Bible in 90 Days
Jesús ante el Consejo Supremo (Mc 14,53-65; Lc 22,54-55.63-71; Jn 18,12-14.19-24)
57 Los que habían apresado a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se hallaban reunidos los maestros de la ley y los ancianos. 58 Pedro, que lo había seguido de lejos hasta la mansión del sumo sacerdote, entró también y se sentó junto a los criados para ver en qué terminaba todo aquello. 59 Los jefes de los sacerdotes y el pleno del Consejo Supremo andaban buscando un testimonio falso contra Jesús para condenarlo a muerte. 60 Pero no lo encontraban, a pesar de los muchos testigos falsos que comparecían ante ellos. Finalmente comparecieron dos, 61 que dijeron:
— Este ha afirmado: “Yo puedo derribar el Templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.
62 Levantándose entonces el sumo sacerdote, dijo a Jesús:
— ¿No tienes nada que alegar a lo que estos testifican contra ti?
63 Pero Jesús permaneció en silencio. Entonces el sumo sacerdote le conminó:
— ¡En nombre del Dios vivo, te exijo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios!
64 Jesús le respondió:
— Tú lo has dicho. Y añadiré que más adelante verán al Hijo del hombre sentado junto al Todopoderoso y viniendo sobre las nubes del cielo.
65 Al oír esto, el sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y exclamó:
— ¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testimonios? ¡Ya han oído su blasfemia! 66 ¿Qué les parece?
Ellos contestaron:
— ¡Que merece la muerte!
67 Y se pusieron a escupirlo en la cara y a darle puñetazos mientras otros lo abofeteaban 68 diciendo:
— ¡Adivina, Mesías, quién te ha pegado!
Pedro niega a Jesús (Mc 14,66-72; Lc 22,56-62; Jn 18,15-18.25-27)
69 Entre tanto, Pedro estaba sentado fuera, en el patio. Se le acercó una criada, y le dijo:
— Tú eres uno de los que acompañaban a Jesús, el galileo.
70 Pedro lo negó delante de todos, diciendo:
— ¡No sé de qué hablas!
71 Luego se dirigió hacia la puerta y, cuando salía, lo vio otra criada, que aseguró a los que estaban allí:
— Este también andaba con Jesús de Nazaret.
72 Otra vez lo negó Pedro, jurando:
— ¡No sé quién es ese hombre!
73 Algo más tarde se acercaron a Pedro unos que estaban allí, y le dijeron:
— Pues no cabe duda de que tú eres de los suyos; el acento mismo te delata.
74 Entonces él comenzó a jurar y perjurar:
— ¡No sé quién es ese hombre!
Y al instante cantó un gallo. 75 Pedro se acordó de que Jesús le había dicho: “Antes de que cante el gallo me habrás negado tres veces”. Y saliendo de allí, se echó a llorar amargamente.
Jesús ante Pilato (Mc 15,1; Lc 23,1-2; Jn 18,28-32)
27 Al amanecer el nuevo día, los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron el acuerdo de matar a Jesús. 2 Lo llevaron atado y se lo entregaron a Pilato, el gobernador.
Muerte de Judas (Hch 1,18-19)
3 Entre tanto, Judas, el que lo había entregado, al ver que habían condenado a Jesús, se llenó de remordimientos y fue a devolver las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos 4 diciendo:
— ¡He pecado entregando a un inocente!
Ellos le contestaron:
— Eso es asunto tuyo y no nuestro.
5 Judas arrojó entonces el dinero en el Templo. Luego fue y se ahorcó. 6 Los jefes de los sacerdotes recogieron aquellas monedas y dijeron:
— Este dinero está manchado de sangre. No podemos ponerlo en el cofre de las ofrendas.
7 Así que acordaron emplearlo para comprar un terreno conocido como el Campo del Alfarero y destinarlo a cementerio de extranjeros. 8 Por esta razón, aquel campo recibió el nombre de Campo de Sangre, que es el que ha conservado hasta el día de hoy. 9 Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata, que fue el precio de aquel a quien tasaron los israelitas, 10 y compraron con ellas el campo del alfarero, de acuerdo con lo que el Señor me había ordenado.
Pilato interroga a Jesús (Mc 15,1-5; Lc 23,3-5; Jn 18,33)
11 Jesús compareció ante el gobernador, el cual le preguntó:
— ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
— Tú lo dices.
12 Y ya no habló más, a pesar de que los sacerdotes y los ancianos no dejaban de acusarlo.
13 Pilato le preguntó:
— ¿No oyes lo que estos están testificando contra ti?
14 Pero Jesús no le contestó ni una palabra, de manera que el gobernador se quedó muy extrañado.
Jesús sentenciado a muerte (Mc 15,6-15; Lc 23,13-25; Jn 18,39-40; 19,1.4-16)
15 En la fiesta de la Pascua, el gobernador romano solía conceder la libertad a un preso, el que la gente escogía. 16 Tenía en aquel momento un preso famoso, llamado Jesús Barrabás. 17 Viendo reunido al pueblo, Pilato preguntó:
— ¿A quién quieren ustedes que ponga en libertad: a Jesús Barrabás o a ese Jesús a quien llaman Mesías?
18 Y es que sabía que a Jesús lo habían entregado por envidia. 19 Mientras el gobernador estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió este recado: “Ese hombre es inocente. No te hagas responsable de lo que le suceda. Esta noche he tenido pesadillas horribles por causa suya”. 20 Pero los jefes de los sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidiera la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. 21 El gobernador volvió a preguntar:
— ¿A cuál de estos dos quieren que conceda la libertad?
Ellos contestaron:
— ¡A Barrabás!
22 Pilato les dijo:
— ¿Y qué quieren que haga con Jesús, a quien llaman Mesías?
Todos contestaron:
— ¡Crucifícalo!
23 Insistió Pilato:
— ¿Cuál es su delito?
Pero ellos gritaban cada vez con más fuerza:
— ¡Crucifícalo!
24 Pilato, al ver que nada adelantaba sino que el alboroto crecía por momentos, mandó que le trajeran agua y se lavó las manos en presencia de todos, proclamando:
— ¡Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre! ¡Allá ustedes!
25 Y todo el pueblo a una respondió:
— ¡De su muerte nos hacemos responsables nosotros y nuestros hijos!
26 Entonces Pilato ordenó que pusieran en libertad a Barrabás, y les entregó a Jesús para que lo azotaran y lo crucificaran.
Los soldados se burlan de Jesús (Mc 15,16-20; Jn 19,2-3)
27 Acto seguido, los soldados del gobernador introdujeron a Jesús en el palacio y, después de reunir toda la tropa a su alrededor, 28 le quitaron sus ropas y le echaron un manto de color rojo sobre los hombros; 29 le pusieron en la cabeza una corona de espinas y una caña en su mano derecha. Después, hincándose de rodillas delante de él, le hacían burla, gritando:
— ¡Viva el rey de los judíos!
30 Y lo escupían y lo golpeaban con la caña en la cabeza. 31 Después de haberse burlado de él, le quitaron la túnica, lo vistieron con sus propias ropas y se lo llevaron para crucificarlo.
Jesús es crucificado (Mc 15,21-32; Lc 23,26-43; Jn 19.17-27)
32 Cuando salían, encontraron a un tal Simón, natural de Cirene, y lo obligaron a cargar con la cruz de Jesús. 33 Llegados al lugar llamado Gólgota (o sea, lugar de la Calavera), 34 ofrecieron a Jesús vino mezclado con hiel; pero él, después de probarlo, no quiso beberlo.
35 Los que lo habían crucificado se repartieron sus ropas echándolas a suertes, 36 y se quedaron allí sentados para vigilarlo. 37 Por encima de la cabeza de Jesús fijaron un letrero con la causa de su condena; decía: “Este es Jesús, el rey de los judíos”. 38 Al mismo tiempo que a Jesús, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 39 Los que pasaban lo insultaban 40 y, meneando la cabeza, decían:
— ¡Tú que derribas el Templo y en tres días vuelves a edificarlo, sálvate a ti mismo! ¡Baja de la cruz si eres el Hijo de Dios!
41 De igual manera, los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos se burlaban de él diciendo:
42 — Ha salvado a otros, pero no puede salvarse a sí mismo. Que baje ahora mismo de la cruz ese rey de Israel y creeremos en él. 43 Puesto que ha confiado en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama. ¿Acaso no afirmaba que es el Hijo de Dios?
44 Hasta los ladrones que estaban crucificados junto a él lo llenaban de insultos.
Muerte de Jesús (Mc 15,33-41; Lc 23,44-49; Jn 19,28-30)
45 Desde el mediodía, toda la tierra quedó sumida en oscuridad hasta las tres de la tarde. 46 Hacia esa hora Jesús gritó con fuerza:
— Elí, Elí, ¿lemá sabaqtaní?, es decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.
47 Lo oyeron algunos de los que estaban allí y comentaron:
— Está llamando a Elías.
48 Al punto, uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre y sirviéndose de una caña se la acercó a Jesús para que bebiera. 49 Pero los otros le decían:
— Deja, veamos si viene Elías a salvarlo.
50 Jesús, entonces, lanzando otra vez un fuerte gritó, expiró.
51 De pronto, la cortina del Templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las rocas se resquebrajaron; 52 las tumbas se abrieron y resucitaron muchos creyentes ya difuntos. 53 Estos salieron de sus tumbas y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa donde se aparecieron a mucha gente.
54 El oficial del ejército romano y los que estaban con él vigilando a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que estaba sucediendo, exclamaron sobrecogidos de espanto:
— ¡Verdaderamente, este era Hijo de Dios!
55 Había también allí muchas mujeres contemplándolo todo de lejos. Eran las que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo. 56 Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.
Jesús es sepultado (Mc 13,42-47; Lc 23,50-56; Jn 19,38-42)
57 Al atardecer llegó un hombre rico llamado José, natural de Arimatea, que se contaba también entre los seguidores de Jesús. 58 Este hombre se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato ordenó que se lo entregaran, 59 y José, después de envolverlo en una sábana limpia, 60 lo puso en un sepulcro nuevo que había hecho excavar en la roca. Después hizo rodar una gran piedra, cerrando con ella la entrada del sepulcro, y se marchó. 61 Entre tanto, María Magdalena y la otra María estaban allí sentadas frente al sepulcro.
El sepulcro bajo custodia
62 A la mañana siguiente, cuando ya había pasado el día de preparación, los jefes de los sacerdotes y los fariseos fueron juntos a ver a Pilato, 63 y le dijeron:
— Señor, nos hemos acordado de que aquel embaucador, cuando aún vivía, afirmó que iba a resucitar al tercer día. 64 Por eso debes ordenar que se asegure el sepulcro hasta que haya pasado el tercer día, no sea que sus seguidores vayan y roben el cuerpo, y luego digan al pueblo que ha resucitado. De donde el último engaño resultaría más grave que el primero.
65 Pilato les contestó:
— Ahí tienen un piquete de soldados; vayan ustedes mismos y aseguren el sepulcro como mejor les parezca.
66 Ellos fueron y aseguraron el sepulcro. Sellaron la piedra que lo cerraba y dejaron allí el piquete de soldados.
Resurrección de Jesús (Mc 16,1-8; Lc 24,1-12; Jn 20.1-10)
28 Pasado el sábado, cuando ya apuntaba el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. 2 De pronto se produjo un fuerte terremoto, pues un ángel del Señor, que había bajado del cielo, se acercó al sepulcro, removió la piedra que cerraba la entrada y se sentó sobre ella. 3 Resplandecía como un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. 4 Los soldados que guardaban el sepulcro se echaron a temblar de miedo y se quedaron como muertos. 5 Entonces el ángel dijo a las mujeres:
— No teman. Ya sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado. 6 No está aquí, pues ha resucitado, tal como anunció. Vengan y vean el lugar donde lo habían puesto. 7 Ahora vayan aprisa y anuncien a sus discípulos que Jesús ha resucitado de entre los muertos y que va delante de ellos a Galilea. Allí lo verán ustedes. Esto es lo que yo tenía que decirles.
8 Las mujeres se alejaron rápidamente del sepulcro y, asustadas pero al mismo tiempo llenas de alegría, corrieron a llevar la noticia a los discípulos.
9 En esto, Jesús les salió al encuentro y las saludó; ellas abrazaron sus pies y lo adoraron. 10 Jesús entonces les dijo:
— No tengan miedo. Vayan a llevar la noticia a mis hermanos. Díganles que se dirijan a Galilea; allí podrán verme.
El soborno de los soldados
11 Mientras las mujeres iban de camino, algunos soldados de la guardia se fueron a la ciudad y comunicaron a los jefes de los sacerdotes lo que había sucedido. 12 Estos se reunieron con los ancianos del pueblo, y entre todos acordaron sobornar a los soldados 13 para que dijeran que los discípulos de Jesús habían robado el cuerpo durante la noche, mientras la guardia dormía. 14 Aseguraron además a los soldados que los librarían de toda responsabilidad si el asunto llegaba a oídos del gobernador. 15 Los soldados tomaron el dinero e hicieron como se les había indicado. Y esta es la versión de lo sucedido que siguen dando los judíos hasta el día de hoy.
Misión apostólica universal (Mc 16,14-18; Lc 24,36-49; Jn 20,19-23; Hch 1,6-8)
16 Los once discípulos fueron, pues, a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17 Allí encontraron a Jesús y le adoraron, aunque algunos todavía dudaban. 18 Jesús se acercó y les dijo:
— Dios me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. 19 Vayan, pues, y hagan discípulos a los habitantes de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, 20 y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y sepan ustedes que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo.
I.— COMIENZOS DEL MINISTERIO DE JESÚS (1,1-13)
Título
1 Principio de la buena noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios.
Predicación de Juan el Bautista (Mt 3,1-12; Lc 3,1-9.15-17; Jn 1,19-28)
2 Así está escrito en el libro del profeta Isaías:
Mira, yo envío mi mensajero delante de ti
para que te prepare el camino.
3 Se oye una voz:
alguien clama en el desierto:
“¡Preparen el camino del Señor;
abran sendas rectas para él!”.
4 Juan el Bautista se presentó en el desierto proclamando que la gente se bautizara como señal de conversión para recibir el perdón de los pecados. 5 La región entera de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, confesaban sus pecados y Juan los bautizaba en las aguas del Jordán. 6 Juan iba vestido de pelo de camello, llevaba un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. 7 Y lo que proclamaba era esto:
— Después de mí viene uno que es más poderoso que yo. Yo ni siquiera soy digno de agacharme para desatar las correas de sus sandalias. 8 Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo.
Bautismo de Jesús (Mt 3,13-17; Lc 3,21-22)
9 Por aquellos días llegó Jesús procedente de Nazaret de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. 10 En el instante mismo de salir del agua, vio Jesús que el cielo se abría y que el Espíritu descendía sobre él como una paloma. 11 Y se oyó una voz proveniente del cielo:
— Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco.
12 Acto seguido el Espíritu impulsó a Jesús a ir al desierto 13 donde Satanás lo puso a prueba durante cuarenta días. Vivía entre animales salvajes y era atendido por los ángeles.
II.— REVELACIÓN PROGRESIVA DEL MESÍAS (1,14—8,30)
Predicación inaugural (Mt 4,12-17; Lc 4,14-15)
14 Después que Juan fue encarcelado, Jesús se dirigió a Galilea, a predicar la buena noticia de Dios. 15 Decía:
— El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de Dios. Conviértanse y crean en la buena noticia.
Jesús llama a los cuatro primeros discípulos (Mt 4,18-22; Lc 5,1-11)
16 Iba Jesús caminando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red en el lago. 17 Jesús les dijo:
— Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres.
18 Ellos dejaron al punto sus redes y se fueron con él.
19 Un poco más adelante vio a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca reparando las redes. 20 Los llamó también, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca junto con los trabajadores contratados, se fueron en pos de él.
Curación de un endemoniado (Lc 4,31-37)
21 Se dirigieron a Cafarnaún y, cuando llegó el sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar. 22 Todos quedaban impresionados por sus enseñanzas, porque los enseñaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley. 23 Estaba allí, en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu impuro, que gritaba:
24 — ¡Jesús de Nazaret, déjanos en paz! ¿Has venido a destruirnos? ¡Te conozco bien: tú eres el Santo de Dios!
25 Jesús lo increpó, diciéndole:
— ¡Cállate y sal de él!
26 El espíritu impuro, sacudiéndolo violentamente y dando un gran alarido, salió de él. 27 Todos quedaron asombrados hasta el punto de preguntarse unos a otros:
— ¿Qué está pasando aquí? Es una nueva enseñanza, llena de autoridad. Además, este hombre da órdenes a los espíritus impuros, y lo obedecen.
28 Y muy pronto se extendió la fama de Jesús por todas partes en la región entera de Galilea.
Curación de la suegra de Pedro (Mt 8,14-15; Lc 4,38-39)
29 Al salir de la sinagoga, Jesús fue a casa de Simón y Andrés, acompañado también por Santiago y Juan. 30 Le dijeron que la suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. 31 Él entonces se acercó, la tomó de la mano e hizo que se levantara. Al instante le desapareció la fiebre y se puso a atenderlos.
Otras curaciones (Mt 8,16-17; Lc 4,40-41)
32 Al anochecer, cuando ya el sol se había puesto, le llevaron todos los enfermos y poseídos por demonios. 33 Toda la gente de la ciudad se apiñaba a la puerta, 34 y Jesús curó a muchos que padecían diversas enfermedades y expulsó muchos demonios; pero a los demonios no les permitía que hablaran de él, porque lo conocían.
Jesús recorre los pueblos de Galilea (Lc 4,42-44)
35 De madrugada, antes de amanecer, Jesús se levantó y, saliendo de la ciudad, se dirigió a un lugar apartado a orar. 36 Simón y los que estaban con él fueron en su busca 37 y, cuando lo encontraron, le dijeron:
— Todos están buscándote.
38 Jesús les contestó:
— Vayamos a otra parte, a las aldeas cercanas, para proclamar también allí el mensaje, pues para eso he venido. 39 Así recorrió toda Galilea proclamando el mensaje en las sinagogas y expulsando demonios.
Curación de un leproso (Mt 8,2-4; Lc 5,12-16)
40 Se acercó entonces a Jesús un leproso y, poniéndose de rodillas, le suplicó:
— Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad.
41 Jesús, conmovido, extendió la mano, lo tocó y le dijo:
— Quiero. Queda limpio.
42 Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio. 43 Acto seguido Jesús lo despidió con tono severo 44 y le encargó:
— Mira, no le cuentes esto a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda prescrita al efecto por Moisés. Así todos tendrán evidencia de tu curación.
45 Pero él, en cuanto se fue, comenzó a proclamar sin reservas lo ocurrido; y como la noticia se extendió con rapidez, Jesús ya no podía entrar libremente en ninguna población, sino que debía permanecer fuera, en lugares apartados. Sin embargo, la gente acudía a él de todas partes.
Curación de un paralítico (Mt 9,1-8; Lc 5,17-26)
2 Algunos días después, Jesús regresó a Cafarnaún. En cuanto se supo que estaba en casa, 2 se reunió tanta gente, que no quedaba sitio ni siquiera ante la puerta. Y Jesús les anunciaba su mensaje. 3 Le trajeron entonces, entre cuatro, un paralítico. 4 Como a causa de la multitud no podían llegar hasta Jesús, levantaron un trozo del techo por encima de donde él estaba y, a través de la abertura, bajaron la camilla con el paralítico. 5 Jesús, viendo la fe de quienes lo llevaban, dijo al paralítico:
— Hijo, tus pecados quedan perdonados.
6 Estaban allí sentados unos maestros de la ley, que pensaban para sí mismos: 7 “¿Cómo habla así este? ¡Está blasfemando! ¡Solamente Dios puede perdonar pecados!”. 8 Jesús, que al instante se dio cuenta de lo que estaban pensando en su interior, les preguntó:
— ¿Por qué están pensando eso? 9 ¿Qué es más fácil? ¿Decir al paralítico: “Tus pecados quedan perdonados”, o decirle: “Levántate, recoge tu camilla y anda”? 10 Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad para perdonar pecados en este mundo.
Se volvió al paralítico y le dijo:
11 — A ti te hablo: Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa.
12 Y él se levantó, recogió al punto su camilla y se fue en presencia de todos. Todos los presentes quedaron asombrados y alabaron a Dios diciendo:
— Nunca habíamos visto cosa semejante.
Jesús llama a Leví (Mt 9,9-13; Lc 5,27-32)
13 Jesús volvió a la orilla del lago, y toda la gente acudía a él para recibir sus enseñanzas. 14 Al pasar, vio a Leví, el hijo de Alfeo, que estaba sentado en su despacho de recaudación de impuestos, y le dijo:
— Sígueme.
Leví se levantó y lo siguió. 15 Más tarde, estando Jesús sentado a la mesa en casa de Leví, muchos recaudadores de impuestos y gente de mala reputación se sentaron también con él y sus discípulos, porque eran muchos los que seguían a Jesús. 16 Pero algunos maestros de la ley pertenecientes al partido de los fariseos, al ver que comía con recaudadores de impuestos y gente de mala reputación, preguntaron a los discípulos:
— ¿Por qué se sienta a comer con esa clase de gente?
17 Jesús lo oyó y les dijo:
— No necesitan médico los que están sanos, sino los que están enfermos. Yo no he venido a llamar a los buenos, sino a los pecadores.
La cuestión del ayuno (Mt 9,14-17; Lc 5,33-39)
18 En cierta ocasión los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos estaban guardando un ayuno, y algunos de ellos se acercaron a Jesús para preguntarle:
— ¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
19 Jesús les contestó:
— ¿Pueden acaso ayunar los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? En tanto tengan a su lado al novio, no tienen por qué ayunar. 20 Ya llegará el momento en que les faltará el novio; entonces ayunarán.
21 Nadie remienda un vestido viejo con una pieza de tela nueva, porque la tela nueva tira de la vieja, y el roto se hace mayor. 22 Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos, porque el vino nuevo rompe los odres, y se pierden al mismo tiempo los odres y el vino. A vino nuevo, odres nuevos.
Jesús y el sábado (Mt 12,1-8; Lc 6,1-5)
23 Un sábado iba Jesús paseando por entre unos sembrados. Los discípulos, según pasaban, se pusieron a arrancar espigas. 24 Los fariseos dijeron a Jesús:
— ¿No ves que están haciendo algo que no está permitido en sábado?
25 Jesús les contestó:
— ¿Nunca han leído ustedes lo que hizo David cuando él y sus compañeros se sintieron muy hambrientos? 26 Entró en la casa de Dios, siendo Abiatar sumo sacerdote, y comió de los panes de la ofrenda, algo que no estaba permitido comer a nadie, sino solamente a los sacerdotes. Y dio también a los que lo acompañaban.
27 Y Jesús añadió:
— Dios hizo el sábado por causa del ser humano, y no al ser humano por causa del sábado. 28 ¡El Hijo del hombre es Señor también del sábado!
El hombre de la mano atrofiada (Mt 12,9-14; Lc 6,6-11)
3 Jesús entró otra vez en la sinagoga. Había allí un hombre que tenía una mano atrofiada, 2 y los que estaban buscando un motivo para acusar a Jesús se pusieron al acecho a ver si, a pesar de ser sábado, lo curaba. 3 Jesús dijo al hombre de la mano atrofiada:
— Ponte ahí en medio.
4 Luego preguntó a los otros:
— ¿Qué es lo que se permite en sábado? ¿Hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar una vida o destruirla?
Ellos callaron. 5 Al verlos tan obcecados, Jesús les echó una mirada, enojado y entristecido al mismo tiempo, y dijo al enfermo:
— Extiende la mano.
Él la extendió y la mano recuperó el movimiento. 6 Los fariseos, por su parte, y los del partido de Herodes, se reunieron, al salir, para tramar el modo de matar a Jesús.
La gente acude a Jesús
7 Jesús se fue con sus discípulos a la orilla del lago y lo siguió una gran multitud de gente procedente de Galilea; 8 y también de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la orilla oriental del Jordán y de la región de Tiro y Sidón acudió a Jesús mucha gente que había oído hablar de todo lo que hacía. 9 Jesús mandó a sus discípulos que le preparasen una barca para que la multitud no lo aplastara. 10 Había curado a tantos, que todos los que tenían alguna enfermedad se echaban ahora sobre él para tocarlo. 11 Y hasta los espíritus impuros, al verlo, se arrojaban a sus pies, gritando:
— ¡Tú eres el Hijo de Dios!
12 Pero Jesús les ordenaba severamente que no lo descubrieran.
Elección de los doce apóstoles (Mt 10,1-4; Lc 6,12-16)
13 Después de esto, Jesús subió al monte y llamó a los que le pareció bien. Y se acercaron a él. 14 También designó a doce, a quienes constituyó apóstoles, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar 15 con poder para expulsar demonios.
16 Los doce designados fueron: Simón, al que puso por sobrenombre Pedro; 17 Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes llamó Boanerges, que significa “hijos del trueno”; 18 Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo; Tadeo, Simón el cananeo 19 y Judas Iscariote, el que más tarde lo traicionó.
Los parientes de Jesús
20 Jesús llegó a casa y otra vez se juntó tanta gente, que ni siquiera les dejaban comer. 21 Cuando algunos de sus parientes se enteraron, vinieron con la intención de llevárselo a la fuerza, porque decían que estaba loco.
Jesús y Belzebú (Mt 12,22-30; Lc 11,14-23)
22 Los maestros de la ley llegados de Jerusalén decían que Jesús estaba poseído por Belzebú, el jefe de los demonios, con cuyo poder los expulsaba. 23 Entonces Jesús los llamó y los interpeló con estas comparaciones:
— ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? 24 Si una nación se divide contra sí misma, no puede subsistir. 25 Tampoco una familia que se divida contra sí misma puede subsistir. 26 Y si Satanás se hace la guerra y actúa contra sí mismo, tampoco podrá subsistir; habrá llegado a su fin. 27 Nadie puede entrar en casa de un hombre fuerte y robarle sus bienes si primero no ata a ese hombre fuerte. Solamente entonces podrá saquear su casa.
El pecado contra el Espíritu Santo (Mt 12,31-32; Lc 12,10)
28 Les aseguro que todo les será perdonado a los seres humanos: tanto los pecados como las blasfemias en que incurran. 29 Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, nunca jamás será perdonado y será tenido para siempre por culpable.
30 Esto lo dijo Jesús contra quienes afirmaban que estaba poseído por un espíritu impuro.
La verdadera familia de Jesús (Mt 12,46-50; Lc 8,19-21)
31 Entre tanto, llegaron la madre y los hermanos de Jesús; pero se quedaron fuera y enviaron a llamarlo. 32 Alguien de entre la gente que estaba sentada alrededor de Jesús le pasó aviso:
— Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y te buscan.
33 Jesús les contestó:
— ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
34 Y, mirando a quienes estaban sentados a su alrededor, añadió:
— Estos son mi madre y mis hermanos. 35 Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.
Parábola del sembrador (Mt 13,1-9; Lc 8,4-8)
4 De nuevo comenzó Jesús a enseñar a la orilla del lago. Y se le reunió tanta gente que decidió subir a una barca que estaba en el lago y sentarse en ella, mientras la gente permanecía junto al lago en tierra firme. 2 Entonces Jesús se puso a enseñarles muchas cosas por medio de parábolas. Les decía en su enseñanza:
3 — Escuchen: Una vez, un sembrador salió a sembrar. 4 Al lanzar la semilla, una parte cayó al borde del camino y llegaron los pájaros y se la comieron. 5 Otra parte cayó entre las piedras, donde había poca tierra; y como la tierra no era profunda, la semilla brotó muy pronto; 6 pero en cuanto salió el sol, se agostó y, al no tener raíz, se secó. 7 Otra parte de la semilla cayó entre cardos, y los cardos crecieron y la ahogaron sin dejarle que diera fruto. 8 Otra parte, en fin, cayó en tierra fértil y germinó y creció y dio fruto: unas espigas dieron grano al treinta; otras, al sesenta; y otras al ciento por uno.
9 Jesús añadió:
— Quien pueda entender esto, que lo entienda.
El porqué de las parábolas (Mt 13,10-17; Lc 8,9-10)
10 Cuando Jesús se quedó a solas, los que lo rodeaban, junto con los Doce, le preguntaron por el significado de las parábolas. 11 Les dijo:
— A ustedes, Dios les permite conocer el secreto de su reino; pero a los otros, los de fuera, todo les llega por medio de parábolas, 12 para que, aunque miren, no vean; y aunque escuchen, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados.
Explicación de la parábola del sembrador (Mt 13,18-23; Lc 8,11-15)
13 Y Jesús continuó:
— ¿No comprenden esta parábola? Entonces, ¿cómo comprenderán todas las demás? 14 El sembrador representa al que anuncia el mensaje. 15 Hay quienes son como la semilla que cayó al borde del camino: escuchan el mensaje, pero luego llega Satanás y se lleva lo que ya estaba sembrado en ellos. 16 Otros son como la semilla que cayó entre las piedras: oyen el mensaje y de momento lo reciben con alegría; 17 pero no tienen raíces y son volubles; así que, cuando les llegan las pruebas o persecuciones a causa del propio mensaje, en seguida sucumben. 18 Otros son como la semilla que cayó entre los cardos: oyen el mensaje, 19 pero los problemas de la vida, el apego a las riquezas y otras apetencias, llegan y lo ahogan de manera que no da fruto. 20 Otros, en fin, son como la semilla que cayó en tierra fértil: oyen el mensaje, lo reciben y dan fruto al treinta, al sesenta o al ciento por uno.
La lámpara y la medida (Mt 5,15; Lc 8,16-18; 11,33)
21 También les dijo:
— ¿Acaso se enciende una lámpara para taparla con una vasija o meterla debajo de la cama? ¿No se la enciende, más bien, para ponerla en el candelero? 22 Pues nada hay escondido que no haya de ser descubierto, ni hay nada hecho en secreto que no haya de salir a la luz. 23 Si alguien puede entender esto, que lo entienda.
24 También les dijo:
— Presten atención a lo que oigan: Dios los medirá con la misma medida con que ustedes midan a los demás, y lo hará con creces. 25 Porque al que tiene, se le dará más todavía; pero al que no tiene, hasta lo que tenga se le quitará.
La semilla que germina y crece por sí sola
26 También dijo:
— Con el reino de Dios sucede lo mismo que con la semilla que un hombre siembra en la tierra: 27 tanto si duerme como si está despierto, así de noche como de día, la semilla germina y crece, aunque él no sepa cómo. 28 La tierra, por sí misma, la lleva a dar fruto: primero brota la hierba, luego se forma la espiga y, por último, el grano que llena la espiga. 29 Y cuando el grano ya está en sazón, en seguida se mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha.
Parábola de la semilla de mostaza (Mt 13,31-32; Lc 13,18-19)
30 También dijo:
— ¿A qué compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo representaremos? 31 Es como el grano de mostaza, que, cuando se siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra; 32 pero una vez sembrado, crece más que todas las otras plantas y echa ramas tan grandes que a su sombra anidan los pájaros.
Conclusión de la enseñanza en parábolas (Mt 13,34)
33 Con estas y otras muchas parábolas les anunciaba Jesús el mensaje, en la medida en que podían comprenderlo. 34 Y sin parábolas no les decía nada. Luego, a solas, se lo explicaba todo a sus discípulos.
Jesús apacigua una tempestad (Mt 8,23-27; Lc 8,22-25)
35 Ese mismo día, al anochecer, Jesús dijo a sus discípulos:
— Vayamos a la otra orilla del lago.
36 En seguida, dejando allí a la gente, lo llevaron en la barca tal como estaba. Otras barcas iban con él. 37 De pronto, se levantó una gran tormenta de viento. Las olas azotaban la barca que comenzó a inundarse. 38 Jesús, entretanto, estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Los discípulos lo despertaron, diciendo:
— Maestro, ¿no te importa que estemos a punto de perecer?
39 Jesús se incorporó, increpó al viento y dijo al lago:
— ¡Silencio! ¡Cállate!
El viento cesó y todo quedó en calma. 40 Entonces les dijo:
— ¿A qué viene ese miedo? ¿Dónde está vuestra fe?
41 Pero ellos seguían aterrados, preguntándose unos a otros:
— ¿Quién es este, que hasta el viento y el lago le obedecen?
Curación del endemoniado geraseno (Mt 8,28-34; Lc 8,26-39)
5 Llegaron a la otra orilla del lago, a la región de Gerasa. 2 En cuanto Jesús bajó de la barca, salió a su encuentro, procedente del cementerio, un hombre poseído por un espíritu impuro. 3 Este hombre vivía en el cementerio y nadie había podido sujetarlo ni siquiera con cadenas. 4 Muchas veces lo habían encadenado y sujetado con grilletes, pero siempre los había roto y ya nadie lograba dominarlo. 5 Día y noche andaba entre las tumbas y por los montes, gritando y golpeándose con piedras. 6 Al ver de lejos a Jesús, echó a correr y fue a arrodillarse a sus pies, 7 gritando con todas sus fuerzas:
— ¡Déjame en paz, Jesús, Hijo del Dios Altísimo! ¡Por Dios te ruego que no me atormentes!
8 Y es que Jesús había dicho al espíritu impuro que saliera de aquel hombre. 9 Jesús le preguntó:
— ¿Cómo te llamas?
Él contestó:
— Me llamo “Legión”, porque somos muchos.
10 Y suplicaba insistentemente a Jesús que no los echara fuera de aquella región. 11 Al pie de la montaña estaba paciendo una gran piara de cerdos, 12 y los espíritus rogaron a Jesús:
— Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos.
13 Jesús se lo permitió, y los espíritus impuros salieron del hombre y entraron en los cerdos. Al instante, la piara se lanzó pendiente abajo hasta el lago, donde los cerdos, que eran unos dos mil, se ahogaron.
14 Los porquerizos salieron huyendo y lo contaron en el pueblo y por los campos, de manera que la gente fue allá a ver lo sucedido. 15 Cuando la gente llegó a donde se encontraba Jesús, vio al hombre que había estado poseído por la legión de demonios, y que ahora estaba sentado, vestido y en su cabal juicio. Y todos se llenaron de miedo. 16 Los testigos del hecho refirieron a los demás lo que había pasado con el poseso y con los cerdos, 17 por lo cual, todos se pusieron a rogar a Jesús que se marchara de su comarca.
18 Entonces Jesús subió a la barca. El hombre que había estado endemoniado le rogaba que le permitiera acompañarlo. 19 Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo:
— Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti.
20 El hombre se marchó y comenzó a proclamar por los pueblos de la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; y todos se quedaban asombrados.
La hija de Jairo. La mujer enferma (Mt 9,18-26; Lc 8,40-56)
21 Al regresar Jesús a la otra orilla, se reunió en torno a él mucha gente junto al lago. 22 Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, que, al ver a Jesús, se postró a sus pies, 23 suplicándole insistentemente:
— Mi hija se está muriendo; pero si tú vienes y pones tus manos sobre ella, se salvará y vivirá.
24 Jesús fue con él. Iba también una gran multitud, que seguía a Jesús y casi lo aplastaba. 25 Entre la gente se encontraba una mujer que desde hacía doce años padecía hemorragias. 26 Había sufrido mucho a manos de muchos médicos y había gastado en ellos toda su fortuna, sin conseguir nada, sino ir de mal en peor. 27 Aquella mujer había oído hablar de Jesús y, confundiéndose entre la gente, llegó hasta él y por detrás le tocó el manto, 28 diciéndose a sí misma: “Sólo con que toque su manto, me curaré”. 29 Y, efectivamente, le desapareció de inmediato la causa de sus hemorragias y sintió que había quedado curada de su enfermedad. 30 Jesús se dio cuenta en seguida de que un poder curativo había salido de él; se volvió, pues, hacia la gente y preguntó:
— ¿Quién ha tocado mi manto?
31 Sus discípulos le dijeron:
— Ves que la gente casi te aplasta por todas partes ¿y aún preguntas quién te ha tocado?
32 Pero él seguía mirando alrededor para descubrir quién lo había hecho. 33 La mujer, entonces, temblando de miedo porque sabía lo que le había pasado, fue a arrodillarse a los pies de Jesús y le contó toda la verdad. 34 Jesús le dijo:
— Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, libre ya de tu enfermedad.
35 Aún estaba hablando Jesús, cuando llegaron unos de casa del jefe de la sinagoga a decirle a este:
— Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.
36 Pero Jesús, sin hacer caso de aquellas palabras, dijo al jefe de la sinagoga:
— No tengas miedo. ¡Sólo ten fe!
37 Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y su hermano Juan, 38 se dirigió a casa del jefe de la sinagoga. Al llegar vio el alboroto y a la gente que lloraba dando muchos alaridos. 39 Entró y les dijo:
— ¿A qué vienen este alboroto y estos llantos? La niña no está muerta; está dormida.
40 Pero se burlaban de él. Jesús echó a todos de allí y, haciéndose acompañar solamente de los padres de la niña y de los que habían ido con él, entró donde estaba la niña. 41 La tomó de la mano y le dijo:
— Talitha, qum, que significa: “Muchacha, a ti me dirijo: levántate”.
42 La muchacha, que tenía doce años, se levantó al punto y echó a andar. Y la gente se quedó atónita. 43 Jesús ordenó severamente que no hicieran saber esto a nadie, y mandó dar de comer a la niña.
Jesús rechazado en Nazaret (Mt 13,53-58; Lc 4,16-30)
6 Jesús se fue de allí y regresó a su pueblo acompañado de sus discípulos. 2 Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga; y muchos que lo escuchaban no salían de su asombro y se preguntaban:
— ¿De dónde ha sacado este todo eso? ¿Quién le ha dado esos conocimientos y de dónde proceden esos milagros que hace? 3 ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no son sus hermanas estas que viven aquí?
Así que estaban desconcertados a causa de Jesús. 4 Por eso les dijo:
— Sólo en su propia tierra, en su propia casa y entre sus familiares menosprecian a un profeta.
5 Y no pudo hacer allí ningún milagro, aparte de curar a unos pocos enfermos poniendo las manos sobre ellos. 6 Estaba verdaderamente sorprendido de la falta de fe de aquella gente.
Misión de los Doce (Mt 10,1.5-15; Lc 9,1-6)
Andaba Jesús enseñando por las aldeas de alrededor, 7 cuando reunió a los doce discípulos y empezó a enviarlos de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros. 8 Les ordenó que no llevaran nada para el camino, excepto un bastón. Ni pan, ni zurrón, ni dinero en el bolsillo; 9 que fueran calzados con sandalias y no llevaran más que lo puesto. 10 Les dio estas instrucciones:
— Cuando entren en una casa, quédense en ella hasta que salgan del lugar. 11 Y si en algún sitio no quieren recibirlos ni escucharlos, márchense de allí y sacudan el polvo pegado a sus pies, como testimonio contra esa gente.
12 Los discípulos salieron y proclamaron la necesidad de la conversión. 13 También expulsaron muchos demonios y curaban a muchos enfermos ungiéndolos con aceite.
Muerte de Juan el Bautista (Mt 14,1-12; Lc 9,7-9)
14 La fama de Jesús llegó a oídos del propio rey Herodes. Había algunos que decían:
— Este es Juan el Bautista, que ha resucitado. Por eso tiene poder de hacer milagros.
15 Otros, en cambio, decían que era Elías; y otros, que era un profeta semejante a los profetas antiguos. 16 Al oír Herodes todo esto afirmó:
— Este es Juan. Yo mandé que lo decapitaran, pero ha resucitado.
17 Y es que el mismo Herodes había hecho arrestar a Juan y lo tuvo encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la esposa de su hermano Filipo, con la que se había casado. 18 Pues Juan había dicho a Herodes:
— No te es lícito tener a la mujer de tu hermano.
19 Por eso, Herodías lo odiaba y quería matarlo, pero aún no había encontrado la ocasión propicia, 20 ya que Herodes temía a Juan sabiendo que era un hombre recto y santo; lo protegía y hasta lo escuchaba con agrado, aunque siempre se quedaba desconcertado.
21 Por fin se presentó la oportunidad cuando Herodes, el día de su cumpleaños, dio un banquete a los grandes de su corte, a los jefes militares y a la gente más importante de Galilea. 22 Durante el banquete salió a bailar la hija de Herodías; y tanto les gustó a Herodes y a sus invitados que el rey dijo a la muchacha:
— Pídeme lo que quieras y yo te lo daré.
23 Una y otra vez le juró:
— ¡Te daré todo lo que me pidas; hasta la mitad de mi reino!
24 La muchacha fue entonces a preguntar a su madre:
— ¿Qué pido?
Su madre le dijo:
— La cabeza de Juan el Bautista.
25 Volvió a toda prisa la muchacha y pidió al rey:
— Quiero que me des ahora mismo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.
26 El rey se entristeció al oír esta petición; pero, como se había comprometido delante de los invitados con su juramento, no quiso desairarla. 27 Así que el rey envió a un soldado con la orden de traerle la cabeza de Juan. El soldado fue a la cárcel, le cortó la cabeza 28 y la trajo en una bandeja. Luego se la entregó a la muchacha y la muchacha se la dio a su madre. 29 Cuando los discípulos de Juan se enteraron de lo ocurrido, fueron a pedir su cadáver y lo pusieron en un sepulcro.
Los Doce regresan de la misión (Lc 9,10)
30 Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le comunicaron todo lo que habían hecho y enseñado. 31 Jesús les dijo:
— Vengan aparte conmigo. Vamos a descansar un poco en algún lugar solitario.
Porque eran tantos los que iban y venían que no les quedaba ni tiempo para comer. 32 Así que subieron a una barca y se dirigieron, ellos solos, a un lugar apartado.
Jesús da de comer a más de cinco mil personas (Mt 14,13-21; Lc 9,11-17; Jn 6,1-15)
33 Muchos vieron alejarse a Jesús y a los apóstoles y, al advertirlo, vinieron corriendo a pie por la orilla, procedentes de todos aquellos pueblos, y se les adelantaron. 34 Al desembarcar Jesús y ver a toda aquella gente, se compadeció de ellos porque parecían ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas. 35 Como se iba haciendo tarde, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron:
— Se está haciendo tarde y este es un lugar despoblado. 36 Despídelos para que vayan a los caseríos y aldeas de alrededor a comprarse algo para comer.
37 Jesús les contestó:
— Denles de comer ustedes mismos.
Ellos replicaron:
— ¿Cómo vamos a comprar nosotros la cantidad de pan que se necesita para darles de comer?
38 Jesús les dijo:
— Miren a ver cuántos panes tienen.
Después de comprobarlo, le dijeron:
— Cinco panes y dos peces.
39 Jesús mandó que todos se recostaran por grupos sobre la hierba verde. 40 Y formaron grupos de cien y de cincuenta. 41 Luego él tomó los cinco panes y los dos peces y, mirando al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los fue dando a sus discípulos para que ellos los distribuyeran entre la gente. Lo mismo hizo con los peces. 42 Todos comieron hasta quedar satisfechos; 43 aun así se recogieron doce cestos llenos de trozos sobrantes de pan y de pescado. 44 Los que comieron de aquellos panes fueron cinco mil hombres.
Jesús camina sobre el agua (Mt 14,22-23; Lc 6,15-21)
45 A continuación Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca para que llegaran antes que él a la otra orilla del lago, frente a Betsaida, mientras él despedía a la gente. 46 Cuando los hubo despedido, se fue al monte para orar. 47 Al llegar la noche, la barca ya estaba en medio del lago, mientras Jesús se hallaba solo en tierra firme. 48 Ya en las últimas horas de la noche, viendo que estaban casi agotados de remar, porque el viento les era contrario, Jesús se dirigió hacia ellos andando sobre el lago y haciendo ademán de pasar de largo. 49 Cuando ellos lo vieron caminar sobre el lago, creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar. 50 Todos lo vieron y se asustaron; pero Jesús les habló en seguida, diciéndoles:
— Tranquilícense, soy yo. No tengan miedo.
51 Luego subió a la barca con ellos, y el viento cesó. Ellos no salían de su asombro, 52 pues no habían comprendido lo sucedido con los panes y aún tenían la mente embotada.
Curaciones en Genesaret (Mt 14,34-36)
53 Cruzaron el lago, tocaron tierra en Genesaret y atracaron allí. 54 Cuando desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús 55 y de toda aquella región se apresuraron a llevar en camillas a toda clase de enfermos a donde habían oído que estaba Jesús. 56 Y allí adonde él llegaba, ya fueran aldeas, pueblos o caseríos, ponían a los enfermos en las plazas y le suplicaban que les permitiera tocar aunque sólo fuera el borde del manto. Y cuantos lo tocaban recuperaban la salud.
Las tradiciones de los antepasados (Mt 15,1-20)
7 Se acercaron a Jesús los fariseos y unos maestros de la ley llegados de Jerusalén 2 y vieron que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, esto es, sin habérselas lavado. 3 (Porque los fariseos y demás judíos, siguiendo la tradición de sus antepasados, no comen sin antes haberse lavado las manos cuidadosamente. 4 Así, cuando vuelven del mercado, no comen si antes no se lavan. Y guardan también otras muchas costumbres rituales, tales como lavar las copas, las ollas, las vasijas metálicas y hasta las camas). 5 Preguntaron, pues, a Jesús aquellos fariseos y maestros de la ley:
— ¿Por qué tus discípulos no respetan la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué se ponen a comer con las manos impuras?
6 Jesús les contestó:
— ¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías acerca de ustedes cuando escribió:
Este pueblo me honra de labios afuera,
pero su corazón está muy lejos de mí.
7 Inútilmente me rinden culto,
pues enseñan doctrinas
que sólo son preceptos humanos.
8 Ustedes se apartan de los mandatos de Dios por seguir las tradiciones humanas.
9 Y añadió:
— Así que, por mantener sus propias tradiciones, se despreocupan completamente de lo que Dios ha mandado. 10 Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y también: El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte. 11 En cambio, ustedes afirman que si alguno dice a su padre o a su madre: “Lo que tenía reservado para ayudarte, lo he convertido en corbán, es decir, en ofrenda para el Templo”, 12 queda liberado de la obligación de prestarles ayuda. 13 De este modo, con esas tradiciones de ustedes que se pasan de unos a otros, anulan lo que Dios había dispuesto. Además hacen otras muchas cosas parecidas a estas.
14 Y recabando de nuevo la atención de la gente, les dijo:
— Óiganme todos y entiendan esto: 15 Nada externo al ser humano puede hacerlo impuro. Lo que realmente hace impuro a uno es lo que sale del corazón. 16 [Quien pueda entender esto, que lo entienda].
17 Luego, cuando Jesús se apartó de la gente y entró en casa, sus discípulos le preguntaron por el significado de lo que había dicho. 18 Él les contestó:
— ¿Así que tampoco ustedes son capaces de entenderlo? ¿No comprenden que nada de lo que entra de afuera en el ser humano puede hacerlo impuro, 19 porque no entra en su corazón, sino en su vientre, y va a parar a la letrina?
Con esto, Jesús declaraba limpios todos los alimentos. 20 Y añadió:
— Lo que sale del interior, eso es lo que hace impura a una persona; 21 porque del fondo del corazón humano proceden las malas intenciones, las inmoralidades sexuales, los robos, los asesinatos, 22 los adulterios, la avaricia, la maldad, la falsedad, el desenfreno, la envidia, la blasfemia, el orgullo y la estupidez. 23 Todas estas son las maldades que salen de adentro y hacen impura a una persona.
La mujer sirofenicia (Mt 15,21-28)
24 Jesús se fue de aquel lugar y se trasladó a la región de Tiro. Entró en una casa, y quería pasar inadvertido, pero no pudo ocultarse. 25 Una mujer, cuya hija estaba poseída por un espíritu impuro, supo muy pronto que Jesús estaba allí y vino a arrodillarse a sus pies. 26 La mujer era griega, de origen sirofenicio, y rogaba a Jesús que expulsara al demonio que atormentaba a su hija. 27 Jesús le contestó:
— Deja primero que los hijos se sacien, pues no está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perros.
28 Ella le respondió:
— Es cierto, Señor; pero también es cierto que los cachorrillos que están debajo de la mesa comen las migajas que se les caen a los hijos.
29 Jesús, entonces, le dijo:
— Por eso que has dicho puedes irte, pues el demonio ya ha salido de tu hija.
30 La mujer regresó a su casa y encontró a su hija acostada en la cama y libre del demonio.
Curación de un sordomudo
31 Jesús salió de nuevo de la región de Tiro y, pasando por Sidón, se dirigió al lago de Galilea a través del territorio de la Decápolis. 32 Estando allí, le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo, y le rogaron que pusiera su mano sobre él. 33 Jesús se llevó al hombre aparte de la gente y, cuando ya estaban solos, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. 34 Luego, mirando al cielo, suspiró y exclamó:
— ¡Effata! (que significa “¡Ábrete!”).
35 Al punto se abrieron los oídos del sordo, se le desató la lengua y pudo hablar correctamente. 36 Jesús mandó a los presentes que no contaran a nadie lo sucedido; pero cuanto más se lo mandaba, más lo divulgaban. 37 Y la gente decía llena de asombro:
— Este lo ha hecho todo bien: hace que los sordos oigan y que los mudos hablen.
Jesús da de comer a unas cuatro mil personas (Mt 15,32-39)
8 Por aquellos días se reunió otra vez mucha gente. Como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
2 — Me da lástima esta gente. Ya hace tres días que están conmigo y no tienen nada que comer. 3 Si los despido y los dejo ir a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Y algunos han venido de lejos.
4 Los discípulos le contestaron:
— Pero ¿de dónde podrá uno sacar pan para dar de comer a todos estos en este lugar apartado?
5 Jesús les preguntó:
— ¿Cuántos panes tienen ustedes?
Ellos contestaron:
— Siete.
6 Jesús dispuso que la gente se sentara en el suelo. Luego tomó los siete panes, dio gracias a Dios, los partió y se los fue dando a sus discípulos para que ellos los distribuyeran. Y los discípulos los distribuyeron entre la gente. 7 Tenían además unos cuantos peces; Jesús los bendijo y mandó que los repartieran. 8 Todos comieron hasta quedar satisfechos, y todavía se recogieron siete espuertas de los trozos sobrantes de pan. 9 Luego Jesús despidió a la multitud, que era de unas cuatro mil personas. 10 A continuación subió a la barca con sus discípulos y se dirigió a la región de Dalmanuta.
Petición de una señal milagrosa (Mt 16,1-4)
11 Llegaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús. Para tenderle una trampa, le pidieron que hiciera alguna señal milagrosa de parte de Dios. 12 Pero Jesús, suspirando profundamente, dijo:
— ¿Por qué pide esta gente una señal milagrosa? ¡Les aseguro que no se les dará señal alguna! 13 Y, dejándolos, se embarcó de nuevo y pasó a la otra orilla del lago.
El pan y la levadura de los fariseos y de Herodes (Mt 16,5-12)
14 Los discípulos habían olvidado llevar pan. Solamente tenían uno en la barca. 15 Jesús les recomendó:
— Miren, cuídense de la levadura de los fariseos y de Herodes.
16 Los discípulos comentaban unos con otros: “Esto lo dice porque no hemos traído pan”. 17 Pero, dándose cuenta de ello, Jesús les dijo:
— ¿Por qué están comentando que les falta el pan? ¿Tan embotada tienen la mente que no son capaces de entender ni comprender nada? 18 ¡Ustedes tienen ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no oyen! ¿Ya no se acuerdan 19 de cuando repartí cinco panes entre cinco mil personas? ¿Cuántos cestos llenos de trozos sobrantes recogieron?
Le contestaron:
— Doce.
20 — Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántas espuertas de trozos sobrantes recogieron?
Le contestaron:
— Siete.
21 Y Jesús les dijo:
— ¿Y aún siguen sin entender?
Curación de un ciego en Betsaida
22 Cuando llegaron a Betsaida, le presentaron a Jesús un ciego y le pidieron que lo tocase. 23 Jesús tomó de la mano al ciego y lo condujo fuera de la aldea. Allí le untó los ojos con saliva, puso las manos sobre él y le preguntó:
— ¿Ves algo?
24 El ciego abrió los ojos y dijo:
— Veo a la gente. Son como árboles que andan. 25 Jesús le puso otra vez las manos sobre los ojos, y entonces el ciego comenzó a ver perfectamente. Estaba curado y hasta de lejos podía ver todo con toda claridad. 26 Después Jesús lo mandó a su casa, encargándole que ni siquiera entrase en la aldea.
Declaración de Pedro acerca de Jesús (Mt 16,13-20; Lc 9,18-21)
27 Jesús y sus discípulos se fueron a las aldeas de Cesarea de Filipo. Por el camino les preguntó:
— ¿Quién dice la gente que soy yo?
28 Ellos contestaron:
— Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los profetas.
29 Jesús volvió a preguntarles:
— Y ustedes, ¿quién dicen que soy?
Entonces Pedro declaró:
— ¡Tú eres el Mesías!
30 Pero Jesús les mandó que no hablaran a nadie sobre él.
III.— REVELACIÓN DE JESÚS COMO MESÍAS SUFRIENTE (8,31—16,8)
Hacia Jerusalén (8,31—10,52)
Jesús anuncia por primera vez su muerte y su resurrección (Mt 16,21-23; Lc 9,22)
31 Entonces Jesús empezó a explicarles que el Hijo del hombre tenía que sufrir mucho; que había de ser rechazado por los ancianos del pueblo, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; que luego lo matarían, pero que al tercer día resucitaría. 32 Les hablaba con toda claridad. Pedro entonces, llevándolo aparte, comenzó a reprenderlo. 33 Pero Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, reprendió a su vez a Pedro, diciéndole:
— ¡Apártate de mí, Satanás! ¡Tú no piensas como piensa Dios, sino como piensa la gente!
34 Luego Jesús convocó a la gente y a sus propios discípulos y les dijo:
— Si alguno quiere ser discípulo mío, deberá olvidarse de sí mismo, cargar con su cruz y seguirme. 35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que entregue su vida por mi causa y por la causa de la buena noticia, ese la salvará. 36 Pues ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si pierde su propia vida? 37 ¿O qué podrá dar una persona a cambio de su vida? 38 Pues bien, si alguno se avergüenza de mí y de mi mensaje delante de esta gente infiel y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga rodeado de la gloria de su Padre y acompañado de los santos ángeles.
9 Y les dijo también:
— Les aseguro que algunos de los que están aquí no morirán sin haber comprobado que el reino de Dios ha llegado con poder.
Transfiguración de Jesús (Mt 17,1-13; Lc 9,28-36)
2 Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan y los llevó aparte a ellos solos a un monte alto. Allí se transfiguró en presencia de ellos. 3 Su ropa se volvió de una blancura resplandeciente, tal como ningún batanero de este mundo sería capaz de blanquearla. 4 Y los discípulos vieron a Elías y a Moisés, que estaban conversando con Jesús. 5 Entonces Pedro dijo a Jesús:
— ¡Maestro, qué bien estamos aquí! Hagamos tres cabañas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
6 Es que no sabía lo que decía, porque estaban aterrados. 7 En esto quedaron envueltos por una nube de la que salía una voz:
— Este es mi Hijo amado. Escúchenlo.
8 En aquel instante miraron a su alrededor y ya no vieron a nadie sino únicamente a Jesús solo con ellos. 9 Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado. 10 Y, en efecto, ellos guardaron este secreto, aunque discutían qué sería aquello de “resucitar”. 11 Entonces le preguntaron:
— ¿Por qué dicen los maestros de la ley que Elías tiene que venir primero?
12 Jesús les contestó:
— Es cierto que Elías ha de venir primero para ponerlo todo en orden. Pero, por otra parte, ¿no dicen las Escrituras que el Hijo del hombre ha de sufrir mucho y que ha de ser ultrajado? 13 En cuanto a Elías, les aseguro que ya vino; pero ellos lo maltrataron a su antojo, tal como dicen las Escrituras sobre él.
La Palabra, (versión hispanoamericana) © 2010 Texto y Edición, Sociedad Bíblica de España