la ayuda del Señor.
¡Que tus lágrimas, bella Sión,
corran día y noche como arroyo!
¡No reprimas el llanto de tus ojos!
19 Por la noche, al comenzar las guardias,
¡levántate y grita!
¡Vierte tu corazón, como un torrente,
en la presencia del Señor!
¡Levanta hacia él las manos
y ruega por la vida de tus pequeños,
que desfallecen de hambre
en las esquinas de las calles!
20 Ponte a pensar, Señor:
¿A quién has tratado así?
¿Acaso han de comerse las madres
a sus hijos, fruto de sus entrañas?
¿Acaso dentro de tu santuario
han de asesinar a sacerdotes y profetas?
21 En las calles, por los suelos,
yacen cuerpos de niños y viejos;
mis doncellas y mis jóvenes
han muerto a filo de espada.
¡En el día de tu furor
mataste y degollaste sin misericordia!
22 De todas partes convocaste al terror,
como si convocaras a una fiesta.
En el día de tu furor,
nadie, Señor, pudo escapar con vida.
A los hijos que tuve y mantuve,
el enemigo los aniquiló.
La misericordia de Dios es constante
3 Yo soy aquel que ha visto la aflicción
bajo el látigo de su enojo.
2 Me ha llevado por un sendero
no de luz sino de tinieblas.
3 A todas horas vuelve y revuelve
su mano contra mí.
4 Ha hecho envejecer mi carne y mi piel;
me ha despedazado los huesos.
5 Ha levantado en torno mío
un muro de amargura y de trabajo.
6 Me ha dejado en las tinieblas,
como a los que murieron hace tiempo.
7 Por todos lados me asedia y no puedo escapar;
¡muy pesadas son mis cadenas!
8 Grito pidiéndole ayuda,
pero él no atiende mi oración.
9 Ha cercado con piedras mis caminos;
me ha cerrado el paso.
10 Como un oso en acecho,
como león agazapado,
11 me desgarró por completo
y me obligó a cambiar de rumbo.
12 Tensó su arco y me puso
como blanco de sus flechas.
13 Me clavó en las entrañas
las saetas de su aljaba.
14 Todo el tiempo soy para mi pueblo
motivo de burla.
15 ¡Me ha llenado de amargura!
¡Me ha embriagado de ajenjo!
16 Me ha roto los dientes,
me ha cubierto de ceniza;
17 Ya no sé lo que es tener paz
ni lo que es disfrutar del bien,
18 y concluyo: «Fuerzas ya no tengo,
ni esperanza en el Señor.»
19 Tan amargo como la hiel es pensar
en mi aflicción y mi tristeza,
20 y lo traigo a la memoria
porque mi alma está del todo abatida;
21 pero en mi corazón recapacito,
y eso me devuelve la esperanza.
22 Por la misericordia del Señor
no hemos sido consumidos;
¡nunca su misericordia se ha agotado!
23 ¡Grande es su fidelidad,
y cada mañana se renueva!
24 Por eso digo con toda el alma:
«¡El Señor es mi herencia, y en él confío!»
25 Es bueno el Señor con quienes le buscan,
con quienes en él esperan.
26 Es bueno esperar en silencio
que el Señor venga a salvarnos.
27 Es bueno que llevemos el yugo
desde nuestra juventud.
28 Dios nos lo ha impuesto.
Así que callemos y confiemos.
29 Hundamos la cara en el polvo.
Tal vez aún haya esperanza.
30 Demos la otra mejilla a quien nos hiera.
¡Cubrámonos de afrentas!
31 El Señor no nos abandonará para siempre;
32 nos aflige, pero en su gran bondad
también nos compadece.
33 No es la voluntad del Señor
afligirnos ni entristecernos.
34 Hay quienes oprimen a todos
los encarcelados de la tierra,
35 y tuercen los derechos humanos
en presencia del Altísimo,
36 y aun trastornan las causas que defienden.
Pero el Señor no lo aprueba.
37 ¿Quién puede decir que algo sucede
sin que el Señor lo ordene?
38 ¿Acaso lo malo y lo bueno no proviene
de la boca del Altísimo?
39 ¿Cómo podemos quejarnos,
si sufrimos por nuestros pecados?
40 Examinemos nuestra conducta;
busquemos al Señor y volvámonos a él.
41 Elevemos al Dios de los cielos
nuestras manos y nuestros corazones.
42 Hemos sido rebeldes y desleales,
y tú no nos perdonaste.
43 Lleno de ira, no nos perdonaste;
¡nos perseguiste y nos mataste!
44 Te envolviste en una nube
para no escuchar nuestros ruegos.
45 Entre los paganos hiciste de nosotros
motivo de vergüenza y de rechazo.
46 Todos nuestros enemigos nos tuercen la boca;
47 son para nosotros una trampa,
¡son motivo de temor, destrucción y quebranto!
48 ¡Los ojos se me llenan de llanto
al ver el desastre de mi ciudad amada!
49 Mis ojos no dejan de llorar,
pues ya no hay remedio,
50 a menos que desde los cielos
el Señor se digne mirarnos.
51 Me llena de tristeza ver el sufrimiento
de las mujeres de mi ciudad.
52 Mis enemigos me acosaron sin motivo,
como si persiguieran a un ave;
53 me ataron y me arrojaron en un pozo,
y sobre mí pusieron una piedra;
54 las aguas me llegaron hasta el cuello,
y llegué a darme por muerto.
55 Desde el fondo de la cárcel
invoqué, Señor, tu nombre,
56 y tú oíste mi voz; no cerraste tus oídos
al clamor de mis suspiros;
57 el día que te invoqué, viniste a mí
y me dijiste: «No tengas miedo.»
58 Tú, Señor, me defendiste;
me salvaste la vida.
59 Tú, Señor, viste mi agravio
y viniste en mi defensa;
60 te diste cuenta de que ellos
sólo pensaban en vengarse de mí.
61 Tú, Señor, sabes cómo me ofenden,
cómo hacen planes contra mí;
62 sabes que mis enemigos
a todas horas piensan hacerme daño;
63 ¡en todo lo que hacen
soy el tema de sus burlas!
64 ¡Dales, Señor, el pago que merecen sus acciones!
65 ¡Déjalos en manos de su obstinación!
¡Que tu maldición caiga sobre ellos!
66 En tu furor, Señor, ¡persíguelos!
¡Haz que desaparezcan de este mundo!
La caída de Jerusalén
4 ¡Cómo se ha empañado el oro!
¡El oro fino ha perdido su brillo!
¡Las piedras del santuario se hallan esparcidas
por todas las calles y encrucijadas!
2 Los hijos de Sión,
más preciados y estimados que el oro puro,
¡ahora son vistos como vasijas de barro,
como hechura de un alfarero!
3 Aun los chacales cuidan de sus cachorros,
pero mi amada ciudad es cruel como avestruz del desierto.
4 Tanta sed tienen los niños de pecho
que la lengua se les pega al paladar;
los pequeñitos piden de comer,
¡y no hay quien los alimente!
5 Tendidos por las calles yacen
los que comían delicados platillos;
los que antes se vestían de púrpura,
hoy se aferran a los basureros.
6 La maldad de Jerusalén fue mayor
que el pecado de Sodoma;(A)
¡en un instante quedó en ruinas,
sin la intervención humana!
7 Sus nobles eran más claros que la nieve
y más blancos que la leche;
de piel más rosada que el coral,
de talle más delicado que el zafiro.
8 ¡Pero han quedado irreconocibles!
¡Se ven más oscuros que las sombras!
¡Tienen la piel pegada a los huesos!
¡Están secos como un leño!
9 Más dichosos fueron los que cayeron en batalla
que los que fueron muriendo de hambre,
porque éstos fueron muriendo lentamente
por no tener para comer los frutos de la tierra.
10 Con sus propias manos,
mujeres piadosas cocinaron a sus hijos.(B)
El día que mi ciudad amada fue destruida,
sus propios hijos les sirvieron de alimento.
11 El Señor derramó el ardor de su ira
y satisfizo su enojo;
¡encendió en Sión un fuego
que redujo a cenizas sus cimientos!
12 Jamás creyeron los reyes de la tierra,
ni los habitantes del mundo,
que nuestros enemigos lograrían
pasar por las puertas de Jerusalén.
13 ¡Pero fue por los pecados de sus profetas!
¡Fue por las maldades de sus sacerdotes,
que en sus calles derramaron sangre inocente!
14 Tropezaban por las calles, como ciegos.
¡Tan manchadas de sangre tenían las manos
que no se atrevían a tocar sus vestiduras!
15 «¡Apártense, gente impura!», les gritaban;
«¡Apártense, no toquen nada!»
Y se apartaron y huyeron.
Y entre las naciones se dijo:
«Éstos jamás volverán a vivir aquí.»
16 El Señor, en su enojo, los dispersó
y no volvió a tomarlos en cuenta,
pues no respetaron a los sacerdotes
ni se compadecieron de los ancianos.
17 Nuestros ojos desfallecen,
pues en vano esperamos ayuda;
en vano esperamos el apoyo
de una nación incapaz de salvarnos.
18 Vigilan todos nuestros pasos;
no podemos salir a la calle;
el fin de nuestros días se acerca;
¡nuestra vida ha llegado a su fin!
19 Los que nos persiguen son más ligeros
que las águilas del cielo.
Nos persiguen por los montes,
y en el desierto nos han tendido trampas.
20 Atrapado entre sus redes
quedó el ungido del Señor,
el que daba aliento a nuestra vida;
aquél del cual decíamos:
«Bajo su sombra protectora
viviremos entre las naciones.»
21 ¡Alégrate ahora, Edom,
tú que habitas en la región de Uz!
¡Ya te llegará la hora de beber la copa de la ira,
hasta que la vomites!
22 Tu castigo, Sión, ya se ha cumplido,
y nunca más volverán a llevarte cautiva.
Pero a ti, Edom, el Señor castigará tu iniquidad
y pondrá al descubierto tus pecados.
Oración del pueblo afligido
5 Señor, recuerda lo que nos ha sucedido;
¡míranos, y toma en cuenta nuestro oprobio!
2 Nuestra heredad ha pasado a manos ajenas;
nuestras casas son ahora de gente extraña.
3 Nos hemos quedado huérfanos, sin padre;
nuestras madres se han quedado como viudas.
4 Pagamos por el agua que bebemos,
y hasta la leña tenemos que comprarla.
5 Estamos sujetos a la persecución;
nos fatigamos, no tenemos reposo.
6 Suplicantes extendimos la mano a los egipcios,
y a los asirios les rogamos saciarnos de pan.
7 Nuestros padres pecaron, y murieron,
¡pero a nosotros nos tocó llevar el castigo!
8 Ahora los esclavos son nuestros señores,
y no hay quien nos libre de sus manos.
9 Desafiando a los guerreros del desierto,
arriesgamos la vida para obtener nuestro pan.
10 El hambre nos hace arder en fiebre;
¡tenemos la piel requemada como un horno!
11 En Sión violaron a nuestras mujeres;
¡en las ciudades de Judá violaron a nuestras doncellas!
12 A los príncipes los colgaron de las manos;
¡no mostraron ningún respeto por los viejos!
13 A nuestros mejores hombres los obligaron a moler;
¡a nuestros niños los agobiaron bajo el peso de la leña!
14 Ya no se ven ancianos sentados a la puerta;
los jóvenes dejaron de cantar.
15 Para nuestro corazón terminó la alegría;
nuestras danzas se volvieron cantos de dolor.
16 Se nos cayó de la cabeza la corona;
¡Pobres de nosotros! ¡Somos pecadores!
17 Por eso tenemos triste el corazón;
por eso los ojos se nos han nublado.
18 Tan asolado está el monte de Sión
que por él merodean las zorras.
19 Pero tú, Señor, eres el rey eterno;
¡tu trono permanecerá por toda la eternidad!
20 ¿Por qué te has olvidado de nosotros?
¿Por qué nos has abandonado tanto tiempo?
21 ¡Restáuranos, Señor, y nos volveremos a ti!
¡Haz de nuestra vida un nuevo comienzo!
22 Lo cierto es que nos has desechado;
¡muy grande ha sido tu enojo contra nosotros!
La visión de la gloria divina
1 El día cinco del mes cuarto del año treinta, yo, Ezequiel, me encontraba junto al río Quebar, entre los cautivos. De pronto, los cielos se abrieron(C) y tuve visiones de parte de Dios. 2 Habían pasado ya cinco años y cinco meses desde que el rey Joaquín(D) había sido llevado cautivo. 3 Yo, Ezequiel hijo de Buzi, era sacerdote, y ese día estaba en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar, y la palabra del Señor vino a mí, y sobre mí se posó su mano.
4 Me fijé, y vi que del norte venía un viento tempestuoso, junto con una nube impresionante envuelta en fuego y rodeada de un gran resplandor. En medio del fuego había algo semejante a bronce refulgente, 5 y en medio de la nube se veía la figura de cuatro seres vivientes,(E) todos ellos con apariencia humana. 6 Cada uno de ellos tenía cuatro rostros y cuatro alas. 7 Sus pies eran rectos, pero las plantas de sus pies se parecían a las pezuñas de los becerros y centelleaban como el bronce bruñido. 8 Tenían rostros y alas por los cuatro costados, y por debajo de sus alas tenían manos humanas. 9 Con las alas se tocaban entre sí, aunque al avanzar no se miraban el uno al otro sino que cada uno caminaba hacia adelante. 10 Visto de frente, su rostro era de aspecto humano, pero del lado derecho los cuatro tenían cara de león; del lado izquierdo tenían cara de toro, y por la nuca tenían cara de águila.(F) 11 Así eran sus rostros. Por encima de ellos tenían extendidas dos de sus alas, con las cuales se tocaban, y con las otras dos se cubrían el cuerpo. 12 Todos ellos caminaban de frente, siguiendo la dirección del espíritu, y ninguno de ellos volvía la vista atrás. 13 El aspecto de estos seres vivientes era como el de brasas ardientes, o teas encendidas,(G) que se movían entre ellos. El fuego era refulgente, y despedía relámpagos, 14 y con la rapidez del relámpago los seres vivientes corrían de un lado a otro.
15 Mientras observaba yo a estos seres vivientes, vi que junto a ellos, y en cada uno de los cuatro costados, había una rueda en el suelo. 16 El aspecto y la hechura de cada rueda era semejante al color del crisólito. Todas ellas tenían la misma forma, y parecían estar la una dentro de la otra. 17 Al avanzar, podían hacerlo en cualquier dirección, sin tener que dar marcha atrás. 18 Sus aros eran bastante altos, y las cuatro ruedas lanzaban destellos en su derredor.(H) 19 Si los seres vivientes avanzaban, las ruedas avanzaban con ellos; si los seres vivientes se elevaban, también se elevaban las ruedas. 20 Siempre se movían o elevaban siguiendo la dirección del espíritu. Si el espíritu se movía, las ruedas también se movían, porque en ellas estaba el espíritu de los seres vivientes.(I) 21 Si ellos avanzaban, también ellas avanzaban; si se detenían, también ellas se detenían; si se elevaban del suelo, también ellas se elevaban, porque el espíritu de los seres vivientes estaba en ellas.
22 Por encima de los seres vivientes podía verse una bóveda, semejante al cristal(J) más hermoso, la cual se extendía por encima de ellos. 23 Debajo de la bóveda sus alas se extendían hasta tocarse la una con la otra, y con dos de sus alas cada uno de ellos se cubría el cuerpo. 24 Cuando caminaban, oía yo que sus alas sonaban como un conjunto de muchas aguas,(K) como la voz del Omnipotente, como el estruendo de una muchedumbre, o como la alharaca de un ejército. Cuando se detenían, bajaban las alas, 25 de modo que al detenerse y bajar las alas podía oírse una voz por encima de la bóveda que estaba sobre ellos.
26 Sobre la bóveda podía verse el contorno de un trono, el cual parecía ser de zafiro, y sobre el contorno del trono podía verse sentado a alguien parecido a un hombre.(L) 27 Vi también algo parecido al bronce refulgente, y en su interior y a su alrededor había algo parecido a un fuego; tanto de lo que parecían ser sus lomos para arriba, como de sus lomos para abajo, vi algo parecido al fuego, y esto estaba rodeado de un resplandor.(M) 28 Ese resplandor que lo rodeaba se parecía al arco iris, cuando aparece en las nubes después de un día lluvioso.
Ésta fue la visión que tuve de lo que parecía ser la gloria del Señor. Al verla, me incliné sobre mi rostro, y oí la voz de alguien que hablaba.
Llamamiento de Ezequiel
2 La voz me dijo:
«Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, que voy a hablar contigo.»
2 Tan pronto como me habló, el espíritu entró en mí y me hizo ponerme sobre mis pies, y oí que el que me hablaba 3 me decía:
«Hijo de hombre, voy a enviarte a los hijos de Israel, un pueblo rebelde. Hasta el día de hoy, tanto ellos como sus padres se han rebelado contra mí. 4 Así que yo te envío a gente de rostro adusto y de corazón empedernido. Y les dirás: “Así ha dicho Dios el Señor.” 5 Tal vez te harán caso. Pero si no lo hacen así, porque son gente rebelde, siempre sabrán que entre ellos hubo un profeta. 6 Pero tú, hijo de hombre, no tengas miedo de ellos ni de sus palabras. Aunque estés entre zarzas y espinos, y habites entre escorpiones, no tengas miedo de ellos ni de sus palabras, porque son gente rebelde. 7 Ya sea que te escuchen o no, porque son muy rebeldes, tú repíteles mis palabras. 8 Y tú, hijo de hombre, escucha bien lo que te digo, y no seas rebelde como esa gente. Abre la boca, y come lo que voy a darte a comer.»
9 Yo miré, y vi que una mano se extendía hacia mí, y que en ella había un pergamino. 10 La mano lo extendió delante de mí, y vi que el pergamino tenía endechas, lamentaciones y ayes escritos por los dos lados.(N)
3 Y me dijo:
«Hijo de hombre, come lo que has hallado. Cómete este pergamino, y ve luego y habla con el pueblo de Israel.»
2 Yo abrí la boca, y me hizo comer el pergamino, 3 y me dijo:
«Hijo de hombre, aliméntate, llena tus entrañas con este pergamino que te doy.»
Yo lo comí, y su sabor en mi boca fue dulce como la miel.(O) 4 Entonces me dijo:
«Hijo de hombre, ve a hablar con el pueblo de Israel, y repíteles mis palabras. 5 No estás siendo enviado a un pueblo de lenguaje profundo y difícil de entender, sino al pueblo de Israel. 6 No vas a muchos pueblos de lenguaje profundo y difícil de entender, cuyas palabras no entiendes. Y si te enviara yo a un pueblo así, ellos te prestarían atención; 7 pero el pueblo de Israel no va a querer escucharte, porque no quiere escucharme a mí, pues todo el pueblo de Israel es de cabeza dura y de corazón obstinado. 8 Sin embargo, yo he endurecido tu rostro como el rostro de ellos, y he hecho tu frente tan fuerte como la de ellos. 9 Tu frente es ahora dura como el diamante y más fuerte que el pedernal, así que no les tengas miedo, aunque sean un pueblo rebelde.»
10 También me dijo:
«Hijo de hombre, escucha con atención y retén en tu mente todo lo que voy a decirte. 11 Ve y habla con los cautivos, con tu propia gente. Habla con ellos, y ya sea que te hagan caso, o no, tú diles: “Así ha dicho el Señor.”»
12 Entonces el espíritu me levantó, y detrás de mí escuché una voz estruendosa que decía: «Bendita sea la gloria del Señor, que sale de su santuario.»
13 También oí el aleteo de los seres vivientes al juntar su alas la una con la otra, y el sonido de las ruedas que les acompañaban, y un sonoro estruendo. 14 En ese momento el espíritu me levantó y ya no me soltó. Mi espíritu se llenó de amargura e indignación, pero la mano del Señor prevaleció sobre mí. 15 Fui entonces a reunirme con los cautivos que estaban en Tel Aviv, junto al río Quebar, y me quedé a vivir entre ellos, aunque durante siete días no supe qué hacer.
Israel al cuidado de Ezequiel(P)
16 Pasados los siete días, la palabra del Señor vino a mí y me dijo:
17 «Hijo de hombre, yo he puesto al pueblo de Israel bajo tu cuidado. Así que tú oirás lo que yo te diga, y tú los amonestarás de mi parte. 18 Si yo le digo al impío: “Estás sentenciado a morir”, y tú no lo amonestas para que sepa que va por mal camino, ni le hablas para que pueda seguir con vida, el impío morirá por causa de su maldad, pero yo te pediré a ti cuentas de su sangre. 19 Pero si tú amonestas al impío, y él no se aparta de su impiedad y mal camino, morirá por causa de su maldad, pero tú te habrás librado de morir. 20 Ahora bien, si el justo se aparta de su justicia y hace lo malo, y yo pongo delante de él un tropiezo, él morirá porque tú no lo amonestaste y por causa de su pecado, y yo no tomaré en cuenta todos sus actos de justicia, pero a ti te pediré cuentas de su sangre. 21 Pero si amonestas al justo para que no peque, y éste no peca, ciertamente vivirá por haber sido amonestado, y tú te habrás librado de morir.»
Ezequiel se queda mudo
22 Allí mismo la mano del Señor vino sobre mí, y me dijo:
«Levántate y ve al campo, que allí voy a hablar contigo.»
23 Yo me levanté y me dirigí al campo, y vi que allí estaba la gloria del Señor, tal y como la había visto junto al río Quebar. Entonces me incliné sobre mi rostro, 24 y el espíritu entró en mí y me hizo ponerme sobre mis pies; luego me habló y me dijo:
«Entra en tu casa, y quédate allí, encerrado. 25 Toma en cuenta, hijo de hombre, que te atarán con cuerdas, y que con ellas te sujetarán para que no puedas andar entre ellos. 26 Yo haré que la lengua se te pegue al paladar, y te quedarás mudo, de modo que no podrás reprenderlos, aun cuando son un pueblo rebelde. 27 Pero cuando yo te hable, te abriré la boca, y tú les dirás: “Así ha dicho el Señor”. Y el que quiera oír, que oiga; y el que no quiera oír, que no oiga; porque son un pueblo rebelde.
Predicción del sitio de Jerusalén
4 »Tú, hijo de hombre, toma un adobe y ponlo delante de ti, y dibuja en él la ciudad de Jerusalén. 2 Ponle sitio, levanta contra ella fortificaciones, baluartes y arietes, y rodéala con un ejército. 3 Toma también una plancha de hierro, y ponla entre la ciudad y tú, a manera de un muro de hierro; la plancha fungirá como cerco. Dirígete luego contra ella, y ponle sitio. Ésta será una señal contra el pueblo de Israel.
4 »Acuéstate luego sobre tu costado izquierdo, y pon sobre ese costado la maldad del pueblo de Israel. Llevarás sobre ti su maldad el mismo número de días que duermas sobre tu costado. 5 Y los años de su maldad son el mismo número de esos días, es decir, trescientos noventa días. De este modo llevarás sobre ti la maldad del pueblo de Israel. 6 Cuando se cumplan estos días, te acostarás de nuevo, pero esta vez sobre tu costado derecho, y durante cuarenta días llevarás sobre ti la maldad del pueblo de Judá. Estoy contando un día por año. 7 Luego te dirigirás hacia la Jerusalén sitiada, y con el brazo descubierto profetizarás contra ella. 8 Yo te sujetaré, de manera que no puedas girar de un lado a otro, hasta que hayas cumplido con los días del sitio contra la ciudad.
9 »Pero tú, toma trigo, cebada, habas, lentejas, millo y avena, y ponlos en una vasija, para alimentarte con todo esto el número de días que te acuestes sobre tu costado. Esto es lo que comerás durante trescientos noventa días, 10 en raciones de doscientos gramos al día y a determinadas horas. 11 También beberás el agua en raciones de medio litro por día, a determinadas horas. 12 Harás panes de cebada, y los cocerás bajo las cenizas con fuego de excremento humano, y los comerás a la vista de todos.»
13 También dijo el Señor:
«Un pan así de inmundo comerán los hijos de Israel, en las naciones por las que voy a arrojarlos.»
14 Entonces dije:
«¡Ay, Señor y Dios! Yo no soy ningún ser inmundo, ni jamás, desde que era joven y hasta este día, he comido carne de ningún animal muerto o despedazado, ni tampoco me he llevado a la boca carne inmunda.»
15 El Señor me respondió:
«Mira, voy a permitirte que uses estiércol de bueyes para cocer tu pan, en lugar de excremento humano.»
16 Y también me dijo:
«Mira, hijo de hombre: Voy a hacer que falte pan en Jerusalén. El pan se comerá por peso y con angustia, y el agua se beberá por medida y con espanto, 17 para que, al faltarles el pan y el agua, unos a otros se miren con espanto y se consuman en su maldad.
5 »Tú, hijo de hombre, toma un cuchillo afilado o una navaja de barbero, y aféitate la cabeza y la barba; toma luego una balanza, y divide y pesa los cabellos. 2 Cuando el sitio de la ciudad llegue a su fin echarás al fuego una tercera parte de ellos, a la vista de todos; otra tercera parte la desmenuzarás con espada por toda la ciudad; y la tercera parte restante la arrojarás al viento. Yo voy a perseguirlos espada en mano. 3 Toma también unos pocos de tus cabellos, y sujétalos en el borde de tu manto, 4 otros pocos de ellos los echarás al fuego, para que se quemen, y de allí el fuego se propagará por toda el pueblo de Israel.»
5 Así ha dicho Dios el Señor:
«¡Aquí tienen a Jerusalén! La establecí en medio de las naciones y de los países a su alrededor. 6 Pero ella cambió mis decretos y mis ordenanzas. Su maldad fue mayor que la de las naciones y países a su alrededor, pues no obedeció mis decretos y mis mandamientos, sino que los desechó.»
7 Por lo tanto, así ha dicho el Señor:
«Ustedes se han portado peor que las naciones a su alrededor. No han seguido mis mandamientos, ni han obedecido mis leyes. ¡Ni siquiera se han sujetado a las leyes de las naciones a su alrededor!.»
8 Por lo tanto, así ha dicho Dios el Señor:
«Jerusalén, yo estoy contra ti, y voy a dictar sentencia contra ti a la vista de las naciones. 9 Por tus acciones tan repugnantes, voy a hacer contigo lo que nunca antes hice, ni volveré a hacer. 10 En tus calles, los padres se comerán a sus hijos,(Q) y los hijos se comerán a sus padres. Voy a dictar sentencia contra ti, y lanzaré a los cuatro vientos todo lo que de ti quede. 11 Por haber profanado mi santuario con todas tus abominaciones, yo, el Señor, juro que voy a destruirte por completo y sin misericordia. ¡No te voy a perdonar!
—Palabra del Señor.
12 »Una tercera parte de tus habitantes morirá en tus calles por causa de la peste y el hambre; una tercera parte de ellos morirá por la espada en tus alrededores, y la tercera parte restante la esparciré por los cuatro vientos. ¡Voy a perseguirlos espada en mano! 13 Así se calmará mi furor y se saciara mi enojo. Así quedaré satisfecho. Y una vez que se haya calmado mi enojo, ustedes sabrán que yo, el Señor, he hablado.
14 »Voy a dejarte en ruinas. Serás la burla de las naciones que te rodean, y de todos los que pasen a tu lado. 15 Cuando en mi furor e indignación te reprenda y dicte yo sentencia contra ti, serás motivo de burla y oprobio entre las naciones que te rodean. ¡Les servirás de escarmiento y de motivo de espanto. Yo, el Señor, lo he dicho.
16 »Cuando yo lance contra ustedes las mortales saetas del hambre, para destruirlos, haré también que aumente el hambre entre ustedes, pues les quitaré el abasto de pan. 17 Voy a lanzar contra ustedes hambre, peste y muerte, y bestias feroces que los devoren y espadas que les quiten la vida.(R) Yo, el Señor, lo he dicho.»
Profecía contra los montes de Israel
6 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
2 «Hijo de hombre, dirígete a los montes de Israel y profetiza contra ellos. 3 Di a los montes de Israel que oigan la palabra de su Dios y Señor. Di a los montes y colinas, y a los arroyos y valles, que así dice su Dios y Señor: “Voy a lanzar la espada contra ustedes. Voy a destruir sus lugares altos. 4 Sus altares serán destruidas, y sus imágenes del sol serán hechas pedazos. Voy a hacer que sus muertos caigan delante de sus ídolos, 5 y que los cadáveres de los hijos de Israel caigan delante de sus ídolos, y que sus huesos queden esparcidos alrededor de sus altares. 6 Dondequiera que ustedes habiten, sus ciudades quedarán desiertas y los lugares altos serán destruidos; sus altares quedarán en ruinas, y sus ídolos quedarán hechos añicos; sus imágenes del sol serán destruidas, lo mismo que todo lo que han hecho. 7 Cuando la gente caiga muerta en medio de ustedes, sabrán entonces que yo soy el Señor.
8 ”Pero cuando sean esparcidos por los países, dejaré que algunos de ustedes se salven de la espada, de modo que quede un resto de sobrevivientes entre las naciones. 9 Aquellos de ustedes que logren escapar se acordarán de mí entre las naciones donde serán cautivos. Se acordarán de cómo sufrí por culpa de su corazón infiel, que se apartó de mí, y por haber puesto sus ojos infieles en los ídolos. Se avergonzarán de ustedes mismos, por causa de todo el mal que cometieron con sus acciones repugnantes.” 10 Así sabrán ellos que yo soy el Señor, y que no en vano dije que les traería este mal.»
11 Así ha dicho Dios el Señor:
«Da de palmadas con tus manos, y de golpes con tus pies. Llora por todas las acciones repugnantes que ha cometido el pueblo de Israel, porque caerán a filo de espada, o por el hambre o la peste. 12 Los que se encuentren lejos morirán por la peste; los que estén cerca caerán a filo de espada, y los que aún queden morirán de hambre durante el sitio de la ciudad. Así satisfaré en ellos mi enojo. 13 Cuando sus cadáveres caigan ante sus ídolos, y alrededor de sus altares, y sobre toda colina elevada y en las cimas de todo monte, o bajo la fronda de los árboles y de las espesas encinas, que es donde ofrecieron incienso a todos sus ídolos, sabrán que yo soy el Señor. 14 Yo extenderé mi mano contra ellos, y dondequiera que vivan haré que la tierra quede más árida y desolada que el desierto de Diblat. ¡Y entonces sabrán que yo soy el Señor!»
Anuncio del fin
7 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
2 «Escucha, hijo de hombre, que así ha dicho Dios el Señor a la tierra de Israel: Ya viene el fin. Ya está cerca, sobre los cuatro extremos de la tierra. 3 Tu fin ha llegado. Voy a descargar mi furor sobre ti; voy a dictar sentencia contra ti, según tus acciones; voy a echarte en cara todas tus repugnantes acciones. 4 No te quitaré los ojos de encima, ni tendré misericordia de ti. Al contrario, te castigaré por tu mala conducta y por tus repugnantes acciones. Así sabrás que yo soy el Señor.»
5 Así ha dicho Dios el Señor:
«¡Fíjate bien, que viene una calamidad! 6 Se acerca el fin. Llega ya. El fin se ha despertado y viene contra ti. 7 La mañana viene hacia ti, habitante de esta tierra. Se acerca la hora. Cercano está el día. Será sobre los montes un día de tumulto, y no de alegría. 8 Muy pronto derramaré mi enojo sobre ti, y saciaré en ti mi furor. Dictaré sentencia contra ti, de acuerdo con tu mala conducta, y te haré pagar por tus repugnantes acciones. 9 No te voy a perdonar. No voy a tenerte misericordia. Te castigaré conforme a tu mala conducta, y exhibiré tus actos repugnantes. Así sabrás que yo soy el Señor, el que castiga.
10 »Ya viene el día, ya viene. Ya ha llegado la mañana. Ha florecido ya la vara, y ha reverdecido la soberbia. 11 Se yergue la violencia como vara de maldad. Pero de todos ellos no habrá uno solo que quede con vida, ni habrá tampoco entre ellos nadie que se lamente. 12 Llegó el momento; llegó el día. Que no se alegre el que compra, ni llore el que vende, porque mi ira caerá sobre toda esta multitud. 13 El que venda no volverá a poseer lo que vendió, aun cuando quede con vida. La visión sobre toda esta multitud no será revocada, porque por causa de su iniquidad ninguno quedará con vida.
14 »Se tocará la trompeta, y prepararán todas sus armas, pero nadie saldrá al campo de batalla, porque mi ira pesa sobre toda esta multitud. 15 Fuera de la ciudad, morirán a filo de espada; dentro de la ciudad, morirán de hambre y por la peste. El que esté en el campo de batalla morirá a filo de espada, y el que esté en la ciudad será consumido por el hambre y la peste. 16 Los que logren escapar huirán a los montes, y estarán gimoteando como las palomas de los valles, cada uno por causa de su iniquidad. 17 Se les debilitarán las manos, y como si fueran chorros de agua se les doblarán las rodillas. 18 Se vestirán de luto, y se llenarán de pavor; todos los rostros se cubrirán de vergüenza, y todas las cabezas quedarán rapadas. 19 Arrojarán su plata y su oro a la calle, y no habrá quien los recoja; en el día del furor del Señor, ¡ni su plata ni su oro podrá salvarlos! No podrán saciar su apetito ni satisfacer su hambre, porque sus riquezas y su maldad los hicieron tropezar. 20 Yo convertí todo eso en algo repugnante porque ellos, en su soberbia, convirtieron todo ese esplendor y ornamento en imágenes de sus ídolos aborrecibles. 21 Y ya he puesto sus riquezas en manos de gente extraña, para que las saqueen y las profanen, y para que sean botín de los impíos de la tierra. 22 Yo les volveré la espalda, y mi lugar más íntimo será violentado, pues en él entrarán invasores que lo profanarán.
23 »Haz cadenas, porque el país está lleno de homicidios y la ciudad está llena de violencia. 24 Por eso traeré a la nación más perversa, para que se adueñe de sus casas; voy a poner fin a la soberbia de los poderosos, y sus santuarios serán profanados. 25 Ya viene la destrucción, y buscarán la paz, pero no la hallarán. 26 Sufrirán calamidad tras calamidad, y oirán rumor tras rumor, y buscarán una respuesta en los labios del profeta, pero ni los sacerdotes ni los ancianos podrán guiarlos ni aconsejarlos. 27 El rey se vestirá de luto, el príncipe se cubrirá de tristeza, y al pueblo le temblarán las manos. Y es que voy a darles lo que merecen sus acciones, y a dictar sentencia contra ellos conforme a su manera de impartir justicia. Así sabrán que yo soy el Señor.»
Visión de las abominaciones en Jerusalén
8 El día cinco del mes sexto del sexto año, yo estaba sentado en mi casa, en compañía de los ancianos de Judá, cuando de pronto la mano de Dios el Señor se posó sobre mí. 2 Me fijé, y vi una figura semejante a la de un hombre, aunque de la cintura para abajo parecía fuego, y de la cintura para arriba su resplandor tenía el aspecto del bronce refulgente.(S) 3 Aquella figura extendió la mano, y me tomó por los cabellos; entonces el espíritu me elevó por los aires, entre el cielo y la tierra, y en visiones de Dios me llevó a Jerusalén, a la entrada de la puerta interior que mira hacia el norte, donde estaba el recinto de la imagen que despierta los celos de Dios, 4 ¡y allí estaba la gloria del Dios de Israel, tal y como la había visto en la visión del campo!(T) 5 Y me dijo:
«Hijo de hombre, dirige ahora la mirada hacia el lado norte.»
Yo dirigí la mirada hacia el norte, y allí en el norte pude ver, junto a la puerta del altar, y en la entrada misma, la imagen que despierta los celos de Dios. 6 Entonces me dijo:
«Hijo de hombre, ¡mira lo que éstos hacen! ¡Mira las grandes abominaciones que el pueblo de Israel perpetra aquí para alejarme de mi santuario! Pero sigue viendo, y verás abominaciones aún mayores.»
7 Me llevó entonces a la entrada del atrio, y me fijé, y vi en la pared un agujero. 8 Me dijo entonces:
«Hijo de hombre, haz un hoyo en la pared.»
En cuanto hice el hoyo en la pared, vi una puerta. 9 Entonces me dijo:
«Entra, y ve cuántas cosas malvadas y repugnantes hacen éstos aquí.»
10 Yo entré, y miré, y pude ver toda clase de reptiles y de bestias repugnantes, y vi que por toda la pared estaban pintados todos los ídolos del pueblo de Israel. 11 Delante de ellos estaban setenta ancianos del pueblo de Israel, cada uno con su incensario en su mano, y en medio de ellos estaba Jazanías hijo de Safán. Y subía una espesa nube de incienso. 12 Me dijo entonces:
«Hijo de hombre, ¡mira lo que hacen a escondidas los ancianos del pueblo de Israel! ¡Todos ellos tienen sus alcobas pintadas de imágenes! Y es que dicen: “El Señor no nos ve. El Señor ha abandonado la tierra.”»
13 Luego me dijo:
«Sigue mirando, y vas a ver cosas aún más repugnantes que éstos hacen.»
14 Entonces me llevó a la entrada de la puerta del templo del Señor, la que está al norte, y allí vi a unas mujeres sentadas, las cuales lloraban por el dios Tamuz. 15 Allí me dijo:
«¿Lo ves, hijo de hombre? Pues sigue mirando, y verás cosas aún más repugnantes que éstas.»
16 Me llevó luego al atrio interior del templo del Señor, y allí junto a la entrada del templo del Señor, entre la entrada y el altar, vi como veinticinco varones que, de espaldas al templo del Señor, estaban de rodillas y con la mirada puesta hacia el oriente, para adorar al sol. 17 Entonces me dijo:
«¿Lo has visto, hijo de hombre? ¿Acaso cree el pueblo de Judá que es poca cosa cometer aquí actos tan repugnantes? No sólo han llenado de maldad la tierra, sino que además quieren provocar mi enojo. ¡Hasta me hacen oler sus hediondos ramos! 18 ¡Pues también yo voy a proceder con furor! ¡No voy a perdonarlos, ni les tendré misericordia! ¡Bien pueden gritar hasta desgañitarse, que yo nos les haré caso!»
Visión de la muerte de los culpables
9 Y gritó en mis oídos con fuerte voz:
«Ya han llegado los verdugos de la ciudad. Cada uno de ellos trae en la mano un instrumento destructor.»
2 Entonces vi que seis hombres venían por el camino de la puerta de arriba, la que mira hacia el norte, y cada uno de ellos traía en la mano un instrumento destructor. Entre ellos había un hombre vestido de lino, que traía en la cintura un tintero de escribano. Al llegar, se detuvieron junto al altar de bronce. 3 Entonces la gloria del Dios de Israel se elevó por encima del querubín sobre el que había estado, y se detuvo en el umbral del templo; allí el Señor llamó al hombre que estaba vestido de lino y que tenía en la cintura un tintero de escribano, 4 y le dijo:
«Pasa ahora por en medio de la ciudad de Jerusalén, y pon una señal en la frente(U) de quienes gimen y claman a causa de todas las cosas repugnantes que se cometen en ella.»
5 También escuché que a los otros les dijo:
«Vayan tras él. Recorran juntos toda la ciudad, y maten a todos sin misericordia. No perdonen a nadie. 6 Comiencen por mi santuario y maten a los viejos, a los jóvenes y a las doncellas, a los niños y a las mujeres, hasta que nadie quede vivo. Pero no se acerquen a nadie que tenga la señal.»
Ellos comenzaron por matar a los ancianos que estaban delante del templo. 7 Y les dijo:
«¡Vamos! ¡Contaminen el templo, llenen los atrios de cadáveres!»
Ellos se dirigieron a la ciudad y comenzaron a matar gente. 8 Pero como yo me quedé solo mientras ellos iban matando gente, me incliné sobre mi rostro, y a gran voz clamé:
«¡Ay, Señor y Dios! ¿Acaso por tu enojo contra Jerusalén vas a destruir a todo el remanente de Israel?»
9 Y Dios me dijo:
«La maldad del pueblo de Israel y de Judá es muy grande. La tierra está saturada de sangre, y la ciudad está llena de maldad. Andan diciendo que yo he abandonado la tierra, y que no me doy cuenta de nada. 10 Así que voy a actuar, y no los perdonaré ni les tendré misericordia; al contrario, haré que recaigan sobre ellos las consecuencias de su mala conducta.»
11 En ese momento, el que estaba vestido de lino y llevaba un tintero en su cintura emitió este informe:
«Ya he cumplido con todo lo que me mandaste hacer.»
La gloria de Dios abandona el templo
10 Me fijé, y vi que en la bóveda que estaba por encima de la cabeza de los querubines había algo parecido a una piedra de zafiro, y que parecía ser un trono.(V) 2 El Señor le dijo entonces al que estaba vestido de lino:
«Métete entre las ruedas que están debajo de los querubines, llénate las manos con las brasas que están entre ellos, y espárcelas sobre la ciudad.»(W)
Yo lo vi meterse entre las ruedas. 3 Cuando se metió, los querubines estaban a la derecha del templo y una nube llenaba el atrio interior. 4 Entonces la gloria del Señor se elevó por encima del querubín que estaba en el umbral de la puerta, y el templo se llenó con la nube, y el atrio se llenó con el resplandor de la gloria del Señor. 5 El estruendo de las alas de los querubines se oía hasta el atrio exterior, y era semejante a la voz del Dios Omnipotente.
6 En el momento en que Dios le ordenó al que estaba vestido de lino, que tomara fuego de entre las ruedas que estaban debajo de los querubines, éste se metió al fuego y se detuvo entre las ruedas. 7 Entonces uno de los querubines extendió su mano hacia el fuego y, luego de tomar fuego de allí, lo puso en las manos del que estaba vestido de lino, y éste lo tomó y salió. 8 Por debajo de las alas de los querubines podía verse la figura de una mano humana.
9 Yo me fijé, y junto a los querubines vi cuatro ruedas, una junto a cada uno de los querubines. El aspecto de las ruedas era semejante al crisólito, 10 y las cuatro tenían la misma forma, como si estuvieran la una en medio de la otra. 11 Cuando avanzaban, lo hacían en las cuatro direcciones, sin tener que volverse; seguían a la que iba al frente, sin tener que volverse. 12 Todo su cuerpo y espaldas, lo mismo que sus manos y alas, y las cuatro ruedas estaban llenos de destellos.(X) 13 Pude oír que a las ruedas se les ordenaba girar.(Y) 14 Y los querubines tenían cuatro rostros cada uno: el primer rostro era el de un querubín; el segundo, el de un hombre; el tercero, el de un león; el cuarto, el de un águila.(Z)
15 Los querubines levantaron vuelo. Eran los mismos que yo había visto junto al río Quebar. 16 Cuando avanzaban, las ruedas avanzaban con ellos, y cuando levantaban sus alas para remontar el vuelo, las ruedas los seguían. 17 Cuando se detenían ellos, se detenían las ruedas; y cuando se elevaban, también las ruedas se elevaban. Y es que el espíritu de los seres vivientes estaba en ellas.
18 La gloria del Señor se elevó por encima del umbral del templo, y fue a posarse sobre los querubines. 19 En ese momento, ante mis ojos los querubines agitaron sus alas y remontaron el vuelo, y las ruedas se elevaron junto con ellos y fueron a detenerse a la entrada de la puerta oriental del templo del Señor. La gloria del Dios de Israel estaba por encima de ellos.
20 Éstos eran los mismos seres vivientes que vi junto al río Quebar, por debajo del Dios de Israel, y me di cuenta de que eran querubines. 21 Cada uno de ellos tenía cuatro rostros y cuatro alas, y debajo de sus alas podían verse manos humanas. 22 La apariencia de sus rostros y de su cuerpo era la misma que vi junto al río Quebar, y todos ellos caminaban de frente.
Reprensión de los príncipes malvados
11 El espíritu me levantó y me llevó a la puerta oriental del templo del Señor. Allí, a la entrada de la puerta, vi a veinticinco hombres. Entre ellos estaban Jazanías hijo de Azur y Pelatías hijo de Benaías, que eran dos personas importantes del pueblo. 2 Y me dijo:
«Hijo de hombre, éstos son los que en esta ciudad hacen planes malvados e imparten malos consejos. 3 Éstos son los que dicen: “Construyamos casas, que las cosas no suceden tan pronto. Si la ciudad es la olla, entonces nosotros somos la carne.” 4 Por lo tanto, profetiza contra ellos, hijo de hombre. ¡Profetiza!»
5 Luego, el espíritu del Señor vino sobre mí, y me dijo:
«Dile de mi parte al pueblo de Israel: “Así ha dicho el Señor: Ustedes han hablado, y yo he entendido todo lo que ustedes piensan. 6 En esta ciudad ustedes han multiplicado sus muertos, y han llenado de cadáveres sus calles. 7 Por lo tanto, así ha dicho Dios el Señor: Los muertos que ustedes han puesto en medio de la ciudad son la carne, y la ciudad es la olla. ¡Pues yo voy a echarlos a ustedes dentro de esa olla! 8 Ustedes temen morir por la espada, pero yo haré que por la espada mueran.
—Palabra del Señor.
9 ”Voy a expulsarlos de la ciudad, y a ponerlos en manos de gente extraña. Voy a dictar sentencia contra ustedes. 10 A filo de espada morirán; dictaré sentencia contra ustedes en los límites de Israel. Así sabrán que yo soy el Señor. 11 La ciudad no será para ustedes ninguna olla, ni ustedes serán la carne en la olla. Yo dictaré sentencia contra ustedes en los límites de Israel. 12 Sabrán entonces que yo soy el Señor, porque no han seguido mis estatutos ni han obedecido mis decretos, sino que han seguido las costumbres de las naciones a su alrededor.”»
13 Y sucedió que, mientras yo profetizaba, Pelatías hijo de Benaías murió. Entonces me incliné de cara al suelo, y con gran voz clamé:
«¡Ay, Señor y Dios! ¿Vas a destruir del todo al remanente de Israel?»
Promesa de restauración y renovación
14 Entonces la palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
15 «Hijo de hombre, fue a tus propios hermanos y parientes, y a todo el pueblo de Israel, a quienes los habitantes de Jerusalén decían: “Aléjense del Señor, que esta tierra se nos dio a nosotros en posesión.” 16 Por lo tanto, diles de mi parte: “Aunque yo los he arrojado entre las naciones lejanas, y los he esparcido por todos los países, con todo seré para ustedes un pequeño santuario en los países adonde lleguen.” 17 Y diles también: “Así ha dicho Dios el Señor: Yo volveré a recogerlos de entre los pueblos y naciones por las que estén esparcidos, y les daré la tierra de Israel.” 18 Y ellos volverán allá, y quitarán de allí todas sus idolatrías y todos sus ídolos repugnantes. 19 Pondré en ellos un corazón y un espíritu nuevo. Les quitaré el corazón de piedra que ahora tienen, y les daré un corazón sensible, 20 para que sigan mis ordenanzas y cumplan mis decretos. Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios.(AA) 21 Pero a aquellos cuyo corazón vaya tras el deseo de sus idolatrías y de sus abominaciones, los haré que sufran en carne propia las consecuencias de su mala conducta.»
Palabra de Dios el Señor.
22 Después de esto, los querubines levantaron sus alas, y las ruedas los siguieron. La gloria del Dios de Israel estaba sobre ellos, 23 pero se levantó y salió de la ciudad, y fue a posarse sobre el monte que está al oriente de la ciudad.(AB) 24 Entonces el espíritu me levantó y una vez más me llevó, en una visión del espíritu de Dios, al país de los caldeos, donde estaban los cautivos. Luego, la visión desapareció de mi vista, 25 y yo les conté a los cautivos todo lo que el Señor me había mostrado.
Salida de Ezequiel en señal del cautiverio
12 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
2 «Hijo de hombre, tú habitas en medio de un pueblo rebelde. Tienen ojos para ver, pero no ven; tienen oídos para oír, pero no oyen;(AC) porque son un pueblo rebelde. 3 Por lo tanto, hijo de hombre, prepara tu equipaje y ponte en marcha, a pleno sol y a la vista de ellos. Sal de tu lugar y vete a otra parte, de modo que te vean. Son un pueblo rebelde, pero tal vez te hagan caso. 4 Al caer la tarde, muéstrales tu equipaje y a la vista de ellos ponte en marcha, como si estuvieras yendo al cautiverio. 5 Haz que te vean abrirte paso a través de la muralla, y sal de la ciudad. 6 Échate al hombro el equipaje y sal con él de noche, con el rostro cubierto y sin mirar al suelo. Haz todo esto a la vista de ellos, porque yo te he puesto de ejemplo para el pueblo de Israel.»
7 Yo hice todo lo que se ordenó hacer. A plena luz del día saqué mi equipaje, como si me estuviera yendo al cautiverio, y al caer la tarde con mis propias manos me abrí paso a través de la muralla. Salí de noche con mi equipaje al hombro, a la vista de todos ellos. 8 Por la mañana la palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
9 «Hijo de hombre, seguramente ese pueblo rebelde, el pueblo de Israel, te va a preguntar qué es lo que haces. 10 Diles que yo, el Señor, he dicho: “Esta profecía se refiere al príncipe de Jerusalén y a todo el pueblo de Israel que habita en esa ciudad.” 11 Diles también: “Yo, Ezequiel, soy un ejemplo para ustedes. Lo mismo que yo hice, se va a hacer con ustedes, pues van a marchar cautivos al destierro.” 12 El príncipe que ahora los gobierna se echará al hombro su equipaje y saldrá de la ciudad abriéndose paso por la muralla y cubriéndose el rostro para no ver el suelo. 13 Yo extenderé mi red sobre él, y lo haré caer en ella, para llevarlo a Babilonia, al país de los caldeos. Pero no llegará a verlo,(AD) porque allá morirá. 14 A todos los que antes estaban atentos a servirle, y a todo su ejército, los esparciré por los cuatro vientos, y con la espada desenvainada los perseguiré.
15 »Cuando los haya dispersado totalmente entre las naciones y por toda la tierra, sabrán que yo soy el Señor. 16 Sin embargo, dejaré que unos pocos de ellos escapen de la espada, del hambre y de la peste, para que cuenten todos sus hechos repugnantes entre las naciones a las que lleguen. Así sabrán que yo soy el Señor.»
17 La palabra del Señor vino a mí, y me dijo:
18 «Hijo de hombre, come tu pan y bebe tu agua temblando de miedo y de angustia. 19 Y a la gente del país dile: “Así ha dicho Dios el Señor acerca de los habitantes de Jerusalén y de todo Israel: Con mucho temor y angustia comerán su pan y beberán su agua, pues por la maldad de todos sus habitantes el país será despojado de su abundancia.” 20 Las ciudades ahora habitadas quedarán abandonadas, y el país será destruido. Así sabrán que yo soy el Señor.»
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